La primera cita y el primer beso no siempre van de la mano

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No era de esas personas que se preguntan cómo iba a ser su primera cita. Si sería en un restaurante, tal vez en el parque... No, todo eso me daba igual. No pensaba en el chico perfecto ni en la cita perfecta, ni el encuentro perfecto. Así que cuando Ezra me dijo que iría por mí para ir al cine, inmediatamente le dije que lo mejor sería encontrarnos en un lugar cerca de ahí. Él aceptó sin poner un pero. Darle mi dirección cuando lo único que sabía de él era su nombre (y que era guapo, mucho más que yo) me había parecido demasiado precipitado.
— ¿Así te vas a ir?—preguntó mi hermana con una mirada de horror.
—Sí, ¿por?—dije. Me había tomado cerca de dos horas vestirme y que me dijera eso me ponía de nervios. Después de todo, ella era la experta en eso de las citas.
—Por nada— y volvió a poner atención al programa que estaba viendo en el televisor.
Por si las dudas me volví a mirar en el espejo... No. Todo estaba bien, o eso creía: pantalón de mezclilla, blusa rosa, botas color hueso con detalles a cuadros en la parte superior de éstas, un suéter largo color negro. Bolso: café a cuadros (el único que tenía). Todo estaba bien si no contábamos a mi cabello. Suspiré al verme, no era fea pero nunca me había considerado muy bonita. No es que tenga baja autoestima pero así son las cosas; los chicos no me invitaban a salir o me decían linda, ni siquiera tenía amigos, tan solo un par. Me amaba a mí misma pero también era realista. Mis ojos eran café, a veces se veían un poco más claros (si te acercabas demasiado a mi rostro), mi cabello era un desastre: castaño oscuro que no se definía, unos días era ondulado, a veces rizado, algunos lacio-ondulado, pero si algo tenía claro era que nunca se comportaba. Mi cuerpo era otro caso, no estaba incómoda con él; era normal, no era corpulenta pero tampoco excesivamente delgada. Y mi estatura era promedio. Así era y no tenía ningún interés en cambiar.
— ¿Y va a venir por ti?— escuché que mi hermana preguntaba desde la cocina.
— No, le dije que me encontrara en la cafetería que está cerca del cine.
— Qué rara eres. ¿Por qué no quieres que venga a recogerte?
— No es de tu incumbencia—respondí mordazmente. La verdad es que ya me estaba cansando de sus críticas.
— Uf, tranquila—dijo, haciendo un gesto de sorpresa—. Solo era una pregunta.
Puse mis ojos en blanco. No me llevaba mal con Isabella (mi hermana), pero ella había terminado la relación de un año que tenía con su novio y estaba un poco voluble estoy días. Y como yo siempre estaba en casa, me tocaba aguantar sus cambios de humor. Le afectaba casi todo, sin embargo ver a la hermana menor que nunca tenía citas saliendo con alguien, era algo deprimiría a cualquiera.
—Me voy. Le dices a mamá que regreso luego—dije tomando las llaves.
— ¿Sabe siquiera que vas a salir?
—Claro. Nos vemos—me despedí. No le había dicho a mi madre con quién iba a salir y tampoco le dije a qué hora iba a volver, estaba de suerte, pues no estaba en casa y no tenía que decirle nada. De todos modos no salía a menudo, que lo hiciera una vez no era merecedor de un castigo, ¿o sí?
Salí de mi casa y me encaminé hacia la parada a esperar el autobús. Estaba empezando a preguntarme si debía tomar un taxi cuando sentí que unas manos me cubrían los ojos al tiempo que una voz decía en mi oído: — ¿Quién soy?—y sonreí al escuchar esa voz.
—Nicolás— respondí. Me soltó y se sitúo a mi lado sonriendo, como siempre.
— Hola, ¿qué haces aquí?—preguntó.
— ¿No es obvio? Estoy esperando al autobús.
—Lo noté pero, ¿no crees que es muy tarde para salir? Ya está anocheciendo.
—Sí pero tengo una cita—dije con una gran sonrisa. Como no contestaba volteé a verlo— ¿Qué?
