La boda

2.2K 117 0
                                    

      Me di una última mirada en el espejo. Vestido, maquillaje, peinado, zapatillas... Todo estaba en orden. Había tardado horas en arreglarme pero me sentí orgullosa de mí misma. No era muy buena en eso del maquillaje y peinados pero unos videos de YouTube habían sido de mucha ayuda.
Por fin había llegado el día: Julia se casaba. Había pasado las últimas dos semanas buscando un vestido que fuera perfecto para la ocasión y lo tenía. Era blanco y, a pesar de mis intentos de buscar uno que no fuera de aquel color, no encontré otro que me gustara. Cuando le conté esto a Julia, me dijo que no importaba, que ella usaría un vestido azul. Me reí. Claro, Julia no se casaría de un color tan común en las bodas.
Me reuní con mis padres en la sala. Ellos me acompañarían a la ceremonia solamente, al parecer tenían que firmar unos papeles para su casa nueva. Me habían dicho que vivirían en Italia. La verdad es que ya quería que se fueran para poder ir a visitarlos.
— ¿Segura que no quieres ir con nosotros?—preguntó mi papá.
Sonreí mientras asentía. Había quedado de irme con José porque si me iba con ellos me quedaría sin trasporte.
Salimos y mis padres se subieron al auto. Aparté la vista de ellos y volteé a ver al auto de José. Ahí estaba él, recargado contra la puerta del conductor, con las manos dentro de los bolsillos del pantalón y con las gafas del sol. Sonriéndome. En traje.
Se veía impresionante.
Después de aquella pelea tan horrible, él volvió a ser el de antes, incluso mejor. Me invitaba a cenar, me llevaba a la escuela, al trabajo y también me recogía. Cuando no estábamos juntos era porque él estaba ocupado con la universidad. Los viernes se habían convertido en noche de película en su casa; las únicas "discusiones" que teníamos eran sobre la película que veríamos esa noche. Incluso era amigable con Ezra.
Debía admitirlo, al principio fue un poco incómodo. Había sido poco tiempo después de la pelea y me había tomado completamente por sorpresa, a todos en realidad, hasta a Julia.
Una tarde, él había pasado a recogerme. Ya habíamos cerrado y solo estábamos ahí porque los tres estábamos hablando. José había tocado la puerta y yo abandoné la conversación cuando lo vi. Le abrí y le dije que recogía mis cosas y luego nos íbamos pero él me dijo que no había prisa. Saludó a Julia y después a Ezra. Todos nos quedamos en silencio y, después de recuperarse, Ezra también lo saludó. Después intentamos retomar el tema, un poco forzado al inicio pero, con el paso de los minutos, las cosas mejoraron. José se interesaba por las cosas que decía Julia y, cada vez que Ezra intervenía, José también comentaba y, antes de saber qué pasaba, los dos hablaban sobre música. Al siguiente día, la situación se repitió pero en lugar de hablar de música, hablaron de películas, luego libros, series... No eran amigos pero al menos ya no eran enemigos.
Como había dicho, primero había sido incómodo pero luego me sentí bien de que ellos pudieran ser civilizados el uno con el otro.
José nos había acompañado a mi mamá y a mí a buscar vestidos para la fiesta, pero cuando fue su turno de elegir ropa, solo yo fui con él. Habíamos visitado unas cuantas tiendas pero no me dejó verlo en traje. Según él, sentía que no le iban los trajes y que, si iba a verse como tonto, prefería solo hacerlo una vez en la fiesta.
Me sorprendió darme cuenta de que José también tenía problemas con su confianza porque ahora que lo veía en traje, nunca podría verlo sin imaginármelo así. El traje era negro, por supuesto. La camisa blanca desabotonada hasta el tercer botón, pero no llevaba corbata. Me fijé mejor y vi que se asomaba por el bolsillo del saco.
Me acerqué y cuando llegué hasta él, lo tomé por las solapas del saco, lo jalé hacia mí y lo besé. Seguramente tendría que pintarme los labios de nuevo pero no me importaba, estaba irresistible. Un chico malo en traje. Guau. De pronto ya no quería ir a la fiesta y me vi tentada a decirle que mejor fuéramos a su habitación. De no haber sido porque mis padres asistirían a la boda y de que Julia era la novia, se lo habría pedido.
—Por favor vístete así todos los días—dije cuando terminó el beso.
Él se rio y me acompañó hasta el asiento del copiloto.
—Si lo hago, dejara de ser especial, ¿no crees?—dijo, cuando se subió y encendió el carro—. Tú también estás espectacular. Hermosa, como siempre. Pero hay algo que no me explico.
— ¿Qué?
—No sé cómo le haces pero, sin importar cuánto me esfuerce para verme más decente, tú siempre te las arreglas para verte más niña buena. Incluso ahora que estás maquillada y te ves mayor. Una versión mayor de ti misma.
Me sonrojé.
La verdad es que mi vestido era muy simple pero me encantaba. Blanco y me llegaba un poco por encima de la rodilla. Tenía un fondo liso y una tela con patrones de flores de cuatro pétalos encerradas en un círculo. Tenía mangas que me llegaban encima del codo. No era conservador, solo era clásico. Mi peinado ayudaba a la imagen que José decía que tenía. Mi cabello estaba recogido en una trenza levantada hasta el lado derecho de mi cabeza. De enfrente me había hecho una ondita para darle el aire sofisticado de los años 40. No me había puesto gel ni fijador para que me viera más yo, menos formal.
— ¿Por qué no mejor te limitas a conducir?—dije con una sonrisa.
José tomó mi mano izquierda y le dio un beso antes de ponerse en marcha.
En el salón (que ere más como un jardín enorme) donde se celebraría la ceremonia y la fiesta, me encontraría con mis amigas, mis papás. Oh, y Ezra. Toda la familia de Ezra estaría ahí, hasta su hermana con su prometido. Tenía curiosidad de verlo, saber a quién había elegido la elegante hermana de Ezra.
Julia nos había dado permiso de invitar a cuantas personas deseáramos. Yo había invitado a mis padres y mis amigas (y el novio de Mónica) y Ezra, por lo que sabía, solo había invitado a su familia. Era una lástima porque hacía muchísimo que no veía a sus amigos y me caían bien.
— ¿Irá Luis?—le pregunté a José.
—No, creo que tenía unas tres citas que le iban a tomar mucho tiempo.
Me alegraba que le fuera tan bien. Era un buen tatuador. De hecho, él había hecho el tatuaje de José. El cual ya sabía qué decía:
Ich lass für dich das Licht an obwohls mir zu hell ist. Ist mir alles egal, Hauptsache du bist da.
Lo cual, según mis pocos conocimientos de alemán, significaba "Dejo la luz prendida por ti, aun cuando es demasiado luminoso para mí; no me molesta. Lo importante es que estás aquí".
No tenía muy claro qué quería decir con eso y no le había preguntado. Él no sabía que entendía un poco el alemán y la verdad es que yo tampoco tenía idea de que él supiera ese idioma.
Bueno, el punto era que le había quedado muy bien y estaba pensando seriamente en hacerme uno, solo que aún tenía que ver cuál sería.
—Llegamos—dijo José.
Centré mi mirada en el salón frente a mí. No era una fiesta muy grande, Julia había querido que así fuera, pero aun así me sentía nerviosa y ¡ni siquiera iba a hacer nada en público! Era Ezra el "damo de honor", Julia era la novia y yo solo sería una invitada más, pero no podía evitarlo.
—Tranquila, pequeña—dijo José.
Le sonreí y bajamos del auto.
El salón estaba adornado con mesas redondas con manteles blancos y azules, un arreglo florar en el centro de la mesa y dos mesas de buffet. Todo era muy sencillo pero no esperaba otra cosa de parte de Julia. Y su novio. Bueno, la verdad es que Ricardo era un señor muy amable. Tenía una voz profunda que te hacía dejar cualquier cosa que estuvieras haciendo para ponerle toda tu atención cuando te hablaba. Había descubierto que tenía cincuenta y cinco años. No me atreví a preguntarle a Julia su edad pero tampoco creía que se llevaran tanto, tan solo era que Ricardo se veía más grande.
Él se encontraba parado al lado de una señora, supuse que la jueza, hablando y riendo, entonces llegó Julia, con su vestido azul hasta las pantorrillas, siguiéndola en cada uno de sus movimientos. Ricardo le sonrió ampliamente y le dio un beso en la mejilla.
Según la tradición, los novios no tendrían que verse antes de la ceremonia pero me imaginé que ellos ya no creían en ese tipo de cosas. Después de todo, Ricardo ya se había casado una vez y tenía una familia y Julia nunca había sido de esas que creen en supersticiones.
— ¿Quieres ir a saludar o nos vamos a sentar?—preguntó José.
Me giré hacia él y agarré la corbata, poniéndosela alrededor del cuello.
—Primero vamos a ponerte presentable, ¿de acuerdo?
— ¿Qué haría sin ti?—dijo él, burlonamente.
Yo sonreí e intenté hacerle el nudo. Dos minutos y tres intentos fallidos después, contesté:
— ¿Tener un nudo decente? Lo siento, no sé hacer estas cosas, creí que iba a ser más fácil.
Él se rio y se empezó a hacer el nudo él solo, el cual le salió perfecto sin la necesidad de verse en un espejo.
—Vaya, señor Contreras, si ya sabía cómo hacerlo, ¿por qué me dejó hacer el ridículo?
—Porque es interesante verte hacer cosas que nunca pensé que harías, Brito.
Reí y me acerqué para besarlo. Cuando nuestros labios estaban por tocarse, sentí que alguien me apartaba y me daba un abrazo. Lo común sería que me apartara pero la verdad es que con el poco tiempo que nos quedaba, no podía hacer otra cosa que aceptar los abrazos que mis amigas quisieran darme.
—Hola, Mónica—dije.
—Hola, señorita Ocupada. Habíamos quedado en que haríamos la búsqueda de vestidos juntas y me dejaste plantada.
—Ya te lo expliqué, mi mamá quería ir conmigo y, bueno, no hacemos muchas cosas juntas últimamente y...
—Ok, ok, entiendo eso pero, ¿llevar a tu novio y no a tu mejor amiga?—se giró hacia José—. Y tú... Vaya, si no fueras novio de mi mejor amiga, te prometo que ahora mismo...
La tos exagerada de Sebastián para hacerse notar interrumpió a Mónica.
—Y si no fuera porque ya tengo un novio espectacular, claro—mi amiga le sonrió a su novio y éste le guiñó un ojo.
—No lleva ninguna copa encima y ya se comporta como una borracha. Mejor me la llevo—dijo Sebastián, tirando de mi amiga por la cintura.
Con una sonrisa, los vi acercarse a la mesa donde nos sentaríamos nosotros en unos minutos. Sandy y Rebeca ya estaban ahí. Sandy había traído a alguien con ella, un chico que no conocía. Y Rebeca se veía muy incómoda ahí, seguro se sentía como el mal tercio. Le pediría a José que bailara con ella cuando empezara la música porque seguramente no habría muchos chicos de nuestra edad en esta fiesta.
—Ve a saludar tú, Emma, yo iré a poner los regalos en aquella mesa, ¿está bien?—dijo José.
Asentí y me caminé hasta donde estaba Julia. Ricardo ya no estaba con ella pero había alguien más a su lado. Un chico con cabello chino que, a pesar de sus intentos, seguía estando todo desordenado. Me acerqué a ellos sin que notaran mi presencia hasta que ya estaba a su lado.
—Julia, te ves impresionante—dije en cuanto ella me vio.
Mi jefa me regaló una sonrisa enorme y me agradeció.
—La ceremonia está por empezar y estoy tratando de retener este jovencito hasta entonces para que no se escape y me quede sin dama de honor.
— ¡Damo!—protestó Ezra.
—Esa palabra no existe—dije entre risas.
Antes de que Ezra pudiera replicar nada, Julia dijo:
—Tengo que arreglar unas cosas. Quédate con él hasta que sea la hora, por favor.
Y se fue, con una estela azul tras ella.
—Se ve muy bonita hoy—dije.
—Eso mismo pienso yo—concordó Ezra.
Volteé a verlo y pude apreciar mejor su apariencia.
Él había elegido mejor un traje de un azul profundo, el cual, en un principio, había confundido con negro. Su corbata era de moño y tenía un chaleco debajo del saco. Todo le quedaba a la perfección, como si esa clase de ropa fuera la que usaba a diario.
—Tú también te ves preciosa, Ems—dijo Ezra, mirándome directamente a los ojos.
—T-tú-t-también...—me aclaré la garganta—. Tú también te ves precioso.
Tan pronto salieron esas palabras de mi boca, quise morirme. Por un instante creí que él no lo había notado porque solo se me había quedado viendo sin decirme nada, pero un segundo después, rompió a reír.
Mortificada, me tapé la cara con las manos, haciendo todo lo posible por no sucumbir a la risa también. Sabía que mis palabras habían sonado raras pero era cierto. Ezra se veía mejor que guapo o precioso. No había palabras.
Cuando él terminó de reír, bajé mis manos.
—Gracias—dijo él con una sonrisa amable en los labios.
Seguramente roja como un tomate, asentí, devolviéndole la sonrisa. Entonces se oyó la voz de una mujer, pidiendo nuestra atención.
—Es mi llamada—dijo Ezra antes de irse corriendo al lado de Julia.
Yo no me moví. Desde ese lugar se podía ver a la perfección todo lo que pasaba: a la jueza diciendo muchas palabras que no entendía del todo, a Julia viendo a Ricardo con una luz en sus ojos que nunca había visto y a él, mirándola como si fuera lo mejor que había visto en su vida.
Yo quería eso. Esa seguridad que ambos tenían. ¿Cómo estar seguro de que estás haciendo lo correcto? ¿Y si te casas, pasas años con tu pareja y al final no funciona? Entonces has perdido muchos años de tu vida y, también quizá, la oportunidad de encontrar a esa persona de verdad.
Cuando sintiera esa seguridad, si es que alguna vez llegaba a sentirla, haría hasta lo imposible para quedarme a su lado. Tal vez todos esos libros no habían hecho otra cosa que hacerme ilusiones pero no me importaba. Tenía toda una vida para encontrar lo que buscaba.
El sonido de los aplausos me devolvió a la realidad. La ceremonia había terminado: Julia estaba casada. Me uní a la celebración y grité los nombres de los novios. Julia, que me había escuchado, me hizo una seña para que me acercara. Lo hice.
—Vamos, quiero una foto con mis muchachos—dijo.
Me puse junto a Ricardo.
—Las mujeres en medio, por favor—dijo el camarógrafo.
Intenté estar entre Ricardo y Julia pero mi jefa se negó a despegarse de su marido. Con un suspiró, me puse al lado de Ezra. No quería tener que abrazarlo, oler su colonia o sentir su calor. No quería verme afectada por su cercanía cuando tenía a José por algún lugar del salón, observando. Pero no me quedó de otra. Puse mi brazo alrededor de la cintura de Julia y Ezra y sonreí, esperando a que el flash apareciera para poder irme. Pero cuando acaba un camarógrafo, otro se acercaba. Parientes, amigos, mis padres, amigas...
—No cabes de la felicidad, ¿verdad?—dijo Ezra cerca de mi oído. Volteé a verlo, extrañada—. Las cámaras, la atención...
Le sonreí, asintiendo.
—Me conoces bien, mi amigo.
El último flash. Ezra y yo habíamos salido distraídos pero no importaba. Me despedí de los festejados y Ezra.
En mi mesa, mis amigas estaban muy concentradas hablando de algo que no alcanzaba a escuchar porque acababan de poner música a un volumen un poco fuerte.
Busqué a José con la mirada y lo encontré sentado con una copa en la mano, sonriéndome. Respiré aliviada y me acerqué a él.
— ¿Qué tomas?—le pregunté.
—Ponche de frutas—respondió y luego me acercó una copa—. Toma, también te traje una.
Le sonreí y le di un trago.
La gente a nuestro alrededor había comenzado a irse a sus mesas y eso me dio la oportunidad de localizar a mis padres. Mamá estaba hablando con la mamá de Ezra y mi padre se estaba presentando al señor Dorantes. La hermana de Ezra estaba cerca y su novio también. La verdad es que no era muy guapo pero había algo en él que te llamaba la atención, su porte tal vez.
—Qué mal que no pudo venir Nicolás—le dije a José.
—Mi hermano y la escuela... Algún día tendrá que descansar.
—Bueno, tenía planeado emparejarlo con Rebeca—José me miró con un gesto de reproche—. Ya sé que tiene novia, solo era por este día. Ella no trajo a nadie y Nico tampoco iba a venir acompañado así que pensé que sería bueno que ambos tuvieran con quien bailar, ¿no crees?
Él se encogió de hombros.
—Y como no vino... Se me ocurrió que tal vez pudiera compartirte.
Los ojos de José me decía que no le agradaba para nada la idea pero se limitó a asentir. Su reticencia no era porque no le agradara Rebeca, sino porque yo me quedaría sentada a ratos, no quería que lo de la noche en el club se volviera a repetir pero no había otra opción. La verdad es que las dos "citas" que le tenía preparada a Rebeca no habían asistido. Luis había sido una de ellas.
Oh, bueno, aún faltaba tiempo para que la gente se pusiera a bailar. Primero estaba la comida. Tomé la mano de José y lo llevé hasta la mesa de la comida.
Me moría de hambre.
***
Tres platos de comida, dos de postre y cinco vasos de jugo después, sentía que iba a explotar. La gente ya comenzaba a reunirse en la pista de baile pero yo sentía que si me movía, vomitaría.
Veía que José se estaba aburriendo; ya iba en su segunda copa de vino. Sabía que no se emborracharía en la fiesta de Julia pero no quería verlo así. Me acerqué a él y, como la música estaba muy fuerte, le dije al oído:
— ¿Quieres bailar?
Él se volteó y me sonrió. Supuse que era un sí. Me levanté, tomé su mano y mientras caminábamos hacia la pista, agarré la mano de Rebeca.
Cuando los dos se dieron cuenta, vi en sus expresiones que querían negarse pero ninguno se arriesgaría a ofender al otro así que aceptaron de mala gana y se fueron a bailar. Mientras tanto yo, prácticamente corrí al baño.
Al terminar, me retoqué un poco el maquillaje y salí. La fiesta iba muy bien. Había mucha gente bailando y la que no, se veía que se la estaban pasando bien de todos modos. Era una lástima que mis padres ya no estuvieran.
Quise darme una vuelta para poder bajar la comida e irme a bailar con José, así que le di la vuelta a la palapa y me dirigí hacia la alberca.
Como empezaba a anochecer, unas luces tenues estaban prendidas y habían adornado la alberca con flores de loto encima del agua. De pronto sentí la necesidad de mojarme los pies. Me quité los zapatos y estaba a punto de meter un pie, cuando vi que desde el otro extremo, sentados en un columpio para jardín, estaba sentada una pareja. Se escuchaban sus risas desde donde yo estaba. Sonreí. Se notaba que apenas estaban coqueteando, seguramente todavía no eran novios. La risa de la chica se escuchaba nerviosa.
Cambié de opinión. Mejor me llevaría simplemente una flor y dejaría que tuvieran un poco de privacidad. Con el pie derecho comencé a atraer una flor. Intenté hacer el menor ruido posible pero al parecer fue imposible. Los chicos habían dejado de reír.
— ¿Necesitas ayuda?—preguntó la chica.
No podía ver sus caras desde donde estaba pero sonreí igualmente, quizás ellos sí podían.
—No, gracias, no quiero molestarlos. Ya casi la tengo de todos modos.
—No te preocupes, no es ninguna molestia, ¿verdad, Ezra?
Mi pie resbaló y casi me caía dentro de la alberca. Me reí nerviosamente.
Era imposible. Seguramente había habido un error. Ezra no había ido acompañado, ¿verdad?
—Claro que no—contestó el chico, aclarando mis dudas. Ni en un millón de años podría confundir esa voz.
Yo ya no los veía pero escuchaba cómo se acercaban hacia mí. Me paré e intenté quitarme el exceso de agua que caía por mi pierna.
Conforme se acercaban, sus rasgos se hacían más claros. Ezra ya no traía saco y su corbata de moño ya estaba suelta. Sus manos estaban en sus bolsillos y no tomando la mano de la chica. Y ella... Vaya. Ella era, bueno, ella era más... todo. Más alta que yo, más delgada que yo, más bonita que yo y seguramente más amable. El ofrecerse a ayudar a una completa desconocida era un claro ejemplo. A mí nunca se me habría ocurrido.
De cerca, pude verla mejor. Tenía el cabello de un color café oscuro y su piel era morena. Sus ojos eran claros, de color miel. Sonreía y, cómo no, sus dientes eran perfectos. Era preciosa. Lo sabía, ella lo sabía y claro que Ezra lo sabía.
Me sentí mal por el sentimiento de rechazo que sentía hacia ella.
—No había necesidad de que vinieran. Ya tengo lo que quería—me forcé a decir con una sonrisa.
— ¿Y qué es?—preguntó la chica.
— ¿Eh?—dije, confundida.
—Lo que querías, ¿qué era?
Me di cuenta de que no tenía nada en mis manos. Giré la cabeza hacia la alberca y ahí seguía la bendita flor. Suspiré.
—Ah, sí... Eh... ¿Mojarme la pierna?—fue lo primero que se me ocurrió—. Sí. Este... era eso y pues ya me la mojé. Umm.... Nos vemos.
Tomé mis zapatos y me eché a correr. Me resbalé un par de veces pero logré llegar hasta los baños. Por suerte no había nadie y me recargué contra la pared. Cerré los ojos e intenté regular mi pulso. Traté de no pensar. En nada. Bloqueé la música, bloqueé las voces, las risas, lo bloqueé todo. Cuando por fin volví a respirar con normalidad, volví a ponerme los zapatos.
—Qué buena impresión acabas de dar—dijo Ezra a mi lado.
Me sorprendió que estuviera conmigo pero no di muestra de ello y simplemente me encogí de hombros. Me dieron ganas de darme una palmadita en la espalda por mi buena actuación.
—Solo venía a verificar que estuvieras bien—dijo.
Solté un bufido.
—Sí, claro.
Ezra, que ya se estaba yendo, volteó su cabeza hacia mí una vez más y levantó una ceja en mi dirección. Negando con la cabeza dije:
—No me hagas caso. Estoy un poco cansada, supongo.
—Sí, creo que igual yo—dijo él, asintiendo.
Volví a bufar e inmediatamente me arrepentí.
— ¿Hay algún problema?—preguntó.
Me encogí de hombros y le di la espalda a Ezra. Caminé hasta un lavamanos y tomé un par de toallas de papel para secarme los restos de agua en mi pierna. Sabía que él me seguía.
—No, Ezra, no hay ningún problema. ¿Por qué mejor no te vas a sentar al columpio con tu cita y descansas, eh?
Volví a mi tarea y casi terminaba.
— ¿Qué fue eso?
— ¿Qué fue qué?
—El tono. ¿Por qué lo dijiste de esa forma? Ella no te ha hecho nada.
Me avergoncé de mi comportamiento y asentí.
—Sí, lo sé. Es solo que me sorprendió verte con alguien, es todo.
Por el espejo, vi que Ezra se acercaba más y su expresión cambiaba. Ya no era de intriga, se veía un poco molesto.
— ¿Por qué habría de sorprenderte? No tengo novia y puedo hacer lo que quiera, ¿no?
Me habló enojado y yo igualé su tono.
— ¿Cuándo dije que no puedes? Por mí, puedes irte con una chica diferente cada día. Me da igual—declaré, encarándolo.
—Claro que sí. Seguramente por eso estás enojada: porque te da igual—dijo, sarcásticamente.
—Yo no estoy enojada. No tengo razones para estarlo. Tengo novio, ¿recuerdas?
—Claro que me acuerdo pero parece que a ti se te ha olvidado por un segundo. Una persona con pareja no le hace escena de celos a otra persona.
Me reí. Era increíble todo lo que decía.
—Una escena de celos—repetí—. Y según tú, ¿por qué estaría celosa? ¿Porque, según tú, a pesar de tener novio, no puedo olvidarte y verte con alguien más me rompe el corazón?
Ezra sonrió pero no se veía muy feliz. Simplemente parecía muy cansado.
— ¿Por qué no lo admites, Emma? Admítelo y haznos las cosas más fáciles a todos—pidió Ezra. Ya no había enojo en su voz.
—No entiendo qué es lo que quieres decir—mentí—. No tengo nada más que decirte. Ahora, si me permites, iré a bailar con mi novio.
Intenté pasar a Ezra pero él no se movió. Quedamos frente a frente, muy cerca el uno del otro. Mi respiración se aceleró cuando sentí su mano sobre mi cintura y yo puse una mano sobre su pecho.
—Admite que aún me quieres, Emma. Yo sé que aún me quieres, Julia lo sabe... hasta José lo sabe. No engañas a nadie. Ya no. Admítelo y dejaré de coquetear con Daniela o cualquier otra chica. Podemos tener todo lo que una vez tuvimos... Todo depende de ti.
Su rostro estaba muy cerca del mío. Podía sentir su respiración, a su pecho subir y bajar lentamente. Mi mano seguía aferrada a su chaleco.
—Ezra...—dije, o se podría decir que suspiré su nombre—. No puedo hacer eso—Ezra cerró los ojos y apretó la mandíbula. Sabía que lo estaba lastimando al decir esas palabras—. Pero mentiría si dijera que no me mata verte con alguien más. Saber que todas esas sonrisas, esos guiños, tu risa, ya no serán para mí, me está matando. Pero yo tengo a José y también mentiría si dijera que no lo quiero. ¿Entiendes lo que quiero decir?
Él negó con la cabeza, aún con los ojos cerrados. Me acerqué a más, me paré de puntitas y le di un beso en la mejilla. Ezra me liberó.
—Ahora irás con Daniela y vas a deslumbrarla con esa sonrisa tuya y hacer como si nada hubiera pasado porque nada ha pasado. Y yo iré con José y todo volverá a ser como antes, ¿está bien?
Volvió a negar con la cabeza pero, aun así, me dio la espalda y caminó de regresó a la alberca. Yo lo vi desaparecer y un minuto después me dirigí hacia la pista de baile.
Al volver a la fiesta, me quedé un momento fuera de toda la gente, intentando localizar a José.
Él estaba alejado también de la gente, en un pilar a unos cuantos metros de mí. Se veía preocupado. Su corbata se había ido, al igual que su saco y al parecer los tres botones superiores de su camisa. Además había una cerveza en su mano. Tomé una respiración profunda e intenté recomponerme de lo pasado minutos atrás.
— ¿Por qué tan solo?—pregunté al llegar a su lado.
José levantó la cabeza e intentó componer una sonrisa para mí.
—Verás, mi novia me ha dejado hace como veinte minutos y me estoy comenzando a aburrir. Estaba bailando con una chica pero la invitó a bailar otro hombre así que me he quedado solo—respondió, siguiéndome el juego—. Y qué hay de ti. ¿Por qué la chica más guapa de toda la fiesta se encuentra sola?
— ¿Más guapa que tu novia?
—Mucho más guapa.
Ya no pude aguantar la risa por mucho más tiempo. Le eché los brazos al cuello y lo besé.
—Bueno—dijo José, al terminar el beso—, eso fue más fácil de lo que imaginé. Ahora, ¿me concedes este baile, Brito?
Acariciando su cabello, contesté:
—Será un honor, Jo. Y oye, ¿por qué no le digo a mi mamá que pasaré la noche con Mónica y, en lugar de irme con ella, tú y yo desaparecemos por esta noche?
—Entonces el honor sería todo mío.    

03 - 05 - 15 / 25 - 04 - 17

Por favor, déjame olvidarteOnde histórias criam vida. Descubra agora