Muy celosa

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      Ya pasaban de las once cuando por fin llegué a mi calle. La tarea de reacomodar libros había tomado más tiempo de lo normal.
La noche era tranquila.
Corría una brisa que hacía que mi cabello cubriera mi rostro de vez en cuando. En el cielo la luna llena brillaba con intensidad, con un halo plateado rodeándola. No había estrellas ni nubes negras. Era como si se hubiesen puesto de acuerdo para no opacar a la luna, respetando y admirando su belleza desde lejos, justo como nosotros. Me daban ganas de tomarle una foto, pero no tenía cámara y, aunque la tuviera, lo que me faltaba era talento. Despegué la vista del cielo y seguí caminando. Estaba hecha polvo, fácilmente podía dejarme caer en medio de la calle y dormir hasta que el sol saliera.
Conforme me iba acercando a casa, noté que una persona estaba parada enfrente de mi puerta.
Caminé con tranquilidad hasta llegar y descubrí que se trataba de José. Suspiré. En verdad no tenía ganas de hablar con él.
—Seré breve, Brito, lo prometo—respondió José. Al parecer había hablado en voz alta—. Solo quiero saber por qué te comportaste de esa forma con Renata.
Me ahorré otro suspiro de irritación.
— ¿De qué hablas, José?
—No quieras hacerte la inocente conmigo, Brito, sabes muy bien de qué hablo—dijo José con los ojos entrecerrados.
—Lo que intentas decir es que yo me comporté de un modo grosero con ella, ¿cierto?—él asintió—. Dices que yo fui la agresora y que mi comportamiento no es justificado, ¿no?
José asintió.
—Sí la agrediste
Solté una carcajada de incredulidad y saqué mis llaves. Había terminado con esta conversación. Pasé junto a él y llegué a mi puerta. Estaba a punto de poner la llave sobre la cerradura cuando José volvió a hablar.
—Te habría golpeado si yo no la hubiese detenido, lo sabes. Julia habría llamado a la policía y un problema legal es lo último que Renata necesita en este momento. Sé que no lo sabías pero Renata está...
—Mira, José, la verdad es que me vale lo que tengas que decir sobre ella. O las excusas que te hayas creado para defenderla. Me importa un pepino sus problemas—quería gritarle pero no eran horas para hacer un escándalo—. Ella tampoco fue la persona más cordial. Ya no lo soportaba pero no por eso me le eché encima, ¿verdad? Es obvio que uno de sus problemas es el manejo de la ira. ¿Por qué mejor no te dedicas a buscarle un terapeuta a tu novia en lugar de gastar saliva conmigo?
— ¿Y qué hizo ella precisamente para que no la soportarás?—preguntó, ignorando mi último comentario.
—Primero, llega esa y tira los libros que me toman mucho tiempo en acomodar, suelta risitas tontas y molestas, ¡y tú!—le piqué le pecho con un dedo—Ya sabes que a Julia no le gusta que hagan alboroto en la librería y no hiciste nada para callar a tu novia. Y te pusiste todo antipático conmigo, regañando y dándome miradas raras, cuando ella era la del problema—añadí con un tono de reproche.
José frunció el ceño y sacudió la cabeza.
—Yo no lo vi de esa forma, Brito.
Solté una pequeña carcajada.
—No, por supuesto que no—seguí picándole el pecho sin razón aparente—. Seguro que para ti, tu novia es una santa.
­—Deja de decir que Renata es mi novia—dijo José exasperado, tomando mi mano para que dejara de picarle—. Ella es mi ex novia
—Entonces, ¿por qué estabas con ella? Cuando terminas una relación con alguien, se supone que no tienes que volverle a hablar. ¡Es el punto de las ex!
— ¿Qué?—dijo José, aún sosteniendo mi mano, su pulgar haciendo pequeños círculos en mi muñeca— ¿De dónde sacas esa idea tan infantil?
—No es infantil, es la verdad. Yo...—me dejé caer en el suelo— ya no soporto esta tensión siempre entre nosotros, José. No hemos hablando en un mes o así y luego te apareces en mi trabajo. Supuse que querías arreglar las cosas pero llevabas compañía. Si te soy sincera, fue un poco decepcionante. Estábamos tan bien y luego tú empezaste a comportarte como un patán otra vez y si vas a seguir así, será mejor que no volvamos a hablarnos.
José tomó asiento a mi lado y encendió un cigarro. Arrugué la nariz ante el olor pero no dije nada. Por un buen rato permanecimos en silencio, escuchando un grillo a lo lejos. Él no hablaba porque estaba fumando y yo, bueno, porque ya no tenía nada más que decir.
Cuando finalmente terminó su cigarro, guardó la colilla en la cajetilla. Se pasó la mano por el cabello y me miró de soslayo. Al notar que lo observaba, sonrió de lado. Puse los ojos en blanco, girando la cabeza hacia el otro lado.
Una risa ronca salió de José, y envió escalofríos por todo mi cuerpo. Tomó mi barbilla entre sus dedos, haciendo girar mi cabeza. Nuestras miradas se encontraron y en la suya, había una intensidad que me hipnotizó y me fue imposible apartar mis ojos de los suyos. El viento volvió a soplar y a mi nariz llegó el olor de cigarros, jabón y loción para después de rasurarse. Suspiré, y rogué al cielo que él no lo hubiese escuchado.
—Parece que cada vez que estoy contigo, no puedo controlarme... En ningún aspecto. Emma, te pido que por favor me disculpes por lo ocurrido hace un mes—me dijo, tomándome por sorpresa—. Así como también me haces desvariar, también me haces bien. Me haces querer ser mejor persona.
—Yo... Bueno, acepto tus disculpas—dije, sin saber qué más decir.
Seguramente debería habérselo puesto más difícil pero había sonado sincero y un José ofreciendo disculpas no se veía a menudo.
Él me miró por un segundo con una sonrisa infantil y, de un momento al otro, esa sonrisa se convirtió en algo más.
— ¿No tienes ni idea de qué pueda ser esa tensión?—me preguntó. Yo negué con la cabeza—. Me lo imaginaba. Sigues siendo o muy inocente, o muy tonta.
Le puse mala cara, dispuesta a discutir.
— ¿Quieres saber qué significa?—preguntó José rápidamente. Dejé escapar la oportunidad de reclamarle y asentí—. Esa tensión como tú le dices, se llama atracción.
Me levanté y me di unos pasos atrás.
—No, José—comencé—. Tú y yo solo somos amigos.
—No seas tan obtusa, Emma—dijo José, siguiéndome—. Te conozco. Sé que cuando un amigo invade tu espacio personal, te sientes incómoda. Pero cuando yo lo hago, todos tus sentidos se despiertan. Cuando te toco—con el dorso de su mano, acarició mi mejilla—. Cuando estoy cerca de ti—susurró en mi oído—. Y cuando te beso.
Con esto último, besó el punto en donde mi oído y cuello se unían. Ladeé mi cabeza para poder darle más acceso y entonces, él rió. Abrí mis ojos, sin saber exactamente en qué momento los había cerrado.
— ¿Lo ves?—continuó José—. Quieres que te bese. Y podría besarte como es debido si tan solo admites que te atraigo.
—No. Eso no puede ser verdad, nosotros siempre hemos sido solo amigos y yo nunca...
— ¿Nunca has sentido nada más por mí?—terminó José— ¿Qué me dices de lo celosa que te pusiste hoy en la librería?
Sentí como se me subían los colores al rostro, y agradecí que fuera de noche y José no pudiera notarlo.
— ¿Qué? Yo sólo me enojé porque...
—Porque llevé compañía. Y no cualquier compañía. Llevé a Renata, mi ex novia y eso te volvió loca. Admítelo.
¿Admitir que estaba celosa de Renata? ¡No, por supuesto que no! Celos era una palabra que no alcanzaba a describir lo que había sentido en la librería. Había dicho que yo no había intentado golpear a Renata pero eso no significaba que no quisiera hacerlo. Y de paso también a José.
—Vamos, Brito, admítelo.
Lo empujé con ambas manos.
— ¡Sí! Estaba celosa. ¡Estoy celosa! ¿Contento?—José sonrió con suficiencia—. Y no me gusta. No me gusta tener todas estas emociones por ti, Jo. ¿Cuándo inició? Eras como un hermano mayor para mí. ¿Acaso no es raro?
José me tomó por los hombros y en sus ojos había desesperación.
—No, Emma. Tú y yo no somos hermanos, ni tampoco familia. No hay nada que nos impida estar juntos.
¿Juntos? La idea me asustó con tan sólo pensarlo.
— ¿Por qué no, Emma?—preguntó José, leyendo el miedo en mi mirada—. ¿Es por tu ex novio ese?
— ¿Ezra?—pregunté extrañada. José me vio como diciendo "¿quién si no?"—. No, Jo, no es por Ezra—y me di cuenta que lo decía en serio. —. Creo que la razón es porque no quiero volverme a sentir como lo hice con él. Sufrí mucho.
José me vio con una ternura que no estaba acostumbrada a ver en él. Sus manos tomaron mi rostro y luego acarició mis cejas, mis mejillas, mis labios.
— ¿Y entonces de qué crees que traten las relaciones, pequeña? No me malinterpretes. No estoy diciendo que mi propósito sea el herirte. Lo que intento decir es que sentir dolor es inevitable cuando una persona te importa. Y...—se detuvo, como si no estuviera seguro si era correcto continuar—. Y tú me importas, Emma. Y sé que apesto con esto de las relaciones pero lo voy a intentar, juro que lo haré. Sin embargo las relaciones son de dos y necesito saber si tú también lo intentarás.
Su expresión estaba llena de vulnerabilidad y esperanza. Mi corazón se encogió un poco ante esta visión.
—No lo sé, Jo. Me gustas pero...
Los labios de José estaban sobre los míos, silenciándome.
El beso comenzó dulce, sus labios acariciando los míos pero algo debió pasarle por la mente porque pronto, su beso se hizo más urgente. Profundizó el beso, entonces yo le eché los brazos al cuello y acaricié su cabello y me sorprendió lo suave que se sentía. José soltó un gruñido, tomó mi cadera y me haló hacia él, eliminando cualquier espacio entre nosotros.
Por el modo en que nos besábamos se podría decir que nuestros cuerpos ya estaban familiarizados el uno con el otro. El espectáculo que le debamos a la noche, no era para menores de edad pero sus labios tenían algo adictivo. Era excelente besando.
Sentí su pulgar en mi cadera, formando pequeños círculos y entonces caí en la cuenta de que estaba en la puerta de mi casa, besando a mi vecino como si no hubiera mañana y que mi mamá podría sorprendernos en cualquier momento. Por más que quisiera que continuara, lo detuve.
—José—jadeé—. Tengo que entrar.
—Pero mañana es sábado—y me volvió a besar.
Cinco minutos después lo volví a intentar.
—Y. Eso. Qué—pude decir entre besos. Deslicé mis manos por su pecho para poder apartarlo un poco—. Seguramente mi madre todavía está despierta—José me vio como si no entendiera—. Esperando a que llegue.
José volvió a gruñir pero esta vez de exasperación.
—Está bien—besó mi ojo izquierdo, seguido por el derecho, haciéndome reír—. Que descanses.
Me dio un último beso, y qué beso.
Cuando se alejó, tuve que recargarme en la puerta para poder recuperar el aliento. José sonrió de lado, orgulloso de sí mismo por mi reacción, pero su pecho subía y bajaba con rapidez. A él también le habían afectado mis besos.
Por último, me guiñó un ojo y luego se marchó, silbando por lo bajo, hacia su casa.
Abrí la puerta y me dirigí a mi habitación. Sin duda tenía mucho en que pensar. 


11 - 04 - 14 / 17 - 01 - 17

N/A: Canción mostrando lo que siente José.

Por favor, déjame olvidarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora