Capítulo 41. Almas malditas

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-¿Y entonces?- pregunta Eve, asomándose por encima de mi hombro-¿Ya has descubierto algo?

Jeff sacude la cabeza, cortante.

Está estudiando mi mano derecha desde hace más de veinte minutos, durante los cuales no ha parado de trazar círculos concéntricos sobre la palma y dibujar líneas curvas. Todavía no ha dicho nada, y mis dedos han empezado a dormirse.

Levanto los ojos de la cara concentrada de mi amigo, y, suspirando, miro a mi alrededor; estamos otra vez en la habitación de Daisy, hundidos en su suave colchón y con vista a sus efectos personales: una pijama unicornio con tanto de cola y capucha, una estantería llena de maquillaje caro, un collar de flores hawaiano y una alfombra de pelo sintético rosa que ya ha empezado a darme alergia.

En comparación con mi humilde cuarto, el de mi amiga podría ser la portada de una revista de AD.

Eve, a mi lado, suelta un bufido. Se ha estado quejando desde que Jeff monopolizó mi mano, y lo único útil que hizo fue escoger una camiseta que ya no usa para fabricar sus orejas de guepardo.

Ahora mira la playera con las comisuras de la boca hacia abajo, como si fuera una vieja amiga que está a punto de cambiarse de nación.

-No puedo- dice después de haber palpado la prenda muchas veces-. Esta camiseta es demasiado bonita para hacerla añicos.

Se hecha para atrás en la cama de su gemela y desbloquea la pantalla del móvil. Desliza los dedos rápidamente de un lado al otro, y luego empieza a hacer scroll.

-No me digas que ya te rendiste- se queja Daisy, que hasta ahora ha permanecido muy callada trabajando en su disfraz.

Se levanta de un brinco de su silla, dejando un cuerno de unicornio a medio pintar sobre su escritorio, y se desploma en la cama junto a Eve. Las miro embobada; nunca dejará de extrañarme que sus caras sean perfectamente iguales.

Una vez, hojeando un reportaje fotográfico que había hecho papá en las cataratas del Niágara, vi la foto de una modelo recostada sobre una roca a lo Paulina Bonaparte. Debajo de su cuerpo escultural se extendía un enorme charco, probablemente creado por el agua que salpicaba desde las cataratas.

Me acuerdo que me escandalizaron dos cosas de esa foto: 1. que la mujer estaba completamente desnuda; 2. que había una copia de ella en el charco. Por entonces, estaba demasiado pequeña para entender el significado de "reflejo", así que le atribuía toda la culpa a la magia. Menuda tonta.

No sé porqué, pero mientras miro a Eve y Daisy tendidas en la misma posición y con la misma expresión en la cara, se me viene a la mente esa foto. Y, por consiguiente, también recuerdo que tengo que obligar a papá a darle una oportunidad a Jenna como fotógrafa.

-¡Ya las tengo!- grita exaltada Eve, rompiendo el encanto que me tenía embrujada-. Mira, Vi, son perfectas.

Eve pone su celular tan cerca de mi cara que casi choca con mi nariz, y yo, instintivamente, doy un respingo hacia atrás. Mis ojos me regalan la imagen de dos orejas de guepardo muy realistas, pegadas a un diadema negro. Las venden en Amazon por tan solo veinte dólares (por favor, noten la ironía).

Por lo menos, las orejas parecen de buena calidad. Han sido compradas dos mil veces, y los usuarios las han calificado con cuatro coma cinco estrellas.

Bufo, aburrida, y alejo el móvil de Eve con la mano que me queda libre. No entiendo como tanta gente pueda gastarse veinte dólares en unas estúpidas orejas que se podrían hacer cómodamente en casa con un viejo diadema y cartulina. Mi padre diría que esta es "una cosa de blancos", y que, por lo tanto, nunca la entenderé.

Simplemente VanesaWhere stories live. Discover now