Capítulo 33. Una no-cita

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No sé si lo han hecho alguna vez, pero bajarse desde una ventana en el segundo piso de una casa es más difícil de lo que parece... A menos que seas un alpinista profesional, claramente.

Me sujeto con fuerza a la escalera de madera que conecta mi ventana con el suelo, rezándole al universo y a Dios que no me caiga y me rompa algo.

Nunca le rezo a Dios (hace un año me declaré atea), pero en este momento necesito de toda la ayuda posible, así que un Padre Nuestro express no estará demás.

Diez minutos después, mis pies tocan tierra con éxito y se disponen a correr tras los matorrales del vecino de la izquierda para que papá no me vea cruzando la calle.

Camino rápidamente por las avenidas arboladas de Rose Lake, moviendo ligeramente la cadera al ritmo lento y pausado de una vieja canción de Luis Miguel, que suena a todo volumen en mis auriculares.

Usted es la culpable
De todas mis angustias y todos mis quebrantos

Usted llenó mi vida
De dulces inquietudes y amargos desencantos

La canción sigue sonando en mis oídos, tan clara como la luz del sol que está muriendo tras el horizonte ahora mismo, y siento como mi caja torácica por fin se expande libremente para tomar más aire.

No sé si es porque el amor te hace verlo todo desde una prospectiva mucho más utópica y positiva, pero hoy Rose Lake me parece más bonita que nunca; el pueblo en sí es una hermosa mezcla de paz y emoción, relleno de perterres con rosas voluptuosas y vallas pintadas impecablemente de blanco.

Cada casa frente a la que paso parece haber salido de un cuento de hadas, con su porche empedrado, la puerta adornada por vidrios colorados y las escaleras externas, rigurosamente pulcras.

Ni siquiera me tomo la molestia de pensar que mi casa no se ve así, ni que la gente que vive en estas mansiones podría, potencialmente, ser como Karen: para esta tarde quiero solo vibras bonitas, porque, según la Ley de Atracción o alguna mamada de esas, es solo dando vibras lindas que se reciben vibras lindas. Nunca me lo he creído, pero hoy intento hacer la prueba.

De verdad quiero que mi cita con Ty vaya bien... ¿O tal vez no es una cita?

Él no me ha pedido que quedáramos (fui yo la que tomó la iniciativa y organizó todo por medio de unos trenes A y B imaginarios y mucha suerte), así que no se puede considerar una cita.

Fue más una improvisación, una idea loca e impulsiva... Pero se siente tan bien.

Llego a mí no-cita acalorada y con ganas de mear. Me doy cuenta de que estoy teniendo palpitaciones cuando la canción de Luis Miguel que estaba escuchando se vuelve un sonido lejano en mis oídos, amortiguado por otra melodía muy distinta: los latidos furiosos de mi corazón enamorado.

Paso junto a un Porche gris con internos beige parqueado junto al Rock n' Love, y me asomo por el ventanal del local como una stalker para ver si Ty ya ha llegado.

Formo un ligero "Oh" de sorpresa con la boca cuando lo veo; está sentado de frente al ventanal, en el mismo sofá en el que me he acomodado ayer, y luce siempre el mismo conjunto negro con el cual se aventó a la piscina. Siempre la misma sonrisa. Siempre el mismo hoyuelo en la misma mejilla, siempre el mismo pelo negro alborotado y algo largo que le dona un aire indomable y casual.

Mi sonrisa se ensancha sin mi permiso, y me apresuro a esconderme mejor tras el muro del local cuando en la escena aparece Jenna. Le sirve a Ty un smoothie de un azul radioactivo que combina con su esmalte, y se limpia las manos en el delantal.

Contengo la respiración unos segundos.

Antes de que pueda exhalar, los dos ya han empezado a hablar. Veo como Ty mueve sus labios rítmicamente, parece estar explicando algo. Luego, Jenna abre mucho los ojos y se lleva una mano a la boca mientras mi compañero de clase se hecha a reír.

Simplemente VanesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora