Capítulo 48. Conversaciones con el espejo

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Hay que tener baja autoestima para que, al hacer algo, pienses que está mal aunque nadie te lo haya dicho.

Reflexiono sobre eso mientras doy vueltas frente al espejo de mi habitación, envuelta en mi disfraz casero.

¿Es un gato?

¿Es un zorro?

Realmente no se logra comprender. Aunque la idea inicial fuera muy precisa, el resultado ha sido pésimo.

Es un poco como cuando ordenas un vestido en Shein porque le queda genial a la modelo, pero luego te llega y descubres que te hace parecer un saco de papas. Más o menos la sensación es esa.

Cuando ya llevo más de veinte minutos enfrente del puñetero espejo, empiezo a creer que mi disfraz puede hablar; si no, no se explicarían los susurros que oigo muy cerca de mis oídos y que me repiten: "¡Eres fea! ¡Eres fea! ¡Eres fea!".

Además, en mi cabeza retumban las risas de Laia, Jana, Alvin y Lucas cuando verán mi disfraz esta mañana. No puedo dejar de pensar en qué dirán.

Por un momento, tengo la sensación de estar mirando mi cuerpo huesudo a través de los ojos de otra persona, que probablemente me odia y solo evidencia los defectos: las rayas que pinté sobre la máscara son chuecas, la falda blanca resalta la delgadez de mis piernas, el cinturón parece hecho por un niño y los pendientes que traigo dan cáncer visual.

Me quito la máscara, revelando mi cara, y no puedo evitar hacer una mueca de disgusto. Tengo ojeras de no haber dormido durante días, y de hecho es así. Últimamente me está costando mucho conciliar el sueño.

Estoy a punto de tirarlo todo a la basura cuando oigo la puerta de mi habitación abrirse y alguien lanza algo húmedo y asqueroso sobre mi mejilla.

-¡Sonríe a la cámara, hermanita!- grita Juancho, brincando por todas partes y pegando su móvil a mi cara.

El flash de la cámara me hace entrecerrar los ojos y dar un respingo hacia atrás.

-¡Juancho!- ladro, quitándome de la mejilla una rodaja de queso viscoso-. Ven aquí, ¡Hijo de la chingada!

Intento quitarle el móvil de las manos, pero él tiene mejores reflejos que yo y me esquiva fácilmente.

-Hasthag hermana enojada- dice, sacándome la lengua y grabándome desde el otro lado de la habitación-. Hashtag broma a la enana apestosa.

-¡Que no apesto!

Creo que voy a matar a Juancho mientras corro tras de él escaleras abajo.

Siempre fue más rápido que yo; cuando vivíamos en Arizona en una casa con un patio trasero enorme sumergido en el desierto, mi hermano me desafiaba a un juego de carreras. Obviamente, gracias a sus largas piernas secas y los empujones que me daba, ganaba siempre.

Bueno, tampoco es que yo sea muy atlética. El único tipo de ejercicio que hago es bajar las escaleras e ir desde la cocina hasta la habitación con un paquete de palomitas gigante entre los brazos. Mi odio por los deportes no me permite mucho más.

-¿Chicos? ¿Qué pasa?- pregunta mi padre cuando Juancho y yo llegamos a la cocina y empezamos a correr en círculo alrededor de la mesa.

Tengo el aliento entrecortado y casi tropiezo con la larga falda de mi disfraz, pero igual no me voy a detener hasta haber agarrado al pendejo de mi hermano. Palabra mía.

-Juancho me graba para esas mierdas de YouTube- digo entre jadeos.

Miro fijamente el móvil de mi hermano e intento agarrarlo otra vez, pero él parece saber todo lo que voy a hacer y lo aparta. Me miro las manos, vacías, mientras Juancho me saca la lengua.

-Es Tik Tok, tarada. YouTube ya no lo ve nadie.

-Pero, ¿Qué dices?- pregunta mi padre, cruzándose de brazos-. Yo lo utilizo para ver los vídeos de Capa Invisible sobre lo que no sabemos de Harry Potter.

En otras circunstancias el comentario de papá me hubiera hecho gracia, pero ahora solo se pierde entre mis gritos enfurecidos y sonidos guturales.

Después de varios minutos de lucha desenfrenada, logro agarrar la playera de Juancho y tiro de ella para bloquearlo. Mi hermano, sin embargo, se zafa de mi agarre rápidamente y pulsa algo en el móvil antes de que pueda volver al ataque.

-¡Listo!- grita, poniéndose el celular en el bolsillo de los jeans-. He publicado tu vídeo en mi cuenta. Vamos a ver si me haces famoso, hermanita.

Pero, ¿Qué pedo?

¿Por qué todos se creen que se volverán virales si ponen mi cara en una estúpida plataforma capitalista?

Me dejo caer en una silla, rendida, y agarro una manzana de la canasta de fruta que papá no renueva desde hace días.

Digamos que nuestra alimentación se basa principalmente en comida mexicana y pizza congelada. Ocasionalmente, en helado y donas. Casi nunca en verduras. Si nos viera un nutricionista, probablemente nos denunciaría por abuso de salsas hipercalóricas y Coca Cola enlatada.

-¿Adónde vas así vestida?- me pregunta papá, poniendo un bol de huevos revueltos sobre la mesa. Sus desayunos son siempre una revelación, pero no me quejo; por lo menos, ya no comemos tacos al pastor en cada comida.

-Estamos en la semana de Homecoming- le recuerdo, dándole un mordisco profundo a mi manzana, -Y hoy es lunes de animales.

Juancho hace un pedo con la boca y se agarra las tripas mientras es poseído por una carcajada. Lo incinero con la mirada y pienso que quedaría muy bonito con una cuerda apretada alrededor del cuello.

-¿Y tú qué animal serías?- se burla, mirándome de arriba a abajo-. ¿Un gato al que le acaban de castrar?

-¡Juan Camilo!- papá voltea hacia nosotros y apunta a Juancho con su espátula-. No le vuelvas a hablar así a tu hermana, incluso si lo que dices es verdad.

Si no estuviera tan cansada después de correr, probablemente apuñalaría a papá en el estómago por esa broma, pero solo lo ignoro como el clima un día de lluvia que no tengo paraguas.

Termino la manzana y me levanto muy a mi pesar de la mesa.

-Eh, ¿Adónde vas tan deprisa?- mi padre se lleva las manos a las caderas y me mira con el ceño fruncido mientras salgo de la cocina.

A vengarme de mi profe de mates con la revista que le confiscaste a Juancho, pienso, pero me limito a gritar desde el vestíbulo: -¡A la escuela, obviamente!

Papá duda un segundo.

-Pero, ¡Si tan solo son las siete!

-¿Y qué? ¿Me vas a castigar solo porque quiero llegar puntual?

Mi padre se asoma por la puerta de la cocina y me sonríe. Parece mucho menos estresado que ayer por la noche. Quizás inclusive hizo las paces con Juancho.

-Nos vemos a la hora del almuerzo, entonces.

Intenta darme un beso en la mejilla, pero yo me aparto.

-Me vas a arruinar todo el maquillaje, pa'.

Él se encoge de hombros.

-No es un problema. Tanto no se entiende de qué vas vestida.

Simplemente VanesaWhere stories live. Discover now