21 de abril, 2022

13 4 0
                                    

Estamos en mesas distintas, pero caminaste hacia mí, con una sonrisa tan brillante, con una intención tan dudosa. Aquella voz tan engañosa, “quiero pedirte disculpas por todo lo que ha pasado en los últimos meses, no sé qué me ha ocurrido, tú me conoces”. Tomaste aquella mano y la apretaste fuerte, “¡mírame!, ¿puedes voltear a verme un maldito segundo?, cariño, he venido a disculparme”. Tus ojos parecían decir la verdad, pero no quería verlos, me daba miedo pensar que estabas siendo sincero, “he sido un idiota, por favor, empezaremos de nuevo, seré alguien nuevo, haré lo que me pidas”. Acariciaste mi mejilla y dejaste un poco de desesperación y presión en ella, “podemos ir a casa, hablar sobre esto, sabes que te necesito, sabes que no soy nada sin ti, anda, regresa conmigo”.

Aproximadamente 26 minutos y estábamos dentro de la misma casa, sobre la misma cama, besando los labios del otro, preguntándome si la conversación fue real, si tomaste mis silencios como respuestas o esperaste a que mi debilidad hablara.

Recuerdas este día, yo sé que lo recuerdas.

Los poetas malditos nunca mueren IVWhere stories live. Discover now