[5] Revuelta.

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DIANA.

Me desperté con las primeras luces del alba. Jamás me había sentido tan cansada como me sentía en ese momento, pero no podía seguir durmiendo. Hundiendo el rostro en la almohada, no pude evitar pensar lo mucho que tendría que hacer en cuanto me levantase, en la persona a la que tendría que enfrentarme: Rick. Ese lobo conseguía ponerme los pelos de punta, avivaba cada gramo de furia e indignación que tenía en mi cuerpo. Y lo peor de todo, es que me gustaba; me hacía sentir viva... furiosamente viva. 

Todavía podía recordar la discusión que habíamos tenido ayer, su mirada furiosa y su tono frío. Marie había tenido razón describiéndole: era difícil de tratar, frío, distante... y muy hiriente. Mi orgullo todavía sufría por sus palabras crueles.

  –Solo eres una niña que busca atención. No eres capaz de soportar que te digan que no, ¿verdad?  

La vergüenza apretó mi garganta ante aquel horrible recuerdo. Era un auténtico imbécil.

Ahogué un grito de frustración contra la almohada y golpeé el colchón intentando descargar mi furia. No soportaba que me tratara así, no importaba qué razones tuviese. Iba a hacerle tragar cada una de sus dañinas palabras.

Y mientras me convencía a mí misma de ello, escuché suaves golpes en la puerta de la habitación. Sin alzar la cabeza de la almohada y sabiendo que me oiría, le di permiso para entrar. Segundos después, la puerta se abrió.

Sin siquiera levantar la mirada, supe de quién se trataba. El olor de la Alfa era muy peculiar, único. Sin embargo, no podía evitar preguntarme el por qué demonios estaba despierta a una hora tan temprana, ¿es que nunca dormía?

  –Diana –la voz de Marie llegó hasta mí con cordialidad. Desde la conversación de ayer en su despacho y tras la discusión que habíamos tenido Rick y yo esa misma noche, parecía mucho más atenta de mí de lo que me gustaría. Aunque no podía quejarme–. Solo venía a asegurarme de que lo tenías todo listo para la marcha.

Tragué saliva  y alcé el rostro de la almohada, apoyando los codos en la mullida cama. Ni siquiera había conseguido salir de la cama, y los asuntos ya se apelotonaban a mi alrededor. Resoplé.

  –Me queda poco para terminar la maleta –mi mentira fue tan descarada que Marie alzó ambas cejas–. Quiero decir, que empezaré a hacerla ya.

Marie sonrió.

–Sabes que no me importaría que te quedases unos días más, pero tu padre parece estar algo... ansioso por tu vuelta a la civilización, como él lo llama. Creo que no está acostumbrado a apartar sus controladores ojos de ti –bromeó Marie con un guiño. Una enorme sonrisa se extendió por mis labios. Sí, controlador era una palabra que definía a mi padre a la perfección.

–No estaría así si vuestra comunicación con el resto de Manadas fuera más factible –le decía mientras me levantaba de la cama. Ni siquiera me avergonzó el que me viese vestida solamente con una enorme y vieja camiseta que usaba como pijama. Era tan ancha que llegaba hasta la mitad de mis muslos–. Aunque siempre he agradecido venir aquí y alejarme de su obsesivo control.

Marie bufó con diversión y negó con la cabeza.

  –No necesitamos tener una mejor comunicación con el resto. Estamos bien así –aseguró Marie con leves asentimientos–. Bueno, cuando tengas todo listo avísame.

Asentí levemente y me despedí de ella con una sonrisa. En cuanto la puerta se cerró de nuevo, resoplé al ver el enorme trabajo que tenía ante mí: camisetas, pantalones, chaquetas y zapatos revueltos por la modesta habitación. Gemí de disgusto. Iba a pasar aquí largo tiempo.

LUCHA DE IGUALES. || LB#3 ||Where stories live. Discover now