El fin

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La mañana en el hospital era tranquila, con poca actividad a su alrededor. El sol se filtraba por encima del edificio y en el estacionamiento no había más que unos cuantos automóviles, mas en ellos no vislumbré el de la señora Dorantes. La idea de que el estado de Ezra hubiese mejorado tanto que hasta su madre se permitiera alejarse de él, me tranquilizaba.
Hice mi camino hasta la entrada, procuraba ir a un paso normal pero mis pies me traicionaban; me sentía ansiosa y nerviosa. Mi estado me hizo recordar que meses atrás me sentía de la misma manera, en nuestra segunda cita. Claro que ésa vez, él sabía perfectamente quién era.
—Buenos días—fui recibida por el guardia. Un ancianito simpático que no había visto nunca. Asentí en su dirección e intenté en darle una sonrisa amable pero con los nervios más bien lo asusté. Ya sea porque tenía años de experiencia o porque me veía muy mal, el guardia me gesticuló con la boca 'suerte' y levantó su pulgar. Solté una risita y seguí caminando
Me preparé mentalmente, respiré hondo, fui directo a su cuarto y toqué. Las manos me sudaron como nunca lo habían hecho, y mi corazón latió violentamente cuando escuché que una voz, su voz, me indicaba pasar. Me sequé las palmas de forma rápida en mi pantalón de pijama y, aunque sabía que a Ezra no juzgaría mi ropa (mucho menos ahora que era un extraña), de igual manera deseé no haberme apresurado tanto como para ni siquiera ponerme ropa normal. Seguro que con mi cabello y ropa parecía una vagabunda. Cerré los ojos y tomé una respiración profunda para calmarme y toqué.
Ezra se encontraba recostado en la cama, haciendo zapping.
—Llegas temprano, mamá—dijo, sin despegar la vista del televisor.
No contesté, no podía. La simple imagen de él me tenía embelesada. Lo contemplé por unos segundos que se me hicieron eternos; con sus rizos cubriéndole las orejas y su cara pálida pero hermosa, me hizo recordar una tarde, meses antes del accidente.
Nos encontrábamos en la librería de Julia, haciendo el inventario y escuchando música.
—Oye, Ems—dijo él.
— ¿Sí? —contesté distraída. Sonaba How Soon Is Now? y me encantaba el inició de la canción.
— ¿Me acompañarías con el señor Rodríguez?—pidió.
Volteé a verlo, tenía mi completa atención. El señor Rodríguez era un viejito con una peluquería tradicional para hombres. Ezra y su padre iban siempre a cortarse el cabello ahí.
—Pero se te ve muy bien así—protesté.
—Gracias—dijo, y me dio un dulce beso en la mejilla—, pero con tanto cabello siento la cabeza más pesada.
Lo miré incrédula.
— ¿Qué?—preguntó a la defensiva. No respondí. Él suspiró y sonrió—. Está bien, no es eso. En mi escuela están recaudando cabello para los niños con cáncer y... bueno, un corte no me vendría mal, ¿o sí?
Acaricié su cabello y sonreí. Ezra siempre intentaba restarle importancia a las cosas que hacía, y si te atrevías a felicitarlo por sus buenas acciones o decirle lo amable y considero que podía llegar a ser, él se sonrojaba hasta las orejas. Era adorable.
—Sólo es cabello, Emma—siguió diciendo—. Crecerá. Y entonces podrás acariciarlo, te dejaré hacerlo. Lo prometo.
Volví al presente, muriéndome de ganas por pasar mis dedos a través de ese cabello, por sentir la suavidad que sabía que tendría. Había crecido, claro que sí, pero ya no podía acariciarlo.
Supongo que era sospechoso que nadie contestara, así que me dedicó una rápida mirada. Puede notar como todo su cuerpo se enderezaba, como si se hubiese tensado.
—Hola—saludé tontamente. Ezra me dirigió una sonrisa afectada, luego me ofreció sentarme.
Me acomodé en una silla que me era familiar y nos sumimos en un silencio incómodo. Y en ese momento, mi corazón se rompió un poco más, porque nada era como antes, antes no había silencios incómodos, antes no actuaba formal ante mí, antes Ezra me quería.
—Bueno, eh... Emma, ¿cierto?
Mis esperanzas morían con cada palabra. Seguía sin recordarme. No obstante, su manera de hablar ya era más cordial y eso tenía que valer.
­—Sí—contesté. Me debatí entre el hacerle la pregunta que pondría fin a todas mis esperanzas o quedarme callada y hacer como si nada. Si no le preguntaba nada, aún habría algo a lo que aferrarse, aunque claro, todo sería falso. Así que me arriesgué:
— ¿Te acuerdas de mí?
—Claro—contestó. Mis ojos se agrandaron por la sorpresa—. Nos vimos cuando desperté.
Asentí. Esa respuesta ya me la esperaba.
Observé la habitación. Era blanca en su mayoría, con unas líneas azules. El televisor pendía de la esquina izquierda, justo al lado de la ventana. Toda aquella impersonal habitación demostraba frialdad, pero pude distinguir un pequeño rasgo de calidez en la cómoda junto a la cama de Ezra. Ésta se encontraba llena de libros y junto a ellos, el iPod.
Mi atención fue capturada por una muda de ropa en la silla que estaba a un lado del baño. ¿Es que ya lo había dado de alta?
—En unas horas podré irme a casa—contestó Ezra. No me di cuenta de que había hablado en voz alta.
—Me alegro mucho, Ezra, en serio.
—Gracias, Emma.
Era la segunda vez que decía mi nombre y, quizás porque minutos antes estaba demasiado nerviosa, pero apenas había notado lo raro que era que supiera mi nombre pero no me recordara.
— ¿Cómo sabes mi nombre?—pregunté.
— ¡Ah! Esa ida tan precipitada que tuviste el otro día despertó mi curiosidad, así que le pregunté a mi madre.
— ¿Y qué te dijo?
—Tu nombre—. Sonreí y lo miré como diciendo: "no me digas" y el continuó—. También me contó que fuimos amigos.
Así que la señora Dorantes le había hablado de mí pero no de nosotros, de Ezra y de mí. Quizá no creyó que fuera conveniente, por lo que decidí no contarle nada a menos que él lo preguntara.
—Me dijo que fuiste muy importante para mí—prosiguió—. Algo así como mi mejor amiga. Debes disculparme, he perdido un año completo de mi memoria y al parecer, tú entraste en mi vida justo en ese año.
—Vaya, qué impresión más grande debiste haberte llevado. Eso quiere decir que también perdiste todo un año escolar, ¿no es así?
—Así es. Tendré que repetir año—le quitó importancia con un movimiento de mano—. Pero en verdad quisiera saber qué había entre nosotros. ¿En verdad éramos sólo amigos?
—Yo...
—Emma—dijo suavemente y puso su mano sobre la mía—, ¿te importaría contarme lo que realmente pasó?
Dudé por un segundo pero al final lo hice, se lo conté todo.
Le platiqué nuestra historia. Cómo nos conocimos, qué hicimos, obviando claro, las partes en donde teníamos contacto más... um... más íntimo.
Mientras tanto, la reacción de Ezra era difícil de explicar. A veces se mostraba sorprendido, otras más, receloso, pero la mayor parte su reacción era de absoluta comprensión, aunque no tenía muy en claro qué comprendía.
Habiendo dicho todo, lo observé atentamente por si identificaba alguna señal de reconocimiento pero en su rostro no había nada.
—Emma...—pronunció mi nombre como solía hacerlo, como una caricia. Posó su mano en mi mejilla—te creo. Escuchando tu historia, pude reconocerme, sé que no mientes pero no puedo hacer nada. No podemos retomar la relación que tuvimos.
Sin mi consentimiento, las lágrimas invadieron mis ojos y cayeron una a una, hasta tener el rostro surcado de ellas.
Inútilmente, Ezra intentó consolarme pero se dio por vencido en cuanto comprendió que no podía hacer nada. Simplemente me dejó llorar, acariciando de vez en cuando mi hombro. No había nada ni nadie que pudiera ayudarme porque, en ese momento, había comprendido finalmente que ya nada podía hacerse. No importaban mis sentimientos, nuestra historia había llegado a su fin.
A pesar de todo, necesitaba que él me dijera el por qué.
Ezra expuso sus razones tranquila y lentamente, como procurando no herirme en el proceso. Según él, necesitaba tiempo para reponerse física y mentalmente. También estaba el asunto de la escuela, ésta tenía que ser su prioridad. El doctor le había dicho que era posible recuperar la memoria pero que llevaría tiempo y, cómo no, quería que yo fuera libre, sin ataduras.
Todo lo que había dicho había sido razonable. Mi yo razonable estaba más que de acuerdo, claro que no tenía tiempo para novias ni nada que no fuera su salud mental. Que antes que cualquier persona, estaba él mismo. Así debía ser. Pero nada de eso le ayudó a mi corazón roto.
Cuando hubo terminado, me besó ligeramente la mejilla. Yo me despedí y, por más que me moría de hacerlo, no miré atrás.

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Por favor, déjame olvidarteOnde histórias criam vida. Descubra agora