Solo quedo yo

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—Veo que han llegado libros nuevos, Julia—grité para hacerme oír desde la bodega.
El escritorio, antes despejado, estaba con libros envueltos en plástico, atestando toda la superficie. Puse mis ojos en blanco. Así era Julia; pedía más libros de los que podía vender.
—Así es, —vociferó en respuesta­—tráelos, por favor.
Apilé los libros y los tomé. Caminé despacio para no tropezar con nada y empujé la puerta con la espalda. A la mitad del camino noté que no había escuchado que la puerta se cerrara. Estaba llevando más libros de los que podía cargar pero aun así me regresé muy lentamente a cerrar la puerta.
—Ay, Emma, podías haber dejado los libros en el mostrador y después regresar a cerrar la puerta—señaló Julia cuando me vio.
Asentí y al hacerlo perdí el equilibrio. Un libro cayó y un segundo le siguió. Para que no cayera otro, traté de estabilizarme yendo de adelante hacia atrás, de un lado a otro, haciéndome tropezar con un libro en el piso. Cerré los ojos por instinto, esperando la caída...que nunca llegó.
—Te tengo—dijo una voz grave. Mi pulso se aceleró y mi corazón martilló con fuerza en mi pecho—. Eres muy torpe, Brito.
Brito. Todos mis sentidos se relajaron al escuchar mi apellido. Por un segundo, por un glorioso segundo, imaginé que Ezra había sido mi rescatador. Pero claro que no era posible. Cuando la ilusión me abandonó, pude notar la diferencia. En su voz, en sus manos, en su olor. Todo era diferente y yo por tonta e ilusa los confundí.
Abrí los ojos y vislumbré a José detrás de la pila de libros. Venía con el cabello húmedo (seguramente de su práctica de natación), sus ojos de un café profundo, ocultos por las gafas habituales. Le sentaban bien pues marcaban sus facciones: la línea de su mandíbula, su nariz recta y las cejas un poco más oscuras que su cabello liso.
— ¿Qué? ¿Aprobé la inspección?—preguntó, socarronamente.
Rodé mis ojos pero sentí que me sonrojaba.
José había evitado mi caída pero no la de los libros. Le pedí que me ayudara a recogerlos y juntos caminamos hacia el mostrador, yo iba detrás de él.
Lo vi marchar y me resultó una combinación extraña: chico malo y libros.
—Es muy apuesto—observó Julia de repente a mi lado. No fue hasta ese momento que noté que me había detenido y José ya se encontraba lejos y era muy poco probable que nos escuchara.
—Sí, lo es, pero...
— ¿Pero qué?—la interrupción de Julia había sonado muy brusca y ella se dio cuenta. Suavizó el rostro y su tono—. Sé que te preocupas por Ezra; todos estamos preocupados por él. No puedes detener tu vida por él. Solo han pasado un par de meses, pero conozco los síntomas y sin duda, si por ti fuera, lo esperarías toda la vida—. Quitó su expresión seria y sonrió, cómplice—. Además, ese chico se la pasa aquí, y qué casualidad que sus visitas empezaran justo cuando tú empezaste a trabajar aquí.
En eso tenía razón; José había estado yendo desde mi segundo día trabajando ahí.
Inició como una broma, tanto para él como para mí. Para él porque quería verme hacer algo de provecho y para mí, bueno, yo quería verlo en una librería para variar. Así que fue. No me lo esperaba y verlo hablar de literatura mucho menos. Conocía los clásicos pero no sabía tanto como Ezra. Aunque claro, sólo conocía a una persona que conociera de libros más que Ezra y esa era Julia. Aquel día me acompañó el resto del día. Y el siguiente y el siguiente, y así fue por dos semanas.
Al principio únicamente iba a hablar pero Julia me dirigía miradas de reproché porque Julia tenía la loca idea de que una librería era algo parecido a una biblioteca y no le gustaba que hiciéramos mucho ruido. Le pedí a José que ya no fuera a verme. Pero como era de esperarse, ignoró por completo mi petición y en su lugar habló con Julia. Para mi sorpresa ésta no le habló despectivamente como solía hacerlo con alguien a quien consideraba poco dignó de su tiempo, sino que hizo todo lo contrario: conversó con él, sonreía y, de vez en cuando, se ruborizaba. Y sentí una punzada extraña como si fueran... ¡No! No era posible, por Dios, ¡era Julia! Me avergonzaba de mis propios pensamientos. Aparte de que José y yo éramos sólo amigos.
De cualquier forma, después de su conversación con mi jefa, mi amigo ayudaba en la librería sin cobrar.
—No, Julia. Ezra me necesita—declaré, dejando los recuerdos de las últimas semanas atrás.
—Emma...
—Debo acomodar esto—dije alcanzado los libros en el piso y me fui.
Entre acomodar libros, hacer inventario y limpiar un poco, el día se fue. Antes de cerrar Julia me encontró en la bodega y me entregó un sobre. La miré interrogante.
—Sé que llevas aquí tan solo un par de semanas pero has resultado ser una empleada excelente. Y llevas días sin ver a Ezra; te lo mereces
La abracé y le di las gracias. Salí corriendo y me fui de ahí con una gran sonrisa.
***
En casa vivíamos mi madre y yo. Isabella se había instalado en la capital apenas llegaron sus resultados de los exámenes. La extrañaba horrores. No entendía muy bien porqué se había querido ir mucho antes de que iniciaran sus clases, sin embargo casi nunca entendía las razones por las que Isa hacía las cosas que hacía.
Toqué la puerta de la recámara de mi madre antes de entrar. Ella se encontraba recostada hablando por teléfono. Reía y sus mejillas estaban un poco rosas; parecía que coqueteaba con alguien. Le hice un gesto como preguntando '¿quién es?' y ella me hizo un gesto con la mano y se giró para que no la viera. El volumen de su voz fue disminuyendo pero a pesar de su intento de ocultar la identidad de la persona del otro lado de la línea, pude escuchar que decía "Hablamos después, Sebastián". ¡Sebastián era el nombre de mi padre! Sabía que volverían.
Intenté actuar con normalidad e hice como si no hubiese escuchada nada.
— ¿Querías algo, hija?
—Sí—traté no parecer muy desesperada por recibir una respuesta positiva—. Bueno... Julia me ha pagado hoy—mi madre sonrió y proseguí—. Y es lo necesario para un viaje a la capital.
La sonrisa desapareció.
—Y supongo que no es para ver a tu hermana, ¿me equivoco?—negué con la cabeza. Mamá suspiró—. Emma, creí que ya habíamos hablado de esto pero—volvió a suspirar—... de acuerdo. Ten mucho cuidado, linda.
—Siempre—dije, dándole un beso en la mejilla.
***

Por favor, déjame olvidarteHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin