Capítulo 28. Gato negro

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Tengo que estar imaginándomelo.

Simplemente no puede ser real.

Me froto los ojos unas cuantas veces con más y más fuerza, pero nada hace que la figura voluptuosa de Karen, mi molesta vecina gringa, desaparezca.

-¿Pueden quitar sus cosas del asiento?- vuelve a repetir con voz autoritaria, indicando con un dedo gordo mi mochila y la de Chris, abandonadas bajo nuestras sudaderas.

No me puedo creer que, de todas las personas que pueblan esta mierda de ciudad, hayamos tenido que toparnos con Karen.

Trago saliva despacio. Mis brazos se quedan pegados a mis costillas como un Playmobil, para ocultar que mis axilas parecen como si acabara de mearme por ellas.

Karen, la pesadilla de mi cuadra, el terror del vecindario, la misma mujer que exige que el mundo exista de acuerdo con sus estándares con poco respeto por los demás, nos mira fijamente a Chris, a Jenna y a mí, reduciendo sus ojos azules, ya pequeños de por sí, a dos agujeros aún más diminutos.

Esa clase de monstruo sin corazón es la típica vieja en sus sesentas que no quieres tener como vecina; racista, egoísta, con una rara afición para los gatos y los programas de reformas de casas, que vive soltera y con el constante deseo de quejarse.

-¿Y esta quién...?- empieza Chris, haciendo una mueca. Luego voltea hacia mí y se encuentra con una cara aterrorizada, una mandíbula muy tensa y unas manos excesivamente sudadas apretadas al borde del asiento, y conecta lo que le he contado ayer con la persona que nos escudriña despectiva en este momento-. Oh, ya entiendo...

-Perdón-, se disculpa Jenna, viendo que ni mi amigo ni yo tenemos la menor intención de movernos, y se apresura a poner nuestras mochilas en el suelo y a extender las sudaderas sobre su regazo.

Odio que Jenna se disculpe con los blancos, porque de cierta forma me avergüenza. Y luego me avergüenzo de mi vergüenza.

Karen desempolva el asiento ya libre con una mano, como si quisiera alejar de su trasero las partículas de nuestros efectos personales, y se sienta con cautela.

Si tanto asco le damos, ¿Por qué chingados se ha sentado junto a nosotros?

Tal vez porqué no hay más lugares disponibles, me sugiere Conciencia mientras le echo una rápida ojeada al autobús.

Creo que hay tanta gente que, si alguien de los que están parados de repente se desmayara, se quedaría de pie, pegado a cientos de otros cuerpos.

-Vi- Chris me aprieta la mano y yo giro mi cuello hacia él como el Exorcista, sin mover ni un muslo más del resto del torso. Me siento incómoda frente a esta subespecie de muejr -. Tranquila, Vi. Una vieja apestosa no va a poder con nosotros.

Tiene razón sobre la primera parte, o sea que Karen es una apestosa, pero sobre la segunda tengo mis dudas; la anciana huele a orina, como si acabara de pedirle a su partner imaginario que le hiciera una lluvia dorada, y tiene anchos halos en la zona de los sobacos y el entrepierna.

Que puto asco.

Me imagino que será sudor, o eso espero.

Siento mucha pena por Jenna, a quien le ha tocado estar sentada cerca de Karen. Está escribiendo algo en su móvil y parece intentar ignorar la presencia de la mujer, que, para ella, es una completa desconocida.

El autobús toma una curva y todos venimos empujados por fuerzas invisibles hacia la derecha. Mi hombro da con el de Chris, y, frente a nosotros, Karen se aplasta como una bola de nieve sobre el cuerpo de Jenna.

Veo como mi amiga entorna los ojos y Karen se apresura a despegarse de ella, limpándose con una mano el brazo con el que ha rozado Jenna.

¿Pero qué...?

Simplemente VanesaWhere stories live. Discover now