— Nunca has ido a una cita, me parece. ¿Sabe tu mamá que vas a salir con un chico?—Lo vi con culpabilidad y él se rió. —De verdad, tu madre debería darte un celular por lo menos.
— ¿Y tú cómo sabes que no tengo celular?
— Por favor, Emma, soy yo. Te conozco y sé que nunca te han gustado esos aparatos; cuando te preguntan siempre dices: "Si quieren hablar conmigo, tiene que ser en persona", "Son inútiles" y mi favorita, "Siento que me quieren tener controlada". Cosas como esas.
— ¡Pero es cierto! Si tú lo vieras del modo en...— me interrumpí al ver que se acercaba mi autobús— Oh, mi ruta. ¿Te vas en esta?
— No, iré a buscar a mi hermano. Salió hace horas y no ha vuelto— puso los ojos en blanco y me sonrió. Yo hice una mueca y asentí, comprendiendo. Él esperó hasta que el autobús se detuvo. Me despedí con último gesto de mano y subí.
***
Al llegar a la cafetería busqué a Ezra y lo hallé sentado en una mesa situada en la esquina. Iba vestido de pantalones de mezclilla, camisa de franela roja a cuadros con las mangas remangadas y converse rojos, leyendo un libro viejo. Cuando lo vi entré en pánico. ¿Y si no le gustaba? La primera vez que nos vimos fue sólo un momento y la segunda era de noche. No podía culparlo si cambiaba de parecer. O sea, a mí me había pasado una infinidad de veces. Quizá lo mejor sería que simplemente no apareciera. Él no tenía mi número y nunca lo volvería a ver. Tampoco es como si fuese una gran humillación para él; tenía un libro en la mano, seguro que nadie lo vería con pena.
Retrocedí poco a poco, con la vista puesta en él, guardando su imagen en mi memoria para poder detallarles su aspecto a mis amigas... Entonces me vio y ya no pude hacer nada, no podía moverme. Su mirada era tan intensa que atravesaba todo el local, desde donde estaba sentado hasta llegar a mí, que estaba parada en la entrada. Como hipnotizada por aquellos ojos color caramelo, comencé a caminar y él se levantó, puso el libro en la mesa y, a paso lento, se acercó a mí.
—Viniste—dijo a modo de saludo y sonó tan sorprendido que me hizo sonreír y a él sonrojarse—. Es sólo que me imaginé que no vendrías.
— ¿Por qué dices eso?
— Porque no querías que pasara por ti. Yo pensé que, quizás, me dejarías plantado.
— Sigo sin entender.
— No quisiera sonar como un presumido o algo así pero cada vez que tengo citas yo paso por mis acompañantes hasta su casa.
— ¿De verdad?— solté entre risas.
Ezra sonrió abiertamente y se quedó viéndome por un momento. Luego cerró los ojos por un milisegundo y dijo:
— ¿Por qué la risa?—preguntó—. Y no es que me moleste, por supuesto que no. ¿Por qué me habría de molestar tu risa? Tienes una risa hermosa... Contagiosa. De esas que pueden hacer reír a más personas sin que sepan la razón de ella pero, bueno, no dije nada gracioso.
Había hablado de corrido y estaba todo sonrojado. Se notaba que no había querido decir eso, que se le había salido. Y me gustó. Me gustó mucho.
— Ah, tú sabes. "Acompañante" no es una palabra que se designe a tus novias, ¿así las llamas a todas?
— No, en realidad. Pero me pareció adecuada en el momento, ahora comienzo a sospechar que tal vez no fue lo más acertado—se rascó la parte trasera de su cabeza y bajó la mirada incómodo.
— Oh, discúlpame, no quise burlarme de ti. Ve el lado positivo: me hiciste reír. Así podrás fanfarronear con tus amigos que eres un experto en chicas aunque la razón por la que me hayas hecho reír sea por la forma en la que hablas, con todas tus palabras pomposas. Seguro que el libro que leías era en realidad un diccionario.
Cuando acabé de hablar lo vi a los ojos y había un brillo de sorpresa y diversión en ellos.
—Está bien. Si no tienes más... opiniones sobre mi forma de hablar, podemos irnos si quieres.
Por un momento creí haberlo molestado. Pero la sonrisa que trataba de reprimir me contradijo.
***
Nunca había estado en una cita o algo que se le pareciera. Siempre éramos mis amigas y yo, a veces también algunos amigos. Lo de tener novios no era lo mío y aunque había dicho que nunca me invitaban a salir, eso no era del todo cierto. Había recibido propuestas (una, dos como mucho) a lo largo de mis dieciséis años pero siempre las rechazaba. La palabra novio no formaba parte de mi vocabulario. Sentía que si lo tenía iba a tener que rendir cuentas a alguien y esa no era yo; por esa razón nunca había tenido novio. Los que me conocían podrían decir que era una persona fría e insensible y tal vez fuera verdad, aunque no siempre fue así. Mi forma de pensar y actuar cambió cuando estaba en tercero de secundaria, pero eso ya había quedado atrás y formaba parte de mi pasado. Lo que tenía que hacer en ese momento era concentrarme en iniciar una conversación pues ya estábamos en la avenida principal y no lo había notado. Pude distinguir la calle donde vivía una de mis amigas y estaba a punto de decirlo en voz alta cuando me detuve abruptamente.
— ¿Qué pasa?— preguntó Ezra.
— ¿Hacia dónde nos dirigimos?— pregunté
—Al cine, ¿no?— contestó extrañado.
— Entonces, ¿por qué vamos en la dirección contraria?
— ¿Qué? No, ya estamos a...—miró a su alrededor y soltó una carcajada—. ¿Cómo sucedió esto?
—No tengo idea—dije divertida.
—Viendo la hora, la función ya ha empezado y no alcanzaremos a llegar así que, ¿qué quieres hacer?
—Caminar.
— ¿Caminar?
—Sí. Si caminamos podemos disfrutar de esta noche, nos vendrá bien y podremos platicar.
—Está bien, caminemos.
Caminamos por mucho tiempo y a la vez me pareció que el tiempo no pasaba en lo absoluto. Hablamos de él mayormente; tenía diecisiete (a unos pocos meses de los dieciocho) y me dijo que quería estudiar ingeniería ambiental. Como es natural, quedé impresionada por aquella forma de tener planeado su futuro y tanta pasión en sus palabras. Hablaba de todas las cosas que quería llegar a hacer cuando estuviese trabajando. No había conocido a nadie que tuviera luz propia, de esas personas que te llenan cuando estás con ellas, que crees posible todo lo que sale de sus labios. Así era él. No podía creer que él hubiese escogido a alguien tan sínica como yo; a alguien que le importaba muy poco lo que el mundo tenía por ofrecer, mis aspiraciones se basaban en comprar el set de Harry Potter y él... bueno, él parecía de otro mundo. Y tal vez lo era, tal vez él vivía en un mundo utópico en donde todas sus visiones podían hacerse realidad. Que no éramos iguales, eso lo noté al instante; que fuéramos tan distintos, eso me quedó bastante claro esa noche. Pero no importaba, nada importaba cuando él hablaba tan seguro de que las cosas iban a pasar exactamente cómo las tenía planeadas.
Me contó que la gustaba leer, que era aficionado a los poemas y tenía un estante con libros viejos, nuevos, de la biblioteca, de sus abuelos, de sus tíos y demás. Había viajado mucho, no quiso especificar lugares. Cuando preguntaba de mí, contestaba monosilábicamente o con respuestas cortas, siempre tratando de desviar la conversación hacia él. En parte porque me tenía fascinada con sus historias y en parte porque no me gustaba hablar de mí. Le conté lo esencial; que tenía dieciséis, era mi segundo año de preparatoria, de mi hermana y que me gustaba leer; una cosa en lo que nos parecíamos. Era cuestión de estadísticas.
— Oye, se está haciendo tarde, tengo que irme—dije, interrumpiendo mi historia.
Su sonrisa se desvaneció por un momento pero regresó casi un segundo después y asintió.
— Ah, está bien. ¿Te llevo?­
— No, gracias—vi como la decepción cruzaba por sus ojos—. Pero si quieres puedes acompañarme a mi parada.
—Por supuesto. Faltaba más—dijo, ofreciéndome su brazo para caminar. Me mordí el labio inferior y, sin dudarlo, lo tomé.
***
Cuando llegué a casa, la mayoría de las luces de mis vecinos estaban apagadas y daba un aspecto desierto en la calle. Vivía en una calle cerrada con diecisiete casas y cuatro farolas, de las cuales sólo dos funcionaban. Vi a una figura recargada en una de ellas y me detuve. ¿Era un ladrón? ¿Secuestrador? Nunca había habido ningún incidente en mi calle pero siempre había una primera vez para todo. Quizá ese movimiento repentino fue lo que hizo que aquella persona volteara a verme y cuando lo hizo, me tensé inmediatamente. No se trataba de ningún ladrón ni de un secuestrador; era peor.
—Es noche para que una señorita ande sola por las calles—indicó la ya no tan misteriosa figura.
Seguí caminando hacia mi casa y lo pasé. Y cómo no, él me siguió.
—Primero: no eres mi madre. Segundo: nunca lo hago. Y tercero: Eres la última persona que tiene derecho a darme sermones puesto que tú haces lo mismo.
Sacó las manos de sus bolsillos y las levantó en señal de rendición.
—Tranquila, yo sólo señalo un punto—dijo
—Sí, lo que sea. Linda charla, buenas noches—me despedí. No podía ni quería pasar un segundo más en su compañía.
—Espera, Emma. ¿De dónde vienes?—dijo posicionándose delante de mi puerta.
— ¿Y eso a ti qué te importa?
—Oye, deja de ser tan grosera. Soy un vecino preocupado por el bienestar de mi vecina—sus palabras podían sonar preocupadas, pero sabía que estaba sonriendo con burla. Sentí que se acercaba más a mí y retrocedí— ¿Qué? ¿Te doy miedo?
—Quisieras—respondí rápidamente—. Yo podría preguntarte lo mismo. Tu hermano me dijo que iba a buscarte, y eso fue hace horas. Una de dos: o te fue a buscar y no te encontró, o te encontró y llevas horas esperando mi llegada—esperé a que retrocediera ante mis palabras pero lo único que logré es que sonriera de lado y se acercara aún más.
—Te agradezco tu preocupación pero no es necesaria. Mi hermanito fue a buscarme a los lugares en los que esperaba que estuviera y no estaba. Fin de la historia. No tiene mucho que llegué. Y para tu decepción, no, no estaba esperándote—con su cabeza, hizo un gesto hacia la calle—. Unos amigos no tardan en recogerme.
Lo miré detenidamente. Chaqueta negra, playera blanca, pantalones negros, listo para salir con sus amigos vagos.
— ¿Qué te pasó?—susurré.
Si mis palabras "intimidantes" no ayudaban para hacer retroceder a José, usar la verdad sería una buena alternativa porque cuando escuchó mi pregunta retrocedió y me miró con frialdad.
—No salgas de noche—fue lo único que dijo antes de que un convertible se detuviera en la esquina de la calle y pitara como si fuera medio día. Con una última mirada en mi dirección, José subió en el auto y saludo a sus amigos que tenían la misma palabra grabada en su cara que José en la suya: problemas.
***
—Hola, Emma ¿Dónde estabas?—preguntó mi madre. Estaba en pijama cobijada con una manta y un café entre las manos.
—Te dije que iba a salir, ¿no?—. Mamá dirigió su mirada hacia sus manos, pensando. Sabía que no se acordaba si le pedí permiso o no, así que solo asintió. Pasé por su lado y le di un beso en la mejilla—. No me regañes por la hora. El autobús tardó en pasar. Pero ya llegué; no pasa nada—dije subiendo las escaleras en dirección a mi habitación.
Cuando llegué a mi recamara, me quité la ropa y me puse un camisón viejo por pijama. Tomé el libro favorito de mi infancia, apagué las luces y prendí mi lámpara para leer, y me metí en mi cama. Al abrir el libro, cayó una foto y la contemplé. Éramos Nicolás, José y yo de niños. Cuando Nicolás y José vestían igual. No podía creer que fueran gemelos, ahora eran tan distintos. Hacía muchos años, los tres éramos muy amigos, ellos me llevaban dos años pero eso no afectaba nuestra amistad, en realidad, éramos inseparables.
Nuestra amistad empezó a deteriorarse cuando ellos comenzaron la preparatoria. Nicolás iba a concursos de aprendizaje y José iba a la oficina del director. Pero eso no importaba porque cuando llegaban a casa me iban a visitar y me ayudaban a estudiar o a recoger la casa (si es que mi madre no me dejaba salir por hacer los quehaceres) o simplemente a platicar. Yo no sabía que José era problemático en la escuela pues en casa era la persona más tierna y protectora del mundo, uno que siempre tenía las respuestas para todo. Era como mi hermano mayor; el de todos.
Las cosas se pusieron feas cuando tenía catorce y ellos dieciséis.
En mi último año de secundaria tenía problemas con química y Nicolás había ganado el concurso estatal, así que le pedí ayuda. La casa estaba vacía y Nicolás y yo nos encontrábamos en mi habitación ideando la forma más fácil de que me entraran los elementos de la tabla periódica en la cabeza cuando José irrumpió en la habitación, ebrio.
—Gracias por invitarme a su pequeña reunión—dijo arrastrando las palabras y por primera vez, me fijé en su atuendo: pantalones de mezclilla desgastados, playera en vez de camisa y una chaqueta negra. Tenía el cabello marrón despeinado y marcas en el cuello. Supuse que Nicolás también se fijó en él porque se levantó de su silla y caminó hacia él y lo tomó del brazo.
— ¿Qué pasa, hermano? No puedes llegar en este estado a la casa de Em— le reprochó Nicolás.
— ¿Es que acaso interrumpí algo? ¿Una sesión de besos, tal vez? —José se sacudió la mano de su hermano de una forma muy agresiva y avanzó hacia mí, me tomó por los hombros y alzó con una fuerza increíble—Creo que yo también merezco unos pocos, después de todo me los debes de aquella vez que jugamos a la botella, ¿recuerdas?
Me atrajo hacia él y me besó. Para estar tan borracho su beso fue delicado y lo disfruté hasta que la voz de Nicolás me trajo de vuelta a la realidad. Empujé con todas mis fuerzas a José pero no se movió, al notar mi desesperación, Nicolás lo apartó de mí y le dijo algo al oído que no pude escuchar.
—Suéltame—dijo José, acto seguido se fue de mi recamara y escuché como azotaba la puerta.
Nicolás se me acercó y me tocó el hombro.
— ¿Estás bien?—preguntó.
—Sí, no te preocupes. No entiendo qué le pasa.
Estaba bien. Un poco desconcertada, sí, pero en ese momento no le di mucha importancia al beso. No tenía mucha experiencia con borrachos pero, en las películas, siempre hacían cosas a lo loco y que José me besara era algo que sin duda calificaba como loco.
—Son sus nuevas amistades. Desde que entramos a la prepa, cambió—contestó él, viendo la puerta, como si José se encontrara detrás de ésta—. Va mal en la escuela, sale por las noches, se emborracha, fuma. Solo espero que no se drogue.
Levanté una ceja y negué con la cabeza, también veía la puerta.
—Sé que todo lo que me dijiste debería preocuparme, y sí me preocupa pero, ¿qué eran esas marcas en su cuello?—A pesar de todo lo que me dijo, no lo podía asimilar y lo único que tenía grabado en mi mente eran los círculos rojos en su cuello y su beso en mis labios. Nicolás rió y me puso la mano en el cabello y lo despeinó.
— Ay, Emma, eres tan... inocente. Esas marcas son chupetones—al ver mi expresión rió aún más, lo que me hizo enojar—. José tiene una nueva novia, es la mala influencia para empezar; ella les presentó a todas esas malas compañías. Se la pasa con ella en la escuela, prácticamente tienen sexo enfrente de todos. Por eso lo suspendieron la semana pasada.
Chupetones. Novia. Sexo. Esas palabras las repetía mi mente una y otra vez, causando dolor y decepción. No entendía por qué y no quería reflexionarlo así que seguí hablando.
— ¿Suspensión? No puede ser, él me dijo que se había lastimado.
— ¿Y le creíste? De veras que eres la persona más inocente de tu edad, por no decir otra palabra—. Tonta, quería decir. Pero él nunca lo diría. Así era Nicolás—. Supongo que José no quería que lo dejaras de ver como un modelo a seguir. No lo sé, dejemos de hablar de esto y pongámonos a estudiar que el lunes tienes examen.
Cuando Nicolás se fue, me encerré en mi cuarto y puse música para que mi madre no me escuchara llorar. José se había llevado mi primer beso y quizás en la mañana no lo recordaría. Con ese pensamiento me quedé dormida.
Me despertó el sonido del timbre, me levanté y me fui a lavar los dientes. No me había puesto mi pijama la noche pasada y había dormido con trenzas, así que mi cabello no era un desastre y bajé a abrir la puerta. Con el cabello mojado, pantalones desgastados y una playera negra, José se encontraba en mi puerta. Tenía puestos unos lentes de sol, a lo que aludí una resaca.
— ¿Qué quieres?—dije.
—No me grites—pidió, haciendo una mueca. Y no es que él, debido a su resaca, pensara que todo el mundo gritaba. La verdad es que sí había alzado la voz—. ¿Puedo pasar?—pero él ya estaba en mi sala. Cerré la puerta, respiré hondo y lo encaré.
—Mira, no quiero hablar contigo en este momento. Quédate todo lo que quieras—y subí corriendo los escalones. Volví a acostarme, dispuesta a regresar a mi hermoso sueño pero José no se iba y ahora estaba del otro lado de la puerta—. Ya te dije que no quiero hablarte.
— ¿Nunca más?—su voz sonó amortiguada por la puerta pero aún así podía escuchar el remordimiento en ella, pero había algo más. Ese algo más me recordó aquel beso, pero también a su novia y mis ojos se llenaron de lágrimas no derramadas. Volvió a tocar y abrió la puerta. — ¿Emma?
—Vete—dije contra la almohada. Si se quedaba un minuto más, lloraría frente a él. Escuché el sonido que producían esas estúpidas botas de motociclista, y después se recostó en mi cama. No pude resistir más y se me escapó un sollozo, al escucharlo, José puso su mano en mi brazo y me giró hacia él.
—Emma, no tienes idea de cuánto lo siento. Sé que fui un tonto y no debiste verme en ese estado—secó mis lagrimas con sus dedos y me acarició la cara. Vi en su mirada toda la culpa que sentía y lo abracé. Lloré en sus brazos hasta que me quedé sin lágrimas y él dijo: —Oye, ¿estoy perdonado?
—Claro que sí, Jo. Me diste un susto enorme y me robaste mi primer beso pero todo está olvidado—dije contra su pecho. Sentí que se tensó y lo miré. José me veía con una ternura pero también había algo más, algo que en ese momento no comprendí, y después, miró mis labios y fui consciente de lo cerca que estábamos uno del otro. Nunca había sido consciente de eso y sentirme como me sentí en aquel momento, me desconcertó y entré en pánico.
—Así que tu primer beso, ¿lo estabas guardando para alguien especial?
—Claro—dije, intentando sonar relajada y me inventé una historia—. Como toda chica, esperaba que mi beso fuera con alguien a quien le gustara, con alguien que me gustara y alguien que no estuviera borracho y lo pudiera recordar.
—Lo puedo recordar—susurró. Mi pensamiento en ese instante fue: "¿Por qué susurra?"—. Tus labios eran muy suaves y... Emma, ¿segura que es tu primer beso?—. Pude sentir su respiración en mi boca y fue el momento más emocionante que había vivido hasta ese momento, aunque no había entendido la última parte. ¿Cómo que si estaba segura? Por supuesto que estaba segura. Tan segura como en ese momento, que presentía que quería besarme de nuevo. Sabía que si me besaba otra vez no tendría la excusa de estar borracho y arruinaría por completo nuestra amistad, lo único que se me ocurrió para que no me besara fue decir el nombre de un chico de mi escuela—. ¿Qué?
—Tavo. A él le reservaba mi beso. ¿Si te acuerdas de él? El que iba en el grupo E. Blanco, ojos color miel, cabello negro, guapo.
—Sí, me acuerdo de él—dijo apartándose de mí y viéndome con una extraña frialdad en su mirada. Frialdad a la que me acostumbraría a ver—. Qué bueno que no lo besaste a él. Lo hubieses defraudado.
— ¿Disculpa?
—Que lo hiciste fatal. No te sientas mal, a la mayoría les pasa. Mejorarás.
— Eres un idiota—por un instante pensé en retractarme. Nunca lo había insultado pero él lo había hecho y yo estaba molesta otra vez—. Un borracho. Ya no te conozco y ¿sabes qué? Disculpa no aceptada, ahora sal de mi cuarto. Que tu novia te haga más chupetones, o mejor aún, hazle unos a ella. Seguro te lo pasas de lo lindo. Y otra cosa, no vuelvas a hablarme hasta que esta faceta tuya haya acabado.
Se levantó de un salto y con pasos firmes salió de mi cuarto, bajó volando la escalera y al dejar la casa, azotó la puerta. Nunca me imaginé que esa mañana sería la última vez que José entraría a mi casa, o la última vez que me hablaría.
Después de ese día su cambió se hizo más evidente. Vestía ropas negras la mayoría del tiempo, si hacía frío llevaba esa chaqueta negra, si hacía calor llevaba playeras sin mangas. A veces, en las noches, podía escuchar que salía de su casa.
A dos años después de nuestra pelea, supuse que lo habría superado, o yo. Pero no, cada vez que lo veía no podía estar tranquila, ya no era igual. Lo veía peligroso. No sé qué pensaría él y no sentía curiosidad alguna de saber si su enojo hacia mí había quedado atrás. Nicolás y yo manteníamos nuestra amistad, pero últimamente él estaba ocupado con la universidad.
Volviendo al presente, coloqué la foto encima de mi buro y me prometí que le compraría un portarretrato. A pesar de que mi amistad con uno de ellos había terminado, no significaba que en su momento no fueron buenos tiempos, podía ver la foto y corresponder la sonrisa a esas caras infantiles.
Ya pasaban de las doce y mañana había quedado con Ezra, tenía que dormirme. Ezra... con sólo pensar su nombre se me quitaba el sueño y recordé nuestra despedida.
Nos habíamos sumido en un silencio de camino a la parada de autobús, cada quien metido en sus pensamientos. Esperaba que el camión no llegara nunca, aun si no hablábamos, no quería que la noche acabara. Pero era inevitable, y el camión estaba en la otra calle, detenido solamente por el semáforo en rojo. Ezra aún no pedía que volviéramos a vernos y con cada segundo que pasaba, el semáforo cambiaría a verde. Con un suspiro, me preparé para hacerle la parada al camión; levanté la mano y Ezra la tomó.
—Tenemos que volver a vernos—dijo con un tono algo desesperado. No pude ocultar mi sonrisa y lo único que hice fue asentir tontamente—. No hay tiempo para intercambiar números; te veo mañana en la librería a las doce del día.
Con una lentitud increíble, que parecía que estaba viéndolo en cámara lenta, se acercó y me besó en la mejilla y automáticamente cerré los ojos, disfrutando de su toque.
Al abrir los ojos pude ver a Ezra sonrojarse y yo, como si de una oveja se tratara, lo imité. Susurrando un adiós, subí al autobús y todo el camino a casa escuché canciones románticas. Resultó que también tenía mi lado cursi. Pensando en su rostro sonrojado, sus ojos brillosos, y en su maravillosa sonrisa, me dejé llevar por el sueño.

03/03/13 - 05/11/15

N/A: La canción muestra el punto de vista de Ezra.

Por favor, déjame olvidarteWhere stories live. Discover now