Diciembre lluvioso

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  Había estado lloviendo por una semana sin parar. Una semana. El mismo tiempo que tenía sin saber de José. ¿Cómo era posible? Vivíamos en la misma calle, su casa estaba prácticamente frente a la mía. Pero no me quejaba, me sentía bien. No quería verlo. Lo que me había dicho esa noche había arruinado lo que teníamos. Él había desconfiado de mí aun cuando yo nunca le había dado motivos, me había insultado, y ya estaba harta. Harta de tantas peleas. Y aunque era cierto que me divertía y me la pasaba muy bien con él, también lo era que me hacía enojar y me hería constantemente. Simplemente ya no podía.
  Por otra parte estaba Ezra.
  No sabía quién evitaba a quién. No nos ignorábamos; cada vez que nos veíamos, nos saludábamos o despedíamos, según la situación lo requiriera, pero era como si la amistad que habíamos tenido se hubiese esfumado. Evitábamos estar a solas, era rara la ocasión en donde nuestros ojos se encontraban y había demasiados silencios incómodos entre nosotros.
  ¿Qué hacía que él se comportara así? Realmente no tenía idea. Por mi parte se debía al remordimiento. No sabía por qué pero me sentía como si le debiera una explicación. Lo cual era realmente tonto porque no tenía que explicarle nada. Él nunca me había preguntado si tenía novio y yo nunca le ofrecí esa información. Nuestras conversaciones nunca se dirigían hacia ese tema y yo diciéndole que tenía novio habría sido raro, como si quisiera presumirle ese hecho.
  Sin embargo el encuentro de ese día sería inevitable. Julia nos había pedido cerrar la librería. Se había arreglado, ¡Julia se había arreglado! Por primera vez desde que la conocía, su cabello estaba peinado y, si no me equivocaba, llevaba maquillaje. Yo no había soltado ninguna excusa para no quedarme a solas con Ezra, precisamente porque me había sorprendido verla así. Y me parecía que a él le había pasado lo mismo.
  Las horas pasaban y ya no sabía si quería que llegara ya el momento de cerrar o que se detuviera el tiempo. Odiaba los silencios incómodos y me entristecía que los tuviera con él.
  Escuché sus pisadas en el pasillo de los best-sellers y miré la hora: 07:30pm, la hora de cerrar. Antes de poder prepararme mentalmente para verlo, él ya había aparecido y acercaba a la puerta para cerrarla. Salté de mi asiento y caminé hacia él para ayudarle.
—No, Emma, está bien­—me dijo antes de que llegara a él—. Mejor apaga la computadora. Yo ya terminé de arreglar las cosas allá atrás.
  Asentí aunque él no me veía. Terminé de ingresar unos precios y luego apagué la computadora. Tomé mi sudadera y me la puse para evitar mojarme con la lluvia que caía con fuerza. Ezra ya había asegurado la entrada, dejando abierta una pequeña puerta para que pudiéramos pasar. Él también traía una sudadera, una muy familiar. Era la sudadera que me había prestado el día en el que le confesé que lo quería. En verdad era doloroso ser la única con tantos recuerdos de nosotros, y encima, recuerdos grandiosos. Pero no dejé que ninguno de mis pensamientos se notaran en mi expresión mientras pasaba por su lado. Me despedí sin verlo a la cara y comencé a caminar.
— ¡Emma!—gritó Ezra, aunque fue difícil escucharlo sobre el ruido de la lluvia, los relámpagos y los autos.
  Me giré y lo vi correr hacia mí. Las gotas de agua caían de su cabello hacia su cara. Noté que su pelo se enchinaba más cuando estaba mojado.
—El tiempo es perfecto para una bebida caliente, ¿no crees?—me preguntó, sonriendo.
***
  Nos encontrábamos sentados en una mesita ubicada en un rincón del Múr Café. Era un bonito lugar. Había sillones cómodos alrededor de mesitas con velas sobre ellas. El local estaba un poco oscuro pero la luz de las velas lo hacía acogedor. Lo único raro era lo vacío que se encontraba el lugar. Sólo había otro hombre, sentado del otro lado del local, leyendo un libro.
  Me extrañaba que no hubiera tanta gente. Llovía pero esa no era excusa. Si no estuviera hablando con Ezra, seguramente estaría caminando bajo la lluvia y lo haría feliz. Me encantaba mojarme cuando llovía. Ese siempre había sido un problema para mi mamá ya que, desde que era una niña, me salía de casa sólo para poderme mojar. Ella me regañaba, diciendo que si en verdad quería mojarme, que me metiera a bañar. Pero ella no entendía, no era el simple hecho de mojarme; era algo que no podía describir. La gente se me quedaba viendo raro cada vez que pasaba caminando tranquilamente bajo la lluvia, mientras que ellos estaban refugiados bajo el techo de una tienda o una parada de autobús. Nadie, ni siquiera mis amigas, lo entendía. Excepto tal vez Ezra. Hubo veces en las que nos encontrábamos en un parque, la calle o cualquier otro lugar, comenzaba a llover y nosotros seguíamos como si nada, sólo nos movíamos cuando teníamos que irnos o porque dejaba de llover y entonces nos daba tanto frío que teníamos que irnos. Pero tal vez él tampoco entendía por qué necesitaba mojarme bajo la lluvia, pero al menos sí entendía que lo necesitaba y eso le bastaba para quedarse a mi lado. Un pensamiento se empezó a formar en mi mente pero lo ignoré.
  Vi que se sacudía el agua del cabello, mojándome en el proceso. Me reí y él me miró un tanto agobiado pero instantes después, rió también.
­—Gracias por aceptar—me dijo—. Sé que es tarde y llueve pero...
—Está bien, Ezra—lo corté—. Una taza de café nunca está de más.
—Es la segunda vez que dices mi nombre desde que nos volvimos a ver—comentó.
  Lo miré, sorprendida. ¿Era en serio? ¿Llevábamos conviviendo un mes y esa era la segunda vez que decía su nombre? Era raro, aunque también lo era que él las hubiera contado.
—Se escucha diferente cuando tú lo dices..., se escucha bien—dijo, sonriendo.
  Y sentí cómo me sonrojaba. Las personas no pueden andar soltando cosas así, ¿acaso no tienen consideración por aquellos (que como yo) que no saben reaccionar de otra forma ante esa clase de comentarios, más que sonrojándose tontamente? Me aclaré la garganta y cambié de tema.
—Entonces—dije—, yo quiero un té chai. ¿Y...
—Pero a ti no te gusta el té.
—... tú?—terminé de decir en un susurro.
  Ezra había dicho que no me gustaban los tés. Él había recordado. Me le quedé viendo con los ojos muy abiertos y también mi boca estaba un poco abierta. No tenía idea si él sabía la importancia que habían tenido sus palabras pero, a juzgar por su cara, yo diría que sí.
—De esto te quería hablar—dijo Ezra un tanto agitado—. He estado teniendo recuerdos del último año. Al principio era cosas de la escuela; cómo resolver problemas de movimiento de traslación en una sola dimensión o de equilibrio de cuerpos. O qué películas había visto, los libros que había leído... Pero entonces hablé contigo en la librería y me vinieron a la mente. Eran...
—Hola, buenas noches. Soy Tania y esta noche seré su mesera. ¿Qué van a tomar?
  Ezra saltó un poco al escuchar a la mesara pero se recuperó rápidamente y le sonrió. Ella le regresó la sonrisa y se acomodó el cabello de forma rápida y discreta cuando Ezra estaba viendo el menú. La chica –Tania– notó que la observaba y se sonrojó.
—Yo quiero un americano—dijo Ezra después de unos segundos.
— ¿No quieres un pastel o un pay?—preguntó la chica. Su tono había cambiado; ya no coqueteaba. ¿Sería por mí?
— ¿Qué me recomiendas?—preguntó él.
—Personalmente, creo que deberías pedir el pay de limón. Es delicioso. Aunque el pastel de queso con zarzamora es muy solicitado.
— ¿Podrías jurar que es el mejor?—preguntó Ezra, incrédulo pero sonreía.
La mesara se volvió a sonrojar y su actitud coqueta volvió.
—Te aseguro que saben muy bien. Si no te gustan, no te los cobraré.
—Entonces tráeme el pay de limón—pidió Ezra—. ¿Y tú, Emma?
—Sólo té chai, gracias—dije fingiendo una sonrisa. Cuando la mesera se fue, comenté: —Es bonita.
  Ezra me miró sin entender.
—La mesera—expliqué.
Él asintió y se encogió de hombros.
—Supongo—dijo.
—Ay, por favor—exclamé molesta—. Estaban coqueteando. Apuesto a que en la cuenta escribirá su nombre y número de teléfono.
  Ezra me miró sorprendido. Algo hizo brillar con más intensidad esos ojos tan impactantes que tenía.
—Te aseguro que no estaba coqueteando, Emma—dijo con firmeza—. Sólo le pregunté por el menú. Nunca coquetearía con una chica cuando ya estoy con alguien. Mucho menos si estoy en una cita.
—Esto no es una cita—dije inmediatamente. Mis palabras habían sonado groseras y al ver cómo ese brillo en sus ojos se apagaba, mi corazón dolió un poco. Odiaba lastimar a Ezra. Quise disculparme pero sabía que sólo lograría volver más incómoda la situación—. ¿Qué me decías de tus recuerdos?
—Sí... eh...—dijo Ezra. Se aclaró la garganta y comenzó a hablar—. Cuando volviste a trabajar después de tu accidente, hablamos, ¿lo recuerdas?—asentí—. Bueno, a mí me dolió la cabeza porque recordé cómo nos conocimos y luego tuve un pequeño recuerdo en donde tú te burlaste de mi forma de hablar... ¿Sí pasó?
  Me limité a asentir. Yo estaba en lo cierto, Ezra había recordado. Pero entonces...
— ¿Por qué no dijiste nada en ese momento?—pregunté.
—Es que no estaba completamente seguro de que fueran recuerdos. Y no te pregunté porque actuabas como si me tuvieras miedo. No quería asustarte más.
  Le sonreí y tomé su mano que se encontraba doblando frenéticamente una servilleta.
—Me alegra que me lo hayas dicho—dije—. ¿Hay algo más?
—Por supuesto—contestó él—. Recuerdo que conociste a mis amigos. O cuando no nos vimos por casi un mes porque tuve un viaje por parte de la escuela. También me acuerdo de mi accidente; tú te habías enojado porque...—se sonrojó y yo también. Recordaba muy bien por qué me había enojado. Ezra se aclaró la garganta—. Quería saber qué había hecho para hacerte enojar, por eso te seguí.
—No, Ezra. Tú no tuviste la culpa de nada.
  Él asintió, entendiendo que no quería hablar más del tema.
  Llegaron nuestras bebidas y antes de irse, la mesara le guiñó un ojo a Ezra. Cuando se fue, levanté una ceja, como diciendo "Te lo dije". Él me sonrió a modo de disculpa y suspiró, pasando una mano por sus chinos. Para romper el silencio, le pregunté por la escuela. Me dijo que tomaba clases particulares y que esperaba entrar el próximo año a la universidad. Recordé que él tenía dieciocho años, se suponía que él ya debería estar en la universidad. El próximo año entraría con diecinueve. Yo tenía diecisiete... Un año había pasado desde que nos habíamos visto por primera vez.
  La noche pasó rápida. No me di cuenta de lo tarde que era hasta que una mesera (no Tania) se acercó para decirnos que iban a cerrar. Volteé a ver a Ezra y pude ver que también él estaba sorprendido. El reloj de mi celular decía que ya faltaba menos de media hora para las doce. Me preocuparía por el regaño de mi madre, pero últimamente ella estaba ocupada con quién sabe qué cosas. Pagamos la cuenta (me negué a que él pagara por mí) y salimos del café.
  La lluvia se había convertido en una leve llovizna. Pequeñas gotas que no te mojaban por completo. Eran molestas. Busqué taxis en la calle ya que con la hora que era, todos los autobuses habían dejado de funcionar. Ezra me vio extrañado.
—No crees que voy a permitir que te vayas sola a tu casa a estas horas, ¿verdad?
Iba a protestar pero entonces me di cuenta de que no valía la pena. Era lindo que quisiera llevarme. Además ya se había ofrecido muchas veces antes, rechazarlo ahora sería descortés. Así que le sonreí agradecida y lo seguí hasta su auto.
  Estar a su lado mientras conducía me dio una sensación de nostalgia. Su mano puesta en la palanca de cambios cuando el semáforo estaba en rojo y mi yo del pasado la tomándola. Suspiré. Bueno, al menos ya tenía una excusa para rechazar próximos aventones.
  Llegamos a mi casa y antes de siquiera desabrocharme el cinturón, Ezra ya estaba fuera, abriendo la puerta para mí. Bajé del auto, sonriendo por su gesto y le agradecí.
  Por alguna razón, volteé a ver la casa de José y ahí estaba. Él también sonreía, sólo que no a mí. Le sonreía a una chica. A Renata, para ser más específica. Cuando José me vio, su sonrisa se fue. Sus ojos reflejaron un sentimiento de culpa y algo más, algo que confundí con pánico.
—Emma—escuché que decía—, no es lo que...
  Se calló cuando notó que yo tampoco estaba sola. A pesar de que estaba oscuro, reconoció a Ezra. Apretó la mandíbula e hizo pasar a Renata. Con una última mirada en mi dirección, José la siguió dentro y cerró la puerta, dejándome confundida, triste y enojada. 

N/A: Traducción de la canción:

El cielo está gris, la lluvia se invita, como por sorpresa,

ella está en nuestra ciudad, es como un rito que nos cae

los paraguas se abren al compás, como un baile,

las gotas caen en abundancia en la dulce Francia.

La lluvia cae, cae, cae

este domingo de diciembre

a la sombra de los paraguas

los transeúntes se apresuran sin esperar

La queremos, a veces alza la voz, ella nos agobia

y no tenemos noticias suyas durante las canículas,

después vuelve, como una necesidad de afecto,

y nos canta su gran canción: la inundación.

La lluvia cae, cae, cae

este domingo de diciembre

a la sombra de los paraguas

los transeúntes se apresuran sin esperar

La lluvia cae, cae, cae

este domingo de diciembre

a la sombra de los paraguas

los transeúntes se apresuran sin esperar

Y cae, y cae, y cae, cae

y cae, y cae, y cae

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Por favor, déjame olvidarteWhere stories live. Discover now