Compras y disculpas

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    Después de trabajar, de despedirme de Julia y de Ezra, caminaba hacia la parada cuando empezó a llover. Y no unas cuantas gotas, no, cayó un tormentón. Con fuertes vientos y relámpagos. Estaba empapada antes de llegar a la parada y me moría de frío.
El autobús tardó en llegar. Estuve bajo la lluvia más de media hora y me molestaba. Mi amor por la lluvia no era comparado con el frío que tenía. Me enojé conmigo misma por no regresar por un suéter, por lo menos. Cuando por fin llegó el autobús, me subí corriendo y no debí haberlo hecho porque me tropecé con el último escalón. Me levanté un poco avergonzada y le di un billete mojado al conductor, él me dirigió una mirada de irritación y yo le puse los ojos en blanco. Después caminé hacia el asiento más cercano y me senté. Pasé los veinte minutos de camino temblando de frío, escurriendo y mojando en el proceso al señor a mi lado. Le pedí disculpas pero no me escuchó o fingió que no lo hizo. Total que todo me estaba saliendo mal.
Al bajar del autobús, el cielo aún parecía caerse. Ya ni siquiera me abrazaba a mí misma, caminé resignada hasta mi casa. Llegué a mi calle y vi que las luces de la casa de José estaban prendidas. Estuve tentada a tocar su puerta pero no lo hice, simplemente quería llegar ya a casa. Había sido un día horrible y deseaba que acabara ya.
Entré a casa y, al ver que todas las luces estaban apagadas, recordé que mis padres se habían ido a visitar a mi hermana. Papá no conocía la casa de Izzy así que habían aprovechado que él no estaba trabajando en ese momento para ir a conocerla.
Intenté no mojar mucho por donde pisaba pero me fue imposible así que me dio igual y caminé, chorreando a cada paso. Llegué a mi habitación y, sin quitarme la ropa, me tiré en mi cama, jalé las cobijas como pude y me enrollé en ellas. Sabía que tenía que quitarme la ropa pero ya acostada en la cama, no tuve fuerzas para levantarme. Oh y cómo me arrepentía de no haberlo hecho.
Tres días después de esa "lluvia", yo seguía tirada en mi cama con dolor de garganta, cabeza, cuerpo y gripe.
Había llamado a la escuela para avisar que no podía ir y mis amigas se habían turnado una cada día para traerme la tarea. Julia había sido muy amable al traerme cosas para comer (que no toqué por cierto porque no había tenido hambre, así que aún estaban en mi refrigerador), José había ido esos días a ver cómo estaba pero no se quedaba mucho porque yo caía dormida cuando menos lo esperaba. Así que me la pasaba dormida. Y cuando no dormía pensaba.
Esos tres días me habían dejado mucho tiempo para pensar. Pensar, por ejemplo, en lo desgraciado que estaba siendo Ezra.
¿Cómo se atrevía a dejar de hablarme? ¿Ya no podía ser mi amigo simplemente por el hecho de que yo no quería nada más? ¿Eso significaba la amistad para él? Por supuesto que él tenía todo el derecho del mundo a rechazarme y pedir comprensión pero que no lo hiciera yo porque entonces estaba mal, ¿verdad?
Con cada minuto que pasaba, aumentaba mi dolor de cabeza y enojo. Quería golpearle esa perfecta cabeza llena de conocimientos impresionantes. Quería dejarle un ojo morado para que dejara de guiñarle a cada persona que se le ponía enfrente. Quería sacarle el aire con un puñetazo en ese estómago que aunque delgado, sabía que estaba perfectamente definido. Pero no. No quería nada de eso. Lo único que quería, lo único que pedía era una explicación. ¿Cómo era posible que después de tantos meses como amigos, hablando, riendo, decidiera simplemente que ya no lo quería? ¿Cómo era posible que después de decirme todas esas bellas palabras, no me hubiese mandado ni un mensaje solo para preguntarme cómo estaba?
Con todo el esfuerzo del mundo y soltando unos cuantos quejidos en el proceso, me estiré para tomar mi celular en la mesita de noche junto a mi cama. Marqué su número. Esperé dos segundos y entonces oí su voz.
—Emma—. En su voz se notaba la sorpresa.
— ¿Quién te crees, eh?—dije al instante, no estaba para saludos tontos—. ¿Planeas simplemente dejar de hablarme solo por lo que pasó? ¿Tu ego es así de grande? Ezra, no. Me niego a creer que seas de esa clase de chicos. Yo sé que no lo eres. Tú y yo somos amigos, o eso creí. Pero parece que no. Aún cuando tú no querías nada conmigo, yo me preocupaba por ti. Era doloroso. Muy doloroso. Pero seguí preguntándome por ti.
—Emma—volvió a decir Ezra. Pero no me importó, yo seguí hablando.
—En cambio yo desaparezco por tres días y parece que nunca he existido para...
—Estoy aquí.
—No, Ezra, no has estado aquí. Has estado por ahí, haciendo quién sabe qué cosas con quién sabe quién mientras yo me estoy medio muriendo y...
—Estoy afuera de tu casa.
Cerré la boca al instante.
Me quería morir. Él estaba afuera de mi casa. Limpio. Yo estaba dentro de mi casa, luciendo más como una vagabunda que otra cosa. No me había bañado en ese día y el día anterior no había contado mucho que digamos. Apestaba. No quería que me viera así.
— ¿Vas a abrirme?—preguntó, en su voz se percibía una sonrisa.
No, quería decirle.
— ¿Por qué no?—preguntó.
Al parecer sí se lo había dicho.
—Es que... Honestamente estoy horrible. Estoy muy enferma y no me he arreglado y...
—Emma, yo he estado peor. Vamos, ábreme.
Cierto. Colgué y me arreglé un poquito el cabello, me lavé la cara y los dientes. Me puse una bata encima de mi pijama y bajé las escaleras. Lo hice lo más rápido que pude pero aun así mis movimientos fueron lentos. Con el dolor de cuerpo que me cargaba no podía hacer más.
Abrí la puerta y ahí estaba él: vestido con pantalón de mezclilla azul, zapatos de gamuza color café y una playera de manga larga (las cuales tenía arremangadas) de un azul más oscuro. Y su cabello, ese no tenía remedio: estaba todo despeinado. Unos rizos apuntaban a la izquierda, otros a la derecha, unos cuantos más hacia el frente y otros tantos hacia arriba. Tenía estilo. Y yo no, bueno no mucho, aún menos en mi pijama de tres días, mis con calcetas y en sandalias.
Forcé una sonrisa y lo invité a pasar.
Él caminó por mi sala y se quedó parado, le hice una señal para que se sentara y lo hizo. Le ofrecí algo de tomar pero se negó y me pidió que me sentara. Lo hice en el sillón opuesto al que él había elegido.
—Ezra—dije, rompiendo el silencio. Me quedé viendo hacia al piso; no me atrevía a mirarlo a los ojos—, siento haberte dicho todas esas cosas. No estaba siendo yo. He estado pasando los días sin una conversación real y creo que simplemente quería hablar con....
—No te expliques, por favor. Soy yo el que necesita explicarse, ¿no crees?
Asentí. Honestamente sí necesitaba que se explicara. ¿Por qué no estaba en la biblioteca? ¿Por qué había venido a mi casa? ¿Por qué no había llamado?
—Bueno—dijo él, pasándose una mano por el cabello—, sí, eh... Ok. Hace unos días, en la librería, yo quería ofrecerme a llevarte, porque vi que iba a llover y tú no ibas abrigada—se sonrojó. Él había notado mi ropa y eso, por alguna razón, me hizo sentir bien. La verdad es que había sido muy discreto porque yo no lo había notado y yo notaba esa clase de cosas—. Pero no pude. La verdad es que me sentía un poco molesto. Es una tontería, Emma, lo sé, pero no pude evitarlo. Estaba molesto porque no me habías elegido a mí y por eso no dije nada. Estaba tan seguro de que te darías cuenta que aún me querías que no pensé en ningún momento en la posibilidad de ser rechazado. Y me sorprendió muchísimo que lo hicieras así que, cuando me sentí de alguna manera traicionado, no supe cómo reaccionar a esos sentimientos. Ya en casa, pensé más a fondo toda la situación. Analicé cada una de tus palabras y las mías, y me dije que debía entenderte y, en ese momento sentí que por fin te había comprendido, me había convencido de eso. Sin embargo, cuando te vi en la librería ese día, volví a sentirme muy confundido. Y cuando llegué a mi casa y volví a relajarme, me sentí como un imbécil. Al día siguiente Julia me dijo que no podías ir porque estabas enferma y me sentí aún peor pero no te mandé ningún mensaje ni llamé porque pensé que eso era lo querías... Me dijiste que siguiera con mi vida y pensé a que te referías a que te dejara en paz e intenté hacerlo. Pero resulta que no soy tan fuerte como tú, Emma. Necesitaba saber que estabas bien... Y por eso estoy aquí. Y jamás vuelvas a pensar que no preocupo por ti, Emma. Siempre estoy pensando en ti.
Después de tremendo discurso la sala quedó en silencio. Yo estaba con los ojos bien abiertos y no podía dejar de verlo. Si quería saber la verdad sobre algo, solo tenía que preguntarle a Ezra. Él nunca me diría algo que no sintiera. No había segundas intenciones con él o doble cara.
— ¿Por qué pensaste que quería alejarte de mi vida?—pregunté cuando por fin pude hablar—. ¿Es que no te has dado cuenta de lo feliz que me hace ser tu amiga, de lo mucho que disfruto tu compañía?
—Sí, claro que lo noté—respondió, sonriendo—, pero después de mi primera confesión, estuviste evitándome por días y la segunda vez, con todo lo que pasó, creí que ya no querías saber más de mí.
No tenía ningún argumento contra eso. Yo tenía parte de la culpa, lo admitía. Y tenía que admitírselo a él.
—Tienes razón, Ezra. Pero no quiero dejar de ser tu amiga. Eres alguien muy importante para mí.
Ezra sonrió. Pero no fue de ese tipo de sonrisas que usualmente me daba. No era de esas sonrisas que me deslumbraban y me robaban un poco el aliento. La gente debería sonreír de ese modo más a menudo, más específicamente, Ezra debería sonreír así más a menudo.
Platicamos por horas. En la tarde, intentamos cocinar algo pero no había nada en mi despensa. Resultó que me había quedado sin comida (bueno, la que Julia me había dejado pero la verdad es que después de tres días no se veía tan sabrosa) y no me había dado cuenta; así que pedimos comida china. Luego de comer, me ayudó a lavar los trastes y a recoger la mesa, y aunque no quería que lo hiciera, se lo agradecí porque la verdad es que a mí me dolía hacer cualquier cosa.
Él me preguntó si ya había ido al médico, le dije que no pero que ya tenía una cita para el día siguiente. Se ofreció a llevarme pero le dije que ya había quedado con alguien. No le había dicho quién pero estaba segura de que lo había deducido. No insistió más en el tema y entonces llegó la hora de que se fuera. Nos despedimos y él se inclinó para abrazarme. Le devolví el gesto y, aunque me di cuenta de que el abrazó había durado más que cualquier abrazo amistoso, no me aparté hasta que él lo hizo. La verdad es que yo estaba feliz de que las cosas se hubiesen resuelto entre nosotros y, más que nada, agradecida de que no quisiera alejarse de mí.
Me sorprendió lo bien que estábamos llevando la situación.
Nos soltamos y entonces se fue.
***
Al día siguiente, José me llevó al médico y me recetaron unas pastillas y reposo. Reposo: una de mis palabras favoritas.
Le pedí que me llevara al supermercado para poder comprar algo de comida en lo que mis padres regresaban. Mientras comprábamos, José me dijo que esta clase de cosas (el que me llevara al doctor y comprar la despensa). sería algo que haríamos con más frecuencia en un futuro. Me comentó que ya había visto un departamento. Dijo que era perfecto, que ya había hecho el depósito.
Lo volteé a ver, un poco molesta. No había considerado mi opinión y eso le dije.
—No necesitas verlo; te va a encantar. Estoy seguro.
Entonces sacó su celular y me enseñó el lugar. La verdad es que sí era lindo. Un lugar pequeño pero los dos estaríamos cómodos, podía imaginarlo. Los dos en una cama, compartiendo la única habitación, cocinando algo rápido pues no tendríamos tiempo por la universidad. Los fines de semana acostados o viendo una película, leyendo. Sería perfecto. Sin embargo ese no había sido el punto. El punto era que no me había tomado en cuenta a mí. Se suponía que una de las mejores cosas de vivir juntos sería ir a ver lugares los dos y tomar decisiones entre los dos. Era una experiencia que quería vivir y él me la había quitado. Pero eso ya no se lo dije. Él se veía feliz y no quería arruinarle eso, así que solo sonreí y seguimos comprando.
Porque eso se suponía que debía hacer, ¿cierto? Actuar como si no me importara porque eso lo hacía feliz y, si él era feliz, entonces yo también. Me convencí de que estaba haciéndolo bien. En los últimos días no había sido la mejor novia y trataba de compensarlo.
—Pequeña.
— ¿Mmm?—estaba viendo qué cereal me llevaría. Hacía mucho que no iba de compras. Usualmente mamá y yo lo hacíamos pero desde que pasó todo lo del accidente con Ezra, ella había dejado de pedirme que la acompañara y yo no me había ofrecido. La verdad era que lo extrañaba; extrañaba hacer cosas con ella. La había dejado de lado.
—Creo que deberías ir al doctor.
—Acabo de ir. Tú me acompañaste. ¿No te acuerdas?
—Lo que trató de decir es que deberías estar en control de natalidad, ¿no crees?
Abrí los ojos completamente y volteé a ver a mi alrededor. Por suerte no había nadie en el pasillo. Sabía que no tenía nada por lo que avergonzarme pero no podía evitarlo. Por suerte no había nadie en el pasillo.
—José, ¿podemos discutir esto en la casa?
Él me sonrió burlonamente. Se me acercó y me apresó entre sus brazos. Me dio un beso en la nariz.
—No me digas que eres pudorosa... Emma, no hay nadie aquí.
—No es eso, es solo que prefiero discutirlo en privado.
—Vamos, Emma, no hay nada qué discutir. Es lo mejor para ambos. Usamos condón pero nada es 100% seguro y tomar más precauciones no está de más.
Sentí cómo me sonrojaba. Se me calentó el rostro y de pronto tenía mucho calor. No solo estaba avergonzada sino también enojada.
Lo vi directamente a los ojos, asegurándome de que entendiera que había hecho algo mal. Agarré cualquier cereal y lo aventé al carrito y lo tomé, caminé hasta la línea de pago. Ya afuera, llegué hasta el auto de José. Él llegó unos dos minutos después y me abrió la cajuela, me ayudó a poner las cosas ahí adentro y luego intentó abrirme la puerta, sin embargo porque estaba enojada, me subí en la parte trasera.
José me taladró con la mirada y cerró la puerta delantera con fuerza, se subió al asiento del conductor y, apretando los dientes, dijo:
—No voy a ser tu jodido chofer, Emma. Ven al frente.
Lo ignoré. Había logrado hacerme enojar más con su tono y su elección de palabras. Odiaba que alguien se dirigiera a mí con groserías. José se giró hacia a mí y yo volteé a ver hacia la ventana.
—Con una fregada, Emma, no tengo tiempo para tus malditas niñerías: Que te vengas al puto asiento de adelante.
Volví la cabeza en su dirección.
—Que sea la última vez que me hablas así, José. No sé qué tipo de relaciones has tenido, o si acaso has tratado a las demás chicas así, pero ni pienses que yo lo voy a tolerar.
—Oh, ¿a la princesa le molesta mi puto lenguaje? ¿Por qué no lo añades a la lista de cosas que te encabronan que haga, eh, Emma? Apuesto a que te gustaría que fuera tan perfecto como ese idiota que tanto idolatras.
Cerré los ojos. No podía creer adónde había dirigido la conversación.
— ¿Estás hablando de Ezra? ¡Por Dios, José! ¿Te estás escuchando? Estás diciendo puras tonterías.
Él soltó una carcajada sarcástica.
— ¿Tonterías? Ni siquiera dije su nombre y supiste inmediatamente a quién me refería. No puedo equivocarme ni una vez porque al instante ya me estás comparando en tu mente. No intentes negarlo porque sabes que es verdad.
—Te estás portando como un niño. Esto no tiene nada que ver con él, sino contigo. Te pedí que no discutiéramos nuestros asuntos personales en el pasillo de cereales pero te negaste a escucharme. Ahora estás desviándote completamente del tema... Tienes que controlarte.
Aproveché ese momento de silencio para bajarme del auto. No llevaba mucho dinero encima pero podía pedir un taxi y pagarle cuando llegara a casa. A mi espalda oí que cerraba la puerta del coche y unos pasos detrás de mí. Comencé a correr pero en unos segundos ya tenía su mano en mi hombro girándome hacia él.
—No vas a dejarme otra vez con la palabra en la boca, Emma. Estoy harto de que está relación esté basada en ti ganando cada maldita pelea que tenemos. Ahora me vas a escuchar, carajo, quieras o no.
Me tomó del brazo y me arrastró hasta su coche otra vez. La presión que ejercía me hacía daño e intenté decírselo pero no podía abrir la boca sin que se me escapara un sollozo. No era por el dolor, sino por la situación. Este chico, el chico que era agresivo conmigo, no era José. Esta persona que me forzaba a hacer algo que no quería, no era mi novio. No podía ser él. Y yo no podía ser la clase de chica que se dejaba mangonear por él. Yo no era así. Y no lo iba a ser.
Planté mis pies en el piso y jalé fuertemente mi brazo de su agarre. Logré soltarme. Cuando José se volteó para tomar mi mano de nuevo, antes de que pudiera saber lo que pasaba, le solté un puñetazo en la cara. La sorpresa llenó su rostro. Una de sus manos se sobó el golpe que le di y la otra, igual que sus ojos, se dirigieron al brazo que antes sostenía, seguramente notando las marcas que me había hecho. Yo me alejé dos pasos de él.
—Jamás, en la vida, volverás a tocarme de este modo—dije, no logré decirlo sin que se me quebraba la voz pero al menos lo había dicho sin lágrimas en los ojos.
Esta vez, en lugar de girarme, caminé hacia delante y pasé a su lado sin siquiera mirarlo. Él ya no intentó alcanzarme y yo seguí avanzando. Escuché que gritaba mi nombre pero no volteé. Llegué a la sección de taxis y me subí a uno. No le di la dirección de mi casa. Sabía que él se dirigiría inmediatamente hacia allá y yo no deseaba verlo.
***
Entré a la librería y estaba vacía excepto por Julia, sentada detrás del mostrador. Levantó la mirada y me sonrió.
—Julia, ¿tienes algo de dinero que puedas prestarme?
Sin decir nada, me tendió un billete y yo volví a salir para pagarle al taxista. Regresé y me senté en el sillón individual.
— ¿Estás sola?—pregunté.
—Sí, niña, hoy es el día libre de Ezra. Creí que lo sabías.
Así era, pero había supuesto que como yo estaba enferma, él estaría ayudándole en este momento. No obstante no le dije nada de esto a mi jefa, simplemente me encogí de hombros.
— ¿Pasa algo? Pareces un poco molesta.
—Se podría decir.
— ¿José?
Suspiré y asentí. No valía la pena intentar ocultárselo, Julia veía a través de mí. De todos, en realidad. Era muy buena leyendo a las personas. A pesar de su aire soñador, Julia siempre estaba muy atenta a las reacciones de las personas a su alrededor.
—Parece que siempre están teniendo problemas.
—Digamos que es una persona un poco difícil. Bueno, en realidad se queda corta esa palabra. José es una persona muy difícil de entender. Siempre está diciendo algo pero haciendo otra cosa. Me vuelve loca que todo el tiempo tenga un tema por el cual discutir. ¿Por qué no podemos tener un momento de paz? Parece que su especialidad es tener la última palabra. No puedes ganarle. Si se ha convencido de que tiene la razón, no puedes hacer nada. Es tan...
—Termínalo—dijo Julia, interrumpiéndome. Su tono de voz había sido tranquilo, como si solo estuviera señalando lo obvio.
Pasó un segundo.
— ¿Qué? No. Es mi novio. Tiene sus momentos pero no siempre es así. Es tierno y divertido y... bueno, lo quiero. No estoy dispuesta a terminarlo solo porque discutimos. Estas cosas pasan pero lo resolvemos, es lo nuestro. No creo que lo entiendas, él...
Me quedé callada y miré directamente hacia mi jefa. Sonreía pero lo intentaba ocultar tras su taza de café.
Había caído. A veces Julia hacia este tipo de cosas. Te dejaba hablar de lo que te molestaba, después decía una palabra que podía hacerte cambiar por completo de opinión.
Yo también sonreí. Me quedé sentada ahí, viendo a la nada, tratando de averiguar qué le diría a José. No podía simplemente dejar pasar la situación. Tenía que hablar claramente con él pero eso pasaría cuando llegara a casa y ambos estuviéramos tranquilos.
—Emma.
La voz de Julia había sonado más cerca, y con razón, estaba a mi lado, en el sillón.
—Me encanta ese chico, lo juro, pero es cierto lo que te dije: han discutido mucho últimamente. No está bien, hija. Son un noviazgo, por Dios, no un matrimonio viejo. Se supone que deben disfrutarlo, no sufrirlo. Tienes que ser clara con él. Ambos deberían pensar las cosas y decidir si realmente vale la pena todo esto que están pasando.
Asentí. Julia rara vez me daba consejos y cuando lo hacía era porque en verdad estaba preocupada por algo. No debía tomarme tan a la ligera sus palabras.
Sonó mi celular. Se me pasó por la cabeza no contestar, pensando que lo más probable era que se tratara de José, pero si quería solucionar las cosas lo más pronto posible.
— ¿Bueno?
— ¿Emma? ¿Dónde estás?—era Mónica. Sonaba algo preocupada.
—Con Julia, Mon, ¿qué pasa? ¿Estás bien?
— ¿Que si yo estoy bien? Yo debería hacer esa pregunta. José me llamó hace dos minutos todo histérico porque no te encuentra. Dijo que no hay necesidad de que te escondas, que él solo quiere hablar contigo tranquilamente, lo jura.
En mi mente se empezaron a formar mil argumentos contra las palabras de José. Si tan preocupado estaba, ¿por qué no había buscado más? Seguramente fue a casa y esperó a que yo llegara, como no lo hice, solo le llamó a mi mejor amiga para ver si estaba con ella.
No dije nada de esto, claro, no quería explicarle mucho a Mónica porque entonces José tendría que despedirse de su simpatía, y la verdad es que quería que ellos se llevaran bien.
Me despedí de Julia con la mano y ella me sonrió. Salí de la librería y paré al primer taxi vacío con el que me encontré. Ya abordo, le dije a mi amiga que le marcaría en unas horas y colgué sin darle tiempo para argumentar.
El viaje fue tranquilo. El taxista se había limitado a preguntarme por el lugar sin dar pie para la conversación, cosa que agradecí. El tipo de conversaciones que se tiene con el simple propósito de ser amigable o amable, me incomodaban. Recordé que no tenía dinero y había olvidado pedirle a Julia pero ya estaba en casa, tan solo tendría que decirle al taxista que se esperara un poco para poder darle el dinero.
José estaba recargado contra mi puerta y me veía fijamente. Suspiré y abrí la puerta.
—En un segundo hablamos—dije al llegar a su lado—, tengo que ir por dinero.
Él no dijo nada, solo sacó su cartera y se aproximó al taxista para pagarle. No se lo reclamé porque, honestamente, si quería gastar su dinero en algo que no le correspondía, yo no se lo iba a negar, sobre todo si me beneficiaba. Si él pensaba que el gesto iba a ayudarlo a arreglar las cosas, pues entonces estaba muy equivocado.
Al entrar a la casa, me encontré con todas mis compras en la mesa.
—Dejaste tus llaves en mi auto—explicó él.
Asentí. Me senté en uno de los sillones y esperé a que él hablara. José estaba recargado contra uno de los pilares al lado de las escaleras. Estaba muy callado pero yo sabía que no se debía al enojo sino a su nerviosismo.
Se pasó una mano por el cabello y vi que pasaba saliva.
—Emma, lo siento muchísimo. No quería reaccionar del modo en que lo hice pero tienes que entender que...
— ¿Que yo tengo que entender? No tengo que hacer nada, José. Lo que hiciste no fue culpa mía sino la tuya. Yo quería tener una conversación normal pero tú insististe en pelear.
Él no dejaba de asentir con la cabeza.
—Tienes razón. Fue mi culpa pero a veces simplemente no puedo controlarme cuando se trata de ti. Tú haces que actúe por instinto y no soy capaz de pensar en lo que estoy haciendo... Una vez más, no te estoy culpando, nunca te culparía por esa forma de reaccionar. Emma, en serio que...
Se quedó en silencio. Sus ojos ardían con furia pero no me veían a mí, no a mi cara por lo menos, sino a mi brazo; el brazo que él había apretado.
La verdad es que no lo había notado antes pero ahí, en mi brazo, aún podían verse las marcas de sus dedos, y ya había pasado cerca de dos horas, tal vez más. Lo más seguro es que tendría moretones al día siguiente.
Estaba pensando en lo raro que era que tuviera las marcas cuando, en realidad, no sentía dolor cuando escuché el gruñido que soltó José al golpear con fuerza la pared. Una, dos, tres, cuatro veces... No se detenía. Corrí a su lado y lo aparté. Cuando lo toqué, de inmediato se hizo para atrás, asustado.
—Emma—dijo. Pronunció mi nombre como si fuera la cosa más dolorosa del mundo—. Es mejor si lo dejamos.
¿Qué?
— ¿Crees que quiero volverme sentirme así de mierda si esto—señaló hacia mi brazo—vuelve a pasar?
— ¿Es que acaso planeas hacerlo otra vez?—pregunté, sorprendida.
— ¡No! Dios, nunca volvería a tocarte de esa forma.
—Entonces no digas tonterías, José. Fue un accidente. Sé que no quisiste hacerme esto, tú no sabías que me estabas haciendo daño—dije, con un toque de exasperación—. ¿Por qué te enojaste?
Pasaron unos segundos en los cuales él volvió a despeinarse el cabello, esta vez con ambas manos, y finalmente se dejó caer en un escalón.
—Supongo que fue porque tú te enojaste. Pensé que sentías vergüenza de mí y... No sé, hasta a mí esto me suena estúpido. Creo que sentí miedo de que ya no quisieras mudarte conmigo. Vi tu expresión cuando te dije que ya había encontrado casa y no fue la que esperaba. Pensé que tal vez buscabas un pretexto para terminar y sentí pánico.
Estaba demasiado indignada como para ablandarme ante sus palabras. Aunque sentí que debería serle honesta.
—La verdad es que me molestó que no me consultaras antes de decidir en donde viviríamos los dos. Quería formar parte de la decisión—dije.
José levantó la vista.
—Pequeña, lo siento. Soy un imbécil y siento que tengas que soportar todas estas idioteces de mi parte pero te juro que sigo intentado. Aún te sentía insegura ante la decisión de la mudanza y me imaginé que si te mostraba mi compromiso con esto, tus dudas se disiparían. Por eso busqué por mi cuenta; quería darte una sorpresa. Ojalá puedas perdonarme no solo esto—hizo un gesto hacia mi brazo—, sino también la forma en que te hablé. No suelo hablarle así a nadie, en realidad. No sé qué me pasó y odio que hayas sido precisamente tú quien hubiera descubierto esta parte de mí que hasta yo desconocía.
Suspirando, me dejé caer a su lado. Nuestras rodillas se tocaban pero apenas. La tensión entre nosotros estaba tan presente que sentía que me asfixiaba. Aún me quedaba una cosa más por decir si quería que todo se resolviera.
—José, acepto tus disculpas. Sé que no volverás a hacerlo y que si por alguna extraña razón vuelves hacer, lo nuestro terminará. Pero si quieres que todo vuelva a ser como antes, tienes que perdonarte tú. No sirve de nada que yo lo haga si tú te la vas a pasar castigándote. Te quiero, Jo, y siempre lo haré.
José me pasó un brazo por los hombros y me acercó a él, depositando un beso en la parte superior de mi cabeza. Susurrando, contestó:
—Yo también te quiero, Emma. Tanto que siento que me vuelvo loco.

29 - 04 - 16 / 24 - 04 - 17

N/A: Ambas canciones son desde el punto de vista de José. Aquí dejo la traducción de la primera canción "Confessions" de City and Colour. 

He estado despierto por días,
intentando encontrar la forma de escribir esta confesión
Parece que todo lo que escribo es un desastre,
eso sí puedo admitir
No estoy orgulloso de lo que hice
Pero no tiene caso fingir, o proclamar inocencia
Debo ser honesto

Mi veredicto se ha dado a conocer
Dicen que, esta vez, soy culpable de mis pecados
Pensé que podría escapar,
pero por fin he sentido el peso
de mis crímenes
Es pasión y no amor
Los caprichos nunca terminan bien
Pero al menos no estaré solo esta noche

Pues no quiero estar solo esta noche

La fiscalía descansa,
su evidencia es convincente
Parece que me han engañado
Por eso estoy aquí solo y espero a que
me lancen la primera piedra

Mi veredicto se ha dado a conocer
Dicen que, esta vez, soy culpable de mis pecados
Pensé que podría escapar,
pero por fin he sentido el peso
de mis crímenes
Es pasión y no amor
Los caprichos nunca terminan bien
Pero al menos no estaré solo esta noche

Pero al menos no estaré solo esta noche
Pues no quiero estar solo esta noche 

N/A: Mi traducción de "Jealous Guy" de John Lennon:

Estaba pensando en el pasado
y el corazón me latía con fuerza
Comencé a perder el control
Comencé a perder el control
Herirte no era mi intención
Lamento haberte hecho llorar
Ay Dios, no quise herirte
Pero es que soy un chico celoso

Me sentía inseguro
Pensé que ya no me querías
Sentía que por dentro me estremecía
Sentía que por dentro me estremecía
Oh, herirte no era mi intención
Lamento haberte hecho llorar
Ay Dios, no quise herirte

Herirte no era mi intención
Lamento haberte hecho llorar
Ay Dios, no quise herirte
Pero es que soy un chico celoso

Intentaba atraer tu atención
Pensé que te querías esconder
Y me tragaba mi dolor
Y me tragaba mi dolor
Herirte no era mi intención
Lamento haberte hecho llorar
Ay Dios, no quise herirte
Pero es que soy un chico celoso
Cuidado, bebé, soy un chico celoso
Cuidado, bebé, soy un chico celoso    

Por favor, déjame olvidarteWhere stories live. Discover now