Una tarde de otoño

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            Con todo lo vivido las semanas pasadas, el único lugar en donde estaba tranquila era mi trabajo.
    En casa las cosas eran un poco intensas. La universidad se había llevado definitivamente a Nicolás de mi lado, Samanta (la hermana mayor de los gemelos) ya vivía con su prometido y los señores Contreras decidieron que era buen momento para viajar a Italia, y eso nos dejaba con José viviendo solo, a cargo de la casa y como era de esperarse, no podía acabar bien. Todas las noches, desde que vivía solo, había fiesta en su casa.
     En mi opinión, había vuelto a ser el arrogante buscapleitos de antes. Por suerte no se había cruzado en mi camino desde el día en que le di ese bien merecido golpe y de eso, ya hacía un mes.
     Pasando a otras cosas, mi tan esperado último año de preparatoria había comenzado y apenas tenía tiempo de pensar en otra cosa que no fueran mis deberes. Todo volvía a ser como antes de conocer a Ezra. Mis días eran rutinarios y yo me sentía extrañamente cómoda con la situación. La rutina consistía en ir a la escuela, ir a casa, ir al trabajo y de nuevo casa. Nada pasaba. Y mi vida sumida en su monotonía habitual me hizo darme cuenta que lo extrañaba; extrañaba estar sola. Las emociones fuertes no eran para mí y mucho menos las relaciones amorosas.
   Mis amigas me preguntaban constantemente cómo me sentía, si estaba triste. La respuesta era no. Siempre era no. Y no les mentía. No me sentía triste pero tampoco me sentía feliz. No sentía nada. Hasta el enojo que sentía un mes atrás por culpa de José, había desaparecido. En su lugar, se encontraba un vacío en el lugar donde deberían estar mis sentimientos. Volvía a ser la chica que era antes de Ezra, solo que peor.
   Muchas veces me encontraba pensando en mi mente, preguntándome si acaso no era depresión, pero había hecho una investigación rigurosa por internet, pues era demasiado orgullosa para recurrir a un profesional. Sin contar el vacío, no tenía ningún otro síntoma de depresión. Comía bien, dormía a mis horas y mis estudios no podrían estar mejor.
   Estaba centrada en lo importante: mi futuro.
   Podía ver que todos a mi alrededor me veían con preocupación, atentos a cualquier señal de... bueno, lo que fuera, pero no pasaba nada.
   Se podría decir que era aburrida pero a mí me sentaba bien.
     Tampoco había demasiado tiempo para salir con mis amigos porque todos estábamos demasiado preocupados en sacar buenas calificaciones para la universidad. Así que mi mejor amiga en turno era mi jefa, Julia.
      Esa tarde en la librería las cosas estaban muy tranquilas, un cliente se acababa de ir y no había probabilidades de que otro apareciera pronto. Con mi tarea ya hecha, no había muchas cosas por hacer y seguramente había cosas más interesantes que ver las estanterías pero no se me ocurría nada más. No tenía música, ni videos y de la bodega no se oía ningún ruido y según Julia, tenía muchas cosas que acomodar ahí dentro.
     Suspiré por centésima vez en los últimos cinco minutos, de verdad sentía que moriría de aburrimiento. Recosté mi cabeza contra el mostrador, agradeciendo el aire fresco que corría aquella tarde. Ya casi era otoño. Sonreí un poco; amaba la temporada de frío. Tenía un poco de dinero ahorrado, mamá, las chicas y yo podrías ir de compras, tal vez unos suéteres y algo de ropa para las fiestas de diciembre, también unos guantes o...
   Un sonido en la parte trasera de la librería me hizo saltar en mi lugar. No había escuchado que Julia abriera la puerta de la bodega y estaba segura de que ningún cliente había entrado. Tomando lo primero que encontré, caminé hacia el ruido.
   No hizo falta caminar demasiado porque encontré a una persona agachada en el pasillo de no ficción de espaldas a mí. Soñaba. Debía de haberme quedado dormida planeando lo que iba a hacer con mi dinero porque estaba segura de que esto era un sueño. Y lo sabía porque la persona agachada era Ezra que se volteaba, sonriendo de oreja a oreja.
—Lo siento, no quise despertarte—me dijo—. Es la cuarta vez que te quedas dormida mientras te leo.
   Sabía lo que tenía que decir yo: "No estaba dormida". Y él diría: "Y por eso babeabas", lo cual sería una mentira porque nunca había babeado dormida, al menos no frente a él.
   Todo era un recuerdo. Mi inconsciente me había hecho soñar un recuerdo para castigarme, supongo. Por decir que estaba bien cuando no era cierto.
—Lo siento—dije esta vez, cambiando el recuerdo—. Lo siento mucho.
   El Ezra de mi sueño dejó sus libros y aquella preciosa sonrisa cayó de su rostro al tiempo que se levantaba.
—Está bien, Emma, no me importa.
—No está bien. Nada está bien.
   Él se acercó a mí y me abrazó. Al principio me tensé, mis brazos caían mis costados incapaces de reaccionar, un segundo después lo abracé con fuerza. Y lloré, sollocé y moqueé mientras mi novio onírico me acariciaba la espalda. No me decía que me calmara o que todo estaba bien. Él sabía que yo no estaba bien.
—Te extraño como nunca he extrañado a nadie—sollocé contra su pecho—. Y te quiero. No quiero olvidar este sentimiento nunca, Ezra.
—Tienes que—me dijo, con calma—. ¿De verdad quieres seguir viviendo sin sentir nada en lo absoluto?
—Sí, si eso significa que aún te tengo... Aunque todo sea aquí adentro.
—Esa no es la Emma que conozco.
—Pero lo es—repliqué—. La Emma que conoces te quiere con locura y el Ezra que conozco...
—Pero ya no soy ese Ezra, ¿verdad?—me interrumpió—. Y tampoco eres la persona que conocía porque te olvidé. No sé quién eres, amor.
El Ezra de mi mente era cruel. O mejor dicho, mi mente era cruel.
— ¿Qué hago entonces?—pregunté.
—Olvídalo
— ¿A quién? ¿A ti?—pregunté, negando con la cabeza.
—No a mí, sino a este sentimiento que no te deja seguir. Solo pido que me guardes como lo que soy: una memoria. Guárdame bien, muy en el fondo de tu mente.
Lo apreté con más fuerza, intentando fundirme en él. No quería que el abrazo ni el sueño acabaran nunca. Sin embargo Ezra me tomó por los hombros y me alejó e intentó limpiar mis lágrimas con sus pulgares.
—Recuerda lo nuestro como lo que fue: la mejor relación que has tenido nunca.
Me reí.
—Eres la única relación que he tenido.
— ¿Ves mi punto?—preguntó, con una sonrisa triste—. Soy el primero de muchos. Deseo que superes este corazón roto y conozcas a alguien más.
— ¿Puedo besarte?
Ezra soltó una carcajada, sorprendido pero asintió.
—Es tu sueño, Emma, puedes hacer lo que quieras.
Entonces me paré de puntillas y me acerqué a su rostro. Nuestros labios se rozaron y yo contuve la respiración, un segundo después, Ezra me besó.
Era una sensación extraña ser besada en sueños. Su beso sabía a él, a como lo recordaba, pero también me parecía lejano, como si no me estuviera pasado a mí en realidad, como si lo estuviera viendo desde la distancia.
Nos separamos porque escuché que los libros a nuestro alrededor comenzaban a caer.
— ¿Qué pasa?—pregunté, espantada.
—Te estás despertando—respondió.
Lo tomé de la mano; no quería dejarlo. No todavía.
A lo lejos, escuché que alguien decía mi nombre... Era la voz de un hombre pero no lograba identificarla. Sin embargo, pude notar que Ezra sí sabía de quién era.
—Ya comienzas a alejarme—dijo—. Eso es bueno.
Yo negué con la cabeza, acercando su mano a mi rostro.
—Te voy a esperar. Esperaré a que estés mejor y...
—No.
No. Ni el Ezra de mis sueños quería que me aferrara a él. Su mano comenzó a desaparecer y yo me asusté.
—Pero...—dijo, apenas audible—te pido que no me olvides, Emma.
—Nunca. Yo recordaré por los dos. Lo prometo—alcancé a decir antes de que todo se pusiera negro.
Sentí que algo suave recorría la palma de mi mano, dándome cosquillas. Me desperté, un poco desorientada.
Mi mente por fin registró la situación: ¡Me había dormido en horas de trabajo!
Me levanté de golpe. Mis ojos abiertos de par en par por el susto. Pero a pesar de todos los problemas que me pudo haber causado, lo que me tenía preocupada era la imagen de un José preocupado con el cabello mojado cayéndole en los ojos, playera blanca, pants y sudadera negros. Una mochila en su espalda y una pluma en su mano derecha y supuse que él me había despertado.
Le hice mala cara. Tenerlo frente a mí tan inesperadamente me tenía desconcertada.
— ¿Qué haces aquí?—le pregunté.
— ¿Estás bien?—preguntó él, a su vez.
—Claro que estoy bien, pero tú no has...
—Entonces, ¿por qué llorabas?
— ¿Qué? Por supuesto que no...
José acercó un par de dedos a mi mejilla y la tocó. Al alejar sus dedos, pude notar la humedad en ellos. Me llevé mi propia mano a la cara y me di cuenta de que tenía razón, había llorado. Pero, ¿por qué? ¿Qué había soñado? Intenté recordar mi sueño, sin mucho éxito.
—Un mal sueño, supongo—contesté, intentando no darle mucha importancia—. No me has dicho por qué estás aquí.
José me miró fijamente por un par de segundos más como si no me creyera, pero al final lo dejó pasar. Aunque en su mirada aún podía verse la preocupación.
—Vengo de mi práctica de natación y decidí pasar a saludar a Julia. Tiene tiempo que no la veo—contestó.
Asentí y centré mi atención en el monitor de la computadora. No tenía muchas ganas de verlo.
— ¿Sí? Pues espera sentado. Julia está en la bodega y lleva un rato metida ahí, por lo que te sugiero que...
Me callé al escuchar que unos libros se caían al fondo de la librería. No había nadie allí, aunque segura de eso no estaba. Con paso decidido, caminé hasta la fuente del sonido, José me seguía de cerca. Al llegar vi a una chica agachada, tratando de recoger los libros que estaban en el piso. Cuando por fin se levantó, la pude ver bien.
Cabello negro y ojos del mismo color. Su rostro era hermoso pero no había nada delicado en él, era el rostro de alguien fuerte. Vestía unos leggins negros y una sudadera demasiado grande para ella, demasiado familiar también. Era de un chico sin duda, para ser más precisa, del chico que estaba detrás de mí. Noté que, al igual que José, su cabello también estaba mojado.
Me miró un momento pero enseguida dirigió su atención a José.
—Se me cayeron unos libros—le dijo. Su tono de voz era bajo, haciéndola sonar sexy.
José se situó a su lado y le quitó los libros. Se había parado cerca de ella, muy cerca. No pude evitar notar que los dos se veían muy bien juntos, y el pensamiento me dejó un mal sabor de boca.
—No me sorprende—le sonrió José a la chica—. Es la primera vez en tu vida que ves tantos libros juntos. Es natural que te hayas espantado.
La chica intentó golpearlo pero José fue más rápido y tomó sus manos, encerrándola entre sus brazos. Todos los músculos de mi cuerpo se tensaron y sentí como si me hubiesen dado un golpe en el estómago.
El juego continuó entre ellos y yo no podía sentirme más incómoda. Quería irme de ahí. No. Quería correrlos a patas y gritarles que no volvieran.
Ella le dio un golpe a José en el estómago (que probablemente no le había dolido) y él levantó las manos en señal de rendición. Luego voltearon a verme, pareciendo recordar que existía. José tenía esa sonrisa ladeada que tanto odiaba, y ella me veía con algo de sorpresa e irritación.
— ¿Podemos ayudarte con algo?—me preguntó.
Eso me molestó. Tiraba los libros que tanto me costaba acomodar, se ponía a jugar como niña chiquita en la librería, ¿y tenía el descaro de sonar irritada?
—Lo mismo digo—respondí.
Parpadeó sorprendida ante mi respuesta.
— ¿Disculpa?
José dio un paso adelante, situándose entre las dos.
—Ella es Emma—le dijo a la chica. ¿Por qué nos presentaba? ¿Tenía cara de querer conocer a ese tipo de personas?—, trabaja aquí.
La chica levantó una ceja y asintió.
—La que estaba dormida en el mostrador—dijo, y me sonrojé del enojo—. No hacías un buen trabajo, amiga
—No soy tu...
Emma—me interrumpió José, y en su tono de voz podía oír la advertencia. ¡¿Qué?! Su amiga me molestaba, ¿y yo salía regañada?—. Ella es Renata, una amiga de natación.
   ¿Renata? ¿De qué me sonaba ese nombre?
— ¿Amiga?—preguntó Renata. Miró a José y le guiñó un ojo—Claro que sí, bebé.
José se puso un poco rojo. ¡Por todos los cielos! En todos los años que llevaba de conocerlo, nunca lo había visto sonrojarse. Pero esta chica sólo tenía que guiñarle un ojo ¿y era todo? ¿Así de fácil?
Quería aventarles libros en la cabeza, o empujarlos hacia la salida, quería... ¡Renata! ¡La ex-novia! Su ex-novia. La chica por la cual José empezó a cambiar. Dios, yo detestaba a esta tipa. ¿Cómo se atrevía José a traerla?
—Si se les ofrece algo, háganmelo saber—con una la sonrisa más falsa de la que fui capaz, me dirigí de nuevo al mostrador.
Me senté en la silla y comencé a hacer el inventario en la computadora. Aún podía escuchar ruidos viniendo de la parte de atrás; unas risitas (muy molestas, por cierto) y a Renata decir el nombre de José en ese tono tan molestamente... sugerente que tenía
—Tranquila, niña—dijo Julia. Había salido de la nada, con unos cuantos libros infantiles en sus brazos—. Vas a partir el teclado a la mitad. Recuerda que se trata del teclado, no sus rostros
— ¿No le molestan?—le pregunté en un susurro—. Es una librería, no un parque.
Una sonrisa condescendiente apareció en su rostro.
—Claro, Emma—respondió calmadamente—. ¿Crees que me agrada ver a dos jóvenes coquetear en mi librería?
— ¿Coqueteando?—pregunté, incrédula—. ¡Es José el que está allá atrás1
— ¿José?—preguntó Julia, sonando sorprendida—. Bueno, si no viene solo, es obvio que viene a comprar. Así que te pido que, por favor, controles tus celos y los atiendas correctamente. Son clientes, después de todo.
— ¡Yo no estoy...!
Me callé al escuchar unos pasos aproximándose, luego de que José y Renata aparecieran, un tenso silencio llenó la habitación. José se aclaró la garganta y me dio dos libros para que los cobrara. Luego se giró hacia Julia y comenzaron a hablar. Mientras escaneaba los libros murmuré el título de uno, sorprendida: — ¿Física Avanzada?
Renata me miró con desdén y dijo:
—Así es—y sonrió. Y debo decir que ella también sabía hacer una sonrisa falsa y le salía mejor. Años de práctica, pensé. —Aunque no espero que una niña como tú lo entienda, estos libros son...
—Lo que sea que estos libros sean, es una de las cuatro mil quinientas treinta y dos cosas que me tienen sin cuidado—la interrumpí, poniendo todo el desinterés que pude en mis palabras—. Serían setecientos cincuenta y ocho pesos—y al ver la mirada de Julia, añadí—. Por favor.
La mirada de la chica cambió y algo peligroso se instaló en sus ojos. Dio un paso hacia mí. ¿Qué pretendía, golpearme? Por instinto, retrocedí y mi espalda golpeó un librero.
Antes de que pudiera pasar nada, José pagó por los libros y puso un brazo sobre los hombros de Renata. Se despidió de Julia y se fue, no sin antes dirigirme una mirada de reproche.
¡¿A mí?! ¡Era su novia la que quería empezar una pelea, por el amor de Dios! Solté una exclamación de desesperación metiendo el dinero la caja registradora.
—Debo admitir que me sorprende que haya traído una chica—dijo Julia después de unos minutos de silencio—. Esperaba más de él.
— ¿Cómo se atreve a traerla aquí? Sabe que yo... que usted está aquí. Se agradecería un poco más de respeto.
—Tampoco tu comportamiento fue el adecuado, Emma.
— ¡Pero ella quería golpearme! Si usted no hubiese estado aquí, seguro se me lanza encima. Y José no hizo nada.
—Esos celos, niña.
—Ya le dije que no estoy celosa, Julia.
Sacudió la cabeza y soltó una risa suave.
—Claro. Ven, mejor ayúdame a acomodar estos libros que ya casi es tiempo de cerrar.

***
N/A: Canción acorde al subconsciente de Emma.

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