Capítulo 24. El efecto mariposa

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¿Alguna vez han escuchado hablar sobre el efecto mariposa?

Según un proverbio chino, "el aleteo de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo". Eso quiere decir que, por ejemplo, el aleteo de un insecto en Hong Kong puede desencadenar una tempestad en Nueva York.

Para mí, sin embargo, asume un significado diferente; el efecto mariposa es la prueba científica de que todo lo que hacemos tiene una consecuencias a corto o largo plazo, y que inclusive la más mínima variación en nuestra vida podría cambiar radicalmente nuestro futuro por motivos inexplicables.

Pienso en qué consecuencias tendrá el acabar de tirarme a la enorme piscina de la escuela completamente vestida y agarrada de la mano de Ty sobre mi futuro, mientras el agua impregnada de cloro me entra por las narices y por la boca.

Tal vez acabo de provocar uno tsunami en Japón, reflexiono, o tal vez he apenas drenado el lago de Ginebra. Sea como sea, nunca nadie vendrá a saber que es culpa de la mía imprudencia.

Siento como la gravedad tira de mí hacia fondo de la piscina, y abro los ojos fugazmente para vislumbrar la marea de fluido que tengo encima. La luz que entra por los ventanales del lugar se refleja en rayos sobre el agua cristalina, haciénola resplandecer como un diamante.

Me hundo un poco más, moviendo las manos perezosamente a mi alrededor y creando pequeñas olas. El agua que me envuelve es tan transparente que siento como si estuviera sumergida en vidrio liquido. Es una sensación fantástica.

Cuando siento que se me acaba el aire, empujo con los pies hacia arriba hasta la superficie, y saco de una vez mi cabeza del agua.

Jadeo, intentando recobrar el aliento, y me miro alrededor para ver dónde se ha metido Ty.

No lo encuentro por ningún lado. Sigo pateando con los pies mientras me froto los ojos con las manos, y vuelvo a echarle un vistazo a la piscina. Nada de nada.

¿Cómo es posible?

Estoy segura de haberlo visto hundirse en el agua conmigo cuando, hace tan solo unos pocos minutos, entramos corriendo a este lugar y nos aventamos a la piscina como dos locos, sin ni siquiera quitarnos las prendas. Mejor así, de un lado, porque si no hubiera sido muy incómodo y no tan impulsivo.

Me estoy haciendo a la idea de que Ty me ha abandonada en el medio de la piscina del colegio cuando, sin previo aviso, siento como unas manos atoradas a mis tobillos me jalan hacia abajo, y de repente me encuentro otra vez bajo el agua. Abro los ojos y veo a Ty frente a mí, sus labios contraídos en una sonrisa emocionada y su pelo del color del ébano flotando hacia arriba. Le sonrío de vuelta y, juntos, nos empujamos hacia la superficie.

-¡Chirriones!- suelta él, sacudiendo la cabeza como un perro para librarse de las gotas que le cuelgan del pelo. Creo que no le escucharé decir ni una palabrota en toda su vida.

-¡Para ya, cretino! ¡Me estás salpicando toda! - grito, girándome hacia las tribunas vacías para que no me entre más agua en los ojos.

-Ay, Vanesita, perdón que te sal-pique- bromea Ty, haciendo referencia a la nueva canción de Shakira y chasqueando la lengua como hace la cantante. Luego se me acerca por detrás y me abraza la espalda, cerrando sus manos sobre mi pecho. Dios, quiero vivir este momento para siempre.

Ty mueve sus manos por debajo de mis axilas, haciéndome cosquillas, pero mi cara no se inmuta. Me giro hacia él con una sonrisa burlona, y veo exactamente lo que me esperaba ver: su rostro muy decepcionado.

-¿No sientes cosquillas? - pregunta, asombrado, y yo me empiezo a reír a carcajadas.

-Pues no- admito, apartándole unos mechones de pelo mojados de la cara-. Siento decepcionarte, bebé.

-No pasa nada, bebé- me imita él, y lo hace tan penosamente que me hace gracia.

Antes de que pueda decir algo más, la campanita suena, y nos quedamos petrificados en el agua.

-Es hora del almuerzo- me recuerda Ty, apartándose de mí y nadando hacia el borde de la piscina.

Ahora que su piel ya no roza la mía, siento mucho frío. Salgo de la piscina algo decepcionada, porque me hubiera gustado permanecer más adentro, y exprimo mi ropa para sacarle las gotas de agua que quedaron.

-Vete a los vestuarios a secarte- sugiere Ty, quitándose la chaqueta y permaneciendo en camisa-. Tienes los labios morados por el frío.

No dudo que sea cierto. Me encuentro a mí misma temblando mientras asiento con la cabeza y desaparezco en los vestuarios de chicas. Paso cuarenta minutos pasándome el secador por la ropa, y, cuando por fin termino y alcanzo a Ty en el pasillo, todavía no tengo los pantalones del todo secos. Mi toalla higiénica está completamente empapada, y se mueve de un lado al otro en mis bragas emitiendo un fastidioso swoosh swoosh. Me la tendré que cambiar en cuanto recupere mi mochila si no quiero agarrar alguna infección.

Ty no deja de intentar hacerme cosquillas mientas caminamos el uno al lado de la otra: no le cabe en la cabeza que exista alguien en el mundo que no empiece a convulsionar como loco cuando le rascan por debajo del mentón.

Me siento aliviada de que, a pesar del ataque de pánico, mi boca sepa aún cómo sonreír. De hecho, estoy sonriendo mientras reflexiono sobre unas cuantas cosas; estoy muy acostumbrada a pensar que sola estoy mejor y que me basto a mi misma, pero Ty me está haciendo replantear mi filosofía de vida entera. Tal vez tendría que ser un poco menos estricta en mis convicciones y pedirle ayuda a alguien confiado sin sentir pena o vergüenza cuando lo necesite.

-¡Para, pesado!- le grito de vez en cuando a Ty para que deje de rascarme las axilas sin ningún resultado, pero, en realidad, no pienso que sea pesado: es simplemente maravilloso.

Cuando pasamos frente al aula vacía de mates, observo como mi acompañante me dirige una ojeada fugaz y su mandíbula se tensa. Sin embargo, yo hago como si no me diera cuenta; mi mente está en otro lado, pensando en qué consecuencias tendría sobre el mundo si besara a Ty en los labios ahora mismo.

Tal vez se caería el Empire State Building, o, peor aún, se desmoronaría el Coliseo: quizás alguien muy loco y sin nada que perder haría una matanza. No lo sé con precisión, pero algo grande e irreparable tendría que pasar. Sería un evento demasiado absurdo como para no haber consecuencias graves.

Superamos el aula de mates lo más rápidamente posible, y, cuando volteo hacia el baño de chicas al otro lado de los casilleros, veo el bolso rosa chillón de Laia tirado cerca del lavabo: significa que la chica que me acaba de dejar en ridículo frente a mí clase de matemáticas está en uno de los cubículos.

Aprieto fuerte los puños hasta clavarme las uñas muy hondo en la carne, pero, por una vez en mi vida, decido alejar los pensamientos tóxicos de mi cabeza y pensar (dentro de lo que cabe) positivo; si no hubiera sido por Laia, yo nunca hubiera conocido a Ty, o más bien, nunca lo hubiera conocido de esa forma tan íntima. Esto es lo maravilloso y al mismo tiempo espantoso del efecto mariposa: todo afecta a todo.

Simplemente VanesaWhere stories live. Discover now