Capítulo 47. Secretos oscuros

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Regreso a casa con una sonrisita perversa en los labios y muchas ganas de darme una ducha caliente.

Después de haber pasado la mayor parte de mi día en el Rock n' Love, mi ropa se ha impregnado de olor a horchata y tacos de asada, y mi pelo grasiento pide a gritos ser lavado y estirado. Estoy tan cansada que podría desplomarme en el suelo y dormirme ahora mismo.

Sin embargo, me congelo en mi sitio cuando oigo algo repiquetear desde la cocina. Suena como gotas de agua cayendo de un grifo o como las patas de los ratones que a veces corretean por ahí, pero igual me estremezco. Aprieto las llaves de casa entre los dedos hasta que mis nudillos se vuelven blancos; hay algo raro en este lugar.

Cierro el portal de casa lo más silenciosamente posible y me miro alrededor; toda la primera planta está a oscuras, y, por lo que puedo ver desde el hueco de las escaleras, la segunda también.

Hace media hora, Juancho escribió en nuestro grupo que hoy iba a salir con unos amigos para comer pizza, así que no me extraña la ausencia de la música tecno que usualmente proviene de su cuarto.

Pero, ¿Y papá?

Debería estar tendido sobre el sofá, con un vaso de Sprite entre las manos y los ojos atornillados a una peli de Harry Potter, como todas las noches.

Sin embargo, cuando me asomo por la puerta a vidrios de la sala, solo veo la silueta de algunos muebles ennegrecidos por la oscuridad y el reflejo de la luna llena sobre el piso de madera.

Trago con dificultad y refuerzo el agarre sobre las llaves, pendiente de cada ruido. El repiqueteo sigue de fondo, así que si alguien se ha metido en la casa y ha hecho desaparecer a papá, tiene que estar en la cocina.

Mi corazón se acelera mientras pienso en todos los escenarios posibles: nuestra casa saqueada, mi padre desplomado en el suelo y cubierto de sangre, tres hombres con pasamontañas que hurgan en los cajones...

Casi me da un infarto y aún no ha pasado nada. A veces mi mente se monta unas películas del horror dignas de un Óscar.

Cruzo de puntillas el vestíbulo y me dejo guiar por el ruido.

Esto no me está gustando.

Esto no me está gustando para nada.

Me siento como en una novela de Stephen King mientras me escondo detrás de un mueble, y, después de haber contado hasta tres, me lanzo de cabeza a la cocina y prendo todas las luces.

-¡Quieto ahí!- suelto impulsivamente, levantado en el aire las llaves como si fueran un arma-. ¡No te muevas ni de un milímetro!

Mi cara se pone de un rojo intenso cuando veo a mi padre dar un respingo en la silla y llevarse una mano al corazón, asustado.

-¡Vi!- grita en falsetto-. ¿Qué rayos te pasa?

Suelto las llaves, visiblemente apenada, y me miro alrededor: estamos solos en la cocina. Nada de vampiros que quieren chuparnos la sangre o asesinos en serie.

Mis ojos se posan sobre el portátil de papá, y no puedo evitar sentirme estúpida e imprudente: el repiqueteo eran sus dedos sobre el teclado.

-Yo... Yo creí que...- trago saliva y me apoyo con la espalda a la alacena para recuperarme del susto. Si estuviera Juancho, probablemente se reiría de mí hasta la muerte.

-¿Estás bien?- mi padre se levanta de la silla y me examina con la mirada. Parece estar buscando en mis ojos una respuesta que no tengo.

Dejo caer la mandíbula e intento controlar mis respiros.

-Sí, yo... Ejem, escuché...

Cálmate, Vanesa, cálmate, sisea mi conciencia, claramente molesta; acabas de confundir a tu padre con un malenate, así que lo mínimo que puedes hacer es disculparte con él.

Simplemente VanesaWhere stories live. Discover now