Algunas cosas nunca cambian

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      Después de de estar siete años alejada de mi ciudad, no tendría que estar sorprendida de encontrarme con muchos cambios, pero me es imposible no estar por lo menos un poco asombrada. Mucho menos si uno de esos cambios es un aeropuerto. En las afueras de la ciudad, pero aun así es un gran paso para esta ciudad que en mi adolescencia me parecía tan... anticuada.
Mi avión aterrizó sin ningún problema y salgo del aeropuerto en busca de mi uber. No tenía a nadie para recibirme en el aeropuerto pero todo es culpa mía. Olvidé decirles a mi hermana y a mis amigas mi hora y fecha de llegada. Tampoco es para tanto, simplemente tendré que hacer unas llamadas y ya.
El viaje a mi casa transcurre sin ningún incidente. El chofer se concentra en el camino y yo en mi celular. Le mando un mensaje a Georgette, diciéndole que ya llegué. El chico me dice algo y yo levanto la vista, distraída. Llegué. Por fin estoy aquí. Me bajo del coche y él me acompaña para ayudarme con mis maletas. Cuando acabamos, le doy las gracias y luego él se va.
Me quedo un par de minutos afuera, apreciando mi vieja casa. Estuvo rentada los últimos años pero mis padres ya no le renovaron el contrato a los que estaban aquí porque quieren tenerla libre para cuando ellos vengan de visita... O yo.
Las cosas no han cambiado mucho. Hay unos cuantos carros nuevos estacionados fuera de las casas de mis vecinos, y tal vez un par de casas pintadas de diferente color pero, fuera de eso, todo igual.
Hace un poco de frío, pero no tanto como en Laval por lo que me quito mi sudadera de invierno y me quedo con una blusa de manga larga. Tardo un poco en encontrar mi vieja llave pero la encuentro y entonces abro. Meto mis maletas y comienzo a cerrar la puerta pero antes de que la cierre completamente, me fijo en una casa... la de José. Se me había olvidado que vive aquí. ¿O vivía? La verdad es que no sé qué haya pasado con él. Tal vez se fue a vivir a la capital con Nicolás. Cuando hablo con él, nunca, jamás, tocamos el tema de José.
La casa está a oscuras y por eso sé que no hay nadie, pues aunque es medio día, está nublado. Tampoco hay ningún coche afuera. Sin embargo el pasto está bien recortado y hay unos cuantos rosales. Así que aún vive alguien ahí pero no sé quién.
Con un encogimiento de hombros, cierro la puerta y entro a la casa. Prendo la luz y noto que está un poco sucia. El polvo cubre los muebles. Me acerco a la cocina y veo que no hay nada de comida. Hago nota mental para ir al súper uno de estos días, más pronto que tarde si es posible. Subo hasta mi habitación. Hay algunas cosas en cajas de mudanza de cuando mis padres regresaron nuestras cosas, pero mis libros están en el librero y mi viejo iPod está en su lugar de siempre: en la mesita junto a mi cama.
Bueno, no puedo empezar a limpiar sin un poco de música.
Vuelvo a bajar y busco los cables para conectar el apoda al estéreo y después subo de nuevo, esta vez con todo y maletas. Acomodo mis cosas en los cajones y saco un par de pantalones de yoga y una playera vieja para poder hacer la limpieza. Conecto el estéreo y pongo a mi grupo favorito a todo volumen y entonces comienzo la faena.
***
Me siento en un sillón de la sala, ahora sin rastro de polvo, y cierro los ojos. Han pasado casi cuatro horas desde que comencé a limpiar y me muero de hambre. Ya pedí una pizza y solo estoy esperando a que toquen para empezar a devorarla.
La última canción llega a su fin. Me he pasado horas escuchando los álbumes de The Beatles. Subo para volver a poner música cuando escucho el timbre. Grito que ya voy y busco dinero en mi cartera. Salgo y envuelvo los brazos a mi alrededor de inmediato. La temperatura ha bajado y está empezando a llover. Abro la puerta y abro los ojos ampliamente.
—Brito—dice José, sonriendo.
José. Parado frente a mí. Sonriendo.
Está vestido en un traje de negocios, me parece. Su cabello está un poco largo pero peinado. Se ve elegante. Lleva el saco en la mano izquierda y tiene las mangas remangadas. Se ve bien de gris. Y los años no han hecho más que ponerlo aún más guapo.
—José—digo, imitando su sonrisa.
Me hago a un lado y lo invito a pasar. Cierro la puerta detrás de él, no sin antes fijarme si hay algún repartidor de pizza cerca. No lo hay.
—Y... ¿Cómo has estado?—pregunto al tomar asiento frente a él. Me doy cuenta que no lo he ofrecido nada y trato de arreglarlo. Me levanto y comienzo a buscar en la cocina.
—Um... ¿Emma? ¿Qué estás haciendo?—pregunta él. Se ha levantado del sillón y ahora está asomándose desde el marco de la cocina.
Sonrío nerviosamente.
—Intentaba ser una buena anfitriona y te iba a ofrecer algo de tomar pero ya me di cuenta que no tengo nada en la despensa. Ni siquiera agua—digo—. Aunque hay una pizza en camino junto con un refresco así que si te quedas un rato más, puedes comer conmigo.
Al decir estas últimas palabras, suena mi timbre y sé que es la pizza. Salgo, pago y le agradezco al repartidor. Cuando vuelvo a entrar, noto que la mesa ha sido puesta y José ya está a mi lado, quitándome la pizza y el refresco de las manos y poniéndolo todo sobre la mesa.
Sonrió y me siento. Sacó un pedazo de pizza y cierro los ojos, saboreando la rebanada; no hay nada como la comida de mi ciudad, aunque ésta se trate de comida rápida.
Abro los ojos al oír la risa de José.
— ¿No había pizzas en Canadá?—pregunta y le da una mordida a la suya.
Le entrecierro los ojos mientras me limpio la boca con una servilleta.
—Claro, pero no sabe igual que...—me callo—. ¿Cómo sabes que estaba en Canadá?
José sonríe de lado. Esa infame sonrisa que tanto me hizo sufrir y suspirar en el pasado. Supongo que algunas cosas nunca cambian.
—Logré sacarle un poco de información a mi hermanito. ¿Qué clase de persona sería si, después de siete años de desaparición, no me preocupara por el paradero de mi novia?
Le doy una sonrisa de disculpa.
— ¿Cuánto tiempo tardaste en darte cuenta de que me había ido?—le pregunto. Es un poco extraño estar hablando de esto como si nada pero, bueno, si José no se va a quejar, tampoco lo voy a hacer yo.
—Mes y medio, más o menos.
Me le quedo viendo, un poco ofendida.
Él deja su pizza y levanta las manos.
—Oye, estábamos tomándonos un tiempo. Se supone que no teníamos que hablarnos—se defiende. Lo dejo estar y él prosigue—. Entonces voy todo decidido a tu casa a decirte que estaría más que encantado de dejar el pasado atrás y que sería un placer hacer una nueva vida juntos en la capital y descubro que ni siquiera tus padres viven en la casa.
»Me tomó dos días comprender que te habías ido. Busqué a tus amigas –las cuales no me dieron ninguna información útil, debo añadir–, a Julia, llamé a Isabella pero nadie me decía nada. No respondías a mis llamadas y entonces comprendí que te había perdido. Ya no quería estar aquí y como no había cancelado el contrato del departamento, me mudé. Me transferí de universidad y seguí con mi vida. Un día, visitando a mi hermano, tres meses después de tu partida, vi que su celular había recibido un mensaje. Mi intención no había sido ver el remitente, pero lo vi. Y eras tú. No sé por qué nunca se me ocurrió preguntarle a Nicolás dónde estabas, supongo que pensé que como me habías sacado de tu vida, habías hecho lo mismo con mi hermano, pero me equivoqué. Y entonces me sentí lastimado por ti y traicionado por él—se queda callado por un segundo, su mirada está perdida en el espacio. Entonces se aclara la garganta y le da otra mordida a su segunda rebanada de pizza. Cuando acaba, sigue hablando—. Bueno, digamos que no le pregunté amablemente y él, también enojado, me dijo un par de cosas acerca de nuestra relación. Dijo que ya me lo había advertido, que lo nuestro no había tenido sentido. Dijo que te había lastimado demasiado. Por último me dijo que te habías ido a Canadá, no específico la ciudad. Creo que temía que fuera capaz de subirme a un avión e ir por ti—José sonríe—. Y también me explicó qué hacías allá. Una beca, Brito, felicitaciones atrasadas. Creí que el matado de nosotros era Nicolás.
Rio un poco y le doy trago a mi refresco. Terminamos de comer y recojo. José se levanta para recoger los platos y yo le dirijo una mirada como diciéndole "ni siquiera se te ocurra". Después de todo, él es mi invitado. Termino de lavar los trastes y guardo los restos de pizza en el refrigerador. Entonces vuelvo con José, que está sentado en la sala.
—Lo siento, Jo, por... bueno, por todo—murmuro, mirándolo fijamente. Él asiente y se encoje de hombros—. Intente contártelo muchas veces cuando aún éramos novios pero nunca me parecía el momento indicado, no quería adelantarme a los hechos por si acaso no conseguía la beca. Tú y yo éramos inestables y cualquier cosa podía hacernos estallar así que sí, me lo guardé. Cuando por fin iba a decírtelo, tú terminaste conmigo y entonces ya no le vi el caso.
—Claro que todos esos años de amistad no valían para nada—replica José con sarcasmo. No es mezquino. De hecho tiene una sonrisa.
Sonriendo, también digo:
—Oye, rompiste mi corazón. Creo que tenía derecho a repararlo cómo mejor me pareciera.
José me mira como diciendo 'touché'. Después de un momento de silencio, él lo rompe.
—Tienes razón, Emma: éramos inestables. Yo era un chico con inseguridades que tenía miedo de perder a la primera chica que alguna vez había amado—. Me sonrojo. Vaya, no estoy preparada para esta clase de confesiones. Él ríe—. Mírate. Algunas cosas nunca cambian.
Le aviento un cojín y le da de lleno en la cara. Yo me rIo y le pido disculpas. Él riéndose también, continúa hablando.
—Te pido disculpas por todo lo que te hice y dije. También me disculpo si alguna vez te hice llorar. Sé que nunca te vi hacerlo en nuestra relación (excepto por el último día) pero también te conozco, o conocía, y sé bien que la Emma del pasado sufría en silencio. Así que si alguna vez lloraste a solas por mi culpa, no sabes cuánto lo siento. Aún te considero mi amiga, Emma, y me duele pensar en ti sufriendo.
Sus palabras me conmueven. Elimino la distancia entre nosotros y lo abrazo. Sus brazos se envuelven a mi alrededor y me siento bien. No hay tensión entre nosotros ni incomodidad. Sus abrazos me hacen sentir pequeña, como si fuera una niña otra vez. Es un abrazo de amigos.
—Te extrañé mucho, Jo—digo. Y esto sale de la nada. No tenía idea de que lo había extrañado pero es la verdad: lo extrañé. Extrañé a mi amigo. Nicolás es una parte de mí pero José es la otra, sin él, me siento incompleta. En esos años de amistad infantil, cuando nuestros sentimientos no estaban confundidos por nuestras hormonas, yo me había convertido parte de dúo. Era la gemela perdida. Y ahora, con todos nuestros problemas en el pasado, espero recuperar mi puesto.
—No más que yo, pequeña—responde José.
Sonrío ante su elección de nombre. "Pequeña". Me hacía sentir una niñita y me gustaba. Nos separamos y entonces digo: —Vamos, cuéntame qué ha sido de ti.
Y entonces me explica.
Terminó de estudiar y para sorpresa de todos (aunque no la mía, honestamente), se graduó con honores. Tardó un poco en encontrar el trabajo adecuado. De hecho, según me dice, no encontró el trabajo para él en la capital. Dice que mandó su currículum a varias empresas cerca de la zona y que una empresa de autos de aquí, en nuestra ciudad, lo contactó. Tardó un poco en subir de puesto pero ahora es gerente regional y hace mucho dinero. Esto último lo dice con una sonrisa de suficiencia. Yo me rio, encantada por él, me alegro que le esté yendo tan bien.
— ¿Y tú? ¿Por qué regresaste? No me digas que algún idiota canadiense te rompió el corazón—dice.
Me apresuro a negar con la cabeza.
—No, no, no. Para nada. No he tenido nada serio en estos años—explico—. En realidad no regresé, no realmente. Solo estoy de vacaciones antes del siguiente gran cambio—José levanta ambas cejas, expectante—. Conseguí un trabajo en Ontario y me mudo en dos meses.
Entonces la boca de José se abre ligeramente y su cara es todo un poema.
— ¡Emma!—dice él, extasiado—. ¡Eso es maravilloso! Ay, crecen tan rápido.
Me vuelvo a reír y le doy un leve golpe en el brazo.
—No seas payaso. No eres tan grande.
— ¿Estás bromeando? ¡Tengo veintisiete, Emma! No me queda mucho tiempo para los treinta y si vieras a mi hermana con su esposo, también tendrías miedo—dice—. Lo bueno es que me caso pronto porque si no...
Me parece que mis oídos han dejado de funcionar.
— ¡¿Qué?!—exclamó.
José luce un mortificado por haberme ocultado esa información pero se le puede notar la felicidad.
—Me caso, pequeña—confiesa.
— ¿Qué? Pero ¿cómo... cuándo... quién...?
—He estado comprometido desde hace un mes pero ella ha sido mi novia por mucho más tiempo.
—Jo, ni siquiera Nicolás ha sentado cabeza y ahora me dices que tú, mi chico rebelde, va a casarse dentro de unos meses.
Y era verdad. Nicolás ha resultado ser todo un conquistador. Un mujeriego hecho y derecho. Un caballero con las mujeres, como siempre, pero nunca se queda con ninguna. ¿Qué le habrá pasado al chico dulce y tímido? Tal vez nunca lo sepa.
Pero estoy en shock. José va a casarse.
—Felicidades, estoy muy feliz por ti—digo y es en serio—. Por favor, cuéntame la historia.
Así que estaba en ese "trabajo de mierda" (sus palabras) y no estaba feliz con nadie ahí. Todo era aburrido y gris. Un día, unos compañeros del trabajo lo invitaron a tomarse unas copas, iba rechazarlos como de costumbre pero ese día en particular no se sentía con ganas de volver a su departamento solo, así que aceptó.
Ya iba en su tercera copa cuando decidió irse. Buscaba al barman para pedir la cuenta cuando una chica se le acercó. Le pareció aceptable y entonces decidió que se quedaría un poco más. Hablaron, rieron y, obviamente, coquetearon. Me ahorra los detalles "sucios", simplemente dice que esa noche acabaron en su departamento y así varias noches. Todo era muy informal. Simplemente amigos con beneficios. José dice que en ese tiempo no quería nada serio, que alguien (síp, hace énfasis en esa palabra, con la voz y la mirada) lo dejó dañado para siempre... O eso creía. Fueron amigos con beneficios por mucho, mucho tiempo. Se usaban mutuamente cuando no había nadie más disponible. José admite que hubo muchas otras chicas ocasionales y que ella también iba a citas. Dice que nunca hablaron de eso en sí pero que ambos eran conscientes de ello. Pero entonces, simplemente un día, José ya no quería estar con nadie más. Las demás chicas le parecían sosas, aburridas y apenas y se fijaba en su cuerpo. No había nada en ellas que pudiera interesarle. No se dio cuenta al principio, confiesa, cuando ella llegaba a su departamento, había ocasiones en las que ni siquiera tocaban la cama. Hablaban, por horas. Se reían y entonces comenzaron a hacer más cosas normales, como ir al cine o a cenar. Él pensaba que todo era de amigos. Después de todo, eran amigos, con beneficios, pero amigos después de todo. Un día, él la invitó a un partido de fútbol, el equipo favorito de los dos iba a jugar, pero ella le dijo que tenía una cita, se disculpó y le colgó. Entonces lo golpeó: no quería estar con nadie más y no quería que ella estuviera con nadie más. Pero se sentía inseguro, no quería equivocarse de nuevo. Una semana después de puros desvelos, reviviendo aquellos años que tanto intentaba evitar, se dio cuenta que lo haría todo otra vez. Si se podía llegar a sentir tan feliz como cuando se sintió conmigo, entonces aceptaría el dolor con gusto. Ese momento de felicidad lo valía. Pero lo haría todo mejor. No dejaría que sus celos, sus inseguridades, dañaran todo. Así que la invitó a cenar a su casa. Ella, ajena a todo, aceptó. Cuando llegó, ella supo de inmediato que no era una cena cualquiera. Había copas de vino, velas, todo lo tradicionalmente establecido. Él se le confesó. ¿Y ella qué hizo? Se abalanzó hacia él y lo besó como si no hubiese mañana. Dijo que había estado esperando ese momento desde hacía mucho pero que sabía que él no estaba listo y quería darle tiempo. José dice que le robó el corazón con esas palabras.
Entonces saca su celular y me enseña una foto. La evalúo con la cabeza fría: cabello negro rizado, ojos grandes enmarcados con lentes cuadrados, y pestañas chinas, cejas espesas y una nariz respingada, su boca es pequeña. Su cuerpo es lindo. Se ve pequeña de estatura.
Debo admitir que no es muy atractiva. Digamos que es una mujer promedio. Y juro que lo digo sin el menor rastro de veneno en mí. Estoy muy feliz por José. Y más con su elección de mujer. José, que es tan guapo que a veces puedes rodar los ojos ante su "perfección", había conseguido a una pareja por su mente. Porque por mucho que él la alabe, estoy segura que no fue su cara lo que lo terminó por convencer.
— ¿Entonces ella vive en la capital?—pregunto.
Él ríe.
—Claro que no. Vive conmigo—señala hacia su casa—. Ha estado fuera de la ciudad por cuestiones de trabajo pero me encantaría que la conocieras algún día, Emma.
Dudo. Estoy muy feliz por él pero siento que sería incómodo conocer a la futura esposa del chico con quien fue mi primera vez. Supongo que es incómodo para él también porque no dijo "pronto" o "cuando llegue", dijo "algún día". Cuando los dos estemos cómodos.
Estoy por decir una respuesta evasiva cuando veo sus ojos. A pesar de todo, él sí quiere que las cosas sean normales entre nosotros. No podía apartar la mirada de él cuando me contó de su relación. En verdad le importa aquella mujer.
—Claro, Jo, por qué no—digo. Y entonces añado: —Cosas más extrañas se han visto.
Él se ríe. Sabe a qué me refiero.
—Lo sé. Quién diría que Rebeca y Luis se harían novios.
Asiento. Síp. Una de mis mejores amigas se había emparejado con el mejor amigo de José. Resulta que se conocieron en aquella última fiesta con José. No supe mucho después de que me fui. Después de que vi una foto de ella besándose con él en Instagram, la llamé de inmediato. Dijo que no había querido decirme nada por si me enojaba pero que se habían vuelto amigos y después vino la atracción y bueno, el resto es historia.
José se levanta, dispuesto a irse y entonces me acuerdo.
— ¡Espera!—exclamo.
Subo corriendo las escaleras, busco entre mis cosas y entonces la encuentro. Bajo con más calma y me encuentro con José. Le extiendo la llave. Él me ve, confundido.
—Es tu llave. No pude dártela antes porque quería llevarme lo más que pudiera de ti para poder recordarte. Resulta que no saqué la llave para nada. Me resultaba doloroso—explico, un poco avergonzada—. Pero ahora estoy en paz y puedo dártela.
José asiente, la toma y la deposita en el interior de su bolsillo trasero.
En la puerta, él me abraza una vez más y susurra:
—En verdad te extrañé. Y quiero que sepas que no me arrepiento... De lo nuestro. Si pudiera volver al pasado, cambiaría mi carácter, mi forma de manejar las cosas pero nunca a ti. Siempre serás muy importante para mí, Emma.
Me quejo y separándome de él, le frunzo el ceño.
—Pequeña me gusta más, Jo.
— ¿En serio? Creí que creías que era extraño que te dijera así después de...
Lo corto.
—Me gusta que me digas así—digo—. Y... tampoco cambiaría nada.
Sonríe.
—Pequeña serás—dice él, dándome un leve beso en la frente.
—Jo—digo antes de que se vaya—. Espero que seas mucho mejor novio que antes y no haya habido ninguna infidelidad últimamente.
Él se sonroja. ¡Aleluya! Los milagros pasan y yo acabo de presenciar uno. No había hecho que José se sonrojara nunca.
—Emma... Te mentí—dice. Estoy confundida—. Estaba dolido y quería no verme tan idiota, así que tomé la oportunidad. Nunca te fui infiel.
Abro los ojos como platos. Todos estos años...
—Te dije que era un idiota inmaduro. Pero he mejorado con los años, pequeña, lo juro.
Asiento, le sonrío comprensivamente y lo despido. Lo veo entrar a su casa y yo me quedó ahí, pensando un poco. Los rosales ahora tienen sentido. José nunca tendría la paciencia de atender unas flores. Él simplemente no es así. Pero si ahora su prometida vive ahí, todo es mucho más lógico.
Prometida. José comprometido.
Vaya.
No me lo esperaba. Pero estoy feliz de que él pudiera continuar con su vida. José se ha realizado. Tiene un trabajo y parece feliz con él, pronto tendrá una esposa y, en unos pocos años, quizás hijos.
Quiero formar parte de esa nueva etapa de su vida y sé que él me quiere en ella también. Pero esta vez lo haremos de la forma correcta: como amigos.
Resulta que Nicolás había tenido razón todo el tiempo.    

15 - 06 - 15 / 12 - 05 - 17

N/A: Una última canción para esta pareja ;).

Por favor, déjame olvidarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora