Año Nuevo

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Ezra me miró, su cara era total incredulidad. Con la sonrisa aún en mi rostro, asentí energéticamente y le acerqué la mano izquierda de Julia. Un anillo pequeño con una piedra color rosa apareció ante él. Su atención se centró en nuestra jefa y un segundo después la tenía entre sus brazos, dándole un gran abrazo. Nunca había visto a Ezra darle un abrazo a Julia por lo que se me hizo raro pero seguramente ya lo habían hecho antes. Es decir, se conocían de años, lo raro sería que no se hubieran abrazado en todo ese tiempo.
— ¿Con quién?—preguntó Ezra luego de separarse de Julia.
—Él es...—dijo Julia pero pareció pensárselo mejor e inició con otra idea—. ¿Recuerdan a un señor que venía con frecuencia?
—No—dijo Ezra.
—Sí—respondí yo, al mismo tiempo.
¿Cómo olvidar a ese viejito? Era muy simpático pero había dejado de ir desde que Ezra había aparecido. No había vuelto a pensar en él pero como que debí hacerlo. Ahora sabía la razón por la cual iba tan seguido. A veces simplemente iba a comprar un separador, en ocasiones no compraba nada. Pero entre más pensaba en él, más creía que era un poco mayor para Julia.
Nunca le había preguntado su edad a mi jefa pero me parecía como de cincuenta años máximo. Él señor en cuestión parecía tener al menos diez años más. Aunque claro, Julia se veía joven por su actitud, su forma de vestir y tener el cabello casi siempre despeinado le ayuda en cierta forma. Quizá no fuera tan joven como pensaba que era, y quizás el señor no era tan grande.
Sin embargo, eso no tenía importancia alguna. No era muy dada a los abrazos pero en esa ocasión no pude evitarlo: me abalancé contra ella. Sentí a Ezra estabilizar a Julia por la espalda porque casi la tiraba. Julia me devolvió el abrazo con la misma intensidad y supe entonces que la idea de casarse la hacía muy feliz porque tampoco ella era dada a los abrazos.
Cuando nos separamos, José caminó hacia a mí y se posicionó a mi lado. Él no le dio un abrazo a Julia pero la felicitó y, cuando volteé a verlo, le dirigía una sonrisa tierna.
—Oh, ven acá, muchacho—dijo Julia, abrazando a mi novio—. Promete que vendrás a la boda.
José respondió cuando se separaron.
—Claro, Julia. Emma y yo estaremos ahí sin falta.
—Bien pues. Ya pueden irse.
Y así como así, se apresuró hacia la bodega y la puerta se cerró tras ella.
El silencio se hizo en la habitación. Miré a Ezra pero él no me veía a mí, sino a la puerta por la que había desaparecido Julia. Cuando por fin giró la cabeza y me atrapó mirándole, le sonreí. Él respondió a mi sonrisa y sacudió la cabeza; supuse que seguía sin creérselo.
—Es increíble, ¿no?—dije.
—Increíble se queda corto, Ems. Simplemente... no lo vi venir.
Me reí por su cara de asombro. Se veía tan tierno. Reprimí el impulso de acercarme y abrazarlo.
—Tenemos que irnos, pequeña—habló José. Me giré y le sonreí con ganas de abrazarlo; aún seguía con la emoción de la noticia—. Tus padres...
La sonrisa se me borró. Por supuesto, mis padres. En cuanto llegara a casa, ya podía irme despidiendo de la fiesta de año nuevo que darían mis amigos. Asentí y dejé que tomara mi mano y me guiara hasta la salida. Antes de desaparecer del todo, volteé a ver a Ezra y me despedí con un gesto de la mano y una sonrisa. La cual no correspondió. Un simple asentimiento. La sonrisa de su rostro había desaparecido y antes de que pudiera girarse del todo, me pareció que cerraba los ojos y su rostro se contraía en una mueca de dolor.
Mi expresión no cambió; no dejé de sonreír, pero por dentro sentí que el corazón se me rompía un poco.
***
—Ok. Estoy lista—dije.
José a mi lado no paraba de acariciar mi mano entrelazada con la suya. Se agachó un poco y depositó un suave beso sobre mi cabeza.
Llevaba parada frente a mi puerta aproximadamente veinte minutos. En todo ese tiempo, no había reunido el valor suficiente para enfrentar a mis padres. Y sabía que entre más esperaba, peor sería, pero simplemente no podía moverme. Nunca les había hecho algo así. Por lo menos los llamaba (aunque sí había llamado, simplemente no habían contestado) para avisar. Ni siquiera mi hermana había hecho eso, y era la rebelde.
—Pequeña, llevas diciéndote eso prácticamente todo el rato que hemos estado aquí parados—dijo José—. Déjame acompañarte. Les explicaré que fue mi culpa.
—Y tú llevas diciéndome eso desde que llegamos. Y ya te he dicho que no fue tu culpa—dije—. Además, quiero que mi papá piense que eres un buen chico y si le dices que no llegué a casa porque estaba preocupada de que condujeras en estado de ebriedad, lograremos lo opuesto, estoy convencida.
José suspiró.
—Bien. Entonces te facilitaré las cosas.
Y entonces tocó el timbre. Me dio un rápido beso en los labios y se alejó hacia su casa. Justo cuando él cerraba su puerta, la mía se abrió.
Ante mí, apareció mi hermana en pijama. Su cabello revuelto y podría jurar que vi un poco de baba en la comisura de sus labios. Abrió los ojos completamente en cuanto me vio y echó un vistazo rápido detrás de ella.
—Les dije a mis papás que llamaste anoche y me dijiste que pasarías la noche con Mónica porque temías que se ahogara con su propio vómito. No están contentos de que "te mandaras sola" pero tampoco te castigarán de por vida.
Le dirigí una mirada de agradecimiento y entré.
Dentro, mis padres preparaban el desayuno. Reían sobre algo que había dicho papá pero en cuanto me vieron, dejaron de hacer lo que estaban haciendo. La lumbre encendida, el huevo quemándose y el café enfriándose. Sus caras eran serias y me ordenaron con gesto que tomara asiento.
—El que te hayas quedado a ayudar a tu amiga cuando te necesitaba, es algo muy noble de tu parte—dijo mamá, que se había sentado frente a mí. Mi padre estaba parado detrás de ella y me veía como si tuviera cinco años y hubiese roto uno de los carros de colección que tenía. Solo que esta vez, había roto su confianza. Lo cual era mucho peor.
—Pero no consentiremos que hagas algo como esto otra vez—terminó papá—. Tu madre ya me había dicho que últimamente hacías lo que querías. También me dijo que ya te había advertido que eso no se volvería a repetir.
Los miré a ambos. Se veían tristes y, por primera vez, vi las ojeras debajo de sus ojos. Me sentí mal por saberme la razón. No debí llamarle a Izzy, tenía que haber llamado a la casa y enfrentar las cosas desde un principio. Les había arruinado la noche.
—Así que lo sentimos, hija, pero estás castigada. No habrá fiestas, ni salidas. No pueden venir tus amigos visitarte. Tu celular y tu computadora también están prohibidos. José no puede venir a verte tampoco—sentenció mi madre.
—Ya que no estás protestando, estoy dando por hecho que entiendes por qué estás siendo castigada—dijo papá. Asentí—. Bueno, entonces me ahorraré la explicación.
Comenzaron a irse a la cocina de nuevo pero antes de llegar, mi padre se giró.
— ¡Ah! Y no puedes ir a trabajar tampoco. Cuando digo "sin salidas" lo digo en serio.
Mi boca se abrió pero me di cuenta de que era muy infantil y cambié mi gesto a uno de indignación. Detrás de papá, mamá también se le había quedando viendo como si no pudiera creer lo que acababa de decir.
—No puedes hacerlo. ¡Es mi trabajo! ¡Tengo obligaciones!—reclamé.
—Exactamente, Emma—dijo papá, tranquilamente—. Tu obligación era avisarnos a tu madre y a mí dónde estabas y lo que planeabas hacer. No a tu hermana. Nosotros somos tus padres, jovencita, y no permitiré que pases de nosotros. Así que si te despiden, no es mi problema. Será tu culpa por no haber pensado en las consecuencias de tus actos.
Tuve que morderme la lengua para evitar gritarle cosas que en realidad no sentía. Cosas como qué hipócrita era al decir eso, después de que él había pasado de mí por casi un año. O que él nos había dicho a Izzy y a mí que el trabajo no era un juego, que cuando tuviéramos uno, tendríamos que estar siempre presentes, sin importar qué. O lo injusto que era y que ya no lo quería. Eso último era muy adolescente para mi gusto. Por eso cerré la boca. Simplemente corrí hacia mi habitación y cerré de golpe la puerta. Había olvidado lo estricto que era mi padre. Muy cariñoso, cierto, pero también muy estricto.
Mi intención era meterme a bañar pero antes de que pudiera desvestirme, tocaron la puerta y luego apareció mi madre.
—Linda, tu padre me ha enviado por tu teléfono y computadora.
No podía creerlo. No iba a permitir que le avisara a Julia siquiera.
—Mamá... tengo que avisarle a Julia. No quiero que me despidan, de verdad me gusta mi trabajo. Solo déjame hacer una llamada rápida, ¿sí?—le rogué.
Mi madre me miró con tristeza y supe que no cedería. Suspiré y le pasé mi celular junto con mi computadora. Me acosté en mi cama, de pronto sin ganas de hacer nada.
—Emma, le avisaré yo—dijo mamá—. Le diré que te hemos castigado y haré todo lo posible para que no te despidan. Pero dudo que lo haga; Julia es comprensiva. Y también hablaré con tu padre sobre el castigo. Creo que no dejarte ver a José es un poco exagerado. El pobre no tiene nada que ver.
Le sonreí y esperé a que se fuera para volverme a acostar. Me dio un poco de risa lo que dijo mi madre. Sin tan solo supiera.
***
La semana pasó sin ningún incidente.
Yo seguía sin saber del mundo exterior. Lo único que sabía era Julia no me había despedido y que José sabía que estaba castigada con no verlo porque se presentó a mi casa el mismo día del castigo y mi padre le dijo que no podía "salir a jugar". Casi me muero de la vergüenza. Me recordó a cuando les decía eso a los gemelos cuando estábamos pequeños y yo tenía mucha tarea y no me permitía salir hasta que la acabara. Después de eso, mi madre salió y le explicó la situación. Yo estaba en mi habitación y lograba escuchar tan solo un poco de lo que decían pero no pude escuchar la respuesta de José. Así que extrañaba su voz.
Mientras tanto, mi hermana había partido de nuevo a la capital para encontrarse con su novio. Claro que ella no le decía así. La verdad es que no le veía el caso de negarlo, pero era su vida y yo no iba a meterme. Aunque sí tenía muchas de conocerlo.
En la semana, solo había dejado mi habitación para ir al baño, bañarme y comer. Era víspera de año nuevo y yo no tenía muchas ganas de festejarlo pero, por lo que había escuchado, mis padres tampoco iban a hacer nada grande. Tal vez una cena diferente y luego a dormir.
Me encontraba en mi habitación, poniéndome al día con los libros que había comprado y no había leído. Eran unos cuantos. Estaba leyendo el libro número ocho en la semana cuando mi madre entró a mi habitación.
—Linda, tengo algo que decirte.
Despegué la vista de mi libro y la posé en mi madre. Estaba arreglada. Botas para el frío, abrigo para el frío, bufanda, gorro y guantes.
— ¿Vamos a al polo norte?—pregunté.
Mamá sonrió, un poco incómoda.
—Bueno, tu padre y yo estamos a punto de irnos—esperó a que dijera algo pero no lo hice. Toda la semana habían estado saliendo a lugares, lo raro de la situación es que me estuviera informando—. Para festejar el año nuevo, tu padre rentó una cabaña en la montaña, pero... tú no irás.
Me le quedé viendo. Me iban a dejar sola en año nuevo... Qué tiernos. Intenté no mostrar lo dolida que estaba con ellos.
—Ok—dije, y volví mi atención al libro.
Sentí que mamá aún estaba en la puerta.
—No es que no te quiera llevar, Emma, pero tu padre ya había apartado la cabaña desde antes de que llegara, solo para nosotros dos. Él pensaba que Izzy estaría aquí para hacerte compañía y...
—Está bien, mamá, no me estoy quejando—la corté—. Que se la pasen bien.
Mamá asintió y se despidió de mí. Luego entró papá e hizo lo mismo, solo que él me entregó mi celular. Me dijo que era para emergencias, que confiaba en que no lo usara para invitar a mis amigos e hiciera una fiesta en los días que no fueran a estar, que eran tres días. Asentí y me despedí de ellos. O ellos de mí. Salieron de mi cuarto y un minuto después cerraron la puerta principal. Escuché cuando se subían al carro y se iban.
Salí de mi cuarto y bajé las escaleras. En el comedor me habían dejado una nota en donde me indicaban el número de teléfono de la cabaña, el de emergencias y dinero para que ordenara algo de comer. Pensé en una pizza. Estaba por anochecer y por ser 31, cerrarían temprano, así que la ordené. Sin saber qué más hacer, me puse a ver películas sin ninguna interrupción, a excepción de la pausa que hice para pagarle al repartidor de pizza.
No supe por cuánto tiempo estuve ahí, cuando me levanté para calentar la pizza, ya había anochecido. Revisé la hora en el microondas y vi que ya iban a dar las diez de la noche. Estaba sorprendida. Tenía planeado recoger mi cuarto porque había libros por doquier pero quería pasarme las últimas horas del año limpiando.
Cuando sonó el microondas, anunciando que ya estaba lista mi comida, también lo hizo el timbre. Me asusté un poco porque no esperaba visitas y ya era demasiado tarde para que pasara un vendedor ambulante. Pero no me lo pensé mucho porque me sentía un poco sola y quería hablar con alguien que no fuera mis papás. Fui a la puerta y abrí.
— ¿Jo?—dije, extrañada.
Era él en todo su esplendor. Pantalones de mezclilla azules, unos converse negros, una camisa blanca y su chaqueta negra. Se veía bien, como el José de antes. Y me sonreía, pero era una sonrisa burlona. Sus ojos me observaron detenidamente. Entonces recordé mi aspecto. Sin bañar y con la pijama de ayer.
Lo invité a pasar y le dije que se sirviera pizza si quería, en lo que yo me metía a bañar rápidamente.
Y sí que fue rápido. Quince minutos después ya estaba a su lado otra vez, aún en pijama, pero ya era una limpia. Comimos juntos y yo le pregunté por qué estaba ahí. Me dijo que sabía que mis padres se iban a ir por año nuevo y que yo estaría sola, así que había decidido pasarla conmigo.
Después de comer, nos acomodamos en el sillón y vimos otra película.
La verdad es que no supe de qué iba por qué José comenzó a acariciarme el cabello aún húmedo y eso me encantaba. Era una caricia pequeña, algo que hacía cada vez que nos acomodábamos de ese modo. Yo le acariciaba el brazo libre. Su boca me dio unos pequeños besos en la cabeza, luego el oído y terminó en mi cuello. Cerré los ojos, disfrutando de la sensación. Cuando terminó, me acomodé frente a él y comencé a besarlo. Primero su mejilla izquierda, luego la sien, sus ojos, la mandíbula, su barbilla y terminé en los labios. El beso fue lento, como todas las caricias que nos habíamos dado; sin prisa. Sentí sus manos en mi cabello y las mías estaban en el suyo. Lentamente, las suyas fueron descendiendo hasta mi espalda, debajo de mi blusa, acariciando el broche de mi brassier.
—Vamos a mi cuarto—murmuré sobre sus labios.
Sin pensárselo dos veces, José me cargó y yo enredé mis piernas alrededor de su cintura. Subió por las escaleras sin dejar de besarme. Empujó la puerta de mi habitación con la espalda y yo me bajé de él cuando abrí los ojos. Había olvidado el desastre que había en mi habitación. Me giré a ver a José y noté que sonreía.
—Solo tú tendrías tu cuarto hecho un desastre por todos los libros que tienes.
Y volvió a besarme de la misma forma que en la sala, tomándose su tiempo. Me quitó la blusa del pijama, yo le quité la chaqueta y su camisa. Me recostó con cuidado en la cama y él se posicionó sobre mí. Sus brazos sostenían su peso. Me acarició el rostro con sus manos, luego con sus labios. Sus besos descendieron por mi cuello hasta llegar a mi estómago.
Sentí cómo se me enchinaba la piel.
—Jo...—suspiré, enredando mis dedos en su cabello.
—Relájate—respondió. Su voz se había vuelto más ronca y era lo más excitante que había escuchado.
Le hice caso. Cerré los ojos y me dejé sentir la forma en que sus besos me quitaban el aliento, cómo sus manos no me abandonaban en ningún momento —a veces acariciando mis brazos, a veces entrelazándose con las mías—, y escuchaba las palabras saliendo de sus labios, cada una más hermosa que la anterior. Estábamos los dos solos y nadie iba a interrumpirnos.
Quitó mi pantalón lentamente, acariciando mis piernas en el proceso. Yo quise hacer lo mismo pero él no me dejó.
—Esta noche es todo acerca de ti, Emma.
Así que él se encargó de desvestirse. Luego volvió a ponerse encima de mí y comenzó a bajarme los tirantes del brassier. Su mano me acarició el hombro, luego sus labios. Dejó los labios ahí pero su mano fue detrás de mi espalda y, con mano experta, me desabrochó el brassier. Apreté más fuerte mi agarré en su espalda y cerré fuertemente los ojos. Estaba pasando, pronto estaría completamente desnuda frente a un chico por primera vez. Y ese chico era José, mi amigo y compañero de muchos años y sabía que él era perfecto para este momento.
— ¿Estás segura de esto?—preguntó José, en susurros—. Podríamos esperar. No me...
—Estoy bien, Jo—contesté, sonriéndole.
— ¿En serio?
—Nunca mejor.
***
Yacíamos los dos juntos en mi cama. José me sostenía contra él y acariciaba perezosamente mi espalda y yo su pecho.
Escuché los primeros fuegos artificiales, anunciando la llegada del año nuevo.
—Feliz año, Jo—dije.
—Feliz año, pequeña—contestó.

06 - 01 - 15 / 23 - 03 - 17

N/A: Traducción de la canción:

Las luces están encendidas, pero no estás en casa.
Tu mente ya no es tuya.
Tu corazón suda, tu cuerpo se agita.
Otro beso es lo que le hace falta.

No puedes dormir, no puedes comer.
No hay duda, estás enganchado
Se te cierra la garganta y no puedes respirar.
Otro beso es todo lo que necesitas.

Te gusta pensar que eres inmune a estas cosas.
Podría decirse que nunca estás satisfecho
Vas a tener que reconocerlo:
Eres adicto al amor

Ves las advertencias pero no puedes leerlas
Estás corriendo a una velocidad diferente
El corazón  te late el doble de rápido
Otro beso y serás mío

Un obsesionado sin salvación
Solo deseas dejarte ir
Y si queda algo para ti, no te importa si eso pasa

Te gusta pensar que eres inmune a estas cosas.
Podría decirse que nunca estás satisfecho
Vas a tener que reconocerlo:
Eres adicto al amor  

Más vale reconocerlo, eres adicto al amor
Más vale reconocerlo, eres adicto al amor

Tus luces están encendidas, pero no estás en casa
Tu voluntad ya no es tuya
Tu corazón suda, tus dientes rechinan
otro beso y serás mío

Te gusta pensar que eres inmune a estas cosas
Podría decirse que nunca estás satisfecho
Vas a tener que reconocerlo:
Eres adicto al amor

Más vale reconocerlo, eres adicto al amor
Más vale reconocerlo, eres adicto al amor

Por favor, déjame olvidarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora