Sin embargo otras sí

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Dos semanas se pasan volando cuando no te quieres ir. Y no me quiero ir. No todavía, al menos.
   Estas dos semanas he salido con mis amigas. Sandy se va a casar. Mónica dice que no piensa casarse nunca. Bueno, eso dice ella pero todas sabemos que es solo cuestión de tiempo porque Sebastián ha querido casarse con ella desde que se mudó con él. Rebeca por su parte está disfrutando de su vida profesional, y su relación con Luis es algo "nuevo" y no había presiones.
   He arreglado las jardineras de mi casa, la cocina está repleta de comida y todas las mañanas salgo a correr. Es un hábito que adquirí gracias a Georgette. Esa chica está obsesionada con su salud.
   Por el momento me encuentro en mi habitación, escuchando un viejo cassette de mi mamá que encontré por ahí. Es un cantante chino que mamá encontró hace muchos años; mi hermana y yo crecimos escuchándolo.
   No he visto a mi hermana y siento feo porque hace cuatro meses que no la veo. Mis padres siguen en Italia pero mi hermana está aquí. Ella no puede viajar porque está súper embarazada y el médico le dijo que guardara reposo en sus últimas semanas. No puedo retrasar su visita por más tiempo; tengo que verla embaraza por lo menos una vez.
   Mientras tanto, como hoy no tengo nada que hacer, me decido por ir a caminar por el centro, ver qué ha cambiado y qué sigue siendo igual.
   Me quito el pantalón de mi pijama y me pongo un pantalón de mezclilla negro. Tengo una puesta una blusa vieja de tirantes y como hace frío afuera, me pongo una sudadera de mi universidad que me compré cuando iba en tercer año. Me ato los Converse y guardó las llaves en el bolsillo trasero de mi pantalón y conecto los audífonos a mi celular y salgo.
   No tengo auto así que tomo el autobús. Recargo la cabeza contra el cristal y veo mi ciudad. Siento que nada ha cambiado pero al mismo tiempo todo es diferente.
   A pesar de que este fue mi hogar por muchos, muchos años, ya no siento como si perteneciera aquí. Esta ciudad se ha vuelto tan solo un lugar para visitar.
   El autobús para en un semáforo y observó a tres chicos y una chica jugar con sus patinetas en el parque. Hay varias rampas y unos cuantos barandales para que se deslicen. Dos de los chicos están compitiendo entre ellos y el chico que resta está siendo enseñado por la chica a patinar. Él se cae en su tercer intento en el pasto y ella ríe. Él solo sonríe y ella le ofrece la mano, cuando él la toma, la jala a su lado y la tira. Antes de que ella tenga tiempo de protestar, el chico comienza a hacerle cosquillas. Ambos se ríen por un rato y entonces veo el momento: se quedan un momento en silencio, mirándose el uno al otro, luego él se acerca y la besa.
   Sonrío. Puedo darme cuenta que eran amigos. La cara de sorpresa de ambos al quedarse en silencio, lo dejó muy claro. Enamorarse de tu mejor amigo debe ser lo más emocionante y terrorífico que podría suceder.
   El autobús vuelve a avanzar y yo sigo observando a mi alrededor. Paso unas cuantas tiendas nuevas y otras viejas, tiendas que reconozco. También paso mi vieja escuela de idiomas, aquella en la que aprendí a hablar en francés. Suspiro. Extraño hablar en francés. Después de muchos años de solo hablar ese idioma, ya estoy acostumbrada a él. Cuando llegué, me sentí un poco extraña pero también algo melancólica. El español también me encanta.
   Me bajo cerca de un parque y comienzo a caminar. No pasan de las cuatro de la tarde y según el pronóstico del tiempo, debería haber sol, sin embargo está nublado, casi parece de noche... pero bueno, esta ciudad siempre ha sido así: impredecible. Paro mi caminata para comprar un té chai y un muffin. La chica que me atiende, me guarda el pan en una cajita y salgo del local para ir a un parque, seguir leyendo el ebook en mi celular y tomarme mi té.
   Camino y camino y no encuentro un parque. La verdad es que no recuerdo dónde están. Solo recuerdo uno pero está muy lejos y la verdad es que ya me cansé. Seguramente mi té ya se enfrió. Tal vez debí quedarme en la cafetería.
   Pues ni modo, a caminar, a ver a dónde llego. Ya voy a mitad de la calle y entonces me doy cuenta. No es raro que no haya sabido dónde estaba, casi todo está diferente. Hay una boutique de ropa, una cafetería, dos restaurantes y un estacionamiento.
   Pero mi vista se dirige hacia ese pequeño espacio al que solía ir diariamente y mi corazón se detiene, ahí sigue, la librería de Julia sigue en el mismo lugar, con el mismo letrero, la misma pintura... Todo es igual.
   Siento cómo se me acelera el corazón. Estoy nerviosa de encontrarme otra vez con mi antigua jefa. Estoy parada frente la librería y abro la puerta.
   El mismo olor pero ya no es igual por dentro. La distribución de libros es diferente y hay sillones nuevos. Me giro hacia mi viejo lugar: el mostrador. No hay nadie allí. No hay nadie adentro. Tal vez ya no estaba abierto y yo entré. Comienzo a girarme pero luego escucho pasos detrás de mí. Me giro y aparece una chica. Debe de tener unos dieciocho o diecinueve, una universitaria tal vez. Se sienta en mi silla... Bueno, la que solía ser mi silla, y me saluda.
— ¿Buscas algo en especial?—me pregunta.
   Le sonrío y me acerco.
—Sí. ¿No está tu jefa por aquí, de pura casualidad?
   La chica me sigue sonriendo pero ahora está confundida.
—Querrás decir mi jefe, ¿no?
   Frunzo el ceño. ¿Julia le había dado la librería a Ricardo? Niego con la cabeza.
—No. Es una señora mayor. Se llama...
—Ro, ya me voy. Encárgate de cerrar bien—dice la voz de un hombre que aún está escondido entre las estanterías. Se oyen sus pasos más cerca y entonces aparece—. Romina la atenderá, señorita. Que tenga buena tar--
   No llega a terminar su frase porque por fin me ha puesto atención. Su cabello está mucho más corto, está peinado hacia atrás. ¡Peinado! Sus rasgos se han acentuado. Cualquier rastro del joven se ha ido. Su cuerpo también ha dejado la delgadez adolescente y ahora tiene músculos que se pueden notar debajo de su playera. Tiene un pantalón oscuro, una playera blanca y una chamarra café a medio poner. Se detuvo cuando me vio.
— ¡Ezra!—exclamo, sonriendo. Increíble.
—Te está buscando la señorita­—dice la chica que ya no sonríe. Me mira con desdén. Y yo le sonrío, divertida; la chica está enamorada de Ezra.
   Algo hace clic en mi cerebro.
— ¿Eres el jefe?—pregunto. Ezra, que no ha dicho ni una palabra, solo asiente—. ¿Julia está por aquí? Me gustaría muchísimo poder verla.
   No dice nada. La librería está en completo silencio mientras Ezra sale de su estupefacción y vuelve a ponerse la chamarra. Luego clava sus ojos en los míos y ya no tiene el brillo que recordaba. Ni siquiera una sonrisa.
—No—contesta, luego dice dirigiéndose a su empleada—. Nos vemos mañana, Ro.
   Y se va.
   Lo sigo con la mirada y levanto las cejas. Um... ¿qué fue eso?
— ¿Qué le hiciste?—pregunta la chica. Me giro hacia ella, todavía en shock—. Él no es así... Con nadie. Es la persona más encantadora que he conocido en mi vida. Es el mejor jefe del mundo. Hace diez minutos me estaba muy feliz diciéndome lo bien que se la pasó anoche con sus antiguos amigos de la preparatoria y entonces llegas tú y toda su felicidad desaparece.
   Apenas soy capaz de procesar lo que me dice Romina pero es que no puedo entender lo que acaba de pasar. Ezra me ignoró. Es la primera vez que me así como si... como si le molestara mi presencia.
— ¿No conoces a ninguna Julia?—le pregunto a Romina. No quiero pensar en su pregunta.
—No.
   Le doy las gracias y salgo de la librería.
   Siento el aire con más intensidad y me cruzo de brazos, intentando conservar el calor. Ya no tengo ganas de ver la ciudad así que espero a un taxi. Encuentro uno al llegar a la esquina y me subo. Me doy cuenta que dejé mi té y muffin en la librería pero no me importa. De todos modos ya no tengo hambre.
   Al llegar a casa, me pongo a procesar todo lo ocurrido.
   Primero lo primero: Ezra está enojado conmigo.
   Segundo: Quiero saber qué pasó con Julia.
   Tercero: Ezra está enojado conmigo. Ah, y también su empleada pero eso me tiene completamente sin cuidado.
   Me imagino que está enojado porque me fui sin avisarle pero ¿no habíamos quedado en que ya no lo iba a volver a ver?
   Aunque no importa, me había esperado una reacción así... Claro que pensé que iba a ser José el que se comportara de ese modo. Pensé que José me iba a poner difícil las cosas pero no fue así, la verdad es que fue demasiado sencillo con él. José no me tenía resentimientos ni yo a él. Así que pensé que sería mucho más fácil con Ezra. O sea, ¡es Ezra de quien hablamos! Pero no. Y no sé qué tendré que hacer pero me ganaré esa sonrisa otra vez.
   No tenía idea que quería quedar en buenos términos hasta que llegué a la librería. Quiero ser su amiga, así como soy amiga de José. No quiero irme sabiendo que no me disculpó.
   Él le dijo a Romina: Nos vemos mañana. Por lo tanto iré mañana. Y hablaremos.
   Más calmada, me meto a bañar y luego me acuesto en mi cama, pocos minutos después, me quedo dormida.
***
   Estoy parada frente al espejo. Ya me he cambiado tres veces de ropa. La primera había sido muy formal, luego muy informal y el tercer conjunto no me terminaba de gustar.
   Tal vez se debe a mi cabello. Está muy corto; apenas me llega por encima de los hombros. No puedo controlarlo. Decido planchármelo. Cuando termino, me pongo algo normal, algo que ocuparía cualquier otro día de invierno. Un pantalón negro, una blusa blanca, tenis y un abrigo largo de color café. 
   Sonrío un poco a mi reflejo. Bien, no me veo como si tratara de impresionar a nadie.
   Tomo mi bolsa y salgo. Veinte minutos después, vuelvo a estar parada frente a la librería. Estoy muy tentada a irme... No le debo nada a Ezra, ¿verdad? Ni él a mí. No hay razón por la que tenga que estar exponiéndome de esta forma. Excepto que sí la hay: quiero saber dónde está Julia. O eso es lo que me digo a mí misma.
   Abro la puerta y le doy la bienvenida al calor. Amo el frío pero con los nervios no puedo disfrutarlo.
—Bienvenida. Cualquier cosa que necesite, estoy...—Romina se detiene a media frase. Me ve con desprecio mal disimulado—. Ah. Otra vez tú.
   Levanto las cejas pero no digo nada. Es una niña; no lidiaré con ella.
—Hola—saludo.
— ¿Qué quieres?—pregunta ella con los brazos cruzados, detrás del mostrador.
—Vengo a ver a Ezra. ¿Podrías decirle que vine, por favor?—pido.
—No. Él no quiere verte, ¿no te quedó claro ayer?—dice—. ¿Por qué siempre tengo que lidiar con esta clase de cosas?—pregunta, aunque es más para ella misma que para mí. Entonces regresa su atención hacia mí—. No eres la primera mujer que viene a verlo y entiende una cosa: a Ezra no le gustan las busconas.
   Hay demasiado veneno en su voz para ser tan joven. O tal vez solo se ve joven. Tal vez es mayor que yo. Estoy por preguntarle su edad cuando otra voz me interrumpe.
—Romina—dice Ezra, su tono es duro—, no se le habla así a los clientes.
—Pero no está comprando nada—dice ella, a la defensiva.
   Ezra se le queda viendo, está un poco enojado, puedo notarlo. Romina se sonroja.
—Solo intentaba ayudarte—dice, en voz baja.
—Esta clase de cosas no son parte de tu trabajo—la reprende Ezra—. Ahora déjanos solos. Por favor.
   Lo último lo añade como si no quisiera pero sus modales no quisieran abandonarlo nunca, ni siquiera cuando está enojado. Excepto si se trata de mí, claro.
   Romina toma su celular y se va apresuradamente. Quisiera decir que me siento mal por ella pero no me lo puso fácil.
   Le sonrío a Ezra pero él no corresponde a mi sonrisa. También está enojado conmigo. Antes de que él pueda decir nada, me le adelanto.
— ¿Podemos hablar en otra parte?—pregunto. Él duda. Mucho tiempo. Entonces agrego: —Por favor.
   Suspira y se pasa una mano por el cabello. La camisa azul que trae puesta se ciñe alrededor de sus músculos. Asiente y entonces regresa a la parte trasera de la librería. Vuelve con un suéter y me abre la puerta. Bueno, al menos no todos sus modales están perdidos conmigo.
   Yo lo guío. Caminamos hasta que llegamos a la cafetería a la una vez me trajo hace tantos años. Entramos y mi corazón se aprieta: todo sigue igual. Todo. Elijo una mesa del fondo y me siento. Ezra no ha dado señas de reconocer el lugar. Se nos acerca un mesero y toma nuestra orden. Esta vez pido un chocolate caliente y un muffin. Ezra pide un café negro y ya.
— ¿Cómo has estado?—pregunto en cuanto se va el mesero.
—Bien—contesta.
   Nada más. Mira por la ventana y su dedo índice se mueve nerviosamente por la cucharita del café. No me pregunta nada y ni siquiera me mira. Suspiro.
—Vamos, Ezra, estoy tratando de hacer las paces—digo, un poco cansada de la situación.
   Él se gira y ahora me ve intensamente. No sé cómo definir su mirada.
— ¿Qué es lo que quieres? ¿Que actúe como si nada?—suelta enojado.
   A pesar de que no ha sido amable conmigo desde que lo vi ayer, su enojo no deja de sorprenderme. Un Ezra enojado no es fácil de conseguir. Por lo general, tienes que hacer muchas cosas como para que te muestre esa faceta suya. Y me hiere y enoja que se muestre de esta forma conmigo. En el pasado, he dejado que el enojo tome control sobre mis palabras, pero ya no más. Cuento hasta cinco internamente y contesto.
—Claro que no. Pero aceptaste a hablar conmigo.
   Ezra sonríe y sacude la cabeza.
—Sí, por supuesto. Hablemos—cede.
   Parpadeo un par de veces rápidamente. No esperaba esto. Pero tengo dos palabras que quiero decirle antes de que vuelva a cerrarse.
—Lo siento—digo—. Por todo. Lo digo en serio.
   Él asiente. Al menos está aceptando mis disculpas.
—Así que... ¿Ahora es tu librería?—digo, para cambiar el tema. No es cómodo para mí hablar del pasado, al menos no con él.
   Vuelve a asentir.
—Julia y yo somos socios. Aunque yo soy el dueño mayoritario. En realidad ella quería que me quedara con toda la librería pero no podía aceptarlo.
   Frunzo en ceño. Está yendo demasiado rápido y no puedo seguirlo.
—Un año después de entrar a la universidad, decidí abandonarla—dice. Abro los ojos como platos pero no digo nada—. No me convencía lo que estaba haciendo... Sentía que me faltaba algo—hace una pausa y me mira de reojo. Yo permanezco callada, interesada en cada palabra que sale de su boca—. Regresé y vine a la librería de Julia. Yo ya no trabajaba con ella pero iba de vez en cuando a visitarla y ayudarle... Un día me dijo que iba a cerrar la librería. Quería viajar con Ricardo y no tenía idea de cuándo volvería. No lo pensé mucho, le ofrecí comprársela. Se lo pensó por muchos días pero al final aceptó. Yo no tenía mucho dinero pero Julia aceptó ser mi socia; compartiríamos la propiedad.
   Se interrumpe al ver que el mesero se aproxima con nuestro pedido. Deja mi chocolate y su café frente a nosotros y dice que enseguida vuelve con mi muffin. Esperamos sin decirnos nada. Regresa el chico y me deja el pastelito. Se ve muy rico. Lo pellizco con dos dedos y llevo el pan a mi boca. Muy rico de verdad. Le ofrezco a Ezra pero él lo rechaza.
—Solo estuve yo por un tiempo. Tenía muchas ideas para la librería y las puse en acción. Funcionó. Llegamos a ganar mucho dinero esos primeros meses. A veces hablaba con Julia y le contaba las noticias. Un día se me ocurrió abrir otra sucursal. La librería de aquí es muy pequeña y necesitaba tener más variedad de libros así que lo hice. Compré un local mucho más grande y lo hice una segunda sucursal. Ya teníamos fama en la ciudad así que no fue muy difícil conseguir clientes.
   »Tenía nuevas ideas cada poco tiempo y, afortunadamente, siempre daban resultado. Poco a poco empecé a poner sucursales en varias ciudades del país. Las sucursales tienen la misma imagen, más modernas que la original. No le hice nada nuevo a la original, como pudiste darte cuenta; siento que así debe quedar esa... Me trae buenos recuerdos—se queda en silencio unos segundos y después se aclara la garganta—. Todo va bien... Somos la segunda librería más famosa del país en la actualidad.
   Decir que estoy impresionada del hombre frente a mí es decir poco. Ezra se había convertido en un exitoso empresario. Ha convertido su amor por las palabras en algo grande. Estoy muy orgullosa de él pero no puedo evitar sentirme un poco triste al saber que no fui parte de este proceso.
—Es increíble, Ezra—digo, emocionada—. Entonces vives aquí, ¿cierto?
—Por el momento. Estoy pensando en hacerla una empresa internacional, así que no sé qué vaya a pasar en el futuro.
   Tomo su mano y sonrío. Ezra permanece quieto, noto la tensión debajo de mi mano y él mira fijamente hacia nuestras manos. Tan rápido como comprendo su reacción, retiro la mano. Lo hice sin pensar. Solo fue un reflejo; quería que supiera lo feliz que me sentía por él pero no pensé en lo mal que se lo tomaría. Me siento algo rechazada y estoy segura que él puedo notarlo, sin embargo no dice nada y yo tampoco.
   Terminamos nuestras bebidas en silencio. Ezra no me hace ninguna pregunta. Al pedir la cuenta, insisto en pagarla, alego que yo lo invité pero él se niega y paga su parte. Vuelvo a suspirar pero lo dejo pasar.
   Salimos de la cafetería y respiro con alivio el aire de afuera. Solo tengo que tomar un taxi y alejarme lo más pronto de aquí y toda esta experiencia acabará.
—Un gusto volver a verte, Ezra—le digo a modo de despedida. No me atrevo a acercarme ni siquiera a darle un abrazo.
   No le doy tiempo de decir nada, simplemente voy caminando en dirección opuesta a él. He dado apenas cinco pasos cuando escucho su voz detrás de mí.
—Mírate, otra vez escapando.
   Me detengo y me giro bruscamente. Increíble.
— ¿Cuál es tu problema?—suelto, enojada—. Ya me disculpé. Soporté tu mal trato y traté de terminar las cosas bien. Condéname si intento terminar está incómoda situación rápidamente.
   Él camina hasta mí y se detiene a pocos centímetros de mí.
— ¿Esperas que todo se resuelva con una disculpa?
— ¿Qué más quieres que haga? Estoy arrepentida por cómo terminamos las cosas, de verdad. Pero parece que tú no me crees. No tenía idea de que eras tan rencoroso.
   Se pasa las manos por el cabello y cierra sus manos en torno a él. Parece que quiere arrancárselo.
—No lo soy, Emma. Ese es el problema, ¿no lo ves?
   Pues la verdad es que no.
   No digo nada y él nota que no tengo idea de lo que trata de decirme. Sonríe con tristeza y mete las manos en los bolsillos de su pantalón.
—Está bien. Han pasado muchos años. Has cambiado y lo entiendo... Y a la vez no—dice él, sacude la cabeza—. También fue un gusto volver a verte.
   Se gira y comienza a caminar. Lo veo irse, desaparecer de mi vista y no me siento a gusto. Había algo en su tono de voz que me puso a pensar que no estaba siendo honesto, que no le había dado gusto verme. Y eso que dijo, ¿entiende que los años me hayan cambiado pero a la vez no lo entiende? ¿Qué demonios quiso decir?
   Corro. Y corro. Siento el aire frío golpeándome en las mejillas, metiéndose entre las costuras de mi abrigo. Llego a la librería y entro. Romina está en el mostrador y me ve, abre la boca y yo la paso antes de que pueda soltar una tontería.
   Camino y camino hasta llegar a la bodega. Extiendo mi mano para abrir la puerta.
—No puedes entrar ahí—escucho que dice la chica detrás de mí.
   No le hago caso y abro de todos modos y cierro antes que ella tenga la oportunidad de alcanzarme.
   Ezra está sentando en la silla detrás del escritorio,  la cabeza entre sus manos.
—Dilo.
   Levanta la cabeza y vuelve a ser aquel chico que hace tantos años conocí. Cabello desordenado, con las emociones desbordándosele en la mirada. Y solo basta eso para que sienta algo despertándose en mi interior. El pulso se me acelera, mi estómago da un salto y me siento nerviosa.
   Pero ignoro a mi tonto corazón y espero a que responda. Pero Ezra parece perdido y decido ayudarlo.
—Di que me odias por todo lo que te hice. Di que no me perdonas.
   Con tan solo verlo puedo darme cuenta que le hice demasiado daño. No puedo ver un anillo de bodas en su dedo y aunque nada me asegura que no está comprometido o en alguna relación seria, tengo el presentimiento de que no es así. ¿Y si se debe a que no ha podido continuar con su vida como lo hizo José?
—No es lugar para hablar de esto, Emma.
    Esa es su respuesta. No es una negación a mis palabras así que debe ser cierto. Asiento y digo:
— ¿Cuándo?
   Hay un silencio interrumpido solo por los golpes que Romina da a la puerta.
—Mañana. Hay un parque... Es viejo y casi nadie va para allá—arranca una hoja de su libreta y anota lo que supongo es la dirección—. Nos vemos a las siete de la noche. A esa hora termino aquí.
   Asiento y tomo la hoja. La guardo en mi pantalón y salgo ignorando a Romina.

23 - 06 - 15 / 14 - 05 - 17

N/A: Primera canción de Ezra para Emma. Segunda de Emma para Ezra.

Por favor, déjame olvidarteWhere stories live. Discover now