Capítulo 26. Ojos de sapo

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-Es una mierda- afirma Jenna, revolviendo su chocolate caliente dos veces antes de llevárselo a los labios -. Una verdadera mierda.

Asiento y observo mi reflejo distorsionado en la parte convexa de la cucharita, para luego remojarla una y otra vez en la espuma blanca que ha sido puesta en espiral por encima de mi chocolate con leche.

Miro hacia el descampado desolado que se extiende tras los ventanales del local con ojos inexpresivos y suspiro.

Mi "lugar seguro" es el Rock n' Love, la cafetería donde me ha llevado Chris cuando quiso abrirme su corazón y contarme su historia, y la persona que necesito en este momento es precisamente Jenna, la chica hecha de cristal que siempre parece al borde de caer y quebrantarse en mil pedazos.

Antes veía esta fachada suya como una especie de debilidad, pero ahora me encuentro en su misma situación; estoy al borde del precipicio y basta un soplido de viento para quebrarme a mí también.

Adentro del Rock n' Love hace un calor insoportable, porque Jenna tiene la calefacción prendida inclusive a principios de septiembre. Mientras hablábamos, me contó que emigró desde México a los ocho años junto a su madre y su hermanita pequeña, y que el primer choque cultural que tuvo al llegar a Rose Lake fue precisamente el clima.

De hecho, Colorado, el estado en el que vivo ahora, se caracteriza por tener veranos calientes e inviernos extremadamente fríos, con temperaturas que llegan bajo cero en los meses de diciembre, enero y febrero. No es de extrañar que una chica mexicana, acostumbrada a las altas temperaturas de Jalisco, se haya convertido en la mejor amiga de la calefacción y ahora las dos casi vivan en simbiosis.

Me quito la sudadera para no seguir sudando tanto y me acomodo mejor en el sofá en el que estoy sentada, un viejo modelo de piel marrón desgastado que ha de haber estado en esta cafetería desde hace más de cincuenta años. Es el típico sillón con los resortes rotos en el que te hundes para leer una novela de Jack Kerouac, y que te embriaga con su olor a tobaco y whisky de lo bueno.

Está posicionado cerca de la mesa que ocupamos la vez pasada Chris y yo, con visual al descampado y, si te sientas al otro extremo y con la cabeza ladeada hacia la derecha, también a la barra.

Jenna se ha acomodado en un sillón de cuero frente a mí, con la taza de chocolate caliente empotrada entre los muslos y las piernas recogidas sobre el asiento.

Para no incomodarme, apunta su mirada hacia la parte baja del sofá cada vez que me tiene que dirigir la palabra, y de cierta forma se lo agradezco: no quiero que nadie esté escudriñándome después de lo que ha pasado en el comedor hace tan solo media hora.

-¿Por qué se mudan tanto? - pregunta Jenna, dirigiéndose como siempre a la parte baja del sofá; su voz es más leve que una pluma que cae sobre la superficie del agua, más agraciada que una bailarina de ballet que fluye con la música. A veces me da miedo inclusive mirarla, porque tengo la sensación de que, si mis ojos se quedan demasiado tiempo observándola, se desmoronará enseguida.

-Mi padre es fotógrafo- contesto, entendiendo que quiere que cambiemos el tópico de nuestra conversación.

He estado desde las doce y media hasta la una llorando y despotricando contra Laia, descargando de paso toda mi frustración contra una almohada roja con la cara de Freddy Mercury estampada a un lado.

Mientras golpeaba la estúpida almohada con puños y manotazos dignos de Mohamed Alí, una familia con cinco niños que estaba sentada dos mesas más adelante empezó a agitarse y, durante el segundo round de puñetazos, optó por salir de escena y abandonar el lugar. Exagerados.

Después de eso y de lo del juez de Rose Lake, temía que Jenna ya no me quisiese en su cafetería, en cuanto "espantaclientes oficial del Rock n' Love"; pero, gracias al universo y sus magias, aquí seguimos, tragando chocolate demasiado caliente que nos quema el paladar y ensartando los malvaviscos que salen a la superficie con nuestras cucharitas. Jenna hasta tuvo el detalle de vertir mi bebida en una taza chata y y voluptuosa en forma de osito de gominola que sostiene un corazón, diciendo que es para los "clientes especiales". Me siento importante ahora.

Simplemente VanesaWhere stories live. Discover now