Cambio de papeles

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  Al día siguiente, el sonido del flash me despertó; Nicolás, con una cámara entre sus manos, me sonreía. Un poco adormilada, le correspondí. Verlo tomarnos una foto a José y a mí, me traía recuerdos de una situación parecida un par de años atrás.
— ¿Qué hora es?—pregunté.
—Ya van a dar las dos de la tarde—contestó Nicolás.
  Abrí los ojos por completo, alarmada. Faltaba menos de una para mi turno en la librería. Con cuidado de no despertar a José, me paré. No quería que despertara, él había dormido menos que yo, por lo tanto lo mejor sería dejarlo descansar.
  Ya me había levantado pero cuando estaba a punto de dar un paso, una mano tomó mi muñeca.
—No pretendías irte a la librería sin mí, ¿verdad?—preguntó José con los ojos cerrados.
  Volteé a ver a Nico en busca de ayuda pero él simplemente se encogió de hombros.
—No, claro que no.
  La verdad es que no quería que fuera pero ya le había dicho que sí y no podía retractarme. Le di un suave apretón en la mano para que me soltara.
—Te espero afuera en cuarenta minutos—dije mientras salía de su casa.
***
  Me di un baño rápido y me vestí con un overol de mezclilla, una vieja blusa rosa debajo de éste y un par de tenis. No sabía por qué pero ese día tenía ganas de trenzarme el cabello así que me hice dos pero, al verme en el espejo, descubrí que me veía muy infantil y al lado de José me vería como su hermana pequeña, así que las deshice y me hice una sola. Bajé las escaleras de dos en dos y cuando estaba por salir, escuché a mi madre.
—Emma.
  Oh, no... Su voz no había sido muy amigable.
— ¿Sí?—pregunté, aún con la mano en el picaporte.
—Creo que tenemos que hablar.
— ¿Ahora? Es que se me hace tarde para ir a trabajar, mamá—dije, tratando de librarme.
—Ayer no regresaste a dormir.
  Con que se debía a eso. Cerré los ojos. Mamá ya me había dado la "charla" pero eso había sido hacía mucho tiempo, cuando yo no tenía novio. Sería incómodo para ambas, lo presentía.
—No pasó nada, mamá, lo juro. Sólo platicamos—expliqué.
—No es sobre eso, Emma, sé que no eres tonta y hagas lo que hagas con José, siempre tendrás cuidado—dijo. Luego suspiró y comenzó a hablar otra vez—. Ya hemos tenido esta conversación, no puedes salir y llegar a casa a la hora que se te dé la gana. Tenemos reglas. He sido más tolerante contigo de lo que alguna vez lo fui con tu hermana, solo porque antes tú no salías mucho. Solo que parece que has olvidado las reglas. Te recuerdo que tu hora de llegada es a las ocho y media de la noche, máximo a las nueve. No me obligues a castigarte.
  Asentí, sin decir nada. Me sentí afortunada de que mi madre no estuviera aquella noche que fui con Ezra al café, si no... bueno, creo que me habría obligado a renunciar.
  Salí de casa y me encontré con José, recargado en la puerta de su auto, esperando por mí. Volvía a usar esa chaqueta negra y sus lentes negros. Me di cuenta de que yo había olvidado mi propio suéter pero no quería regresar a casa, donde una mamá molesta me esperaba. Entre sus dedos, sostenía un cigarro pero cuando me vio, lo soltó inmediatamente y lo apagó. Y no, no había dejado de fumar por mí, tan solo no lo hacía cuando yo estaba alrededor porque en verdad me molestaba el olor. Una vez intenté probarlo pero simplemente no le veía el chiste, además del hecho de que nunca me enteré si lo estaba haciendo bien.
— ¿Lista?—preguntó.
  Asentí y le sonreí. Él me vio detenidamente y sonrió.
—Te ves muy... pequeña—le dio un suave tirón a mi trenza y me alegré de no haberme hecho dos—. Y con frío.
  Se quitó la chaqueta y me la puso sobre los hombros.
—Pero es la chaqueta, no puedo usarla—protesté.
—Está bien. Nicolás dejó una sudadera en mi carro.
