Scheiße!

2.1K 103 2
                                    

—Qué bueno que ya estás mejor—dijo Julia.
  Mi pie había mejorado notablemente. El día anterior, el doctor me había dicho que podía dejar las muletas pero que tuviera cuidado de no forzar demasiado el pie.
No había pasado mucho durante la semana, excepto que Mónica apenas me dirigía la palabra y, por lo que había notado, todavía no le contaba nada ni a Rebeca ni a Sandy sobre Sebastián.  Pensando en eso, caí en la cuenta de que Mónica no había mencionado el porqué del retraso de su regla. No me importaba lo cortante que pudiera llegar a ser, tenía que preguntarle. Su salud era un asunto serio.
  En ese momento me encontraba en la librería. Ezra aún no llegaba pero tampoco me importaba demasiado. Honestamente, me encontraba muy tranquila. Había tenido toda una semana para prepararme mentalmente. Volteé a ver a Julia y le sonreí, regresando mi atención a ella.
—Sí, el doctor dijo que ya podía hacer mis actividades diarias.
—Emma.
  Mi sonrisa desapareció y abrí los ojos, asustada. Julia fue la única que notó el cambio pero no dijo nada al respecto, lo cual agradecí. En la voz de Ezra pude identificar la sorpresa y, antes de girarme, inhalé profundamente para serenarme y sonriendo, me giré hacia él.
—Hola—saludé. Mi voz había sonado demasiado alegre pero esperé que nadie lo hubiera notado.
Ezra me miró a los ojos, luego a mi pie y de nuevo a los ojos. Después me sonrió pero se notaba preocupado.
—Me alegra verte recuperada tan pronto—dijo—, pero, ¿es necesario que estés aquí?
  Me le quedé viendo. ¿Cómo se suponía que respondería a eso? Ezra se puso rojo y se rascó la nuca con su mano. De reojo, pude ver cómo Julia trataba de cubrir su sonrisa detrás de un libro.
—Ay, eso sonó mal, ¿no?—dijo Ezra, avergonzado.
—Algo—respondió Julia, aún sonriendo.
—Lo que trato de decir es que, ¿es seguro que ya estés trabajando? ¿No sería mejor que te quedaras en tu casa descansando?
  Sonreí. Así que él estaba preocupado por mí, quería asegurarse que estaba curada por completo. Había olvidado lo torpe que Ezra podía llegar a ser cuando se sentía nervioso. Su sonrojo resultaba encantador.
—Descuida—lo tranquilicé—. Justamente le estaba contando a Julia que el doctor dijo que podía volver a mis actividades diarias, sólo me pidió que tomara precauciones.
— ¿Como no caminar en exceso?
  Asentí.
—Entonces, si quieres, puedo llevarte a tu casa después del trabajo. Es sólo hasta que estés curada por completo y no haya riesgos­—ofreció Ezra, hablando apresuradamente—. Bueno, aunque también podría llevarte a tu casa aun cuando estés curada... No me importa. Somos compañeros de trabajo, ¿no? Y si pasamos más tiempo juntos podemos...
  Me quedé petrificada. Ya había convencido a José de que lo mejor sería que mi madre me recogiera del trabajo, así él no se encontraría con Ezra. Pero obviamente no se me pasó por la cabeza que Ezra se ofreciera a llevarme.
—Ya me había ofrecido yo, cariño—interrumpió Julia con calma, antes de que yo pudiera pensar en una excusa.
  Por supuesto que Julia mentía. Ni siquiera había podido decirle que mamá iría por mí, mucho menos había habido tiempo para que ella se ofreciera a llevarme. Sin embargo, no era tan tonta como para desmentirla.
  Ezra se había sonrojado de nuevo y se veía completamente avergonzado, como si le hubiesen quitado la confianza que había ganado apenas instantes atrás. Me sentí mal por él y me vi tentada a aceptar su oferta y de no ser por Julia que había puesto su mano sobre la mía como si pretendiera detenerme, lo habría hecho.
—Ah—dijo Ezra—. Claro. Está bien. Bueno, eh, yo iré a ponerme a trabajar.
  Antes de irse me sonrió pero no me miró a los ojos.
—Eso no estuvo tan mal—declaró Julia, después de Ezra hubo desaparecido de la vista—. Ahora que las incomodidades se acabaron, espero que sigas trabajando igual que siempre. Y de él espero lo mismo. Por cierto, he decidido que Ezra va a trabajar allá atrás desempacando libros, acomodándolos, esas cosas. De vez en cuando tendrás que ayudarle pero la mayoría del tiempo te ocuparás de la caja.
  ¿Qué las incomodidades habían acabado? Yo no estaba tan segura pero hice lo que me dijo sin protestar.
***
  El día estaba siendo tranquilo, unos cuantos clientes acababan de irse. Escuché a Ezra acomodando libros y Julia, que se encontraba a mi lado, me dijo que fuera a ayudarle. Caminé hasta la sección de libros de arte y lo vi muy concentrado. Se veía que lo estaba haciendo bien, no entendía por qué Julia me había pedido que lo ayudara.
—Hola—lo saludé—, ¿necesitas ayuda?
  Ezra me miró indeciso.
—Pero tu pie...
  Sin poder evitarlo, puse los ojos en blanco.
—Está bien. De verdad.
  Él se quedó viendo mi pie por unos segundos más, luego a mí y por último, al libro en sus manos.
—En ese caso, sí, necesito ayuda.
  Levanté ambas cejas, sorprendida. Antes de su accidente, Ezra siempre había podido con cualquier cosa si se trataba de libros.
—En este libro viene la vida de da Vinci pero también vienen las ilustraciones de sus obras, así que no sé si debe de estar aquí o en las biografías.
  No pude evitarlo, me reí. En su cara podía notar lo preocupado que estaba por este "problema", como si creyera que Julia lo despediría. ¡Por Dios, si él la conocía mejor que yo! Él respondió a mi risa con una sonrisa y un leve sonrojo. Decidí que ya lo había mortificado demasiado y puse mi mejor cara de seriedad.
—Estoy casi segura de que este libro va en las biografías.
— ¿Ah, sí?—dijo, levantando una ceja, no como si estuviera impresionado, más bien como si me estuviera tomando el pelo—. Así que sabes mucho de libros.
  Tomé, o arrebaté mejor dicho, el libro de sus manos pero seguí sonriéndole.
—Pues resulta que sí—dije con altanería—. Trabajar con Julia ha sido muy enriquecedor.
  Fue él quien rió esta vez.
—"Enriquecedor"—dijo imitando mi voz y fracasando en el intento—. ¿Quién usa palabras como esas? Ya veo que tu interés por los libros se centra en los diccionarios.
  Al decir esas palabras, dejó de sonreír y se tomó la cabeza con ambas manos, haciendo una mueca de dolor. Preocupada, me acerqué a él.
— ¿Estás bien?—le pregunté.
  Él asintió y levantó la cabeza. Cuando nuestros ojos se encontraron, vi destellar algo en su mirada pero no lo pude identificar porque él cerró los ojos casi de inmediato y sacudió la cabeza.
—Sí—contestó—. Sólo es un dolor de cabeza. Ya van como dos veces que me pasa esto pero nunca tan fuerte. Pero no te preocupes, ya estoy bien.
—Ok—sonreí, aún un poco preocupada—. Iré a poner este libro en las biografías. Si necesitas cualquier cosa, estaré por allá.
  Señalé detrás de mí, hacia donde estaba el mostrador. Ezra me sonrió una última vez y asintió, volviendo a su trabajo nuevamente. Mientras me alejaba, sentía su mirada sobre mí. Quería girarme pero sabía que si lo hacía y lo atrapaba mirándome, sería vergonzoso para ambos.
  Caminé por los pasillos y llegué a la sección de las biografías, justo al lado de los diccionarios. Y entonces me golpeó.
  Ezra se había burlado de mi vocabulario, tal y como yo lo había hecho en nuestra primera cita. También había dicho algo sobre los diccionarios, que fue como nos conocimos. ¿Y si...? No. Seguramente quería ver cosas que no existían. Pero, ¿y los dolores de cabeza? Hacía tiempo, había visto una película en donde un chico perdía la memoria y entonces un día, le vino un dolor de cabeza horrible, que le devolvió todos sus recuerdos. Además, no podía ser casualidad que le doliera justo después de decir cosas como esas. Sin embargo no le diría a nadie; me lo guardaría hasta que confirmara que realmente se trataban de recuerdos.
***
  Naturalmente, Ezra no pareció demostrar ninguna diferencia después de lo ocurrido y de eso ya hacían tres semanas. ¿Cómo era posible que llevara trabajando con Ezra casi un mes? Y todo había resultado tan fácil. Había olvidado lo agradable que era hablar con él. Reíamos casi todo el tiempo. Una vez en la que Julia nos había pedido que nos separáramos porque estábamos interrumpiendo su sesión de lectura infantil.
  No entendía qué nos pasaba. Ni cuando éramos novios hacíamos tanto ruido estando en la librería. Tal vez funcionábamos más como amigos porque, tenía que admitirlo, éramos amigos. ¿Cómo no serlo cuando él era tan amable, agradable, gracioso, dulce y, en algunas ocasiones, torpe? Me recordaba un poquito a Nicolás, aunque sólo fuera en el aspecto de la amistad. Con Nico tenía un lazo completamente diferente, él era como mi hermano.
—Emma—llamó Julia—, ya es hora de que te vayas. Si te tardas más tiempo, se hará de noche.
  Tenía razón. Tomé mis cosas y me despedí de ella. Le grité a Ezra un adiós ya que él se encontraba en la bodega. Antes de irme, Ezra salió corriendo de la bodega y me dijo que si quería que me llevara. Le sonreí y me acerqué. Me detuve delante de él y me paré de puntillas, depositando un leve beso en su mejilla. Él se llevó la mano ahí, sus mejillas de un leve color rojo, haciéndome sonrojar a mí también. Le dije un último adiós y me volví hacia la puerta, donde Julia nos miraba con una sonrisa triste en sus labios. Cuando pasé junto a ella, le murmuré una despedida sin poder verla a los ojos, y me fui.
  En todo el camino estuve pensando en la razón que me llevó besar a Ezra. No era normal en mí darles besos a las demás personas. Pero Ezra me había parecido adorable cuando salió tan rápidamente de la bodega para ofrecerse a llevarme. Había sido eso, un simple beso de agradecimiento.
—Vaya—dijo José cuando llegué a mi puerta. Últimamente iba a mi casa a cenar, así que estaba esperando a que yo llegara—, ¿hoy fue un buen día?
  Lo miré sin comprender.
—Llegaste con una sonrisa—explicó—. ¿O es porque me estás viendo?
  Me sonrojé por la culpa y lo golpeé en el hombro.
—Emma—dijo, riendo y halándome hacia él—. Es broma. No puedo creer que te sigas sonrojando por estas cosas; ¡ya llevamos tres meses juntos!
—Wow, tres meses—susurré.
—Lo sé, pequeña. Es increíble.
  Alejé todos los pensamientos confusos y lo abracé. Últimamente me rondaba un pensamiento: quizá fuera José el primer chico que me había llegado a gustar.
— ¿Qué dijiste?—preguntó.
  Me separó de él para poder verme a los ojos.
— ¿Acabas de decir que fui el primer chico que te gustó?
  Lo miré sin saber qué decir. Estaba segura que un día estos ese problema mío de decir lo que pensaba sin darme cuenta, me metería en un gran problema.
—Pequeña—dijo después de besarme—. ¿Tienes idea de cuántas cosas pudimos habernos ahorrado si tan sólo tú hubieses mostrado un poco de interés? Esta idea me obsesionará por siempre.
  Le acaricié la cara, deteniéndome deliberadamente en sus labios, luego pasé mis caricias hacia su cabello. Me gustaba cuando él cerraba los ojos cuando yo hacía eso, como si se fuera a dormir. Me sentía más cómoda observándolo cuando él no podía verme.
—No, Jo—le pedí, acercándome a sus labios—. Me gusta que nos hayamos reencontrado. Estoy segura de que, de no haber sido por nuestro distanciamiento, mis sentimientos por ti no habrían cambiado.
  Él me miró, confundido.
— ¿A qué te refieres?
—Creo que comencé a verte como algo más que un amigo cuando tú empezaste a distanciarte. Antes de eso, siempre habías sido como un hermano, no muy diferente a Nicolás. Pero cuando dejamos de hablarnos y yo te veía pasar, me preguntaba si acaso irías a ver a tus amigos o a una chica, y me ponía un poco celosa sin importar cuál fuera la opción correcta.
  Tracé un camino de besos por su mandíbula hasta que por fin lo besé en los labios, haciendo que la espera valiera la pena. Disfrutaba besarlo. Era muy buen besador y entonces pensé en todas esas chicas que tuvo que besar para poder llegar a ser tan bueno y a pesar de que me molestaba pensar en su pasado, también me alegraba de no haber sido su primer beso, me alegraba de no haber sido su primera novia. Porque todas esas decisiones que había hecho, lo habían llevado a ser el José que tenía frente a mí. ¿Y si hubiésemos sido novios cuando él tenía dieciséis y yo catorce, seguiríamos siendo novios? ¿Habríamos roto? Y si ese fuera el caso, ¿seguiríamos siendo amigos o estaríamos sin hablarnos como antes? Estaba feliz con mis decisiones porque sabía que José había madurado en estos años y adónde fuera que nos llevara nuestra relación, siempre seríamos amigos.
—Emma—dijo José, su voz sonaba ronca. Se aclaró la garganta pero no sirvió de mucho—.  Vayamos a mi casa.
  No fue la invitación lo que me detuvo, sino lo que sugería dicha invitación.
  No era la primera vez. Había habido veces cuando nos estábamos besando, donde José sugería ir a mi habitación o a su casa. O simplemente comenzaba a acariciarme con mayor desesperación, sus manos yendo debajo de mi blusa. Pero siempre lo detenía. Aunque no sabía qué me detenía a mí, simplemente no podía continuar.
—Pero mi mamá nos está esperando—dije como excusa.
—Podemos decirle que esta vez yo quiero cocinar para ti—dijo él.
  No quería rechazarlo nuevamente pero no sabía qué más hacer o decir. No entendía porqué simplemente no le decía que no quería, al menos no por el momento. No es como si fuera mi obligación y, aunque José ni una vez se había mostrado molesto cuando lo rechazaba, comenzaba a ponerme incómoda. Quería que nuestra relación funcionara y si ocultaba estos pensamientos de él, no podía ver mucho futuro para nosotros. Abrí la boca para confesarle todo esto, cuando él me interrumpió.
  José suspiró, recargando su frente contra la mía. Sus manos acariciando mi cara.
—Está bien. Lo entiendo. Aún no estás lista­—susurró José—. Dejaré esta decisión en tus manos; yo esperaré por ti.
  Le sonreí,
—Bueno, no sé cuándo será eso—dije—. Pero en lo que esperamos, ¿por qué no vamos a ver lo que hizo mi mamá de cenar?
  Él se rió un poco y me tomó de la mano, llevándome a mi casa.
***
  Al día siguiente en la escuela, sucedió algo increíble: Mónica se acercó a mí. No fue nada emotivo. Conocía a mi amiga y sabía que no se echaría a llorar por todo lo que había ocurrido. Tan sólo me preguntó que si podría dormir en mi casa y sin dudar le dije que sí, que mi mamá había ido a la capital para visitar a mi hermana Izzy y que podíamos desvelarnos como en los viejos tiempos. Mon me sonrió agradecida y se despidió rápidamente.
  Horas más tarde, me encontraba sentada en mi lugar detrás del mostrador, pensando en qué íbamos a comer Mónica y yo porque no había nada en mi casa. Mamá se había ido justo cuando habíamos quedado para ir de compras. Bueno, quizá con una pizza bastaría.
—Emma—dijo Ezra.
  Se encontraba frente a mí, luciendo una enorme sonrisa y su cabello estaba completamente despeinado. Sonriendo, extendí mi mano y lo despeiné aún más. Un brillo de algo (¿reconocimiento, tal vez?) destelló en su mirada.
— ¿Qué pasa?—pregunté, no dándole importancia a su expresión.
  Él se aclaró la garganta y volvió a sonreír, aunque esa sonrisa era más bien coqueta.
—Hoy es viernes, ¿no? Así que no creo que haya problema si vamos a tomar algo en el Mur Café.
  Tenía ganas de reírme. ¡Ni siquiera me lo había preguntado! Había sido como un aviso. Tenía mucha confianza en sí mismo para estas cosas. Pero divertida con la situación, le seguí el juego.
— ¿Ah, sí?
—Sí—dijo. La sonrisa desapareció un poco de su rostro y habló con cierto nerviosismo—. Es sólo que he tenido pensamientos extraños desde que me ayudaste con aquel libro y me gustaría hablar contigo sobre eso.
  Pensamientos, había dicho. ¿Se refería a recuerdos? Pensamientos –posiblemente recuerdos- que había tenido desde el incidente del libro.
—Claro, me encantaría—contesté, con tono ligero aunque por dentro estuviera nerviosa.
  La sonrisa coqueta volvió a posarse en sus labios.
—De acuerdo. Después de que terminen nuestros turnos podemos irnos, si te parece bien.
  Asentí pero entonces me acordé de mi amiga.
—Oh, no—dije, el tono de decepción en mi voz era notorio—. No puedo.
  La desilusión apareció en el rostro de Ezra.
— ¿Qué? ¿Por qué no?—preguntó.
—Sí, Emma, ¿por qué no?—preguntó alguien desde la entrada de la librería.
  No.
  No alguien.
  José.
  Scheiße!

N/A: Canción demuestra lo que piensa Ezra.

10 - 09 - 14 / 12 - 02 - 17

Por favor, déjame olvidarteWhere stories live. Discover now