Planeando el futuro

2K 98 0
                                    

           

Suspiré de nuevo y volví a recostarme en la cama. Al parecer hoy era el día del regreso de los ex. Ezra, Renata... Justo cuando todo iba perfecto para los dos.
   ¿Por qué había ido a su casa? Seguramente ella había sido la razón por la cual José se había estado tardando tanto en regresar. El hecho de que José pusiera la música a todo volumen significaba que él no había querido que me enterara que Renata había llegado a su casa. Pero ¿por qué? Yo confiaba en él. Me habría puesto nerviosa al saber que los dos estaban dentro de su casa, solos, pero lo habría entendido. No me hubiera enojado. Ahora solo estaba preocupada, más que nada por él. Tenía problemas que no me estaba diciendo y yo solo quería ayudarlo.
   Había escuchado que ella gritaba pero nunca escuché la voz de él. Tal vez no era tan importante. Tal vez lo mejor sería dejar esa idea hasta que él llegara y me lo explicara.
   Tomé mi libro y volví a leer, calmada. José llegó apenas dos minutos después. Me tomé mi tiempo al bajar y abrirle. Ahí estaba, en pants y tenis, informal como yo. Le sonreí y lo invité a pasar.
—Vaya, Jo, sí que te tomaste tu tiempo—dije, enviando una indirecta para que me dijera la razón.
   Sonrió y me dio un beso en la cabeza. No dijo nada, simplemente se instaló en mi sillón y tomó el álbum que, tontamente, había vuelto a poner sobre la mesita. Corrí hacia él y me senté en su regazo, quitándole el álbum y aventándolo al otro sillón. José me miró extrañado pero lo dejó pasar y decidió centrarse en mis labios en su lugar. Yo le seguí el juego por unos segundos pero luego recordé que no me había contado lo de Renata y me separé.
—Entonces...—hablé de nuevo—. ¿Qué te tomó tanto tiempo?
   Pregunta directa. No podía escapar de eso.
   Aunque claro, él era José y lo hizo. Me recostó en el sillón y él se puso encima de mí. Me besó en la boca, en las mejillas, ojos, frente, orejas, cuello, clavícula y de nuevo los labios. Sus manos se centraron en mi cabello y, en ningún momento, las posó por debajo de mi cuello. Solo me besó. Una sesión de besos que duró por quién sabe cuánto tiempo.
   Cuando él decidió que ya era suficiente, me levantó ágilmente y se puso debajo de mí. Sus ojos se cerraron y sabía que intentaba controlarse para no llevar las cosas más allá. Sus labios eran de un intenso color rojo y me pregunté si también le dolían como a mí.
   Yo me aproveché de mi posición y comencé a acariciarle los labios y después el resto de su rostro. Sus facciones comenzaban a relajarse y temí que se durmiera, por eso me incliné y deposité un leve besó en su barbilla.
—No duermas—le pedí en susurros.
   José sonrió y abrió un poco los ojos.
—Contigo encima de mí nunca podría hacerlo, pequeña.
   Sonreí y recosté la cabeza contra su pecho. Sus latidos eran lentos, relajantes. Casi me había quedado dormida cuando sentí que el celular de José vibraba. Él se tensó de inmediato pero no respondió. Fruncí el ceño y levanté la cabeza para verlo.
— ¿Por qué no contestas?—pregunté.
—Porque estoy contigo—respondió, usando un tono muy relajando, como si quisiera convencerme que no había otra razón cuando, en realidad, sabía exactamente que sí la había. Él sabía quién había llamado y no había querido contestarle.
— ¿Es Renata?
   José suspiró y se movió, pidiéndome en silencio que me quitara de encima. Lo hice y ambos nos quedamos sentados en el sillón, esta vez con varios centímetros entre nosotros.
—Emma, no empieces.
—Solo estoy intentando averiguar por qué no me dices que Renata estuvo en tu casa hace rato.
   José se tomó su tiempo en contestar. Cuando lo hizo, tenía su cabeza recargada contra el sillón y se apretaba el puente de la nariz con dos dedos.
—Renata estaba sentada en mi sala cuando llegué—confesó José.
— ¿Cómo...?—empecé a preguntar pero José me interrumpió.
—Supongo que se acuerda donde pongo la llave de repuesto. Tendré que cambiarla de lugar. O dejarte una a ti, por si se me pierde a mí.
»Como te decía, ella ya estaba ahí; yo no sabía nada. No la había invitado y no tenía ganas de verla pero ya estaba ahí y la verdad es que sabía la razón. Ella estaba conmigo cuando todo ese malentendido entre nosotros pasó y pensó que lo habíamos dejado. Supuso que, como me ayudó en esos días, volveríamos. Yo le dejé claro que no había terminado contigo y que, aunque así fuera, no regresaría con ella.
   »Como es obvio, no se lo tomó bien y comenzó a gritar. Intenté tranquilizarla, quería que viera que juntos no éramos buenos pero no pude. Solo se enojó más y finalmente se fue de un portazo, me imagino que lo hizo para llamar la atención... Bueno, tu atención y funcionó. Lo que quiere es que peleemos, Emma, no le des el gusto.
   Me quedé un rato callada. Claro que creía en sus palabras; José no había tenido la culpa. Yo estaba preocupada por mí, por lo que quería contarle a José y no me atrevía: la llamada de Ezra.
   Pero no le dije nada. Hacerlo hubiese significado que le daba una importancia que me negaba a concederle. Si lo ignoraba, entonces sería como si nunca hubiese pasado. Esperaba. Deseaba que Ezra entrara en razón y volviéramos a ser solo amigos.
   Me acerqué un poco más a José y él pasó su brazo por encima de mis hombros y me abrazó. No hubo necesidad de decir nada, él sabía que no estaba enojada. Por fin estábamos bien y esperaba que durara.
***
   José se fue cuando acabamos de cenar. La verdad es que agradecí que no quisiera quedarse porque me moría por estar bajo mis  sábanas y dormirme por un mes entero. Lo ocurrido en el último par de días había acabado conmigo después de no haber hecho nada por una semana entera.
   Estando sola, me di cuenta de que echaba de menos a mis padres. Solo había bastado una semana para acostumbrarme a ellos. Yo los extrañaba pero supongo que ellos a mí no, puesto que no había recibido ninguna llamada. Ni siquiera para desearme feliz año. Tampoco Izzy.
   Me sentía un poco olvidada y no quería sentirme triste en la primera noche del año, por lo que me tapé por completo con las cobijas y me dormí.
***
   A las 8:00am, de la mañana siguiente, estaba sentada en la sala de espera de un hospital con mi pijama de overol azul con puntos blancos. Sí, era un poco vergonzoso pero no me importó. Mi padre estaba con el médico porque le estaban dando puntos en la cabeza. Y tal vez se había roto la nariz.
   Está bien, tal vez "se había roto" estaba mal dicho. Tal vez yo se la había roto. Y también tenía la culpa de los puntos. Pero honestamente, ¿en qué había estado pensando mi papá? Antes de que todo este problema pasara, yo me encontraba dormida en mi cama. Sola... O eso es lo que había pensado.
   Al parecer, mis padres habían querido darme una sorpresa ayer por la noche pero resultó que se quedaron atrapados en el tráfico de la autopista casi todo el día y también la noche. Así que cuando por fin llegaron, eran las siete de la mañana y mi padre había decidido despertarme como solía hacerlo cuando Izzy y yo éramos unas niñas: haciéndome cosquillas.
   Había logrado darme un susto de muerte y cuando reaccioné,  le di un golpe con mi codo en la nariz. Cuando papá se apartó dando traspiés, yo comencé a aventarle todo lo que tenía a la mano: un libro, una pluma, mi teléfono... ¿Y dónde fue a parar mi teléfono? En su cabeza. Y lo había aventado con tanta fuerza que logró abrirle la cabeza.
   Cuando por fin pude reconocerlo, me asusté demasiado. Me quedé petrificada viendo cómo intentaba parar la hemorragia de su nariz, a la vez que se cubría con una de mis blusas la herida de la cabeza. Mamá llegó en ese momento y reaccionó por mí. Me pidió que yo condujera hasta el hospital mientras que ella intentaba curar a mi padre en el auto.
   Así que por eso estaba sentada en la sala de espera con mi pijama de overol.
—Mami, lo siento mucho—dije con voz temblorosa. Estaba demasiado mortificada como para ponerme a llorar porque si no, lo habría hecho.
   A mi lado, mi madre me palmeó la rodilla y me atrajo hacia ella. Me dio un beso en la cabeza.
—Emma, deja de pedir disculpas. Es obvio que no lo hiciste a propósito—contestó. Ya era como la milésima vez que pedía disculpas pero no podía evitar sentirme culpable porque, bueno, había sido mi culpa—. Además creo que fue culpa de tu padre. A veces tiene ideas muy malas. Aunque las hace con la mejor de las intenciones.
   Suspiré temblorosamente. Tenía razón mamá. No había sido intencional y solo había intentado defenderme. El pensamiento no me hacía sentirme mucho mejor pero sí ayudó.
   Mamá y yo esperamos hasta que papá salió junto con el médico. Le dio la mano junto con las gracias y después se acercó a nosotras.
   Su cara estaba muy pálida (supuse que se debía a la pérdida de sangre) pero sonreía abiertamente. Cuando llegó a nosotras, le dio un beso a mi mamá y a mí me envolvió en un gran abrazo de oso. Yo le regresé el gesto y volví a disculparme. Papá se separó de mí y me miró sonriendo.
—No lo hiciste a propósito, linda—me revolvió el cabello con una mano. Se separó de mí y se puso al lado de mamá, abrazándola por los hombros—. Además, me parece que yo no pensé mucho cómo reaccionarías. Creo que yo tuve parte, o toda, la culpa.
   Sonreí y todos caminamos hacia la salida. 
   Yo volví a conducir de regreso a casa. Ahora con más calma; respetando los semáforos y señalamientos. De puro milagro no chocamos o, como mínimo, nos multaron de camino al hospital. La verdad es que ni yo misma tenía idea de que tenía esas habilidades al puro estilo de Rápidos y Furiosos. Mamá no me había dicho nada porque estaba muy ocupada tratando de detener el sangrado de mi padre y él no había dicho nada porque estaba muy ocupado tratando de no desmayarse.
   Cuando llegamos a casa, metí el auto en la cochera y después, ya dentro de la casa, subí por las escaleras. A medio camino, mamá me llamó y dijo:
—Sé que solo han pasado desde que te pusimos el castigo pero creo que ya aprendiste la lección. Hablaré con tu padre sobre las salidas pero, por ahora, ya puedes ir a trabajar. Y también tienes tu celular.
   Le sonreí pero no dije nada, simplemente seguí subiendo hasta llegar a mi habitación. Me acosté en la cama y me quedé pensando.
   Ya podía ir a trabajar. Grandioso. Ya no me pasaría las tardes mirando las cuatro paredes de mi recámara. Pero no. No era grandioso. Tenía que lidiar con la confesión de Ezra. Aún tenía el tiempo que Julia, sin saberlo, me había concedido pero más temprano que tarde lo vería de nuevo y tendría que rechazarlo. Porque tenía que rechazarlo. Yo era feliz con José, ahora más que nunca. Lo que habíamos compartido era algo que Ezra y yo nunca habíamos tenido.
   Sin embargo, una parte molesta de mi cerebro no dejaba de darme pequeños destellos de mis momentos con Ezra; todas las cosas hermosas que hicimos juntos. ¿En verdad iba a desechar toda nuestra historia juntos como si nada? ¿Acaso no se merecía que yo meditara más las cosas? No lo sabía. No tenía idea de si mi decisión estaba siendo tomada con claridad, pero no importaba porque José tampoco se merecía mis dudas. Él había sido muy lindo conmigo este tiempo. Y yo no lo olvidaría tan fácilmente. Mi decisión estaba tomada: José era mi futuro.
   Con un suspiro, cerré los ojos y me quedé dormida.
***
   Dos semanas, ese fue el tiempo que papá consideró que bastaba para que aprendiera la lección. En realidad habían sido tres, contando la semana que pasé aislada del mundo.
   En esas dos semanas solo había hablado con mis amigas por teléfono y mensajes, Julia me había llamado esa tarde diciendo que cuando acabara mi castigo, podía presentarme a trabajar. O sea que solo tenía que terminar este día para poder ir a trabajar. Un día y rechazaría a Ezra.
   Mi mente se distrajo cuando escuché que mamá me llamaba para comer. Bajé sin muchas ganas y cuando llegué al comedor, sonreí.
—Hola—lo saludé.
   José solo me guiñó un ojo y siguió poniendo la mesa. Se veía recién bañado pero traía puesto unos pantalones deportivos así supe que llegaba de su entrenamiento.
   Esos días de castigo, José había ido a verme casi todos los días después de su entrenamiento de natación o antes de él. No era mucho tiempo, a lo mucho una hora pero bastaba. Me gustaba pasar tiempo con él. Me divertía mucho pero nunca estábamos a solas. Siempre estaba mamá con nosotros o papá.
   De niños, papá había sido amable con los gemelos, aunque nunca pareció distinguirlos. No sabía por qué, pero pensaba que como ahora era mi novio, papá sería un tanto cortante con José. Sin embargo no fue así. José había sido respetuoso con él pero a la vez casual. Le hablaba con naturalidad pero nunca como si fuera su amigo. Papá apreció eso y cuando él estaba con nosotros, yo casi no formaba parte de la conversación. Pero no me molestaba, me gustaba que José se sintiera de la familia, sabía que sus padres no tenían planeado regresar pronto y no quería que él se sintiera solo en esa casa. Quizá por eso se encontraba aquí para la comida, seguramente mamá lo había invitado.
—Papá no viene a comer, linda, y yo quedé con una amiga así que solo estarán hoy—dijo mamá, tomando su bolsa y llaves—. Dejé la comida lista, solo tienen que servirse.
   Caminó hacia la puerta pero antes de que saliera se acercó a mí, echó un vistazo a José que estaba distraído viendo qué había dentro de la olla.
—Pórtate bien, Emma—susurró.
   Me sonrojé y asentí. Mamá sonrió y me dio un beso en mi mejilla y luego se fue.
   La verdad es que no había pasado nada entre José y yo desde la primera vez y sería así hasta que estuviéramos a solas en otro lugar que no fuera mi casa.
—Entonces, ¿qué tal la práctica?—pregunté a José para iniciar la conversación.
   Él ya traía dos platos con comida para él y para mí. Me senté y esperé a que él lo hiciera. Me dio mi plato y le soplé a la comida. José se sentó enfrente de mí e hizo lo mismo con su comida.
—No entreno. Soy entrenador—contestó.
­—Oh... ¿Y te pagan?—pregunté.
—Claro. Es dinero fácil y me encanta. Somos dos entrenadores pero a mí me toca lo mejor—dijo—. Yo me encargo de los avanzados y Ren... mi compañera se encarga de los novatos.
   Me metí un pedazo de pan a la boca. Cuando lo tragué, dije:
— ¿Compañera?—él asintió—. ¿Renata?
   José no contestó pero no hacía falta. El día que había llevado a esa chica a la librería de Julia vino a mi mente. Ese día, ambos tenían el cabello mojado y llevaban ropa deportiva. Y al parecer también eran compañeros en la universidad.
   Dejé el tema de Renata por la paz y le pregunté por su escuela.
—Este lunes inician mis clases—dijo, aliviado de que no continuara con el tema.
   Nos quedamos platicando un poco sobre la escuela, el trabajo y otras cosas. Al acabar de comer, intenté levantarme para recoger los platos pero José posó una mano sobre la mía y me quedé en mi lugar.
— ¿Cuáles son tus planes para cuando acabes la prepa?—preguntó.
—Ir a la capital—contesté, un poco extrañada ante su gesto.
   Él se asintió y retiró su mano. Me paré y dejé los trastes en el fregadero. Me serví un vaso de agua y regresé a la mesa, solo que esta vez me senté a su lado.
— ¿En qué piensas?—pregunté, acariciando su cabello húmedo. José cerró los ojos y descansó levemente su cabeza contra mi mano.
—Más bien estoy tratando de no pensar—contestó, sonriendo ligeramente.
—No te preocupes por nada, Jo. Aún nos queda medio año y cuando llegue el momento, lo resolveremos, ya lo verás—le di un beso en la mejilla.
   La cara de José se había vuelto a relajar y sonreía genuinamente. Lo había tranquilizado y sonreí triunfante. Me dirigí a la cocina y empecé a lavar los trastes. Escuché los pasos de José siguiéndome.
—Tienes razón—dijo. Escuché su voz detrás de mí pero estaba distante, así que me imaginé que estaba en el otro extremo de la cocina, cerca de la entrada—. Resolverlo es fácil. Es más, podríamos hacerlo en este momento. Hay dos opciones: podría ir contigo o tú podrías quedarte.
   Me tensé y cerré la llave. No se me había pasado por la cabeza la opción de pedirle a José que fuera conmigo, o que yo me quedara. Y se debía a que no quería hacerlo. Deseaba poder irme, vivir sola y experimentar esa clase de libertad. Pero no descarté su idea inmediatamente, necesitaba ver hasta qué extremo llegaba.
—Y si vas, vivirías...
—Contigo, por supuesto—contestó Jo, como si fuera obvio.
   Sentí pánico. Mi respiración se hizo más pesada. Dejé los trastes para que escurrieran y, con un trapo, me sequé las manos. Respiré hondo y me di la vuelta. José estaba recargado contra la pared, de brazos cruzados y me veía sonriente. Traté de regresarle el gesto.
—Pero Nico vive ahí... ¿No quieres vivir con él?
—He vivido con él por dieciocho años, creo que ya he tenido suficiente de mi hermano. Además, quiero estar contigo.
—Pero tienes todo aquí. Tu universidad, tu trabajo, amigos...
—Pero no te tendré a ti.
   Mi corazón se apretó. A veces era demasiado tierno. Sonreí y me acerqué a él. José me aprisionó entre sus brazos.
—Claro que sí, Jo. Yo vendré a verte y tú puedes hacer lo mismo; nada cambiará entre nosotros cuando me vaya.
   Él frunció el ceño.
— ¿Estás diciendo que quieres intentar una relación a larga distancia?—asentí. José se echó a reír. Fue mi turno de fruncir el ceño; no había dicho nada gracioso—. Emma, eso no existe. Las relaciones a larga distancia no funcionan.
— ¿Ya lo has intentado?—pregunté.
—No, pero...
—Entonces no sabes si eso es cierto. No en realidad. Tal vez haya pasado con otras personas pero quienes lo intentarán ahora seremos nosotros. Tú y yo—dije. Quizás las relaciones a larga distancia no funcionaran con otras personas pero, ¿José y yo? Nosotros teníamos historia. Nos conocíamos de mucho tiempo atrás y confiaba en que esa historia nos ayudaría a solucionar cualquier problema que se nos enfrentara—. Nos tenemos confianza, ¿no? Además, la capital no está tan lejos; podemos visitarnos cada fin de semana. Funcionará, Jo, confía en mí.
   Le di un beso y me separé de él, sonriéndole. No me devolvió la sonrisa. Intenté no darle importancia y me fui a la sala, un minuto después, José me siguió.
   Vimos la tele un rato, hablando entre comerciales, después él se despidió, dándome un beso en la frente. Sentí que estaba algo molesto por mi respuesta pero tampoco le di importancia. Tarde o temprano tendría que superarlo. Ambos estábamos creciendo y teníamos ideas diferentes para nuestro futuros,pero no por eso íbamos a ir en caminos separados. Solo era cuestión de que él lo meditara.
   Me fui a la cama pensando en la mirada que José tenía después de nuestra conversación. No le di importancia a sus gestos ni humor pero tal vez debí haberlo hecho.

27 - 02 - 15 / 19 - 04 - 17

N/A: Canción de José para Emma. Aquí mi traducción:

          

Tranquilízate, acuéstate
Recuerda que se trata de nosotros
No cambies ni te rindas
Recuerda cómo solía ser entre nosotros

Solo quiero tenerte más cerca
¿Te parece bien?
Bebé, esta noche hay que acercarnos

Concédeme este último deseo
Y solo déjame abrazarte
No te encojas de hombros,
acuéstate a mi lado
Claro, acepto que lo nuestro no va a ninguna parte
Pero hay que ir allá una última vez
Acuéstate a mi lado

Oh, me he dado cuenta de que estoy destinado
a vagar por esta calle de un sentido
Y me di cuenta de todas tus mentiras
pero sigo siendo el mismo tonto que era antes

Solo quiero tenerte más cerca
¿Te parece bien?
Bebé, esta noche hay que acercarnos

Concédeme este último deseo
Y solo déjame abrazarte
No te encojas de hombros,
acuéstate a mi lado
Claro, acepto que lo nuestro no va a ninguna parte
Pero hay que ir allá una última vez
Acuéstate a mi lado

Oh, bebé, bebé, bebé
Dime, ¿cómo es que esto está mal?

Concédeme este último deseo
Y solo déjame abrazarte
No te encojas de hombros,
acuéstate a mi lado
Claro, acepto que lo nuestro no va a ninguna parte
Pero hay que ir allá una última vez
Acuéstate a mi lado

Sí, acuéstate a mi lado

Hay que ir allá una última vez
Acuéstate a mi lado

Por favor, déjame olvidarteWhere stories live. Discover now