Una noche con José

2.4K 110 1
                                    

  Noviembre. Siempre había amado este mes. Sus días ventosos y nublados, le daba cierto toque melancólico.
  Dos meses habían pasado desde que José y yo comenzamos a salir. Estaba casi segura de que éramos novios, y decía casi porque todavía no habíamos aclarado el asunto. Pero no había necesidad, éramos exclusivos, eso estaba claro. José me conocía, sabía que no me iban esas tonterías de relaciones a medias y, últimamente, él se comportaba como el chico que solía conocer. No salía de noche (al menos no tan frecuentemente, ni mucho menos a hacer las cosas que solía hacer), se esforzaba en la universidad y me trataba muy bien.
  Aún era extraño para mí tratarlo como algo más que un amigo. Cuando caminábamos por la calle, siempre me sorprendía que tomara mi mano. O cuando nos besábamos, por ejemplo, mi corazón se aceleraba y sentía que mis manos sudaban por los nervios. Era como si hiciéramos todo por primera vez.
  En cambio él siempre se veía confiado y, de alguna forma, satisfecho, como si supiera que lo nuestro era algo que estaba destinado a pasar.
  Pero como era de esperarse, nuestras peleas eran constantes.
  José era sobreprotector, eso ya lo sabía. Desde que estábamos pequeños siempre había sido así, sólo que antes no lo había notado, o tal vez él se controlaba a sí mismo en ese tiempo. Pero no estaba acostumbrada a tener a alguien queriendo saber todo lo que hacía. Básicamente nuestras peleas eran sobre él queriendo acompañarme a cada bendito lugar al que iba. Me gustaba tenerlo a mi lado aun si no hablábamos, pero también me gustaba ir a sitios sin que nadie me interrumpiera, solo mis pensamientos y yo. Al final de cada pelea, lograba que él me entendiera, pero eso no le quitaba lo agotador que era.
—Entonces...—habló Rebeca de repente—, ¿cómo van las cosas con José?
  Era jueves por la tarde y las tres, Rebeca, Sandy y yo, pasábamos el rato en el jardín de Sandy.
  Los árboles ya estaban perdiendo sus hojas pero éstas eran de un bello color naranja. En verdad amaba el otoño.
—Bien—respondí.
  Rebeca se levantó un poco de la hamaca y me miró un tanto escéptica.
— ¿Bien?—preguntó—. El chico que te ha dado dolores de cabeza desde hace dos años, vuelve a tu vida como un "amigo", por fin logra conquistarte, ¿y tú sólo dices "bien"?
  Me sonrojé.
  No sabía muy bien la razón, pero no me sentía cómoda hablándoles a mis amigas acerca de mi relación con José. Agradecí que Mónica no se encontrara presente, pues sin duda ella me haría hablar aunque fuera por las malas. No desconfiaba de mis amigas, tampoco era que me faltaran cosas para contar, simplemente que él era muy intenso y, en ocasiones, me dejaba sin palabras.
  El mes pasado fue mi cumpleaños y lo pasé en su casa. Entre películas, besos y el regalo de la primera edición de mi libro favorito, se fue el día.
  Nos encontrábamos en un sillón de su sala. Él estaba recargado en el sillón y yo en su espalda, con nuestras manos entrelazadas. El silencio nos rodeaba, sólo el sonido de nuestras respiraciones y uno que otro beso que él me daba en la cabeza, lo interrumpía.
— Yo...—dijo José, rompiendo aquel silencio. Me giré para verlo pero él me mantuvo de espaldas a él y se acercó a mi oído—. Es más fácil para mí decirte esto si no me miras.
  Asentí y dejé que continuara.
—Sé que no he sido la mejor persona estos últimos años—dijo en un susurro­—, y mucho menos contigo. Tengo suerte de que tú decidieras pasar por alto todas mis idioteces y le hayas dado una oportunidad a lo nuestro. Pero debo ser honesto contigo y advertirte. He cometido errores antes y probablemente vuelva a cometerlos. Te haré enojar y tú querrás terminar, pero te pido que no lo hagas—al pronunciar las últimas palabras se le rompió la voz. Rápidamente se aclaró la garganta pero continuó hablando en susurros—. Yo trataré con todas mis fuerzas de no meter la pata, de controlar esos impulsos que suelo tener. He esperado demasiado por esto, por tenerte entre mis brazos como en este momento. Y saber que puedo hacerlo cada vez que desee, me sigue sorprendiendo, y es una sensación que nunca había sentido.
  Nos quedamos un momento en silencio. Sencillamente no tenía palabras para decir. Escuchar a José hablar tan abiertamente de lo que sentía era inusual, ni siquiera cuando éramos mejores amigos lo hacía, sin embargo en ese momento lo hizo, y yo no tenía idea de qué responder. Pero no importó, pues él siguió hablando.
— ¿Recuerdas el día que llevé a Renata a la librería?—me preguntó.
  Me tensé un poco... ¡Qué si lo recordaba!
—No te enojes—dijo José, y pude percibir la sonrisa en su rostro—. Bueno, la llevé porque ella me insistió hasta al cansancio que quería conocerte.
  Esta vez sí volteé a verlo.
— ¿Qué?—pregunté, desconcertada—. ¿Por qué?
  José sonrió.
—Supongo que Nicolás te contó acerca de ella—asentí, dándole la razón—. Tenía dieciséis y las cosas no iban muy bien en la preparatoria para mí. No creas todo lo que Nicolás te diga, yo ya andaba mal antes de conocer a Renata.
  >>Un día me castigaron por gritarle a un profesor tres palabras bien merecidas. Me quedé después de clases en el salón, no había nadie en la escuela, ni siquiera el profesor, tan sólo el conserje, encargado de comprobar que me quedara todo el castigo, y yo. O eso pensé. Llévaba media hora de castigo cuando una chica entró en mi salón. Nunca la había visto en la escuela y, por aunque suena estúpido, pensé que me la estaba imaginando. Era hermosa, pero yo no le di importancia a eso porque creí que era un fantasma. Estaba a punto de salir corriendo cuando ella me hizo una señal para que me callara y se escondió detrás de la puerta. Pocos segundos después, entró el conserje y me preguntó si no había visto a una chica, yo le contesté que no, aliviado de no ser el único que podía verla, y entonces el señor se fue. Ella salió de su escondite y me agradeció el no haberla delatado. Platicamos un rato antes de que ella se ofreciera a sacarme del castigo. En ese momento supo que me vendría muy bien ser su amigo, y así fue. A veces yo le ayudaba con su tarea y a veces ella me ayudaba a escaparme de la escuela sin ser descubierto, pero sobre todo, platicábamos. En una de esas conversaciones, salió tu nombre. Le conté a ella todo lo que nunca te dije a ti, o Nicolás. Renata escuchó cada palabra sin interrupción y, cuando terminé de hablar, me dijo que podía ayudarme; prometió borrarte de mi mente.
  José se rió en silencio al recordar. Yo no podía estar más incómoda. ¿Por qué, después de decir palabras tan bonitas, me hablaba de su historia con ella?
—No entendía—siguió diciendo—, ¿cómo lograría eso? Yo ya llevaba intentándolo por un largo tiempo. Abrí la boca para preguntarle cuando, de la nada, me besó.
  Me removí, ya no sólo incómoda sino que también un poco enojada.
—Debes de entender que yo era tan sólo un niño desesperado por olvidarte—dijo—, así que respondí a su beso. Ella era la chica más deseada de la escuela y me había elegido a mí. En un principio creí que lo había logrado, pensé que ya te había superado. Renata y yo nos divertíamos mucho juntos. Me llevaba a fiestas y me presentaba a personas.
  >>Como ya lo había dicho, no eran mis mejores momentos y me porté como un idiota con ella.   La... la engañaba cada vez que salía por mi cuenta, y ella lo sabía, y también sabía que no te había olvidado. Soportó mucho por mí, por seguir a mi lado. La verdad es que no consigo entenderlo, yo no valía nada, ¿por qué no simplemente me dejó?—. José sacudió la cabeza—. Al final yo terminé con la relación. No podía verla sufrir y me odiaba a mí mismo por ser la razón principal. La estimaba como amiga y no quería perder su amistad. Tengo que admitir que rara vez discutíamos y cuando lo hacíamos, era de mayormente debido a ti. Eras nuestra manzana de la discordia.
— ¿Yo?
  José asintió.
—Siempre amenazaba con venir a verte y contarte toda la verdad. Yo me molestaba más y... bueno, eso es cosa del pasado—suspiró y tomó mi mano, formando pequeños círculos en mi muñeca con su pulgar—. Te cuento todo esto para que entiendas la razón por la cual Renata fue tan hostil contigo: estaba celosa. Siempre lo ha estado. Y molesta. Decía que eras muy... digamos que tonta, para suavizar más la palabra. No podía entender cómo no podías ver que me gustabas. Pero ella no sabe, no conoce lo inocente que eres para estas cosas. Y es por eso que quiero intentar ser de nuevo ese chico de hace casi tres años. Él sí que te merecía. No cometeré los mismos errores. No contigo, tú eres lo que siempre he querido y no permitiré que mis inseguridades se metan en nuestro camino.
  Mi corazón comenzó a golpear contra mi pecho de forma violenta. Apreté su mano un poco más de la cuenta.
—He querido decirte esto desde hace mucho—dijo José—. Emma yo te...
  Antes de que pudiera continuar, me giré rápidamente y lo besé.
  Presentí lo que quería decirme y no estaba lista para escucharlo. Esas dos palabras saliendo de su boca me asustaban.
  José respondió a mi beso. Todo lo que no pude decir con palabras, intenté hacérselo saber por besos y caricias; que supiera que sus palabras me habían llegado.
  Cuando llegó el momento de volver a casa, le di las gracias por todo lo que había hecho ese día, lo besé de nuevo y me fui. José no había vuelto hablarme tan lindo, al menos no como aquella noche, pero en cierta forma, me sentí mejor. Sentía que estaba yendo demasiado rápido.
  No obstante allí estaba, perdida en mis pensamientos por una simple pregunta que me había hecho Rebeca, recordando aquel día de octubre. Sentía que le debía algo. Necesitaba compensarlo, y la idea me vino muy rápido. Sólo necesitaba ropa.
  Miré a mis amigas y sonreí. Problema resuelto.
***
  Era de noche y le había pedido a José que se arreglara para salir. Según él podía vivir sin salir de fiesta pero yo lo conocía mejor, sabía que no era del todo cierto.
  Así que ahí estaba yo, parada ante su puerta, esperando a que saliera. Cuando abrió la puerta, ambos nos quedamos callados.
  Él iba todo de negro. Pantalones negros, botas negras, una playera ajustada que se le veía de maravilla y esa chaqueta negra que le daba un aire peligroso. Su cabello marrón despeinado de una forma irresistible. Si alguien nos hubiese visto de lejos, no hubiese pensado que estábamos juntos porque, honestamente, mi ropa era muy sencilla. No se me había pasado por la cabeza que nuestra ropa no se viera bien junta.
  Llevaba unos jeans entallados con una bonita blusa azul, zapatos de piso del mismo color y un suéter blanco. Mi cabello estaba sujeto en una cola de caballo. Mi rostro no tenía maquillaje, tan sólo el poco rímel que puse en mis ojos y un brillo labial. Listo, era todo, y al lado de José no me veía para nada impresionante.
  Aun así, le dirigí una sonrisa y lo tomé de la mano, llevándolo hasta mi auto. Él se dejó hacer y quince minutos después, estábamos frente al club donde bailamos la última vez.
—Emma—dijo José—, ¿qué es esto?
—Creí que era bastante obvio—respondí.
  Tiré de su mano para entrar al club pero José no se movió.
—No tienes que hacer esto, pequeña—dijo—. Sé que a ti no te van está clase de cosas y que preferirías estar en casa en este momento, y así me gustas. No necesito ir de fiesta cada noche.
  Me sonreía de una forma encantadora y yo no pude resistir el impulso de ponerme de puntas y darle un beso. Sólo era un beso pequeño pero en cuanto mis labios tocaron los suyos, mis brazos automáticamente se engancharon a su cuello y José me haló contra sí, poniendo sus manos en mi espalda baja. Nos quedamos así por varios minutos, ignorando a las demás personas a nuestro alrededor, hasta que recordé que teníamos que entrar.
—Está bien—le aseguré. Sonreí al ver que sus labios estaban manchados de mi brillo y se lo quité con mis dedos—, yo quiero hacerlo.
  José me volvió a sonreír y me tomó de la mano.
  Dentro del club, noté que no había tanta gente como la última vez, pero esta vez la gente que había, tenía más el estilo oscuro de José.
  Buscamos una mesa libre pero antes de sentarnos, unos chicos invitaron a José a la suya. José los saludó y me llevó con él muy a pesar mío. En la mesa, cuatro chicos y tres chicas saludaron muy alegremente a José. En cambio para mí sólo hubo un escueto asentimiento por parte de un chico. No estaba muy contenta en aquella mesa pero esa noche era para José, por lo que decidí no quejarme.
—Vaya, José, hasta que te dejas ver—oí que decía un chico de cabello corto y un arete en una ceja.
  José sonrió de lado y cambió de tema. Pidió una cerveza para él y un refresco para mí.
—Y esta niña—dijo el mismo chico—, ¿quién es?
¿Niña? La forma en la que hizo sonar la palabra no me gustó, aun así sonreí agradecida de que alguien me metiera en la conversación.
—Emma—extendí la mano hacia él. Y porque estaba muy nerviosa, añadí: —Un placer.
  El chico miró a sus amigos de forma burlona y luego tomó mi mano.
—Mi lady—dijo, besándola.
  Retiré mi mano de inmediato. Sabía que se burlaba y tomó todo mi autocontrol no gritarle tres palabras que estaban exigiendo salir de mi boca.
— ¿Te es muy difícil hacer que las mujeres se fijen en ti?—preguntó el chico, mirando a José—. ¿Es por eso que ahora te van más las niñas?
—Carlos—esta vez fue el chico que asintió en mi dirección el que habló. Tomó el brazo de Carlos, como advirtiéndole.
Carlos se deshizo de su agarre y continuó sonriendo tontamente.
—Por lo que sé, aún hay una mujer que está detrás de ti—insistió—. ¿Por qué estar con niñas como ella, cuando Renata aún espera por ti?
  José no dijo nada. Simplemente terminó su cerveza y me invitó a bailar. Antes de irnos, palmeó el hombro de Carlos demasiado fuerte para ser amistoso. Caminamos por entre la gente hasta hallar un lugar donde cupiéramos.
—Discúlpalos—me dijo José al oído para pudiera escucharlo—. Están pasados de copas y no están acostumbrados a tratar con personas como tú.
  Me le quedé viendo con el ceño fruncido.
— ¿Personas como yo?—repetí.
—Tú me entiendes. De buena pinta—se explicó—. Sus compañías suelen ser del tipo peligroso.
—Yo puedo ser peligrosa—reproché, un tanto ofendida.
  José sonrió y me besó en la nariz.
—No, no puedes. Y por eso me gustas.
  Y así de fácil se me olvidó el mal trato de sus amigos. Para esto había llevado a José al club: para pasar un buen rato juntos, y los idiotas de sus amigos no iban a arruinarlo.
  Bailamos varias canciones, disfrutando el momento. José sí que era un buen bailarín, aunque yo no bailara ni la mitad de bien, él hacía que me luciera. Después de unos minutos, me moría de sed. Se lo dije a José y él fue por unas bebidas mientras que yo iba a la mesa a esperarlo.
  Nadie me habló enseguida pero pocos minutos después, el mismo chico que trató de callar a   Carlos, se giró a mí e inició la conversación. Su nombre era Luis y tenía unos ojos azules impresionantes. A pesar de que se veía como una persona que no hablaba demasiado, me habló a mí y me cayó muy bien. Parecía más decente que los demás.
— ¿Qué significa?—pregunté, señalando su muñeca.
  Tenía tatuada una serpiente comiéndose su propia cola.
—Es un ouroboros—respondió—. Tiene diferente significado para varias culturas pero básicamente significa el retorno. Un ciclo que acaba y vuelve a iniciar. Pero para mí, significa la reencarnación, la vida eterna—me miró—. ¿Tú tienes uno?
  Casi me rió en su cara. No por su tatuaje, sino por su pregunta.
—No—contesté—. Mi madre pegaría el grito en el cielo si un día llegara con un tatuaje.
—Bueno—dijo después de un par de segundos—, si algún día quieres uno, llámame.
  Me tendió una tarjeta con, lo que supuse, era su dirección y teléfono. La tomé y guardé en mi bolso. José llegó en ese momento con las bebidas y se sentó a mi lado. Pasamos el tiempo charlando con Luis, ya que dos amigos de José se habían ido a bailar con un par de las chicas.   En la mesa sólo quedábamos nosotros tres, Carlos y otra chica. Carlos le hablaba animadamente pero ella sólo tenía ojos para José, y Carlos estaba demasiado borracho como para notarlo.
  Me fijé en ella: cabello corto, ojos pequeños y demasiado maquillaje en su cara. No valía la pena preocuparme por ella y seguí hablando con los chicos.
  De la nada, ella se levantó de la silla y caminó hacia José, invitándolo a bailar.
—Como puedes ver, Karla—dijo José con indiferencia—, vengo acompañado.
  La chica me miró de arriba abajo, sonrió sarcásticamente y dijo: —Estoy segura de que no le importa.
  Levanté una ceja en su dirección. Iba a responderle pero no tenía caso, la chica ya había arrastrado a José a la pista. Solté un bufido pero no quería parecer una novia celosa frente a   Luis, así que seguí platicando con él como si nada.
  Al poco tiempo llegaron los demás chicos y sus citas.
—Así que, Emma—dijo una chica—, ¿qué es José de ti? ¿Tu primo? ¿Tío? ¿Amigo?
—No—contesté, pensando en cómo se había puesto José cuando yo dije que era como un hermano—. Soy su novia.
  Al decir esa palabra, me sonrojé violentamente. Aún faltaba discutir aquel tema con él pero supuse que no estaba mal decirles eso a sus amigos.
  Las chicas se miraron entre sí y estallaron a carcajadas.
—Oh querida—dijo una entre risas—. José no tiene novias. Que te haya traído aquí esta noche, no significa que sean pareja; ¿él te dijo que lo eran?
—Bueno, no, pero...
—La única novia que ha tenido—dijo la otra—es Renata. Y la pobre sufrió mucho por su culpa.
—Lo sé—dije a la defensiva—, él me lo contó.
—Entonces sabes que él no es de los fieles.
  Pensé en contarles lo que José me había dicho, pero sabía que no tenía caso. Ellas no me creerían ni aunque tuviera a José al lado para confirmarlo todo. Así que solo sonreí y me encogí de hombros.
—Niña—insistió una de las chicas, con tono condescendiente—, ¿te parece que él es alguien de fiar?
  Señaló hacia la pista de baile, donde se encontraban José y esa tal Karla, bailando de una forma no tan diferente a la de José y yo, cuando nos encontramos en ese lugar. Sentí que me faltaba el aire y que la sangre se me subía a la cabeza. Me sonrojé del enojo y la humillación.   Aquellas chicas me veían con ganas de reírse. Tomé mi bolso y salí a zancadas del lugar.
  Había tolerado los comentarios imbéciles de sus amigos, de las chicas, pero no estaba dispuesta a dejar que él se burlara de mí también. Abrí mi bolso, buscando las llaves del auto para irme de ahí de una buena vez. Que José buscara quien lo llevara de regreso.
— ¡Emma!
  Me giré y vi a Luis corriendo hacia mí.
—Se te olvidó esto—dijo, y me tendió mi suéter.
—Gracias.
  Lo tomé y me lo puse, dándome cuenta de que estaba haciendo algo de frío afuera. Nos quedamos callados unos minutos. Luis sacó una cajetilla de cigarros y me ofreció uno, el cual rechacé. Él sonrió como si supiera que iba a hacer eso, prendió el cigarro y le dio una calada antes de hablar.
—No les hagas caso—dijo—. Me refiero a las chicas. Estaban intentando asustarte para que dejaras a José solo esta noche y Karla tenga la vía libre; ha estado obsesionada con él desde Renata. Ellas solo querían ayudar a su amiga.
Cerré los ojos y suspiré. Sabía eso, o por lo menos me había hecho una idea, pero ellas no eran el único problema.
—Dime que todo lo que dijeron son mentiras—pedí con voz queda—, que José no es cómo dicen que es.
  Luis se tomó su tiempo para contestar, terminando su cigarro primero.
—Sabes muy bien que nada de lo que dijeron es mentira. ¿Por qué me pides que mienta?—respondió—. Y aún sabiendo cómo es José, tú aceptaste una relación con él.
—Sí, pero...
—Emma, yo sé bien quién eres—me interrumpió—. José me habló de ti hace mucho tiempo.   Estás dejando que te molesten palabras que no valen nada. Tú sabes que eres especial para él así que, ¿por qué enojarse siquiera? Él está tratando de cambiar por ti. Te pido que no seas tan dura con mi amigo.
  Guardé silencio, digiriendo sus palabras. Dejé que el viento que soplaba esa noche, me calmara un poco.
—Bien—accedí—. Pero tienes que admitir que hoy no fue la mejor persona.
  Luis sonrió y metió las manos en sus bolsillos.
—En eso sí tienes razón. Pudo haberte dado el lugar que te corresponde frente esos idiotas. Pero sigue aprendiendo. Ya lo ayudaré yo.
  Le sonreí por última vez. Luis me agradaba.
  Antes de irme le pedí que llevara a José a su casa. Luis me vio con cara de reproche pero no me importó. Podía ser que Luis tuviera razón pero yo seguía enojada con José (y también un poco dolida y humillada, pero eso no lo admitiría nunca). No quería verlo. Al menos no en las próximas veinticuatro horas.

N/A: Canción que demuestra cómo se siente Emma. 

27 - 06 - 14 / 06 - 02 - 17

Por favor, déjame olvidarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora