El día después de...

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  Me desperté antes que él.
  Aproveché el tiempo para arreglarme, podría ser que hubiera pasado la noche con él pero no estaba dispuesta todavía a dejar que me viera recién levantada.
  Sin hacer ruido, tomé un pantalón de yoga que mi hermana me había dado y una sudadera abrigadora y me metí a bañar. Al bañarme, decidí tomarme mi tiempo para revisar mi cuerpo, ver si acaso algo era diferente en mí pero no fue así. Por fuera, todo se veía igual que el día anterior pero por dentro, me sentía un poco diferente. Tal vez fuera tonto pero me sentía más adulta; a un paso más de ser aquella universitaria de vida glamorosa que tanto había soñado ser.
  Los minutos pasaban y me puse a pensar en la noche anterior.
  Primero que nada, no me arrepentía. Había tenido mi primera vez con José, un chico que conocía de años. Alguien que me había querido por años. Yo siempre lo había querido, sin importar el tipo de cariño. Y en ese momento ambos nos queríamos como pareja, no había nada de malo en lo que habíamos hecho. Él había sido paciente conmigo. Había sido cariñoso, atento y dulce. No me había puesto a pensar en la clase de compañero que había sido José con sus antiguas "amigas" pero, sin duda, no se me habría ocurrido que ellas lo calificaran como "dulce". Y tal vez no lo hacían. Quizás él solo había sido así porque era mi primera vez y eso demostraba lo mucho que le importaba. Y, después de la primera vez, sin duda yo también le demostré lo que él significaba para mí.
  Segundo, no había sido doloroso. Al menos no como me habían dicho. Había sentido extraño pero nada que me hiciera cerrar los ojos de dolor y, con el paso de los minutos, la sensación pasó a ser placentera... Muy placentera.
  Tenía que hablar con alguien al respecto y ya sabía quién: Mónica, obviamente. Seguramente no había pensado en mí haciéndolo con José. Con Ezra me molestaba constantemente, pero había dejado ese tema de lado con José. Probablemente porque ella estaba demasiado ocupada en su propia relación.
  Terminé de bañarme, me sequé y cambié y luego bajé a preparar el desayuno. Cuando estaba haciendo el café, escuché los pasos de José por la escalera y me sentí nerviosa. Era vergüenza hacia él, porque él me había visto desnuda la noche anterior. Era tonto pero no podía evitarlo.   Aun así intenté verme relajada y concentrada en lo que hacía.
—Buenos días—saludó José—, ¿necesitas ayuda?
—Solo a poner la mesa—contesté.
  Pasó a mi lado y me atrapó entre el mostrador y su cuerpo. No hizo nada más que besarme la mejilla pero fue suficiente para que mi pulso se acelerara y mis mejillas se calentaran. Sonreí nerviosamente y me aparté para atender al huevo en la estufa. José tomó un par de tazas y platos y los puso sobre el mostrador para que pusiera la comida y cuando lo hice, los llevó a la mesa. Yo me encargué de llevar la cafetera, el azúcar y unos utensilios.
  Ambos nos sentamos en la mesa y comenzamos a comer en silencio. José jugaba de vez en cuando con mis pies y yo le seguía el juego. Era lindo. Me parecía que estaba siendo más delicado de lo normal pero entendía la razón.
— ¿Cómo estás?—preguntó, después de un tiempo.
—Bien—contesté—. ¿Tú?
—De maravilla—respondió.
  Tomó la mano que había estirado para tomar el azúcar y le dio un leve apretón. Volví a ruborizarme y me fije que él solo se había puesto el pantalón que traía ayer. Solo eso. Yo aún tenía el cabello húmedo por el baño. Su cabello estaba desordenado por mis dedos y mi cama y me gustaba. Me gustaba la imagen que dábamos juntos, de este modo. Como si fuéramos una pareja que hacía cosas como esa constantemente: dormir juntos, desayunar juntos. Y podíamos hacerlo. Cuando yo no estuviera castigada y mis padres se fueran. Yo me quedaría cerca para la universidad. Tal vez estaría en la capital y vendría a verlo constantemente, o él iría a mí. Y sería perfecto.
  Finalmente lo vi a los ojos y éstos se iluminaron con la sonrisa que me dirigió.
—Por fin—comentó.
  Así que se había dado cuenta de que había evitado su mirada. Pero ya no más. La vergüenza se me había pasado y solo me inundaron sentimientos de felicidad. Sentía que mi cariño por él crecía con cada segundo y agradecí que mis padres hubieran decidido pasar fuera este Año   Nuevo. En mi mente, les agradecí por este regalo involuntario.
***
  Acordamos que él lavaría los trastes y yo me encargaría de mi habitación. Y de hecho fue algo que sí necesitaba hacerlo sola porque la prueba de mi virginidad perdida se encontraba ahí, en mis sábanas. Empecé por eso. Las recogí y doble, planeando lavarlas cuando José se fuera. Y las secaría lo más pronto posible porque si mi madre se deba cuenta, estaría perdida. No tanto por el hecho de que hubiese perdido la virginidad, sino por hacerlo mientras estaba castigada y en la casa. Si se llegaba a enterar, tendría que despedirme para siempre de su confianza.
  Bajé las escaleras con cuidado y cuando llegué abajo, José estaba en un sillón de la sala, revisando viejos álbumes que seguramente había sacado del mueble.
  La cocina estaba limpia; ya no quedaban trastes sucios en el comedor ni en la estufa. Todo se veía muy impecable y él me logró impresionar de nuevo. No era raro que supiera recoger. Vivía solo después de todo, pero aun así... José era una persona completamente diferente a la imagen que había tenido de él por más de dos años. Tampoco era como el José de antes, no importaban sus intentos por serlo. Ser la persona que fue por el tiempo que estuvo fuera de mi vida lo había cambiado. En ese momento era una combinación de ambas y algo más, algo que se estaba formando y tenía la impresión que se quedaría para siempre. Él estaba madurando, pasando a la vida adulta. Pronto tendría veinte y decían que el tiempo después de los veinte se iba rápido. ¿Qué planes tenía para su vida? ¿Quería seguir viviendo en la ciudad o planeaba marcharse como Nicolás, como sus padres... como yo? ¿Yo estaba en sus planes del futuro?
—Te ves como una acosadora ahí parada, viéndome—dijo José sin levantar la vista del álbum.   No entendía muy bien cómo sabía que lo estaba viendo si él nunca había alzado la vista pero no discutí.
  Caminé hacia él y me senté a su lado. El álbum que tenía era mío. Al inicio de éste, había fotos de mí cuando tenía menos de cinco años pero conforme iba avanzando, mi yo de las fotos iba creciendo. La primera foto de mi vida en la casa era de Izzy y yo: sentadas en la banqueta, dándole la espalda a la casa. Mis rodillas estaban raspadas, usaba un conjunto de un short y una blusa morados e Izzy un vestido verde. Me faltaba un diente y estaba toda despeinada.
  La casa también era diferente. Su color en ese entonces era café y no había flores, solo pasto. La verdad era que se veía un poco triste. Seguramente fue tomada poco tiempo después de mudarnos.
—No puedo creer que te conociera de esta edad—comentó José, su voz apenas audible.
  Mis ojos dejaron la foto y se posaron en él. Se veía realmente asombrado, fascinado incluso.   Sonreí y me acerqué a él, depositándole un leve beso en la mejilla. José se giró y me sonrió.   Aproveché el momento para entregarle su camisa. Él me levantó una ceja pero se la puso de todos modos.
  Me sentía mejor con él vestido, así no tenía pensamientos extraños sobre su cuerpo y me era más sencillo verlo a los ojos.
— ¿Cuáles son los planes de hoy?—preguntó.
—No sé... ¿Dormir? Juro que me siento muy cansada y solo quiero acostarme y tal vez leer un poco.
—Es año nuevo, ¿y tú quieres quedarte en casa?—dijo, incrédulo.
  Me encogí de hombros. En verdad quería hacer eso. Me encantaba hacerlo y en los últimos días había tenido la oportunidad de avanzar con mi lista de libros pero aún me quedaban unos cuantos. Tampoco planeaba arrastrarlo a mi día de descanso así que dije: —Puedes irte si quieres.
— ¿Y con quién voy a estar? Tenía planeado ir al cine o a comer, no sé, algo así—contestó.
—Bueno, Jo, lo que te sobran son amigos.
— ¿Piensas que tengo el menor interés de pasar mi primer día del año con ellos?—preguntó, sacudiendo la cabeza—. Me importa muy poco lo que vayamos a hacer, pequeña, lo importante es que voy pasarla contigo. Y si eso significa estar acostados viendo la tele o leyendo, entonces no podría estar más de acuerdo. Además, ahora que lo pienso, un día en casa, acostado contigo a mi lado... Bueno, la idea no suena tan mal.
  Sonreí, sonrojada. José también me sonrió y me guiñó un ojo, luego se levantó y se encaminó hacia la puerta. Extrañada, le pregunté a dónde iba. Sin girarse, anunció que iba a bañarse.   Asentí a pesar de que no podía verme. Después yo me quedé viendo el álbum.
  Era un álbum con mis fotos. Fotos del pasado, cuando era niña, cuando estaba en la secundaria, cuando era... novia de Ezra. Estaba agradecida de que José no hubiese querido seguir viendo el álbum. Había olvidado las fotos que yo había añadido un año atrás. Mi mamá se había encargado de mi infancia pero yo de mi adolescencia y Ezra eclipsaba más de un cuarto del álbum. A veces era su perfil, a veces estaba de espaldas, otras sonreía a la cámara y en otras miraba más allá de la cámara, me veía a mí, y a veces sonreía, otras no, pero siempre le brillaban los ojos, sus ojos avellana se iluminaban y todo era debido a mí. Yo no salía en las fotos pero estaba convencida de que yo también lo veía a él. Me encantaba verlo. Y por eso le tomaba fotos.
  Claro que también había unas mías que él había tomado. Pero había muchas más juntos. En su carro, en la librería, en un café, su casa, la mía..., la lista era interminable. A veces hacíamos caras tontas, a veces veíamos a la lente pero en ocasiones nos veíamos el uno al otro. Riendo, sonriendo, serios pero siempre felices. En una que otra foto, yo aparecía mirándolo a él y él a la cámara; lo mismo se aplicaba a él. No había duda de que nos habíamos querido mucho.   Muchísimo. Había muchos recuerdos que nunca olvidaría y otros tantos que él nunca recordaría, y aunque me sentía triste por pensar eso, no me arrepentía por nada. Lo había querido demasiado, y estaba convencida de que había sido reciproco, y no cambiaría por nada todo los sentimientos que había tenido por él.
  Cerré el álbum y me dispuse a recoger y limpiar lo que me faltaba. Quería que cuando llegara mi novio... Solté una carcajada. Me sentí rara al llamarlo así en mi mente, aun después de todo el tiempo que ya llevábamos juntos. Dejando esos pensamientos tontos, dejé el álbum de lado y subí a mi habitación a recogerla, así cuando llegara José, no tropezaría con ninguno de mis libros.
***
  Por fin había acabado de lavar, recoger mi cuarto y preparar algo de comer. Habían pasado casi dos horas y media desde que José se había ido y aún no regresaba. José se preocupaba por cómo se veía pero tampoco tardaba tanto en arreglarse. Su estilo era más bien sencillo y no tomaba tanto tiempo en estar listo. Era raro que no estuviera ya en mi casa pero no quise presionarlo. Estar tanto tiempo juntos tal vez lo asfixiaba.
  Tomé el siguiente libro en mi lista y comencé a leer. No supe cuánto tiempo estuve metida en la historia antes de ser devuelta a la realidad por mi celular. Había recibido un mensaje. Me estiré un poco para tomar mi celular sin tener que despegar la vista de mi libro y cuando por fin lo conseguí, eché un vistazo al remitente: Ezra.
  Mi atención ya no estaba en el libro.

Por favor, déjame olvidarteDär berättelser lever. Upptäck nu