El principio del fin

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El número que usted marcó está ocupado o se encuentra fuera del área de servicio.
Con un gruñido, colgué la llamada. Era la quinta vez que escuchaba ese mensaje en el día. Y todos por parte de José. No había podido localizarlo en todo el día y ya me tenía preocupada.
Aunque sabía bien que no respondiera a mis llamadas era preocupante, no había sido solo eso. Más bien se debía al hecho de que no había respondido a ninguna de mis llamas, mensajes o tocadas de timbre/puerta en toda una semana. Nada. Cero.
Sabía que vivía porque de vez en cuando lo oía llegar a su casa a eso de las tres de la mañana. Hacía mucho que José no actuaba de esa forma y no entendía qué había podido causarlo.
Una semana había pasado desde la boda de Julia. Mi jefa se encontraba de luna de miel y nos había encargado la librería a Ezra y a mí. Todo había vuelto a la normalidad, excepto por el pequeño detalle de ser ignorada por mi novio.
No entendía cómo podía desperdiciar el poco tiempo que teníamos para poder organizar las cosas antes de la mudanza. Aún no se los había dicho a mis padres pero se debía más que nada a él, quería que estuviera presente cuando les diera la noticia. ¿Cómo podía estar segura de él cuando hacía ese tipo de cosas? ¿Sería igual cuando estuviéramos viviendo juntos?
—Emma, ya tienes que irte—dijo Ezra.
Y eso. Estaría lejos una semana, tal vez más, en casa de mi hermana, buscando casa. Me urgía hablar ya con José.
Abrí de nuevo mi celular y le envié otro mensaje:

¡JO! Mis padres me llevarán a ver a casa a la capital y más te vale contestar antes de que cierren cualquier trato.

—Siento mucho dejarte a cargo, Ezra, juro que lo compensaré después—dije mientras tomaba mis cosas y caminaba hacia la salida.
—Te voy a tomar la palabra, Emma—contestó él, sonriendo.
Le regresé la sonrisa y me despedía con la mano.
Mis padres estaban esperándome afuera. Subí en el coche y papá arrancó.
Suspiré mientras miraba por la ventaba, esperanzada de poder encontrarme con José en el camino pero, como era de esperarse, no lo encontré. Me retorcí los dedos, nerviosamente y tomé dos respiraciones profundas. El nudo de mi garganta se estaba apretando demasiado.
—No estés nerviosa, cielo, vivir sola será una experiencia que te ayudará demasiado—dijo papá, sus ojos viendo los míos desde el retrovisor.
Fingí una sonrisa y asentí.
Vivir sola, era lo que siempre había querido pero gracias a José, ya no sonaba tan atractivo como antes.
***
—La casa perfecta llegará, Emma, ya lo verás. Tenemos todo el verano para encontrarte una—dijo Mónica desde el teléfono.
—Lo sé.
—No estés triste, amiga. Si quieres, puedes vivir con Sebastián y conmigo—ofreció.
—Te lo agradezco, Mon. Pero estoy segura de que no es lo que quieres realmente. Tengo que irme. Me llegó un correo.
—Ok. Nos vemos mañana.
Y colgué.
Mi corazón latía con rapidez y mis manos sudaban. Le clic al mensaje nuevo y esperé a que abriera. Leí las primeras palabras:

Estimada, señorita Brito...

***
Eso era todo. Ahora más que nada me urgía hablar con José. Ya habían pasado casi tres semanas. Nuestro tiempo juntos se agotaba, y no podía ponerme en contacto con él.
Había rechazado cada casa que mis padres sugerían. No quería ninguna. Yo ya tenía la casa perfecta con José, solamente necesitaba que él me lo confirmara.
Salí de nuevo de casa, esperando que él llegara. Me senté en la banqueta fuera de mi casa y esperé. Veinte minutos después apareció un auto conocido pero no era el de mi novio, sino de su amigo.
Luis bajó del auto y me saludó con la mano.
—Emma, cuánto tiempo—dijo.
Le sonreí. Me paré y caminé hacia él.
— ¿Y José?—pregunté.
Me contestó mientras caminábamos hacia la casa de mi novio. Luis sacó una llave de su bolsillo trasero y abrió la puerta. Yo permanecí para fuera de la casa, de algún modo, sentía que no ya no era bienvenida.
—En la escuela—respondió. Fruncí el ceño. Ya pasaban de las nueve de la noche—. Tenía que terminar un proyecto, ya sabes, los finales.
Lo sabía. También yo estaba en finales. Las clases habían acabado oficialmente y solo tenía que centrarme en pasar estos exámenes y por fin dejaría atrás la pesadilla de la preparatoria.
—Vine a recoger un cambio de ropa para él. Y unas cuantas botellas—continuó él—. Habrá fiesta en mi casa y dijo que podía tomar unas cuantas de su reserva. Vendrás, ¿verdad? Es dentro de una hora, más o menos.
Sabía dónde vivía, llegar no era un problema. Vacilé un momento. No tenía ganas de ir a una fiesta y seguramente José tampoco tenía ganas de verme. Pero al diablo. Era mi novio y me debía respuestas.
—Sí—contesté finalmente.
—Excelente. Nos veremos entonces.
Subió los escalones de dos en dos y me dejó ahí. Sin saber muy bien qué hacer, volví sobre mis pasos y entré a casa.
Yo llevaba solamente mi pijama y obviamente no presentaría a esa clase de fiesta con esa ropa. Caminé hasta la cocina, donde mamá preparaba la cena. Iba a preguntarle si podía ir a la fiesta cuando recordé lo que me habían dicho mis padres unos días atrás:
Creemos que, ya que vas a vivir sola, no necesitas pedirnos permiso de nada. Ya eres una adulta, tú sabrás lo que haces, Emma. Solo recuerda actuar con inteligencia.
Así que ya no necesitaba su permiso. Pero sí necesitaba su auto.
—Mamá, voy a ir a una fiesta con José—más o menos cierto—, ¿podrías prestarme tu auto?
Mi mamá dudó un segundo pero accedió. Sonreí y me encaminé a mi habitación para cambiarme pero la voz de mamá me detuvo.
—Emma, sé que probablemente no lo hagas pero si tomas, no vayas a manejar, hija. Llámame o a mí o a tu padre. Iremos y no te daremos un discurso, lo prometo.
Volví a sonreír y asentí. No quería que se repitiera lo de navidad.
Ya en mi habitación, saqué un conjunto que había comprado cuando José y yo habíamos empezado a salir. Solo lo había comprado porque pensé que le daría gracia, quería hacerlo reír, pero en este momento necesitaba mezclarme con el tipo de gente que él solía frecuentar, o que seguía frecuentando, ya no sabía lo que pasaba.
Pero antes, le mandé un mensaje a Rebeca, pidiéndole que me acompañara. Minutos después recibí su confirmación.
Me quité mi pijama y me puse primero la blusa que me llegaba un centímetro encima del ombligo. Di gracias por los kilos que había bajado porque si tuviera el peso que había tenido meses atrás, entonces las cosas serían vergonzosas para mí. La blusa era sencilla, blanca con el símbolo de Batman en medio de ésta. Luego fue el turno de mis medias negras lisas. Tenían un par de hoyos pero le daban el toque perfecto al disfraz. Después mi short negro de cintura alta. Y por último, unas botas (mi mamá les decía "tanques) color guinda.
Me acerqué al espejo. Solo necesitaba ponerme un kilo de sombras oscuras y rímel. Otro kilo de labial rojo y ya estaba lista. Solté mi cabello y lo dejé así, despeinado pero con estilo.
Al salir de la habitación, noté la chaqueta que José me había regalado y la agarré en el último minuto. Afuera no hacía calor ya que estábamos en verano pero corría una brisa fresca, además si José me la veía puesta, se sentiría mejor. O eso esperaba.
Bajé las escaleras y tomé mi bolsa, las llaves y le grité una despedida a mamá.
De camino a la fiesta, pasé por mi amiga, la cual iba vestida con pantalones azul oscuro y una blusa negra. Síp. Me encantaba Rebeca.
—Tengo una pregunta—dijo Rebeca cuando buscaba un sitio para estacionarme, esperó a que asintiera y entonces continuó—: ¿Por qué estás vestida como una gótica?
Reí.
—No es ese estilo. Intentaba ser rebelde pero no sé muy bien cómo se visten. José siempre se viste de negro e intenté copiarle su estilo, solo que en mujer.
Mi amiga asintió y bajó del auto. Yo cerré los ojos y me di ánimos. La seguí. No era difícil saber cuál era la casa de la fiesta; había como mil autos afuera de ésta y el volumen de la música estaba al tope.
—Emma, siento que venir fue una mala idea—comentó mi amiga.
Seguí su mirada. Fuera, en el patio, había unos cuantos chicos pasándose un porro, o lo que pensé que era un porro, y había otros tantos tirados en el piso. Era un poco inquietante, la verdad. A las pocas fiestas a las que iba, no era muy común ver eso. Por lo general solo había borrachos demasiado felices. Supuse que también era nuevo para Rebeca.
—No te preocupes, no estaremos mucho tiempo—dije, tomando su mano y llevándola hacia el interior de la casa—. Solo quédate cerca de las personas más normales que veas y espérame ahí.
Busqué con la mirada a José. Ya tendría que estar ahí, ya eran las once. Dudaba que su escuela permitiera que estuviera a tan altas horas de la noche ahí dentro.
Pero no lo veía. No quería separarme más de lo necesario de Rebeca, ella no era la única asustada. Sin embargo tenía que hacerlo.
Caminamos hasta la sala y nos acomodamos al lado de unos tres chicos apretujados en el sillón de dos plazas. No se veían del todo bien pero esperé que solo hubiesen tomado esas cervezas frente a ellos. Me giré hasta Rebeca y acerqué mi boca hasta su oído.
—Voy a buscar a José. No te muevas de...—la música paró de repente y dejé de gritar—. No te muevas de aquí—repetí con voz normal—. Si no vuelvo en...
—Vaya—dijo una chica del sillón—. No esperaba verte aquí. Pensé que las santurronas como tú no venían a lugares como este.
Me giré. La chica en el sillón era Renata. Claro, como no tenía suficientes problemas. Sonreí y le di un asentimiento de reconocimiento. No tenía ganas de discutir. Tenía que ahorrar fuerzas.
—Pero si hasta te has disfrazado—dijo con burla—. ¿Intentando ser como yo?
Alcé una ceja con incredulidad. Abrí la boca para contestar, tan solo le diría que me dejara en paz y se tirara de un precipicio, nada agresivo, pero Rebeca apretó mi mano y negó con la cabeza. Le hice caso. Ella era la más sensata de las dos y si le hacía caso tal vez me iría de la fiesta sin ningún golpe.
—Vamos, Renata, ¿cómo puedes meterte con esta preciosura?
El chico que había dicho eso, pasó una mano por mi cintura y me apartó de mi amiga, acercándome a él. Giré la cabeza hacia él, con el ceño fruncido. Me iba a apartar inmediatamente de él pero al verle la cara, me congelé. Yo lo conocía. Y el reconocimiento pasó por su mirada.
—Demonios, ¿la chiquilla de José?—exclamó Carlos. Me apartó un poco y pasó su mirada por todo mi cuerpo. Me dio un poco de asco—. Supongo que se encargó de criarte bien. Pero apuesto a que no te enseñó todo. Si me dieras la oportunidad...
Me aparté bruscamente de él y tropecé con el pie de Rebeca. Me tambaleé un poco pero mi amiga pudo estabilizarme.
— ¿Tan pronto borracha?—preguntó Carlos, una sonrisa en su rostro—. A eso me refería. Yo podría enseñarte muchas cosas: a tomar, a fumar, a... no lo sé, digamos... complacer como es debido. José no es nada en comparación.
Quería darle una cachetada por ser tan imbécil. Pero no tuve oportunidad, Renata ya se había levantado y empujó a Carlos.
—No seas idiota, Carlos, nunca podrías ser mejor con él. Yo lo sé con exactitud.
Sabía que ella no me había defendido. Estaba claro que solo estaba defendiendo la virilidad de José ante sus amigos. Y lo había hecho porque los chicos alrededor se rieron de Carlos.
Las palabras de Renata eran claras: se había acostado con Carlos. Y con José.
La última parte no me hacía feliz. Pero no podía hacer nada, eso ya lo sabía. Renata se giró y mirándome fijamente, dijo:
—Y lo sé porque en este tiempo de separación, José ha aprendido un par de trucos más.
Tampoco había duda en lo que acababa de decir: ella se había acostado con José... recientemente. Quería hacerme creer que José me había engañado. Quería hacerme sentir mal pero no lo lograría, yo sabía cómo era él.
—Renata, ¿por qué te empeñas en molestarme? No te he hecho nada y no pienso hacerlo. Tan solo vine a ver a mi novio. Nada más.
Se acercó un paso más, sonriendo. La música había vuelto a sonar pero esta vez era de un tipo más calmado, así que podía oír cada cosa que me decía con claridad, por desgracia.
—De verdad que eres idiota. ¿Crees que contigo fue diferente?—preguntó—. ¿Que solo por decirte que te amaba, te era fiel? Me contaron lo que te dijeron aquellas chicas en el bar hace meses; que él no era de los fieles. Y si te hubieses asomado al mundo real, fuera de tu ridículo cuento de fantasía, te habrías dado cuenta de la verdad. José no le es fiel a nadie. Ni a ti, ni a mí—se agachó para tomar un vaso rojo y le dio un trago—. Pero eso a mí no me afecta, él y yo somos iguales. Sin embargo tú... Bueno, no entiendes a las personas como nosotros. Vuelve a tus libros, Emma, esos nunca te harán daño.
Entonces se giró, agarró a Carlos de su playera y lo arrastró hasta donde la gente se había reunido para bailar.
Me quedé ahí, viendo a la nada. Sus palabras, las últimas palabras no habían sido con mala intención. El veneno había abandonado su tono y solo estaba explicándome unos cuantos hechos. Renata no era fiar, eso lo sabía pero, ¿y José? ¿Cuántas veces me había pedido otra oportunidad y yo se la había dado? Teníamos semanas sin hablar y, a pesar de mi insistencia, él no había dado señales de vida.
—Beca, mejor vámonos. Fue un error—dije mirando al suelo. Mis ojos estaban inundados con lágrimas y me negaba a darle el beneficio a esa chica.
Tomé su mano y volví a jalarla pero ella no me siguió. Me giré a verla, extrañada. Ella apuntó con su cabeza hacia alguien. Seguí su mirada y lo vi. Por fin, después de tantos días, José estaba parado cerca de la cocina, una cerveza en mano y me miraba fijamente.
Solté la mano de Rebeca y corrí hasta José y lo abracé. Suspiré de alivio, a pesar de que sabía que seguía con vida, no había podido evitar imaginarme los peores escenarios. Seguí abrazándole hasta que me di cuenta de que algo iba mal: él no me abrazaba.
Me aparté un poco y lo miré, la sonrisa vaciló en mi expresión.
— ¿Jo?
Él dejó su cerveza en la barra y me tomó por la muñeca. Me guió por toda la casa hasta llegar al patio trasero. No había nadie ahí. Me parecía extraño porque en realidad era más bonito que el delantero.
— ¿Qué haces aquí, Emma?—la voz de José sonaba cansada. Y también se veía cansado. Tenía ojeras debajo de sus ojos y una expresión de absoluta tristeza.
—Vine a buscarte—respondí inmediatamente—. Llevas semanas evitándome, José, y no entiendo por qué. No sé si estás enojado conmigo o si solo quieres un respiro de mí. En cualquier caso, necesito una explicación.
José se pasó las manos por el cabello y se sentó en una silla que estaba por ahí.
— ¿Por qué no te fuiste en el momento en que Carlos te estaba molestando?
—Ya te lo dije, quería...
Fruncí en ceño. ¿Qué había dicho?
— ¿Escuchaste todo eso?
Él asintió.
—Te vi llegar.
—Entonces, ¿por qué...?—suspiré. No quería que el enojo controlara mis palabras—. Ya no importa. Solo me hubiera gustado que intervinieras cuando Renata dijo todas esas mentiras sobre ti.
José no me había mirado desde que habíamos salido. Ni una sola mirada. Sus codos estaban recargados sobre sus rodillas, su cabeza mirando hacia el suelo, pero cuando dije esas palabras, su mirada se fijó en la mía, tan solo unos segundos, pero fueron suficientes para hacerme dudar.
—Porque fueron mentiras, ¿verdad, Jo?
No me había gustado mi voz. Asustada, triste, esperanzada. Patética.
—Emma, quiero que te vayas de aquí.
Me dolieron sus palabras pero no estaba dispuesta a irme. No sin una respuesta.
—No me iré, José. Necesito saber por qué estás haciéndome a un lado—dije con voz plana—. He intentado contactar contigo desde hace casi tres semanas. Te dejé demasiados mensajes y sé que los leíste. Mis padres quieren rentarme un departamento y no puedo decirles que voy a vivir contigo si no estás ahí conmigo.
José sonrió y le dio un último trago a su cerveza antes de aventarla al bote de la basura cerca de un árbol.
—Entonces es mejor que empieces a elegir uno.
— ¿Qué?—pregunté. No estaba sorprendida de su respuesta. No era tonta, que me ignorara solo podía significar una cosa—. Estoy harta de tus respuestas evasivas. Quiero saber qué está pasando entre nosotros. Ya me hice una idea pero necesito escuchar las palabras de tu boca.
Él se levantó y caminó hacia mí. No estaba tan cerca, así que podía verlo a los ojos sin la necesidad de levantar la cabeza. Su sonrisa era peligrosa. Presentía que no me iba a gustar la respuesta.
—Pasa, Brito, que estoy harto de esta mierda. Ya no quiero ser el tercero en discordia... Me cansé de intentarlo. No seguiré siendo el idiota de esta historia.
—Jo—todo el enojo se había ido—. Es obvio que estás confundiendo...
—No lo creo. Te aseguro que ni tus amigas, ni Julia, mucho menos yo, confundimos lo que tú y él se gritaron.
Me sentí palidecer. Era imposible. No habíamos gritado y no había habido nadie cerca de nosotros. Las palabras que nos habíamos dicho, se había quedado solo entre nosotros.
—José. No grité para nada... Cuando nos separamos yo solo fui...
—No mientas, Emma—suspiró José—. Escuché perfectamente cuando tú le hacías esa escena de celos, cuando él te decía que terminaras con la farsa y me dejaras.
No podía decir nada, solo negaba con la cabeza, los ojos muy abiertos.
—Y hubieses visto la cara de Julia, la de tus amigas... Bueno, decir que me tenían lástima es poco—se rascó un rastro de barba que no había notado y apartó la vista—. No te dije nada porque no quería hacer otra escena en la fiesta de Julia. Solo haría las cosas más incómodas.
»Aunque debo admitir que esperaba que todo fuera mentira. Verte a los ojos y saber que tú solo me querías a mí. Pero cuando bailábamos, de una forma u otra, tu mirada siempre se desviaba hacia él, que aun bailando con su propia pareja, él te regresaba la mirada. Emma, tú eres la causante de todo esto. De tu sufrimiento, del mío y el de él.
No podía hacer nada. Por más que tratara de tragar y pasar el nudo en mi garganta, éste seguía ahí. Al igual que las lágrimas no derramadas en mis ojos. La cara de José comenzaba a verse borrosa.
—Jo... Jo, escúchame—pedí desesperadamente. Como no me veía a los ojos, sostuve su barbilla y lo obligué a hacerlo—. Siento que hayas escuchado todo eso pero no pudiste oír la única parte importante, la parte en donde te elegía a ti. Te quiero y tú me quieres a mí, ¿no es eso lo que importa?
Con una mirada de completa desesperación, José me tomó por los brazos y acercó su cabeza a la mía.
—No, Emma. ¡Ya no puedo con esto!—dijo, se escuchaba derrotado—. ¿No lo entiendes? No puedo pasar por alto todo lo que oí, no puedo olvidarlo y estoy completamente seguro que tú no vas a soportar la verdad.
¿La verdad? ¿Cuál verdad? La confusión estaba plasmada en mi expresión.
—Todo lo que dijo Renata es cierto. No soy bueno. Intenté serlo pero no pude. Lo siento.
De niña, cuando iba como en primero o segundo de primaria, a la hora del recreo, había intentado pasar la cancha de juegos. La verdad es que no había notado a los niños jugando futbol, simplemente quería llegar a mis amigos; no vi llegar la pelota hasta que me dio de lleno en el estómago. Me derribó y en el suelo, hice mi mejor esfuerzo por respirar pero no podía hacerlo. Me habían sacado el aire y la desesperación me impedía concentrarme en mi respiración. No fue sino hasta que llegó el profesor de educación física que pude respirar. Seguramente no pasó más de un minuto pero a mí se me hicieron eternos aquellos segundos.
Eso sentía en ese momento, solo que esta vez fue en el corazón. José había roto mi corazón y esta vez no habría nadie para arreglarlo, solo yo.
—Hum... Ne-necesito salir de aquí—murmuré.
Y salí disparada por la puerta.
Mi mirada buscó frenéticamente a Rebeca.
Le encontré parada no muy lejos de la sala, al lado de los refrescos que permanecían casi sin tocar. Cuando ella me vio, inmediatamente dejó su vaso y corrió hacia mí.
— ¿Estás bien?
Asentí solo una vez.
—Vámonos ya.
Ella accedió de inmediato.
—Claro que sí, solo déjame...
—Rebeca...
Asintió y me siguió hacia la salida. De camino al auto, me dieron ganas de pedirle que condujera pero sabía que si lo hacía, entonces yo me pondría a llorar y no quería porque una vez que empezara, no sabía cuándo acabaría.
Así que conduje e intenté olvidar esa noche.

10 - 05 - 15 / 25 - 04 - 17

N/A: Canciones muestran el punto de vista de José. Esta es mi traducción de la segunda canción:

Eres la persona más solitaria que he conocido
Estamos unidos superficialmente, nada más

Miro el espejo y veo tu pálido rostro
inexpresivo y cansado, y me pregunto:
¿Debajo habrá un alma de oro?

Cuida a tus seres queridos
Cuida a tus seres queridos

Nena, me marcho
Necesitas estar con otra persona
No dejo de sangrar a tu lado
¿Puedes suturarme las heridas?

Todos están respirando pero yo me vengo abajo
Estás enamorada de una sombra que no regresará

Tarde o temprano, todos debemos despertar
y tratar de olvidarlo todo
Debajo, hay un cielo despejado

Nena, me marcho
Necesitas estar con otra persona
No dejo de sangrar a tu lado
¿Puedes suturarme las heridas y mis sentimientos?
[x3]

Nena, me marcho
Necesitas estar con otra persona
No dejo de sangrar a tu lado
¿Puedes suturarme las heridas?    

Por favor, déjame olvidarteWhere stories live. Discover now