Decidida

2K 111 4
                                    

  Dejé caer el libro de mi mano y me paré de un salto, el pie no me sostuvo y me tuve que agarrar de una estantería para no caer de nuevo. Comenzaba a dudar seriamente de que se tratara de una torcedura.
— ¡Cuidado, Emma!—dijo Ezra, alarmado.
  Me sentí rara al escuchar mi nombre viniendo de él otra vez. Mi corazón latía con fuerza dentro de mi pecho y me costaba respirar, y aunque era probable que el chico a mi lado tuviera algo que ver, lo cierto era que se debía más que nada al dolor. Comenzaba a ver borroso y las piernas me flaqueaban —no iba a desmayarme, ¿cierto?—. Nunca me había desmayado y no quería experimentar la sensación, mucho menos si ésta se sentía como aquella vez que me sedaron cuando Ezra se accidentó.
  Cerré los ojos; no era un buen momento para recordar eso.
— ¿Qué ocurre allá atrás?—preguntó Julia, y pude oír que se acercaba—. ¿Por qué tanto escándalo?
  Al verme aferrada a la estantería, se apresuró a mi lado y me tomó por los hombros para ayudarme.
— ¿Estás bien, Emma?—preguntó preocupada.
  Le sonreí y asentí.
—Es mi tobillo—expliqué—; me lo torcí cuando venía hacia acá.
—Me lo hubieras dicho, hija. ¿Podrías llevarla hasta mi coche?—le pidió a Ezra.
— ¡No!—dije inmediatamente. Ambos me voltearon a ver, sorprendidos—. Quiero decir, gracias pero no es necesario; yo puedo caminar sola.
  Ezra se acercó a mí y noté que estaba un poco sonrojado y si él estaba así, no quería ni imaginarme cómo me vería yo.
—No te preocupes—dijo mientras me cargaba—, no pesas nada.
  Lo cuál era totalmente falso porque pude ver que se esforzaba en mantener la expresión tranquila en su cara. Mientras tanto, yo intentaba no tocarlo, al menos no con mis manos; una colgaba sobre sus hombros y la otra estaba sobre mi estómago. Julia ya se había adelantado, por lo que sólo éramos nosotros dos, rodeados por un silencio incómodo.
—Y, ¿cómo estás?—preguntó nervioso.
—Con un pie roto, creo—contesté.
  Ezra soltó pequeña carcajada y me miró directamente a los ojos. Le regresé la mirada por unos segundos pero la aparté casi enseguida; no me sentía muy cómoda mirándolo tan... directamente, mientras él me llevaba en brazos.
  Llegamos al auto de Julia y me acomodó en la parte trasera y él se subió en el asiento del copiloto. Julia lo miró sorprendida.
— ¿Qué haces, Ezra?—preguntó.
— ¿Ir con ustedes?—respondió él, aunque su tono sonó más como a pregunta.
— ¿Y si tú vas, quién cuidará de la librería?
  Ezra se quedó unos segundos en silencio, y se sonrojó aún más.
—Pero es que Emma está lastimada—replicó.
—Y yo cuidaré de ella—dijo Julia en tono conciliador—. Ve y cuida la librería por mí, yo me encargo de Emma.
  Ezra suspiró y me dirigió una última mirada antes de bajar. Mi jefa esperó a que él entrara para encender el auto e irnos.
—Se preocupa demasiado ese chico—comentó Julia.
—Sí—estuve de acuerdo. Y luego, en voz baja, añadí: —Aunque no creo que por mí. No me conoce.
  Intenté no decirlo con amargura. Los ojos de Julia se encontraron con los míos por el espejo retrovisor.
—Claro que se preocupa por ti aunque no te recuerde—dijo, con un tono de reproche—. Ya sabes cómo es él.
  Recargué mi cabeza en la ventanilla. Era cierto. Ezra era un buen chico y se preocupaba por las personas aunque no las conociera. Lo cual no me hizo sentir mejor en lo absoluto.
—Pero se preocupa por ti porque te estima—continuó diciendo—. Me ha estado preguntando por ti.
— ¿Qué?
—Nada de tu relación—aclaró—. Sólo le he contado de tus visitas al hospital y su curiosidad por ti aumentó. Me pidió trabajo, yo no quería dárselo porque sabía que podría afectarte un poco pero entonces el doctor dijo que hacer cosas que solía hacer le ayudaría a recuperar la memoria y no pude negarme—confesó—. Pero, Emma, quiero que sepas que mi intención no es juntarlos. Sé lo mucho que te costó superar su ruptura y, además, aún queda la posibilidad de que no recuerde nada.
—Claro, Julia, entiendo—dije—. Gracias por explicarme la situación.
  Cerré los ojos y me dejé vencer por el sueño que no sabía que tenía.
***
  El dolor en mi pie me despertó.
  Abrí los ojos y vi que estaba en una cama con sábanas blancas. El cuarto también era blanco y un señor de bata blanca me examinaba el pie. Hice una mueca de dolor y solté un leve quejido cuando me dobló el pie. Julia me acarició la mano para tranquilizarme.
—Tendré que vendar el pie para que no se mueva mucho—dijo el doctor—, pero me temo que tendrás que usar muletas.
— ¿Qué? ¿Muletas? ¿Por qué?—me quejé.
—Bueno, al parecer se trataba de una simple torcedura pero forzaste demasiado a tu pie; se convirtió en un esguince. Y si no quieres que se haga peor, debes usar las muletas—me aconsejó el doctor—. Sólo por una semana, máximo dos.
  No estaba muy contenta con la idea pero no me quedó más que aceptar. El doctor me vendó el tobillo y me pasó un par de muletas. Años atrás, mi hermana se había lastimado la rodilla y tuvo que utilizar muletas. Yo me la pasaba jugando con ellas todo el tiempo, así que sabía usarlas, sin embargo eso no las hacía menos incómodas.
  Julia me llevó a casa, me pidió que descansara y me dijo que tenía la semana libre. Sabía que era tonto pero aunque me sentí aliviada, también estaba un poco decepcionada. No obstante, intenté mostrarme agradecida y me despedí de mi jefa.
  Mamá todavía estaba trabajando y eso me dejaba sola en la casa con mucho tiempo para pensar y honestamente no quería hacer eso. Decidí que la mejor solución para no pensar en mis problemas, sería llamar a Mónica.
— ¿Bueno?—contestó mi amiga.
—Mónica, soy yo. ¿Cómo estás?—saludé.
—Bien... más o menos.
— ¿Por qué?
—Sebastián se acaba de ir.
—Mónica, ¿qué hay entre ustedes?
— ¿Hay?—preguntó, escéptica—. Querrás decir había.
—Cuéntame.
  Y lo hizo.
  Hacía unos cuantos meses, la habían invitado al club donde trabajaba Sebastián y ahí lo conoció. Comenzó como cualquier coqueteo: se tomaron unas copas, hablaron, rieron y hubo uno que otro beso. Pero cuando Sebastián se enteró que Mónica tenía diecisiete años, no quiso saber más de ella (él tenía veintidós y ya estaba por terminar la universidad). Y claro que eso sólo hizo que el interés de Mónica despertara. Iba casi todos los días al bar a verlo y hablarle pero él se mostraba distante. Después de un par de semanas intentando convencerlo, cambió su táctica: comenzó a ir con chicos (amigos dispuestos a ayudarla) para ponerlo celoso.
  Al principio no dio resultado, Sebastián se limitaba a ignorarla, pero una noche uno de sus amigos estaba muy distraído con una chica así que Mónica se puso a platicar con un compañero de Sebastián y eso cambió la situación pues al parecer, Sebastián había descubierto el plan de mi amiga, pero verla hablar y reír genuinamente con un chico extraño, era algo que no soportaba. Así que cuando el chico estaba demasiado cerca de Mónica, él apareció diciendo que se apartara, que Mónica era su chica. Y eso selló todo. Comenzaron su relación a escondidas, lo cual le daba cierta libertad a Mónica y le gustaba, pues así no se sentía presionada.
  Las cosas cambiaron en un viaje a la playa que hicieron juntos en verano; Sebastián le dijo que la quería y, a pesar de que se sintió feliz con su confesión, también se sintió un poco abrumada.   Decidió ignorar ese sentimiento y pasó el mejor verano de su vida con él. En el camino de regreso, Sebastián le dijo que le gustaría conocer a sus amigas y eso le supuso más presión a mi amiga ya que para ella éramos como su familia, lo que volvería su relación más formal. No podía permitir que eso pasara. Su sueño desde hacía mucho era poder irse lejos de aquí y tener una relación formal en su último año de preparatoria era un gran error, según me dijo. No obstante, a Sebastián le dijo que sí nos presentaría. Después de eso, Mónica comenzó a alejarse de él. Se veían de vez en cuando y Sebastián volvía a sacar el tema de nosotras pero Mónica se encargaba de distraerlo. Él también quería que conociera a sus amigos, sin embargo Mónica siempre encontraba alguna excusa convincente para cada ocasión.
  Su primera gran pelea fue cuando nos llevó todas al bar. Sebastián se sintió ofendido cuando Mónica lo había tratado tan frívolamente frente a nostras sin siquiera presentarnos. Dejó de llamarla y ella tampoco lo llamó. Un mes después ambos se encontraron en una fiesta con parejas diferentes. Mi amiga casi se pelea con la otra chica y Sebastián logró darle unos cuantos golpes al acompañante de Mónica. Pero fueron los gritos que ambos se dirigieron, los que se escucharon por sobre la música en aquella fiesta. Mónica fue la primera en desistir; salió corriendo de la fiesta y se fue a su casa. Me confesó que lloró por horas hasta quedarse dormida. A mitad de la noche, él apareció ante su puerta y le pidió disculpas. Mónica también se disculpó y sin poder contenerse más, le confesó todo lo que sentía. Él, según me explicó, se tomó las cosas con bastante calma y dijo que entendía y esperaría a que ella estuviera lista. Lo demás era historia. Hubo días buenos y malos pero cuando por fin Mónica estaba a punto de contarnos acerca de él, llegó todo el drama del embarazo y sintió que era una señal para dejarlo. Cuando me dijo esto último, no pude evitar reírme.
— ¿Qué te pasa?—me preguntó molesta.
—Nada—contesté cuando pude contenerme—. Es sólo que no puedo creer lo que estoy escuchando.
— ¿Por qué no?
— ¿Recuerdas lo que me dijiste hace unos dos meses en el bar?
  Hubo un silencio del otro lado del teléfono cuando mi amiga intentó recordar.
—La verdad es que no—dijo, dándose por vencida.
—Me dijiste que mis miedos estaban impidiendo que tuviera la mejor relación que podría tener en mi adolescencia, y eso es lo que estás haciendo tú. Sé que estás asustada por lo que pasó y también que aún no has superado tu miedo al compromiso, Mon—dije tras una leve pausa—. Pienso que el miedo que tienes se debe a tus padres; sientes que Sebastián te abandonará como ellos lo hacen, pero tienes que ver que él no es así, tus amigas no somos así. Él no intentó huir cuando se enteró de tu supuesto embarazo y creo que eso lo prueba.
  Mónica no dijo nada, tan sólo se despidió y, sin darme tiempo para decir algo, colgó. Yo hice lo mismo y suspiré. Sabía que mis palabras habían sido un poco crudas pero era la verdad y, con suerte, Mónica se daría cuenta.
  Me dejé caer en el sillón y me puse a contar mis respiraciones para tener algo que hacer, pero pronto el recuerdo de Ezra se ciñó sobre mí. Había cambiado. Sus facciones eran más marcadas ya que había adelgazado, lo que le daba un aspecto más maduro. También estaba un poco bronceado (supuse que se había ido de vacaciones) y se había cortado el cabello. Si era honesta conmigo misma, tendría que decir que se veía más atractivo, más saludable.
  Pero regresando a lo crucial del asunto, trabajaríamos juntos. Eso no era problemático para nada, ¿verdad? Podríamos limitarnos a ser compañeros de trabajo, o quizá llegar a ser amigos.  Él era simpático por naturaleza y si yo me esforzaba, podría llegar a serlo también. Sólo tenía que dejar de comportarme como una niña asustada frente a él. Lo trataría como a un desconocido pero sería amable con él. Ahora que yo estaba con José no podía... ¡José! ¿Cómo había podido olvidarme de él? No había pensado en él en todo el día. ¿Cómo le diría que Ezra había vuelto a la librería? ¿Cómo se lo tomaría? Probablemente mal. Tal vez lo mejor sería omitir esa noticia hasta que fuera completamente necesario contársela.
  En ese momento, escuché que abrían la puerta; mi madre cargada de bolsas con la despensa, entró.
—Emma, ¿podrías ir por las demás bolsas?
—No creo que pueda.
  Mamá por fin me miró y por poco se le cae el frasco de mermelada que sostenía en sus manos.
—Linda—dijo en tono preocupado—, ¿qué te pasó?
  Le conté la historia de mi día, dejando fuera el castigo de la escuela y el regreso de Ezra.
—Fue muy amable por parte de Julia dejarte descansar—comentó mamá—. Ay, no pongas esa cara de decepción, Emma. Si haces caso y descansas, dentro de una semana podrás volver.
***
  Sentí que alguien jugaba con mi mano.
  Abrí los ojos y vi a José arrodillado a mi lado con una sonrisa en la cara. Le devolví la sonrisa, un poco adormilada; sin darme cuenta, me había quedado dormida
—Hola—me saludó en un susurro, depositando un beso en mi mano.
—Hola—contesté—, ¿qué haces aquí?
  Me senté para hacerle espacio.
—Hace unas horas te llamé para preguntarte si querías que pasara a recogerte, tu mamá contestó y me contó lo que pasó.
  No parecía preocupado, más bien se veía como si quisiera reírse.
— ¿Qué te hace tanta gracia?
— ¡Tú!—dijo con una sonrisa—. Simplemente no me explico cómo lograste que esto te ocurriera.
—Hoy no fue mi mejor día—expliqué—. Creo que me levanté con el pie izquierdo.
—No me digas que crees en esas cosas.
— ¡Es la explicación más lógica!—dije, defensivamente—. Si tú hubieras tenido el día que yo...
  Me vi interrumpida por los labios de José.
  Se había abalanzado hacia mí y me besaba enérgicamente. Por unos segundos me dejé llevar y le correspondí con la misma intensidad, pasando mis brazos por su cuello, acariciando su cabello, pero entonces recordé que estábamos en mi casa y que mi madre podría aparecer en cualquier momento.
—Vaya—exclamé.
  José posó su frente en la mía y respiró entrecortadamente y cuando habló, lo hizo con una sonrisa.
—Ya te extrañaba—confesó.
  Me aparté un poco para poder verlo mejor y lo miré enternecida pero también un poco extrañada.
—Pero si nos hemos visto todos los días—dije.
—Por sólo unos minutos—objetó—. Cuando vuelvas a la librería, ¿qué te parece si te acompaño mientas trabajas? Puedo pedir unos días libres en el equipo de natación, y seguramente Julia estará encantada.
  Me congelé donde estaba. Este era el momento indicado para decirle sobre Ezra. Abrí la boca para soltarlo y... no pude.
  En cambio dije: —No creo que sea lo mejor—. Vi cierto dolor en sus ojos por mi rechazo y me apresuré a corregir el sentido de mis palabras—. Sólo lograrías distraerme y Julia no estaría contenta con eso.
  Me incliné a darle un beso para que mis palabras tuvieran más credibilidad.
—Así que una distracción, eh—dijo con esa sonrisa ladeada en sus labios que odiaba unas veces y me encantaba otras y, en ese momento, me gustaba mucho.
  Se acercó peligrosamente a mí, dejando un centímetro entre nuestros labios, tentándome. Me encargué de eliminar esa distancia. Pero por más que me muriera por quedarme así, tuvimos que separarnos por cuestiones de oxígeno.
  Estuvimos platicando, riendo y besándonos por horas. Y por un tiempo sólo éramos él y yo, nadie más y así quería que siguiera. La semana pasaría, vería a Ezra y no pasaría nada porque yo no quería que pasara nada. Me gustaba lo que tenía con José y nadie podría cambiarlo.
  Con eso en mente, pensé en lo que dijo Julia acerca de ayudar a Ezra con su memoria. Ayudaría a Ezra a recuperar su memoria. Lo haría, si eso es lo que él quería; aun si eso significaba hablar sobre nuestra relación. Porque no corría ningún riesgo ahora que José estaba en mi vida, ¿cierto?

N/A: Canción de Emma para José.

23 - 08 - 14 / 11 - 02 - 17

Por favor, déjame olvidarteWhere stories live. Discover now