Hemos regresado

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—¿Estás bien?—preguntó Ezra, suavemente.
  No. No estaba bien... Enojo no alcanzaba a describir lo que estaba sintiendo. José me había insultado no una, sino tres veces, ¿y ahora él estaba con Renata? ¡Ni siquiera habíamos roto oficialmente! ¿Quién era el mentiroso ahora? No creía que estuvieran jugando matatenas en este momento. Mucho menos con ella.
  Pero no podía decirle eso a Ezra. Así que mentí.
—Sí. Todo bien.
  Él frunció el ceño y volteó a ver la casa de José.
— ¿Que no es tu novio ese chico?—preguntó.
—Lo es. Bueno, era...—suspiré—. No lo sé.
—Supongo que la chica no era su hermana, entonces.
  Negué con la cabeza, evitando verlo a los ojos. ¿Por qué tenía que estar Ezra aquí, precisamente en este momento?
—No lo conozco pero me parece que es un idiota—añadió.
  Sonreí.
—Será mejor que entre—dije. Me acerqué a él y le di un beso en la mejilla.
  Ezra esperó a que entrara y entonces se fue. Dejándome sola... De verdad. Mi mamá no estaba en casa y ya pasaban de las doce. Había dejado una nota donde decía que llegaría tarde, lo que quería decir que había estado aquí antes, lo que quería decir que ya había salido del trabajo. Entonces, ¿dónde estaba? Ahora no sólo tenía que preocuparme por mi escuela, mis amigos, mi relación o por mí, ahora tenía que preocuparme por mi madre. ¡La adolescente en esta familia era yo, por todos los cielos! ¿Se suponía que tenía que darle La Plática?
  No quise enojarme más y me fui a dormir.
***
  A la mañana siguiente el olor a café me despertó. Pero nunca antes el olor del café que mi mamá hacía me despertaba. Siempre había sido...
  Bajé de la cama de un salto y corrí hacia la cocina, descalza. Lo cual no fue la idea más brillante ya que el piso está muy frío, ya no digamos la casa en sí. ¿Por qué demonios había dormido con un short y una blusa de tirantes? ¡Era diciembre!
  Pero nada de eso me importó una vez que llegué a la planta baja, donde encontré a mamá sentada en el comedor con una enorme sonrisa y mejillas rosas. Tenía puesta la misma ropa de ayer. Escuché que alguien cocinaba. Me acerqué más y me detuve en seco.
— ¿Papá?
  Él volteó. En su mano sostenía una espátula y llevaba puesto ese ridículo mandil que solía usar cuando nos cocinaba, mandil que, por cierto, creía desaparecido o quemado en el divorcio de mis padres. Hacía mucho que no veía a mi papá, ¿un año? ¿Año y medio? Se veía muy bien. Las canas comenzaban a ganar lugar por sobre su cabello negro pero le sentaban bien. Tenía puesto un pantalón de vestir y sus zapatos estaban relucientes. Parecía que acaba de regresar.
—Emma, linda, qué bueno verte de nuevo. ¿Un abrazo a tu viejo?—dijo abriendo los brazos.
  Me quedé quieta, procesándolo todo. Y después corrí hacia él como una niña pequeña. Sentí sus brazos alrededor de mí y respiré hondo, queriendo volver a tener ese olor tan familiar de vuelta en mi memoria. Lo había extrañado tanto. Cierto que no había estado presente en el año más loco de toda mi vida, dejando a mi mamá sola para controlarnos a mi hermana y a mí. Pero también era verdad que sus llamadas eran constantes. Y yo no lo culpaba por trabajar. Era el trabajo de sus sueños, después de todo. Amaba lo que hacía y si eso lo hacía feliz, yo no era nadie para reprochárselo.
— ¿Qué haces aquí?—pregunté. Mi voz sonaba aguda por el nudo en la garganta que tenía.
—Resulta que tu padre ha vuelto—dijo mamá. Ella sí estaba llorando. Dios, mi madre era una sentimental.
  Papá se acercó a ella y le limpió las lágrimas, depositando un leve beso en su frente. Abrí los ojos, sorprendida. ¿Qué pasaba aquí? Ambos se giraron a verme con una sonrisa. A mamá sólo le faltaba dar saltitos sobre ella misma. Su emoción era palpable.
—Sé que esto puede resultarte raro, Emma—dijo papá—, y entendemos perfectamente si te molesta porque sabemos que has pasado por todo esto del divorcio, pero...
— ¡Tu papá y yo hemos vuelto!—terminó mamá.
  No es que fuera una sorpresa. No realmente. Sólo estaba sorprendida de ver a mi padre tan pronto. Creía que mamá me lo explicaría con anticipación pero no me quejaba. Les sonreí. ¿Cómo podía enojarme cuando se veían tan contentos? Mamá estaba radiante. Hacía mucho tiempo que no la veía así. Y aunque papá se veía cansado, también se notaba feliz. No había tristeza, remordimiento y miedo en sus ojos como cuando me dijo que se divorciaba de mamá. Seguramente estaba encantado de que ella no hubiera encontrado a nadie más.
—Así que has vuelto—dije—. ¿Te mudarás aquí?
  Papá se rascó la barba, incómodo. Mamá no dijo nada.
—No precisamente.
— ¿Entonces por qué...?
—Estaré aquí por unos meses—explicó papá—. Cuando termine lo que vine a hacer, me iré de nuevo... Pero esta vez con tu madre.
  Abrí la boca para decir algo pero él se me adelantó.
—Isabella ya es una adulta y tú pronto lo serás. Esa es la razón por la que ustedes se quedaron en primer lugar. Yo quería llevarlas conmigo pero tu madre se negó. Así que acordamos que cuando el tiempo llegara, si todo salía bien, ella se iría conmigo—confesó, un tanto nervioso.
  Yo no tenía ningún problema en que ellos fueran felices juntos en dónde quiera que fuera pero...
— ¿Y la casa?—pregunté. Había vivido toda mi vida en esta casa y dejarla a algún extraño se sentiría raro.
—No te preocupes, Emma—dijo mamá—. La casa será puesta a la renta pero no se venderá. Estará aquí para cualquiera de nosotros.
  Todas esas noticias eran demasiado para digerir pero al ver que los dos sonreían, no pude evitar corresponder a su sonrisa.
  Los abracé y luego ayudé a papá en la cocina. Desayunamos. Fue un poco incómodo verlos tan cariñosos pero me guardé esos pensamientos y solo los ignoré.
  Después de desayunar me di cuenta de que era muy temprano. Ni siquiera eran las diez de la mañana y yo estaba despierta. En un sábado. Qué lindo.
  Tenía todo el día por delante. Hoy no trabajaba, mis amigas tenían sus horas de estudio para la universidad, lo que me dejaba a mí, con un libro, mi iPod y El Parque.
  Me puse un pants gris, una sudadera holgada de color negro y dejé mi cabello suelto. No iba muy presentable pero no me importaba, no iba a conquistar o encontrarme con alguien. El Parque solía estar solo casi todo el tiempo, lo más probable ese día fuera igual.
  Salí de casa, libro y iPod en mano. La neblina y el frío eran perfectos para mi libro y canciones tristes. Llegué al Parque y me senté en una banca. Como había pensando, se encontraba casi vacío. Tan sólo unas cuentas señoras haciendo ejercicio. No había niños porque hacía demasiado frío como para salir a jugar. Mejor para mí.
  En lo que me acomodaba, pensé en lo ocurrida apenas unas horas atrás.
  Papá había regresado y planeaba llevarse a mi madre. No había querido decirlo frente a ellos ya que se veían muy felices, pero eso de divorciarse solo para volver a juntarse un par de años después era un poco raro. Y ya sabía que yo me iba a la universidad pero habría sido lindo de su parte si me hubieran invitado a mudarme con ellos. Ninguna de mis decisiones era definitiva y agregar una opción de estudiar en Europa era muy tentador.
  Cerré los ojos, esperando que el sentimiento desapareciera. Cuando lo hizo, me puse a leer y todo a mi alrededor desapareció.
***
  Despegué mi atención del libro y miré alrededor. Todos se habían ido. Excepto por un hombre que caminaba hacia mí. Bueno, no hacia mí pero parecía que así era.
Iba todo de negro y la capucha de su sudadera me impedía verle la cara.
  Comenzó a entrarme el pánico pero intenté mantener la calma y, con lo que esperé que fuera disimulo, comencé a recoger mis cosas y me caminé en dirección opuesta hasta que me di cuenta de que mi casa estaba hacia el otro lado. ¿Qué hacía? ¿Seguía caminando o me giraba? La flojera ganó. No estaba dispuesta a caminar de más con este frío, mis pies se estaban congelando. Además cabía la posibilidad de que el hombre no estuviera caminando hacia mí.
  Caminé deprisa con la vista pegada en mis zapatos. Traté de controlar mi respiración pero seguía siendo agitada (aunque tal vez no se debiera al susto). Me acercaba cada vez más, podía ver sus zapatos. Él se detuvo, yo no. Intenté pasarlo pero me tomó del brazo. Me sacudí su agarre y seguí caminando, o corriendo. Pero él era más rápido. Pronto ya tenía su mano en mi brazo de nuevo y me desesperé. Grité pero solo salió un triste sonido ahogado que dudaba siquiera él hubiera oído. El miedo había tomado control sobre mis cuerdas vocales pero no de mi cuerpo. Seguí retorciéndome para que me soltara pero el asaltante solo apretaba más. Me giré para darle una patada pero me detuve cuando vi quién era. José. Entonces le solté una cachetada.
— ¡¿Qué demonios, Emma?!—exclamó, molesto.
— ¿Qué te pasa?—grité—. ¿No pudiste sólo acercarte como una persona normal?
— ¡Eso estaba haciendo!
­—No. Me retuviste contra mi voluntad y no hablaste. Pensé que eras un delincuente. Me diste un susto de muerte, idiota.
—Pensé que sólo no querías hablar conmigo, ¿cómo iba a saber que estabas asustada porque pensabas que te iba a secuestrar? Te la pasaste viendo a tus pies todo el tiempo.
  Tenía un punto. Pero yo seguía molesta y asustada.
— ¿Qué haces aquí?—pregunté.
—Vine a hablar contigo.
—Qué pena. Yo no quiero hablar contigo.
  Seguí caminando pero José me volvió a tomar del brazo. ¿Volvíamos a lo mismo?
—Vamos, Emma, no seas inmadura.
  Sonreí pero no de diversión. Seguramente me veía igual que una loca.
— ¿Inmadura? ¿Ahora me estás llamando inmadura? Es bueno saberlo. Sólo lo agregaré a la lista—José comenzó a hablar pero lo interrumpí—. No, tú escucha. En los meses que llevamos juntos, ni una sola vez te he dado motivos para que desconfíes de mí. Pero surge este malentendido y tú asumes que es verdad, que te he engañado. Me insultas y lastimas, ¿y ahora tú pretendes que me siente a escucharte atentamente? ¿Así como si nada? Disculpa si no estoy de acuerdo.
  José suspiró y se pasó la mano por su cabello.
—Lo sé, ¿está bien? Sé que soy un imbécil por decirte todas esas cosas pero tienes que entenderme, Emma. ¡Estabas con tu ex! Y no me habías dicho nada. ¿Se suponía que pensara que eran amigos después de todo lo que te vi sufrir por él?
— ¡Sí!—exclamé—. Eso se suponía precisamente. Porque yo nunca te he engañado. A diferencia de ti.
  Él dio un paso más cerca, yo retrocedí pero pude ver que estaba enojado.
—Lo siento, parece que escuché. Por un momento pensé que habías dicho que yo te engañé—dijo con voz aparentemente tranquila.
— ¿No lo hiciste?—pregunté—. Ayer con Renata. La semana pasada con Karla. Y no sé con quién hayas estado en la semana.
  Él me tomó por los hombros y me miró a los ojos.
—Estás diciendo estupideces—dijo entre dientes—. Renata es solo una amiga. Lo sabes.
—La verdad es que no, José, no lo sé.
— ¿Cómo es que siquiera estamos discutiendo esto?—preguntó, molesto—. ¿Cómo es posible que pienses que yo te engañaría a ti? ¡A ti! Ningún hombre sería capaz de engañar a la mujer que ama.
  Me quedé inmóvil. José se quedó inmóvil. Y juraría que la mosca que el perro que iba pasando también se había quedado inmóvil.
  José había declarado que me quería. Corrección, que me amaba. ¡En una discusión! Ni siquiera estaba segura de que estuviéramos juntos aún y él soltaba cosas como esa tan aligera. Típico de él. Me alejé unos pasos y me senté en una banca. Él se quedó parado un segundo más donde lo había dejado y vi que apretaba la mandíbula, luego me siguió.
— ¿No vas a decir nada?—preguntó quedamente.
  Suspiré. Eché mi cabeza hacia atrás y cerré los ojos.
— ¿Qué quieres que diga?
—Podrías empezar por explicarme por qué no me dijiste que él había regresado.
  Con "él" se refería a Ezra. Sonreí con amargura y sacudí levemente la cabeza. Ni siquiera podía decir su nombre. Él diciéndome inmadura pero él no podía pronunciar un simple nombre.
—Porque sabía cómo te pondrías. Sabía que no escucharías lo que dijera, sacarías tus propias conclusiones. Quería ahorrarme todo eso.
—Si me lo hubieses explicado antes... Antes de que yo me enterara así, lo habría entendido, Emma. Pero cuando te vi con él, hablando tan felices, acordando ir a tomar algo, bueno, perdona si malinterprete la situación. ¿Tú no habrías hecho lo mismo? ¿No pensaste lo mismo cuando me viste ayer con Renata?
  Me quedé en silencio. Tenía razón, yo hice lo mismo pero las circunstancias eran diferentes. La semana pasada estábamos bien, no había una semana de silencio e incertidumbre de por medio. Ayer no sabía si seguíamos siendo novios. Él, por el contrario, lo sabía cuando me vio con Ezra.
—Sí, Jo, pero...
—Entonces estamos bien. Siento haberme equivocado pero no sucederá de nuevo. Ya lo hemos aclarado y ahora todo volverá a ser como antes.
  Se inclinó para darme un beso pero yo me aparté. Vi el dolor por mi rechazo en sus ojos pero no me importó. No quería que me besara. Si él creía que todo estaba bien, entonces era cosa suya porque por cómo yo lo veía, las cosas no estaban bien entre nosotros.
  Guardamos silencio. El viento sopló más fuerte y mi cabello tapó mi cara; lo amarré un moño desordenado. Crucé mis brazos sobre mi pecho para entrar en calor.
—Emma, ¿estamos bien?—preguntó José. Su voz en un susurro.
  Negué con la cabeza, sin mirarlo a los ojos.
—Pero ya te he dicho que lo siento. Y si es por Renata, no tienes de qué preocuparte.
—No, José. Ella no es el problema. Eres tú—declaré—. No es el hecho de que te hayas disculpado, es el porqué te disculpaste. No se trata de Renata. Sé que ella es tu amiga (aunque me parece raro que haya estado en tu casa después de medianoche pero ese no es mi problema). Pero, ¿y Karla? ¿Ella es tu amiga? Supongo que le tienes mucha confianza como para creerle, supongo que la has conocido por casi diez años, ¿no?
—Pero ella dijo la verdad—defendió José.
—Claro, pero ¿tú lo sabías?—cuestioné—. Sabes que nunca he tenido sexo con nadie pero entonces ella te dijo que me vio comprado pruebas de embarazo y de inmediato asumes que son para mí. Cuando hablamos aquella noche, no me preguntaste sobre ellas, me lo echaste en cara. Me acusaste de dos cosas que nunca he hecho, José. Y me insultaste.
—Lo siento, pequeña. Te prometo que no volverá a ocurrir.
  Reí sin humor.
Ese es el verdadero problema, Jo, que ya no te creo.
  Me levanté de la banca y comencé a caminar, dejando atrás a José por segunda vez. Sentía una opresión en el pecho, como si fuera a llorar. Mi decisión estaba haciéndome sufrir pero era la correcta. Necesitaba pensar y para eso requería estar sola.

N/A: La canción recomendada muestra lo que siente José.

N/A #2: No encontré una traducción que me agradara 100%, así que aquí está mi interpretación.

Por favor no conviertas esto en algo que no es.

Sólo puedo darte todo lo que tengo.

No puedo estar tan arrepentido como crees que debería estarlo,

pero aun así te quiero más que cualquier otra persona podría quererte.

Y en todo lo que pienso durante este vuelo

es que podría tomarme toda la maldita vida hacerlo correctamente.

Este mástil roto al que me aferro no me salvará por mucho más tiempo

porque sé muy bien que lo que hice estuvo mal.

La última chica y la última razón para hacer que

esto dure lo más que pueda.

El primer beso que te di, fue la primera vez

que me sentí conectado a algo.

El peso del agua, la manera en que me dijiste que

olvidara todo lo que he aprendido.

En los últimos segundos, la última palabra que aprendí

fue "amor".

Hemos pasado por cosas mucho peores que esta.

¿Qué es tan diferente esta vez que no puedas ignorarlo?

Dices que es mucho más que mi último error

y que debemos separarnos por nuestro propio bien.

La última chica y la última razón para hacer que

esto dure lo más que pueda.

El primer beso que te di, fue la primera vez

que me sentí conectado a algo.

El peso del agua, la manera en que me dijiste que

olvidara todo lo que he aprendido.

En los últimos segundos, la última palabra que aprendí

fue "amor".

La última chica y la última razón para hacer que

esto dure lo más que pueda.

El primer beso que te di, fue la primera vez

que me sentí conectado a algo.

El peso del agua, la manera en que me dijiste que

olvidara todo lo que he aprendido.

En los últimos segundos, la última palabra que aprendí

fue "amor".

Y no sé hacia dónde mirar.

Mis palabras simplemente se parten y se derriten.

Por favor, sálvame de esta oscuridad (x2).

15 - 10 - 14 / 20 - 02 - 17


Por favor, déjame olvidarteWhere stories live. Discover now