—Entonces yo llevo esa.
—No puedo dejar que mi chica use la ropa de otro hombre, no importa si ese hombre es mi hermano—dijo, dándome un beso en la cabeza.
  Nos metimos en el auto y él condujo hasta la librería. La chaqueta de José era realmente cálida y me quedaba demasiado grande. Podía jugar con las mangas y, de hecho, lo hice. Agité mis brazos y con la manga golpeé la mano que José tenía sobre la palanca de cambios. Él me volteó a ver y me sonrió, sacudiendo la cabeza.
—Entonces—dijo él de pronto—. ¿Estás en exámenes?
—El último es este lunes. Hoy no tuve porque exenté la materia—expliqué, mi voz tenía un toque de altivez.
  José tomó la manga y la enrolló para poder agarrar mi mano y cuando por fin acabó, entrelazó nuestros dedos y así estuvimos todo el camino.
  Cuando se estacionó, bajé del auto y lo esperé en la banqueta. Él se quedó sentando y echó la cabeza hacia atrás, respirando. No sabía cómo tomarme eso. ¿Acaso José se estaba preparando para enfrentar a Ezra? Si era eso, esperaba que diera resultado. Por fin salió y se reunió conmigo, quiso entrelazar nuestros dedos pero yo tenía mucho frío en las manos así que me negué. José me vio fijamente por un rato pero después volvió a tomar mi mano y a entrelazar nuestros dedos, sólo que esa vez, metió nuestras manos en el bolsillo de la sudadera de Nicolás.
  Caminamos en silencio. Había un poco de neblina, dándole al día el toque perfecto. Me encantaba la neblina... Pero José la odiaba; por eso caminábamos rápido y antes de darme cuenta, ya estábamos dentro de la librería, donde todo estaba en silencio. No se veía a Julia o Ezra por ninguna parte. Por lo general, Julia siempre estaba en el mostrador cuando yo no estaba.
  Después de cinco minutos, hablé.
— ¿Hola?
—Emma—era Ezra. Su voz se oía lejos, tal vez estaba hasta el último pasillo. Pero eso no le impidió continuar hablando, o gritando más bien—. Julia se fue hace unos minutos.
—Ah, está bien. Voy a...
— ¿Recuerdas de ese autor del que nos habló Julia?—preguntó Ezra, interrumpiéndome—. Julia dijo que vendrá la próxima semana y que tenía dos pases. Creí que eran para ella pero entonces me los dio y dijo que llevara a quien quisiera, y pensé en ti. A ambos nos gustó mucho el pequeño libro de poesía que escribió y pensé que...
  Ezra se había estado acercando y cuando por fin me vio, se calló abruptamente. Su sonrisa desapareció y le frunció el ceño a mi mano, que todavía estaba en el bolsillo de José. Le di un apretón a su mano y con una sonrisa, lo solté. No quería incomodar a Ezra.
— ¿En serio?—pregunté, intentando aligerar el ambiente—. Eso es grandioso. Le pediré permiso a mi mamá y...
—De hecho—me interrumpió José—, Emma no puede, tiene una cita conmigo.
¿La tenía? No recordaba haber aceptado a nada.
  Ezra se veía enojado. Sus manos apretaban fuertemente el libro que tenía entre ellas, su mandíbula estaba apretada y no despegaba su mirada de José, quien por cierto, le sonreía con arrogancia. No entendía por qué Ezra se comportaba así; el día anterior me había parecido que quería arreglar las cosas con José.
—Lo siento—dijo José, pero estaba claro por su tono, que no lo sentía para nada—. Pero mi novia y yo, tenemos cosas que hacer. Será para la próxima.
  Ezra no dijo nada, simplemente lo veía como si quisiera golpearlo. De pronto, la comprensión destelló en sus ojos. Rio sin humor y se pasó una mano por sus rizos.
—Tú...—dijo con frialdad—. Me tomó un tiempo pero ya sé quién eres. Eres el tipo que no dejaba en paz a Emma, aun cuando estaba muy claro que ella no estaba interesada, ¿no? Veo que por fin has logrado lo que siempre quisiste. Aunque para eso tuve que accidentarme y perder la memoria. Pero te felicito, fuiste paciente.
  José se tensó a mi lado. Ahora el que sonreía con arrogancia era Ezra, sorprendiéndome ya que nunca había presenciado esta faceta suya. Pero más allá de eso, Ezra había recordado a José.
  Nunca los había presentado oficialmente, solo se encontraron cara a cara cuando José nos encontró a Ezra y a mí besándonos pero, ¿después de eso? Nada. No hablaba de José cerca de Ezra por el beso que me había dado cuando todavía era su novia.
—Lo fui—dijo José, pasando una mano por mis hombros—. Y valió la pena.
  Se inclinó hacia mí y me di cuenta que me iba a dar un beso. Giré rápidamente la cabeza y su beso fue a dar en mi mejilla. Luego lo volteé a ver enojada por lo que había hecho. Él no quería besarme, él sólo quería darle celos a Ezra, demostrarle que ahora yo estaba con él.
— ¿En verdad lo crees?—preguntó Ezra, burlonamente—. ¿Crees que Emma podría olvidar todo lo que vivimos en tan solo unos pocos meses? Entonces o eres idiota o no la conoces; y en ambos casos, ella merece a alguien mejor, alguien que no la aburra con sus estúpidos celos de niño inseguro, alguien que la conozca lo suficiente como para estar seguro de que ella jamás lo engañaría.
­— ¡Ezra!—exclamé, molesta.
  Todo esto de dos chicos peleando por quién era el mejor para mí no tenía nada qué ver conmigo, más bien con ellos. Con sus egos y orgullos. Estaba a punto de darle un par de golpes a estos dos chicos.
—Y supongo que piensas que eres tú, ¿no?—contraatacó José—. Parece que la memoria te falla mucho todavía, así que déjame refrescártela: yo la besé antes que tú, la besé cuando estabas en su vida y la sigo besando. Así que presta mucha atención, imbécil. Yo no soy igual que tú, yo cuido lo que es mío, y si me entero de que has respirado siquiera cerca de ella, yo no seré tan cobarde como tú, y vendré a...
  Ezra se abalanzó hacia José, dispuesto a golpearlo. José iba a hacer lo mismo pero yo lo tomé del brazo y, con todas mis fuerzas, lo puse detrás de mí.
— ¡Alto ahí, Ezra!—grité.
  Él se quedó parado a unos cuantos centímetros de mí, no apartando la vista de José. Después de unos segundos me miró pero pude notar en su mirada que también estaba enojado conmigo y, si no me equivocaba, dolido. Se dio la vuelta y aventó el libro en su mano contra el mostrador, luego se fue hacia la bodega y cerró de un portazo.
— ¿Qué demonios te pasa, José?—exclamé en un susurro ya que no quería que Ezra nos escuchara.
  José me vio enojado.
— ¿A mí? Ese imbécil estaba diciendo todas esas idioteces, ¿y esperabas que no hiciera nada?
—Exactamente—contesté.
—Pues lamento no ser tan lógico como Nicolás. Él me estaba provocando y yo reaccioné.
—Entonces me temo que tendrás que aprender a controlarte. Además tú empezaste.
  Me miró como si lo hubiese cacheteado.
— ¿Qué? Él prácticamente me dijo que te recuperaría, ¿y tú pretendes echarme la culpa?
  Reí sin muchas ganas.
—Él no dijo tal cosa. Sabes que todo ese arranque por parte de ambos no tiene nada qué ver conmigo. Ambos se hirieron el orgullo y querían...
—Vamos, Emma, ya basta de hacerte la inocente. Sabes muy bien que...—se quedó callado, cerrando los ojos y respirando pesadamente. Volvió a abrir los ojos y sacudió la cabeza—. No debí venir. Me voy. Llámame cuando hayas salido.
  Me dio un rápido beso en los labios y salió casi corriendo de la librería.
  Tenía que darle puntos por haberse ido tan rápido y sin hacer un drama, si no contaba el de hace unos minutos, claro. Aunque ahora estábamos enojados otra vez. Me recargué contra la pared y me llevé las manos a la cara y me di cuenta de que aún tenía la chaqueta de José. Me la quité y la puse en el mostrador, entonces caminé hacia la bodega.
  Ezra estaba organizando unos libros que no necesitaban ser organizados. Eran de Julia y ella nunca dejaba que nadie los tocara. Su cabello ya había crecido lo suficiente como para caerle sobre sus ojos así que constantemente estaba apartándolo, soltando gruñidos de exasperación de vez en cuando. Me quedé viéndolo desde la puerta. Al parecer no había notado mi presencia, por lo que me aclaré la garganta. Él me miró por unos segundos pero luego continuó con lo que hacía.
—No puedes ignorarme, Ezra, tenemos que hablar—dije.
—No tenemos que—respondió, sin verme.
  Di unos pasos dentro. Pensé en cerrar la puerta pero no sería lo más inteligente; afuera no había nadie vigilando y alguien podría aprovecharse de eso.
—Lo que dijiste...—comencé—estuvo fuera de lugar.
  Se quedó callado un instante pero luego suspiró y asintió.
­—Lo sé. Sé que no tengo derecho a meterme en tu relación pero todo lo que dijo fue para molestarme y lo consiguió.
  No discutí, en eso sí tenía razón. Conocía a José y a Ezra le había tomado poco tiempo descifrarlo.
—Lo que dijo... ¿es verdad? ¿Te besaste con él mientras tú y yo éramos novios?—preguntó.
  Suspiré. Sabía que eso fue lo que había hecho molestar a Ezra, tanto como para querer golpear a José. Sabía que me preguntaría por eso y ya tenía una respuesta.
—Sí—contesté. Ezra por fin me vio a los ojos y había traición en ellos—. Pero no es lo que piensas. Él me besó pero yo lo detuve, te lo dije y nunca volvió a pasar nada. No te engañé Ezra.
—Pero ahora eres su novia.
  Lo miré sin comprender a qué se refería.
—Sí pero tú y yo ya no somos...
—Ya sé. Pero no entiendo cómo puedes estar con él después de todo.
—No te entiendo.
  Ezra dejó lo que estaba haciendo y se acercó a mí. Yo estaba parada en el penúltimo escalón de las escaleras que había para entrar a la bodega y Ezra estaba parado al inicio de las escaleras, así que en ese momento nuestros ojos estaban a la misma altura.
—Él se metió en nuestra relación, sabiendo que podría haberla destruido. No pensó en ti, Emma, solo en él. No importo yo, para él no soy nadie, pero dice que te quiere y sin embargo no actúa de esa forma—dijo Ezra—. ¿Y lo de hace un momento? Hablaba de ti como si fueras un objeto, no una persona. ¿Cuidar lo que es suyo? Emma, eso lo más estúpido que he oído. Nadie tiene derecho a reclamar a nadie. ¿Y tú permites que te hable así? Eres su novia, una persona que tiene el derecho y la capacidad para decidir qué hacer y con quién. ¿Qué pasó con esa chica con fuertes ideales que conocí en estos meses? Me preocupo por ti, Ems, y si sigues con alguien así, saldrás lastimada. O tal vez ya te ha lastimado.
  Sabía que Ezra no intentaba ponerme en contra de José. Él no era así. En sus ojos se podía ver que en verdad estaba preocupado por mí; no decía nada de eso para beneficiarse. Y por supuesto que tenía razón. Me había dado cuenta de la sarta de idioteces que José le soltó a Ezra. Había huido antes de que pudiera reclamarle sobre eso. José se había comportado como un machista y no estaba dispuesta a soportar esas ideas anticuadas. Hablaría con José sobre eso y lo resolveríamos, siempre lo hacíamos.
—Sé que estuvo mal lo que dijo, Ezra, pero hablaré con él. No tienes de qué preocuparte.
  Él me sostuvo la mirada por unos segundos más y finalmente asintió. Se dio la vuelta y siguió "acomodando" los libros.
—Entonces—dije para romper el silencio—, ¿qué habías dicho del autor?
  Ezra se giró para verme y me sonrió levemente, luego me explicó todo el asunto.

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N/A: La canción muestra el punto de vista de Ezra.

Por favor, déjame olvidarteOù les histoires vivent. Découvrez maintenant