Capítulo 43. Conectar los puntos

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Después de mi última clase del jueves, Daisy me invita a su primer entrenamiento oficial como porrista de la escuela. Cuando llegamos a la cancha de fútbol, son las cinco en punto y el sol ya ha empezado a esconderse tras los rascacielos en la lejanía, por lo tanto hace bastante frío.

Me subo la cremallera de mi chamarra hasta el tope mientras camino junto a Daisy por la cancha desierta, persiguiendo los retazos de sol que se van desplazando por el pasto. La brisa que anuncia la llegada del otoño nos envuelve en su frío abrazo, y el cielo teñido de salpicaduras naranjas nos indica que dentro de poco caerá la noche.

-¡Estoy demasiado emocionada!- exclama mi amiga, mordiéndose el labio inferior y clavando las uñas en mi mano-. Finalmente voy a ser porrista, Vi, porrista.

No entiendo como a alguien pueda gustarle mover pompones y dar brincos frente a jugadores idiotas que prácticamente te desnudan con la mirada, pero igual sonrío y me trago las palabras que luchan por salir de mi garganta.

Toda mi vida mi padre me regañó por ser demasiado bocona, como aquella vez que lo llamaron del colegio porque su hijita de ocho años le había gritado al maestro de religión que la Génesis es misógina. Desde entonces intento no hablar fuera de lugar, pero a veces me resulta casi imposible; creo que es una enfermedad incurable, como el sida. Espero con todas mis fuerzas que sigan luchando para encontrar la cura.

-Dios- Daisy se para de repente en medio del pasto y me aprieta tanto la mano que siento mis huesos crujir. Intento protestar, pero mi amiga me obliga a mirar al frente y susurra: -Ahí está mi peor pesadilla...

Me paro yo también y reduzco los ojos a dos fisuras. Aunque los rayos de sol me estorben la visión, puedo distinguir la coleta rubia de Laia subir y bajar rítmicamente las gradas mientras calienta junto al equipo de porristas. Siento como Daisy se tensa a mi lado cuando vemos a Jana sentada sobre un escalón, sonriéndole a las demás chicas.

-Tranquila, está todo bien- digo, aunque no sueno muy convincente.

En mi vida he tocado a una persona con Parkinson, pero supongo que temblaría más o menos como Daisy en este momento. Más la miro, más me convenzo de que sus sentimientos son tan frágiles como una hoja en vilo sobre una rama, y que bastaría una ráfaga de viento para romperlos en mil pedazos. Sin embargo, al cabo de un rato Daisy suelta un largo suspiro y refuerza el agarre sobre mi mano.

-Puedo hacerlo- susurra, mientras una sonrisa insegura recorre sus labios-. Pero tú vas a estar a mi lado en todo momento, ¿Estamos?

Asiento.

-Claro que sí, hermanita del alma.

Daisy me estampa un beso sobre la mejilla y se acomoda mejor el listón azul que mantiene su pelo apretado en una coleta exageradamente alta. Yo no aguantaría ni dos segundos con un peinado así.

La primera cosa que noto cuando llegamos a las gradas, es la ausencia de Eve. Hay alrededor de quince chicas en uniforme azul y amarillo dando saltitos por todas partes y haciendo sentadillas, pero ninguna tiene el pelo de dos colores y parece amigable.

Mientras subo por las gradas hasta llegar a la más alta, tengo la sensación de que hay un enorme reflector siguiéndome, porque todas voltean a mirarme y empiezan a cuchichear. De repente, deseo no estar llevando unos vaqueros que se remontan a la prehistoria y unos tenis sucios de lodo, pero a estas alturas no puedo hacerle nada.

Me siento y finjo que no noto la mirada maliciosa de Laia enfocada en mí, como si fuera una atracción de feria barata o algo por el estilo.

-Chicas, ella es Daisy- anuncia la rubia, ignorándome. Su falda de volantes aletea alrededor de sus grandes caderas mientras agarra a mi amiga por los hombros y la expone frente al equipo entero-. Creo que ya la conocen: en redes sociales es una influencer famosa de ropa para niñas y ataques de llanto.

Simplemente VanesaWhere stories live. Discover now