Capítulo 27. La regla de las tres cosas

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Chris está loco.

Muy loco.

Pero probablemente yo estoy más loca que él.

Después de haberle relatado mi malévolo plan, se ha subido al sofá que tanto me gustaba y ha empezado a brincar encima de él dos o tres veces con los ojos fuera de las órbitas por la emoción, acabando de romper los resortes.

Si ese fue el efecto que le provocó mi plan, se puede decir que empezamos muy bien.

Luego de un primer momento de emoción descontrolada, nos ha agarrado de la muñeca a Jenna y a mí y nos ha (literalmente) arrastrado fuera del Rock n' Love, haciendo la vista gorda frente a las caras de evidente molestia de sus rehenes y fingiendo que no escuchaba los gritos de Jenna.

-¡Suéltame inmediatamente, Christian!- grita mi amiga, dándole golpecitos sobre los antebrazos a Chris como si fueran a detenerlo -. ¡Tengo que esperar al cambio de turno para dejar la cafetería! - y, al ver que su compañero de infancia no le hace ni puto caso: -Christian Montoya, TE ORDENO QUE ME SUELTES.

Creo que nunca escuché a Jenna chillar de esa forma, ni siquiera cuando queremos desahogarnos y gritamos "¡Que le den!" chocando nuestras tazas.

Me río, no sabiendo con exactitud si es porque Chris me ha contagiado con su exagerado nivel de entusiasmo o más bien por histeria (yo diría más por la segunda), y dejo que mi amigo me guíe hacia la parada de autobuses más cercana, marcada por un enorme cartel con los horarios del transporte.

-¿Adónde vamos?- pregunto entre risas, y Chris empieza a dar salititos como un niño pequeño al que acaban de regalarle una piruela multicolor.

-A hacernos un tatuaje- revela, sacudiendo mi muñeca de un lado al otro.

Mi mandíbula se cae casi en automático. En un rincón de mi mente empieza a pulsar una luz roja intermitente, que me pone en alerta. Mi guía práctica mental sobre las experiencias de vida es un panfleto de dos páginas que recita: NO.

Si me hiciera un tatuaje y mi padre lo descubriera, probablemente acabaría ahorcada y colgando de las ramas de un árbol.

En mis oídos retumba la bronca imaginaria que me haría mi padre cuando Juancho se lo contase (mi hermano tiene una particular afición para detectar las cosas que tengo ocultas y luego referirlas a mi papá como el maldito soplón que es), y ese escenario me asusta lo suficiente como para apartar la mano de Chris, que sigue jalándome hacia la parada de autobuses, y quedarme parada con cara muy seria.

Noto como la presión que ejercían los dedos de mi amigo sobre mi muñeca se desvanece, y de repente siento frío en el punto donde me estaba agarrando.

-Mi familia me mataría si hiciera algo así- susurro, con los ojos aún perdidos en mi macabra imaginación -. Vayan ustedes. Yo mejor doy un paseo para despejar la mente y luego regreso a casa.

-De eso nada- Chris niega con la cabeza dos veces y se apoya al palo con encima el cartel de los horarios -. Tenemos que celebrar de alguna manera el inicio de nuestro malévolo plan. ¡Muajajajaja!

Se ríe como los villanos de Marvel y se abalanza sobre mí en un intento de hacerme cosquillas, pero yo me aparto y él casi se cae de cara al suelo.

-¡Muajajajaja! - chillo yo también, viendo como mi amigo se tambalea y mueve los brazos hacia adelante y hacia atrás para estabilizarse -. Ahora fuera de bromas, chicos, mi padre se enfadaría un chingo si volviera a casa con un tatu.

-No tendrá porque saberlo- me recuerda Chris -. Puedes hacértelo en un lugar poco visible, como por ejemplo bajo las bubis, en las pompis o en el entre...

Simplemente VanesaWhere stories live. Discover now