Capítulo 23. Chicas como yo

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La barrita de chocolate está deliciosa.

Me chupo los dedos con gusto mientras Ty me guía sabiamente a través de los amplios pasillos del instituto, volteándose a cada rato hacia mí para sonreírme y asegurarse de que le sigo el ritmo.

Pasamos juntos a las enormes aulas de pintura, donde los lienzos están dispuestos uno al lado de otro como soldaditos ordenados, al auditorio y
en fin a la cancha de fútbol americano,  que es por lo menos tres veces más grande que mi lujosa casita con pósters de Gloria Trevi y moho en cada esquina.

Ty tira de mí hacia el centro de la cancha, y nos paramos sobre un pedazo de pasto bañado en la cálida luz del sol, que nos mira por encima de unos rascacielos lejanos.

Siempre me han encantado los rascacielos, aunque nunca me haya subido a uno; de pequeña, soñaba con trabajar en una de esas oficinas con vistas a toda la ciudad, tan cerca del cielo que hubiera bastado con extender una mano hacia la nubes para rozarlas. Quería ser la jefa de un equipo grande de personas, porque, aunque no me agradara la compañía humana, pensaba que disfrutaría bastante de hacer sufrir a mis empleados con mis más disparadas órdenes.

Ahora no sé bien qué quiero hacer con mi futuro, las posibilidades son tantas y tan tentadoras que me abruman, pero sigo queriendo estar al mando de algo, sigo queriendo tenerlo todo bajo control, poder dar mi opinión y que los demás me escuchen... pero, especialmente después de que los ciudadanos de Rose Lake, "la ciudad perfecta", votaran al muy imbécil de Brayan O'Bryan como su nuevo alcalde, las posibilidades de llegar a ser una jefa ilustre y respetable son prácticamente nulas para las chicas latinoamericanas como yo.

Para las que nacimos en territorio estadounidense pero tenemos algo que todavía nos ata a otro lugar y a lo que no podemos o no queremos renunciar;

Para las cuyo color de piel nos identifica como extranjeras;

Para las que hemos dejado a nuestras familias atrás para llegar al "país de las oportunidades", y, una vez aquí, hemos descubierto que hay una y una sola oportunidad para nosotras, o sea terminar haciendo los trabajos que los "estadounidenses de verdad" no quieren hacer.

Todas esas chicas y mujeres latinas que contribuyen al desarrollo del País en silencio, trabajando día tras día como hormiguitas expertas en sobrevivir, deberían ser mencionadas en los libros de historia, en las revistas famosas y en los periódicos más conocidos a la par que las que son blancas y se asemejan más al estereotipo que tenemos de los estadounidenses.

Si todos empezáramos a ser más empáticos y mentalmente abiertos ahora, podríamos reescribir la historia de este país que tanto me ha dado, pero que, sin embargo, a veces me supone un límite. Si cambiáramos el presente, un futuro inclusivo no nos parecería tan absurdo y lejano.

Miro una vez más a los rascacielos, a las nubes reflejadas en sus pulcros cristales y a las miles de personas que trabajan sentadas en sus oficinas. Sí, me digo, desplazándome hacia la izquierda para quedarme en la parte de pasto donde hay sol, de pequeña soñaba con llegar hasta el cielo; sin embargo, no había calculado que, entre él y yo, estaba de por medio el techo.

-¿Vi? ¿Vi, estás bien?

Ty me chasquea sus largos dedos frente a los ojos, y yo parpadeo una decena de veces muy rápidamente para romper el encanto que me tenía con los ojos pegados a los rascacielos.

Sonrío débilmente y miro al chico coreano más popular del mi instituto, que no solo me ha salvado de un infierno de adolescentes inmaduros y racistas, si no que también se ha ofrecido a darme un tour por la escuela.

Sus ojos oscuros destellan con renovado brillo bajo los rayos del sol, y su carnosa boca está curvada en una sonrisa encantadora.

-Estaba pensando en el futuro- admito, y no sé ni porqué lo hago.

Simplemente VanesaWhere stories live. Discover now