30. Sueños y Libertad

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El cementerio estaba lleno de velas blancas. Algunas descansaban en la hierba junto a las lápidas, mientras que otras, en votivas de cristal, flotaban sobre las tumbas, a unos metros de altura. Perplejo por cómo había llegado hasta allí, Draco miró a su alrededor, esperando encontrar alguna pista. Tenía exactamente el mismo aspecto que el día en que habían enterrado a su abuela, con una sola diferencia: aquel día había habido dolientes... muchos.

La vida era algo que había que celebrar. La muerte, como conclusión de la vida, era honrada. Así hacían las cosas todos los sangre pura conocidos de los Malfoy. La difunta abuela de Draco, Linnaea Malfoy, había sido una buena mujer. Por lo tanto, muchos habían asistido a su funeral.

Aquí, sin embargo, solo había un pequeño grupo de dolientes, todos apiñados junto a dos tumbas abiertas. La curiosidad le ganó, y Draco se acercó a la pequeña reunión de siluetas negras, ignorando las miradas altivas de sus rostros irreconocibles. Sus ojos parpadearon hacia las lápidas.

La primera era de su padre y la segunda, de su madre.

Horrorizado, observó cómo la tierra fresca se introducía mágicamente en los agujeros del suelo, ocultando los dos ataúdes. Tal vez se equivocara, pero no sabía si se sentía triste por su desaparición o aliviado.

Las tradiciones deben mantenerse, Draco, le susurró una voz al oído. Era imposible saber cuál de las figuras cercanas había emitido aquel recordatorio.

No podemos permitir que los sangre pura se extingan, dijo otro. ¿Qué sería de la humanidad de los magos si no quedara pureza en ella?

Se extinguiría, dijo un tercero, con convicción.

Las voces de otras personas sin rostro empezaron a acercarse a él, una confusión de formas oscuras, capas que se agitaban y botas que se arrastraban. Draco se encontró de pronto rodeado.

Depende de ti continuar con nuestras tradiciones, Draco.

¡Estaremos vigilando para asegurarnos de que cumplas, Malfoy!

Con un grito ahogado y un estremecimiento, Draco se sentó en la cama. Podía oír a Macmillan roncando como un bulldog dos camas más allá, mientras que Zabini emitía algún que otro gruñido somnoliento. Rivers estaba completamente callado, pero siempre lo estaba.

Con el corazón martilleando a una cadencia elevada, Draco hizo todo lo posible por calmarse estabilizando la respiración. Descorrió las cortinas de la cama y miró el reloj de la mesilla. Eran las 3:09.

Algo más de cinco horas, registró mentalmente con un suave suspiro de alivio. Era lo máximo que había dormido de un tirón en los últimos cuatro días. La ansiedad lo había atormentado desde sexto año, y el insomnio se había instalado el año siguiente. Ambas cosas se habían agravado con el incidente del mandala con Granger.

Como el encendido de una llama tartamuda en una lámpara de gas, Draco se despertó. La pesadilla había arruinado cualquier esperanza de dormir más esa mañana, pero había llegado a esperar sucesos de esa naturaleza. Tendría que conformarse con cinco horas.

Flexionó los dedos agarrotados para que volvieran a funcionar correctamente y empezó a tener ganas de fumarse un cigarrillo. Como aún era pronto para desayunar, se peinó y se vistió. Bajó las escaleras y se asomó al balcón del quinto piso, en la base de la torre de Ravenclaw.

Ese primer cigarrillo, después de la pesadilla que acababa de tener, le vino irónicamente como una bocanada de aire puro.

La fresca mañana de noviembre le mordía las mejillas y le hacía desear un rato en el campo de Quidditch. Había llevado su escoba al colegio, con la esperanza de recuperar su puesto de buscador en el equipo de Quidditch de Slytherin para su último año. Pero, cuando inesperadamente lo habían reseleccionado para Ravenclaw, no se había molestado en probar suerte en el equipo. Draco sabía muy bien lo que la mayoría de los que no eran Slytherin pensaban de su familia.

The Eagle's Nest - Dramione (Traducción)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant