44. Sé que le quieres

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Con las manos en los bolsillos de su abrigo transfigurado, Draco aminoró el paso hasta detenerse junto a un callejón a una o dos manzanas del Caldero Chorreante. Hermione estuvo a punto de chocar con él en su falta de atención mecánica, ya que estaba demasiado ocupada admirando su aspecto con el abrigo negro y las gafas de montura de cuerno.

—¿Conoces el henge de Avebury?, —preguntó.

Ella asintió, deteniéndose a su lado. Sus pensamientos estaban esparcidos en pedazos, como el extremo deshilachado de una cuerda.

—Te veré allí el día de San Esteban... a mediodía, si te viene bien.

—Sí, pero creía que planeábamos vernos en tu casa, —se apañó para decir.

—Hay protecciones anti-aparición en la mansión por culpa de mi padre, —explicó—. Pensé que sería mejor entrar en los terrenos desde el exterior. Te da tiempo a dar la vuelta si cambias de opinión.

—¿Cambiar de opinión?, —repitió sorprendida.

—Sí, —arqueó una ceja pálida hacia ella—. No soy un tirano, ¿sabes? Si decides reunirte conmigo dentro de una semana, será porque quieres, no porque te hayan obligado.

Hermione no sabía qué responder a eso, pero al parecer Draco no había planeado esperar una respuesta porque ya estaba entrando en el callejón para aparecerse.

—¿Draco? —Después de su confesión en el almuerzo, Hermione se sentía dispersa y apagada, con un dolor en el pecho que no podía expresar con palabras. Por desgracia, él había malinterpretado su silencio como desaprobación y la había tratado con educada frialdad durante el resto de la comida.

Al oír sus palabras, levantó la vista, esperando a que ella dijera o hiciera algo. Su expresión era casi de aburrimiento.

—¿Sí, Granger?

Se le encogió el corazón al volver a utilizar su apellido y, de repente, sintió que lo que realmente le vendría bien en aquel momento era un buen llanto. ¿Qué me pasa? ¡Despierta, Hermione!

—Feliz Navidad, —le susurró, acercándose tímidamente y dándole un beso en la mejilla.

Las comisuras de sus labios se curvaron ligeramente en una sonrisa que no lo era tanto, y él devolvió el gesto, perdiendo parte de su frialdad al acercar sus suaves labios a la mejilla de ella.

—Feliz Navidad, —respondió. Luego desapareció, dejándola sola en un callejón del Londres muggle.

.

.

Estaba apoyada en una ornamentada balaustrada de piedra que daba a unos amplios jardines. Nevaba, pero aunque llevaba un vestido sin mangas, no tenía frío.

¿Hermione?

Se giró y Draco se dirigía hacia ella a grandes zancadas, vestido con un traje perfectamente entallado. Parecía sacado de un catálogo de Brooks Brothers.

En lugar de acercarse a ella como solía hacer, como si fuera un animal asustadizo que pudiera huir si se movía demasiado deprisa, se acercó directamente y la estrechó entre sus brazos.

Debes de tener frío.

Estoy bien, insistió ella, sonriéndole.

¿No quieres entrar? No quiero que pesques un resfriado.

Está bien.

Cogiéndole de la mano, se dejó conducir hacia las innumerables puertas francesas del lado opuesto del amplio balcón...

Cuando Hermione despertó a la mañana siguiente no recordaba gran cosa del sueño, y cuanto más intentaba aferrarse a los zarcillos de la memoria, más se le escapaban de las manos hasta desaparecer por completo. Sin embargo, el sentimiento que había detrás permanecía, y aunque no pudiera recordar los detalles, eso la asustaba.

The Eagle's Nest - Dramione (Traducción)Where stories live. Discover now