El mismo de antes

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      No fui consciente de lo que hacía hasta que me encontré a mí misma intentando no hacer mucho ruido al entrar a casa. Aún era temprano y no sabía si mi madre dormía. Al llegar a mi habitación vacilé un poco al abrir la puerta porque honestamente no quería estar sola, así que me escabullí a la habitación de mi madre y me quedé dormida al lado de ella.
Para cuando me desperté de nuevo el sol entraba por la ventana y mi madre ya no estaba a mi lado, pero podía escucharla en la cocina. Lentamente me estiré en la cama y después fui a reunirme con ella. La encontré muy concentrada, intentando enchufar el cable de la licuadora y antes de que pudiera saludarla, la encendió. A pesar de que el ruido que provocaba me irritaba, esa vez no le hice caso y en cambio observé a mi mamá. Llevaba una ropa muy retro y que sólo le había visto en fotos cuando yo era apenas un bebé. Era un bonito vestido floreado y en lugar de sandalias, usaba unas calcetas blancas y un par de tenis del mismo color. Cuando por fin notó mi presencia, le sonreí.
—Buenos días, mi niña—me saludó.
—Te ves bien—dije. Se vio a sí misma y me sonrió complacida.
—Encontré unas cajas viejas con esta ropa y decidí usarla antes de regalarla.
La idea me horrorizó. ¿Regalar ropa tan bonita? Bueno, no toda era bonita pero la mayoría sí. Mamá sonrió al ver mi mueca.
—Si quieres puedes quedarte con la ropa que te guste y la demás la puedo regalar. Las cajas están en el cuarto de tu hermana. Sube y empieza, yo te hablo cuando el desayuno esté listo.
Asentí y subí corriendo, tropezando en el último escalón. Cuando abrí la puerta me encontré con cajas por todos lados, unas tenían zapatos, otras accesorios, unas eran de moda de los ochentas y unos cuantos pantalones al estilo de los setentas. Sabía que mi mamá coleccionaba ropa pero no me imaginaba que sería tanta porque además de las cajas, tenía todo su guardarropa muy vintage. Tardé unos minutos en encontrar la ropa perfecta para lo que tenía planeado ese día. Luego busqué unos pocos accesorios y me cambié.
Me vi en el espejo y vi el resultado: unos leggins que me llegaban por encima de la rodilla, una camisa azul larga y encima un chaleco negro con lunares blancos. Para mi cabello decidí que me haría una coleta de lado sujeta por una dona de colores. Y unas Dr. Martens negras.
Honestamente no sabía porque esa moda se había ido, era muy original. O quizás había heredado la obsesión de mi madre, lo cual estaba bien. Bajé saltando y ayudé a mamá a poner la mesa.
—Oye, mamá—dije—, ¿no crees que es muy tarde para desayunar?
Miró el reloj en pared y asintió.
—Tienes razón, creo que lo correcto sería decir que estamos almorzando.
Fruncí el ceño, eso no era lo que quería decir.
—No, mami, me refiero a que ya van a dar las tres de la tarde. Creo que las horas del almuerzo y del desayuno han quedado atrás.
—Qué cosas dices, Emma—me vio como si estuviera loca—. He preparado chilaquiles, malteada, pan tostado, eso califica como almuerzo y... ¡Ah! También piqué fruta. Sírvete.
Sonreí ante su entusiasmo. En cierta forma podía comprenderla, hacía mucho que no pasábamos tiempo juntas.
—Bueno—dije, siguiéndole la corriente—, usando tu lógica, no puedes clasificar la comida. Podrías comer eso en la noche y llamarle cena; o desayunar comida china; preparar hot cakes en la cena o también podrías...
—Está bien, está bien—dijo interrumpiéndome—. Entendiste mi punto. Ahora a almorzar.
No me lo tuvo que decir dos veces; de inmediato me serví dos cucharadas enormes de chilaquiles, un vaso gigante de malteada y dos rebanadas de pan. La fruta la dejé para el final.
Siendo sincera, fue el mejor desayuno/almuerzo/comida que había probado y no estaba segura si era por la comida o por la compañía. Lo importante es que pude hablar con ella, hablamos sobre mi universidad, su trabajo, Isabella, mis amigas y, por mucho que me costara creerlo, de mi padre. Al parecer habían estado hablando por teléfono (qué sorpresa) y él iba a regresar pronto, lo cual sí era una sorpresa. Según le explicó, llegaría para vacaciones de Navidad. La noté muy feliz al dar la noticia, ojos brillosos y un sonrojo; se veía como una adolescente enamorada. Y eso me puso de un humor excelente.
Al acabar mi mamá lavó los trastes y yo me ofrecí a arreglar el jardín delantero.
— ¿Qué? Pero ni siquiera te gustan las flores—objetó mi madre.
—Ahora eres tú quien dice locuras—respondí—. Me gustan las flores en jardines, campos y macetas; donde puedan tener una vida más larga. Pero cuando están en ramos, bueno, no son las flores las que me desagradan sino las personas que las compran. Pienso que...
—Ya, está bien—interrumpió, sabía que podía tardar horas si me daban cuerda—. Aunque no puedes negar que es encantador cuando un joven te obsequié flores.
—Tal vez lo sea—concedí, después de pensarlo—. Pero por muy encantador que sea, al final siempre mueren.
***
Tomé todas las cosas necesarias para jardinería y salí. Evalué los daños y decidí que no era tan grave; unas cuantas flores marchitas y unas hierbas, nada del otro mundo.
Comencé la labor y regué las plantas, planté otras cuantas y después de unos minutos de silencio ensordecedor, me di cuenta de que no podía ponerme mi iPod ya que mis manos estaban sucias. Suspiré, ya no podía hacer nada más que concentrarme en mi tarea. Identifiqué una flor, muy pequeña, apenas queriendo abrirse.
—Serás una flor muy, muy hermosa. Sólo necesitas un poco más de agua y...—me detuve al darme cuenta de que le hablaba a una flor, seguramente me veía como una loca. Decidí dejarlo y en su lugar, canté. La canción trataba de los celos pero también del sol, la lluvia y demás. La siguiente canción iba de fresas y la última no tenía nada qué ver con flores pero que, extrañamente, me recordó a Ezra.
Me callé abruptamente; no había pensado en él hasta en ese momento. Sentí un nudo en la garganta y cómo una lagrima solitaria rodaba por mi mejilla. Toda esa situación era ridícula pero la verdad era que ya no tenía fuerzas para seguir aparentando que no pasaba nada; era el momento perfecto para quebrarme. Como no había nadie cerca, me deje llevar por el llanto pero también canté la misma canción una y otra vez, torturándome con cada palabra.
—Pero qué extraña selección de canción. ¿Snow Patrol, Emma? No tenía idea de que te gustaban
Sin girarme, intenté limpiarme un poco las lágrimas. Esa pudo ser una decisión tonta porque estaba manchada de tierra hasta en mis hombros y ahora seguramente la cara. Me giré para verlo: con un traje y un nuevo corte de cabello, Nicolás me miraba con una gran sonrisa e intenté devolvérsela.
—Nicolás—su nombre escapó como un sollozo de mis labios. Su sonrisa desapareció al instante y se arrodilló a mi lado y me ofreció un pañuelo. Entonces sí tenía manchada la cara.
Le enseñé mis manos sucias y entonces él me limpió el rostro.
—En verdad... lo... lo siento, Nico—dije entre sollozos.
— ¿Qué cosa, Emma?
—Arruinar nuestro reencuentro. Hace semanas que no nos vemos y hoy, precisamente hoy, lloro como un bebé. Lo lamento, me encontraste en un momento no tan alegre.
—Ven aquí—susurró abriendo sus brazos.
Dudé; no quería manchar su traje ni tampoco quería que me oliera pero en verdad lo extrañaba y necesitaba desahogarme en alguien.
—Estoy arruinando tu traje—murmuré contra su pecho.
—Está bien, se lava, ¿sabes?
Me reí un poco y dejé que me abrazara. Mientras que yo seguía llorando, pude sentir su constante caricia en mi cabello, haciendo lo que podía para tranquilizarme. Cuando las lágrimas pararon, me separé un poco. Nicolás me interrogó con la mirada y yo sacudí mi cabeza.
—Tonterías, Nico, soy una adolescente después de todo.
—Nada que te haga llorar es una tontería, Emma—dijo frunciendo el ceño—. En todos los años que nos conocemos, sólo te he visto llorar unas cinco veces y quizás estoy exagerando.
—Bueno, deberías estar alrededor más a menudo porque es obvio que me he convertido en una fuente.
—Aun así quiero oírlo.
—Ezra...—comencé a decir después de una pausa.
—Después de estar tanto tiempo lejos, pensé que irías a verme en cuanto llegaras. La verdad es que me siento un poco herido—dijo una voz muy parecida a la de Nicolás.
Muchas personas podrían confundir la voz de los gemelos Contreras pero no yo y la voz que escuché era sin duda la de José.
Sentí que Nicolás se separaba de mí de un salto (a un metro de distancia por lo menos), como si José lo hubiese encontrado haciendo algo malo. Lo miré extrañada y juraría que se había puesto rojo. Aunque si estaba nervioso, no lo demostró.
—Hola, hermano—dijo Nicolás calmadamente.
—Nicolás—dijo José—, no sabía que regresabas hoy. ¿Mamá lo sabe?
No comprendía la frialdad en la voz de José. ¿Por qué saludaba de ese modo a Nicolás? Según yo, él tenía el mismo tiempo que yo sin verlo, y ¿no se suponía que los gemelos tenían una conexión especial? Tendría que extrañarlo más, ¿verdad?
—No le dije a nadie. Quería llegar de sorpresa y cuando llegué vi a Emma aquí y....
—Entonces deberías de entrar a saludar a mamá; te ha extrañado—lo interrumpió José.
Observé que Nicolás se tensaba pero enseguida se relajó y se acercó a mí.
—Después me cuentas, ¿sí?—susurró en mi oído.
Le sonreí y asentí. Lo vi alejarse y llegar a su puerta. Cuando Nicolás entró a su casa, volteé a ver a José pero él ya me estaba observando. Me observó fijamente por un par de minutos sin decir nada. Yo le miré expectante; después de un rato, levanté una ceja. Finalmente preguntó:
— ¿Qué tienes?
Su tono no era preocupado ni tierno como lo fue la mirada de Nicolás, más bien era de fastidio y eso necesitaba. Ya no lloraría, ya no me quedaban lágrimas y me sentía agradecida por ello. Estaba harta de quebrarme ante todos. Así que cuando le contesté a José, lo hice sin que mi voz temblara.
—Lo mismo de siempre—su mirada se endureció al instante—: Ezra.
—Creí que ya te habías hecho a la idea de que tu novio ese no volverá a ti.
Auch. Era verdad pero aun así dolió.
—Primero que nada, no es mi novio—levantó sus cejas tan sólo un poco—. Ya no. Segundo: Ya me hice a la idea, sólo que tenía que estar segura de que cualquier posibilidad de que nuestra relación pudiese ser rescatada ya no existe. Y tercero: no sé por qué preguntas si yo sé que en realidad nada de esto te importa.
José asintió y presentí que había omitido lo último que había dicho pero en sus ojos vi pasar la comprensión de mis palabras.
— ¿Estás diciendo que has ido a verlo?—cuestionó. Aunque su voz se escuchaba contenida, como si quisiera gritar.
Mi respuesta fue un vago encogimiento de hombros. Entonces el sol se asomó por entre las nubes y su luz apuntó directamente a los ojos de José, dándoles un brillo peligroso que me dejó fascinada. Sin embargo, para mi suerte o desgracia, no duró mucho ya que él se colocó sus gafas. Metió las manos en los bolsillos de su pantalón, dio media vuelta y se alejó.
No tenía idea de por qué, pero quería seguir hablando con él. Desgraciadamente, mi reacción de unos segundos atrás me había dejado un poco estupefacta y no me pude mover de inmediato pero fue cuando giró en la esquina que mis piernas reaccionaron y salí corriendo a alcanzarlo.
Por mucho que me costara admitirlo, mi condición física era lamentable y cuando por fin lo alcancé, me tomó varios segundos tranquilizar mi respiración. Y, francamente, tenerlo frente a mí no mejoró para nada la situación, en todo caso la empeoró porque de pronto olvidé qué quería decirle.
Por supuesto esto nunca le pasaba a José, mucho menos si tenía algo ofensivo que decir.
—Bonita ropa, Emma. Muy... madura.
Por primera vez desde que me había puesto esa ropa, me sentí tonta. Me gustaba esa ropa pero una parte de mí se avergonzaba de que José me viera con ella y más aún que estaba llena de tierra. No quería sonrojarme pero era algo que no estaba en mi poder. A pesar de todo, cuadré los hombros para verme un poco más segura.
—Gracias—fue todo lo que dije.
Antes de poder continuar, José me rodeó y siguió caminando. Esta vez sí lo seguí de inmediato.
—Esa ropa tan original que llevas se estropeará—advirtió José. Abrí la boca para replicarle pero él siguió hablando—. Aunque claro, no es como si fuera una gran pérdida, ¿cierto?
—Cállate—espeté. — ¿Por qué estás tan ensañado conmigo? Siempre estás tratando de hacerme enojar, intentando cobrarte algo que no recuerdo haberte hecho. Y por cierto, ¿qué te hizo Nicolás? ¿Por qué reaccionaste así con él. Por lo que sé...
— ¡Tú no sabes nada!—siseó José, apretando fuertemente su mandíbula, se quitó las gafas—. Pero ya me imagino, piensas que todo esto tiene que ver contigo, que eres lo único que pienso.
Lanzó la risa más fría que había escuchado en toda mi vida y me hizo retroceder. José lo percibió y en un segundo, ya me tenía en sus brazos; ejerciendo una fuerza que me resultaba dolorosa, pero no me quejé y lo miré impasible.
— ¿O me equivoco?—sonrió pero la sonrisa no llegaba a sus ojos—No, por supuesto que no me equivoco. Eres tan presumida que te crees el centro del universo. Tu pequeño cerebro no te deja ver que hay cosas más importantes que un estúpido novio. Y ya me cansé de todo esto, Emma.
— ¿De qué, exactamente?
—De ti, de tu empeño por rechazarme cuando la verdad es que yo no te estoy pidiendo nada. Deberías superarlo o admitirlo de una vez.
Mi corazón se aceleró y no tenía idea de por qué no me alejaba de él.
— ¿Podrías terminar tus oraciones, José? No sé qué quieres que admita.
—Que te gusto—susurró en mi oído y un escalofrío corrió por mi espalda—. Que todos esos intentos tuyos fueron inútiles y que te he gustado desde aquel beso.
Lentamente, su boca recorrió la línea de mi mandíbula hasta llegar a mis labios. No me besó, sólo se mantuvo lo suficientemente cerca, causando que mi respiración se detuviera y mi corazón latiera descontrolado en mi pecho.
—Y que—continuó diciendo, sus labios rozando los míos—ese comatoso ha estado fuera de tus pensamientos desde hace mucho.
Giré mi cabeza para no tener que verlo y también porque el simple roce de su boca me turbaba de una forma totalmente nueva para mí.
—Mírame—demandó.
Con mucho esfuerzo, me solté de su agarré y di dos pasos atrás, manteniendo una distancia prudente y le miré.
— ¿Qué es lo que quieres, José?—pregunté— ¡Ya estoy harta de tu constante acoso! ¡Tú eres el que debería superarlo!
Volvió a reír pero esta vez de verdad y tuve un pequeño déjà vu. Recordé encontrarme en una situación parecida con él, yo acusándolo de estar enamorado de mí, haciéndome sentir como una tonta. Cuando acabó de reír, levantó una ceja y se acercó a mí. ¿Qué tenía este tipo contra el espacio personal?
— ¿De verdad me crees tan idiota como para esperarte? ¿Que vería tranquilo cómo venías a mí después de hartarte de ese imbécil? Como si fuera tu segunda opción—negó con su cabeza y en sus ojos se notaba la furia que sentía y tal vez un poco de rencor—. No, Emma, yo no hago ese tipo de cosas por nadie, ¿entiendes? Ni siquiera por ti. Tampoco es que seas la gran cosa.
Queriéndole dar la cachetada más dolorosa que le hubiesen dado en la vida, levanté mi mano y la dirigí a su mejilla, sin embargo sus reflejos eran buenos y me detuvo a tiempo. Tomó mi mano y me haló hacia él, no dejando ni un centímetro entre nosotros.
—Pienso que ese beso, significó mucho para ti, ¿no es cierto?—acarició mis labios con sus dedos—Y, honestamente, ya es hora de continúes con tu vida. Deja atrás a la niña que se pasa las horas llorando por su novio. Yo podría ayudarte...
Antes de que pudiera terminar, levanté mi rodilla y la estampé en donde más le dolía. José se dobló del dolor y yo aproveché para alejarme. Unos metros más adelante, me giré a verlo una vez más.
—Respondiendo a tu pregunta—grité—, sí te creo un completo idiota.

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