A un paso

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Caminaba por un pasillo oscuro. No había luces y apenas y podía ver por dónde iba. Era raro porque la casa de Sebastián era enorme y muy de ricos... ¿Por qué tener un pasillo casi a oscuras?
Me pegué a la pared a mi izquierda y estuve tocando la pared hasta poder encontrar algún interruptor de luz, sin mucho éxito. A mitad del camino, me rendí y tan solo estaba pegada a la pared para evitar tropezar. Me impresionó lo largo que era el pasillo, más que mi propia casa. Llegué al final y por fin vi un poco de luz. Se colaba por debajo de una puerta. Ya que estaba ahí, no pensaba que entrar de la nada a una habitación cerrada en una casa ajena estuviera bien, por lo que me di la vuelta y choqué contra alguien. Grité por la sorpresa pero fui callada por una mano, por la mano de mi novio, para ser más específica. No podía verlo bien pero sus manos habían estado sobre mí hacía tan solo unos pocos minutos y sabía muy bien cómo se sentían.
— ¿Qué haces aquí?—preguntó en susurros. No entendía muy bien por qué susurraba, o sea, estábamos en una fiesta con música sonando estridentemente. Sin embargo yo seguí su ejemplo.
—Estoy buscando a Mónica. La vi venir por este lado pero...
—Me refiero a qué haces aquí, en esta casa—sonaba enojado.
Lo miré sorprendida aunque no tuviera sentido ya que él no podía verme. Al menos yo no lo veía; tan sólo podía distinguir su silueta y sentir su aliento. Tal vez él tuviera mejor vista.
—Mon me mandó un mensaje invitándome a la fies...—me callé cuando me di cuenta de lo tonta que sonaba esta conversación—. No importa. Estoy aquí y punto.
Me solté de su agarré y me volví hacia la puerta y la abrí. Era un clóset de blancos de unos tres metros de largo. Me pregunté por qué demonios tenía la luz encendida un closet de blancos y no un pasillo en donde era más probable que la gente pasara.
Sentí a José detrás de mí y después escuché que cerraba la puerta. Se situó frente a mí y se recargó contra la pared. Su respiración comenzaba a regularse pero seguía sudando y se veía nervioso. Iba todo de negro: pantalones negros con dobladillo, playera negra (una que le quedaba muy bien, por cierto), una chaqueta negra nueva que le había regalado después de que yo me quedara con la suya y unas botas negras. José se quitó la chaqueta y pude ver el nuevo tatuaje que se había hecho en el brazo izquierdo. No sabía qué era, pues él no me había dejado verlo pero en ese momento vi que eran palabras; sin embargo desde mi posición no alcanzaba a leerlas.
—Claro que importa. ¿Por qué estás aquí, Emma?
Lo miré enojada.
— ¿Qué te pasa, José? Parece que no me quieres aquí.
— ¡Por supuesto que no te quiero aquí, Emma!—gritó. Di un paso atrás. No sabía por qué estaba enojado o que estuviera tan enojado hasta el punto en que me gritara. José se pasó ambas manos por el rostro y soltó un sonido de exasperación—. Se suponía que nunca tendrías que haberme visto así.
— ¿Así cómo? ¿Bailando con otra chica? ¿O así de idiota?
— ¡Drogado, maldita sea!
Mi espalda chocó contra la puerta. Miré a José detenidamente pero esta vez le puse más atención. Sus ojos estaban algo rojos y se veía muy ansioso; no paraba de mover sus manos. Busqué en sus brazos por alguna marca de aguja pero no encontré ninguna, o al menos no la vi.
José se giró y dio una fuerte patada contra la pared, logrando que me retrajera más. Lo había visto borracho y eso era preocupante pero, ¿drogado? Eso me asustaba. Mucho. Tanteé la puerta a mi espalda, buscando desesperadamente el picaporte. Deseaba poner el mayor espacio posible entre nosotros. Al darse cuenta de esto, José se acercó a mí hasta que prácticamente podía sentir cómo su pecho subía y bajaba con su respiración, su cara a escasos centímetros de la mía y su aliento olía a alcohol y cigarros pero era diferente, tal vez no era tabaco. Giré el rostro para tener un poco más de espacio entre nosotros y mi respiración se agitó pero no era porque estaba cerca, sino porque precisamente no lo quería cerca.
—Emma...—sus dedos acariciaron mi mejilla, mi cabello. Cerré los ojos fuertemente y esperé a que dejara de tocarme. Por fin lo hizo y sentí que daba un paso atrás, soltando una respiración temblorosa—. Pequeña, no me tengas miedo.
Lentamente abrí los ojos y volteé a verlo. Sus manos dentro de los bolsillos y una mirada suplicante en sus ojos. No sabía qué hacer. Nunca me había puesto a pensar en las cosas que consumía José. El alcohol y tabaco era algo básico, sería una tonta si pensara que no los consumía pero, por alguna razón, no había sopesado la posibilidad de las drogas.
—Sabes que nunca te haría daño, pequeña—dijo.
Sí. Sabía que nunca me haría daño en un estado limpio, sin drogas. Por todos los cielos, estaba convencida de que no me lastimaría ni borracho. Pero no había lidiado con las drogas.
— ¿Por qué, Jo?—pregunté.
—No lo sé. Sentía mucha presión por la universidad, las cosas con mis padres... Y la cena de hoy. Necesitaba relajarme un poco. Estaba por ir a tu casa, pequeña.
Me crucé de brazos y levanté una ceja.
—No me digas—dije sarcásticamente—. ¿Y a qué?
—A cenar—contestó José, confundido.
Solté un bufido y me separé de la puerta. Seguía sin acercarme a él pero ya no sentía el miedo de instantes atrás. En ese momento, la ira de antes me invadió de nuevo.
— ¡La cena terminó hace horas! ¿Tienes idea de qué hora es?
José me miró medio espantado y revisó su celular. Vio la hora y me imaginé que también las llamadas que le hice. La culpa se notaba en sus ojos.
—Yo... Emma, no sabía que... Se me fue el tiempo.
—Obviamente.
Guardamos silencio. Me empezaba a doler la cabeza y todo lo que quería era irme. Lamentaba haberle hecho caso a mi papá. Si no hubiese ido, no me habría enterado de nada. No hubiese visto a José con otra chica y tampoco lo hubiese visto en esas condiciones. Al siguiente día podría haberme dicho lo que quisiera, inventarse una historia y yo le habría creído. No me importaba la mentira; en ese caso la prefería.
—Mira, ambos estamos alterados; uno más que el otro—dije, mirándolo directamente—. Hay que dejar esto para otro día.
José frunció el ceño y se acercó a mí.
— ¿Eso es todo?—preguntó, extrañado.
— ¿Qué quieres que te diga?
—No sé... ¿No quieres hablar de esto? Lo normal sería que me hicieras un drama por... Pues por todo. Por las drogas, por no ir a la cena, por la chica... Lo normal sería que me reclamaras sobre ella, saber si hice algo.
—Bueno, ¿lo hiciste?
— ¡No!
—Entonces no hay más que decir. Nos vemos luego.
Abrí la puerta y salí al pasillo. La música me llegó hasta donde estaba y me guié por el sonido. Al llegar a la sala me encontré con poca gente. Revisé en mi celular la hora y me di cuenta de que ya casi iban a dar las tres y media de la mañana. A pesar de la hora, la gente iba y venía, supe esto porque caminé por la casa y las personas estaban esparcidas por ella, pero la mayoría estaba en el jardín delantero. Preguntarle a Mónica si podía pasar la noche ya no parecía tan tentador. Con tanta gente alrededor me sería imposible conciliar el sueño, así que marqué el número de mi hermana. Esperé y esperé pero no contestó. Parecía ser que era el día de ignorar las llamadas de Emma. Decidí poner en vibrador a mi celular porque con todo el ruido, seguramente no escucharía si alguien me hablaba. Regresé a la sala y me acomodé en uno de los sillones, recosté mi cabeza y cerré los ojos. No me dormí, no del todo al menos. Una parte de mí siempre estaba alerta por cualquier cosa, además la puerta estaba abierta y entraba el aire helado y mi idea de un vestido con unas medias debajo ya no parecía tan buena idea.
En verdad intentaba quedarme dormida pero no dejaba de darle vueltas a la idea de irme de nuevo hacia el clóset, ahí estaría sola y en paz, eso claro, si José no estaba ahí. Aunque lo dudaba. Seguramente ya estaba de camino a su casa o a otra fiesta. De todos modos, para evitar cualquier encuentro, me quedé en donde estaba.
Mis intentos de dormir fueron en vano y decidí jugar con mi celular para matar el tiempo pero al cabo de unos minutos, me aburrí. Comencé a jugar con el dobladillo de mi vestido y después delineé las figuritas de mis medias. Suspiré y presioné las palmas de las manos sobre mis ojos; la cabeza me dolía y sentía pesados los músculos de mis hombros, no entendía por qué hasta que recordé el par de cervezas que me tomé. La razón principal por la que me negaba a beber cerveza era porque me afectaba más que cualquier otro tipo de alcohol y esa noche me había tomado dos de un tirón. Sentí que alguien se sentaba a mi lado pero no me molesté en mirar. Pensé en mis padres y en lo enojados que estarían porque no había regresado pero sin duda estarían más enojados si manejaba con alcohol en mi sistema.
La persona a mi lado se recargó contra mi hombro. Volteé a verla y me di cuenta de que se trataba de una chica desconocida, aparentemente borracha y cansada. No me molesté en quitarla o moverme. Centré mi atención en la puerta y por ella entraba Sandy riendo del brazo de Mónica que también reía sin parar. Sonreí levemente y negué con la cabeza. Ambas estaban demasiado borrachas pero al menos ninguna planeaba subirse a un auto. Detrás de ellas iba Sebastián con cara de sueño. Él me vio y me sonrió fugazmente antes de centrar su atención de nuevo en mis amigas que por poco se caen. Vi que las llevaba hacia las escaleras que, por cierto, estaban del lado contrario del pasillo oscuro que yo había entrado, pasillo del cual José apareció. Desvié la mirada y recé porque él no me hubiera visto. Me puse a jugar con mi vestido de nuevo y no levanté la vista hasta que sentí que era seguro pero no hubo suerte y José ya estaba frente a mí. Sus ojos se desviaron brevemente hacia la chica a mi lado pero no le dio importancia y tiró de mí para ponerme de pie. No opuse mucha resistencia. La chica cayó pesadamente en el sillón y se quejó levemente pero no abrió los ojos.
— ¿Viniste en coche?—preguntó José.
Asentí y le enseñé las llaves. Antes de que tuviera tiempo de reaccionar, José me quitó las llaves y me llevó a la salida. José apretó el botón para encender la alarma y cuando sonó, me arrastró hasta donde estaba estacionado. Cuando llegamos, me abrió la puerta y esperó a que entrara. Lo hice porque, honestamente, me moría de frío. Él se subió en el asiento del piloto y se dispuso a encender el motor pero yo lo detuve y le arrebaté las llaves.
— ¿Qué crees que haces?
—Nos llevo a casa—dijo José y extendió la mano.
Negué con la cabeza y puse las llaves debajo de mi pierna.
—Estás loco, Jo, no dejaré que conduzcas en este estado.
—Emma—dijo José, soltando un suspiro—, estoy bien. Dame las llaves.
No cedí. Recargué mi frente contra la ventana y esperé a que se rindiera y me abriera la puerta. No lo hizo. No sabía cuánto tiempo llevábamos ahí pero ya me estaba cansando. Escuchaba un pitido dentro mis oídos, de esos que te dan cuando estás en un lugar muy silencioso.
— ¿Estás molesta conmigo?—preguntó José, rompiendo el silencio.
Me giré hacia él. Su mano descansaba en su pierna, sus dedos se movían constantemente. Tomé su mano y la llevé hasta mi pierna donde entrelacé nuestros dedos. Los cristales estaban empañados, no había nadie a nuestro alrededor y el ruido de la música había desaparecido desde hacía rato.
—No, creo que no estoy enojada en sí. Me siento un poco...
—Por favor no termines esa oración.
Asentí aunque sabía que no me estaba viendo. Levanté nuestras manos y besé el dorso de la suya. Él se deshizo de mi agarré y en cambio me acarició la mejilla, luego el contorno de mi oído. Su mano terminó detrás de mi cuello y me jaló hacia él. Sentí sus labios en mi mejilla y se fueron deslizando lentamente hasta llegar a los míos. Pero no me besó, solo ejerció una leve presión.
—Di que me perdonas—pidió.
Podía sentir su respiración en mis labios y me daba cosquillas y escalofríos.
—Todo está bien, Jo.
Él se alejó y negó con la cabeza. Tomó mi cabeza con ambas manos y en sus ojos había desesperación, culpa y miedo. Sus ojos estaban rojos y no sabía si era por las cosas que se había metido o porque quería llorar. En cualquier caso, verlo así me rompió el corazón.
—Tienes que perdonarme, Emma. Yo...—su voz se rompió.
Aparté sus manos y me cambié de asiento. Me subí a horcajadas sobre su regazó. Pasé una mano por su cabello, tomándome mi tiempo para acariciarlo, y mi otra mano acarició su rostro con cuidado. No quería que se pusiera a llorar y no sabía qué quería que le perdonara. Pero no me importó. Ver a José tan vulnerable era algo nuevo y lo único que se me ocurrió fue besarle.
Él tardó en reaccionar pero cuando lo hizo, se hizo cargo de la situación. Me besó con desesperación al principio pero después se relajó y su beso se volvió más como una caricia. Me costaba respirar así que rompí el beso. José siguió besándome, primero el cuello y luego el hombro. No tenía idea de cuándo me había quitado el suéter pero no me importó mucho. Cuando recuperé la respiración, volví a besarlo, tomándome mi tiempo. Acaricié sus labios con los míos y después profundicé el beso, después de un rato le mordí suavemente el labio y José soltó un gemido que me hizo sonreír. No era nueva con eso de los besos pero cada vez que él demostraba que le gustaban los míos, me hacía sentir bien.
Las manos de José estaban en mis piernas, subiendo cada pocos segundos. Yo también quería acariciarlo. Le pasé las manos por debajo de la camisa y el contraste del calor de su piel contra mis manos frías fue sorprendente. José siseó por el frío y yo retiré las manos rápidamente.
—Lo siento—murmuré.
Mi voz sonaba algo áspera y no dije nada más porque me daba vergüenza. José rio por lo bajo y, besando el lóbulo de mi oreja, volvió a guiar mis manos debajo de su camisa.
—Está bien, pequeña—susurró.
El sonido de su voz tan cerca de mi oído me dio escalofríos pero la sensación me gustó.
Con decisión, comencé a explorar su torso. Su piel era muy suave y podía sentir que tenía sus abdominales definidos. Quería ver eso con mis propios ojos. Le quité la playera, o bueno, él se la quitó porque en cuanto adivinó mis intenciones, ya tenía ambas manos detrás de su espalda y tiró de su playera hacia arriba hasta quedarse sin ella.
Me quedé embobada viendo su buen cuerpo. Primero acaricié sus abdominales y después mis ojos se posaron en esos huesitos que tienen los hombres en los hombros cuando hacen ejercicio.
— ¿Te gusta lo que ves?—preguntó José con una sonrisa de suficiencia. Me sonrojé violentamente y oculté mi rostro en su cuello. José rio pero tomó mi rostro y acarició mis labios con su pulgar rítmicamente—. No te preocupes, Emma.
Volvió a besarme y pronto mi atención solo se centraba en sus labios y en lo suave que era su cabello. Después de unos segundos (¿o habían sido minutos?), sentí que sus manos subían lentamente mi vestido. Me quedé congelada y tomé aire audiblemente. José dejó de besarme los labios pero posó sus labios en mi cuello de nuevo. Luego empezó a hablar entre besos.
—Relájate, pequeña.
Traté de hacerlo, traté de concentrarme en los besos de José pero solo podía pensar en el buen cuerpo que tenía José, en el increíble cuerpo que seguramente tenía Renata, Karla y hasta la chica de esa noche. Solo podía pensar en lo avergonzada que me sentía o me sentiría cuando por fin José viera por debajo de mi ropa. Todos tenían cuerpos espectaculares, todos menos yo. Podía engañar a la gente cuando estaba vestida pero cuando estaba en ropa interior... Cerré los ojos para no ver la decepción en la mirada de José. Cuando por fin me quitó el vestido, José no hizo nada, no me besó, no habló. Abrí un ojo, luego el otro. José me veía a los ojos, no a mi cuerpo, a mí.
—Eres preciosa—dijo José. Acarició mis brazos, mi cabello, mis piernas, mi espalda. Sus manos se detuvieron en el encaje de mi brassier, en la abertura de éste pero no hizo nada, solo dejó sus manos ahí—. Eres hermosa, Emma. Por dentro y por fuera. Daría lo que fuera por hacerte entender que siempre has sido la más hermosa chica que he visto. Y así como no te avergüenzas de tu mente, tampoco deberías avergonzarte de tu cuerpo.
Sentí que podía llorar por sus palabras. Me abalancé hacia él y lo besé como nunca antes. Primero su boca, luego el lóbulo de su oreja, su cuello, sus hombros. Todo lo que estaba a mi alcance. Solo escuchaba los jadeos que soltaba José y eso me alentaba a continuar. Mis manos bajaron por su torso. Me había quedado sin piel pero yo quería explorar más de él y, entonces, sentí su pantalón. No usaba cinturón y eso me facilitó mucho la tarea de desabrocharlo, solo estaba el detalle de que no era muy hábil en el área. Dejé de besar a José y me concentré en el botón. Sentí que las manos de Jo se ponían sobre las mías.
—No, Emma.
Me detuve. No era no pero, ¿que no había sido él que había querido hacerlo desde un principio? Lo miré, confundida.
—Pequeña—murmuró, luego me dio un leve beso en los labios—. Créeme, quiero hacer esto más de lo que piensas pero no quieres tener tu primera vez en un auto. Es muy cliché, ¿no crees?
Me le quedé viendo. Una pequeña parte de mí creía que su negativa se debía a que no le gustaba, que después de tanto esperar, no quería estar conmigo. Pero sabía que no era eso, él se había detenido por los dos. No solo había pensado en mí, sino que también había pensando en él y en nuestra relación. Sonreí y le deposité un beso en la comisura de sus labios con ternura y me moví para pasarme al asiento del copiloto pero José me rodeó con sus brazos y me acomodó contra su pecho. Reclinó el asiento.
—Vamos a dormir aquí ya que tú no quieres que maneje—declaró.
Estuve de acuerdo pero primero me puse mi vestido y nos cubrí a ambos con mi suéter, luego me acomodé contra él y cerré los ojos. 
***

Por favor, déjame olvidarteWhere stories live. Discover now