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¡Hola chicas guapas! Solo venía a decir que queda muy poco para el final de la historia. ¡Qué emoción! Espero que os esté gustando :) 

¡Muchos besos y abrazos!

~Paula.

MARIE.

Las lágrimas anegaban mis ojos, pero me negaba a dejarlas salir. Mi mirada estaba fija únicamente en el magnífico y espléndido lobo que tenía delante de mí: Saoul. El hombre de mi vida. Mi Compañero de Vida. La única persona a la que había amado con todo mi corazón, y con la única persona con la que no había podido compartir mi vida. El destino había sido cruel. Muy cruel.

El dolor se hundió todavía más hondo en mi pecho, como si estuviese desgarrando mi alma. Por unos momentos, me sorprendí al notar que todavía me dolía como el primer día, como si no hubiesen pasado veinte años desde que este infierno comenzó para todos nosotros. 

Los ojos azul eléctrico de Saoul me miraron fijamente, atormentados, mientras veía el profundo arrepentimiento en ellos por lo que había hecho. Sin embargo, sabía que aquella parte de él que todavía me pertenecía estaba muriendo: mi Compañero se estaba alejando cada vez más de mí. El lazo invisible que nos había mantenido unidos durante tantos años a pesar de la distancia, se estaba evaporando. Y dolía. Dolía como nada antes.

  –¡Marie, por favor! –escuché el alarido desgarrado de Diana a mis espaldas. Me estremecí con fuerza al oír todo el dolor que rebosaba en su voz– ¡Rick te necesita! ¡Se está muriendo! 

Cerré los ojos con fuerza mientras apretaba los labios, conteniendo a duras penas los sollozos. Negué levemente, sabiendo que Rick no moriría. Nadie podía morir. Nadie se iba a salvar de este infierno, sin importar qué grave fueran las heridas. Las largas y horribles cicatrices que marcaban mis muñecas lo demostraban; sentí vergüenza al recordarlas. Los primeros años que pasé alejada de Saoul fueron un infierno todavía mayor al que estaba acostumbrada: el saber que estaba tan cerca y a la vez tan lejos me volvió loca, nada podía alejar el dolor de mi alma... Hasta que Rick nació. Hasta que lo sostuve entre mis brazos y me di cuenta de que no podía dejarle solo. 

Miré sobre mi hombro a mi hijo, y noté como una única lágrima caía por mi mejilla al saber que él estaba destinado a sufrir lo mismo que yo, por un error que no cometió. La injusticia todavía quemaba mi pecho, pero no había solución para ello. 

Miré a Diana y sentí ganas de abrazarla, de agradecerle por lo que estaba haciendo por mi pequeño Rick, por haberle dado una pizca de felicidad. A pesar de que una parte de mí se arrepentía por haberla alentado a entrar en este infierno, no podía permitir que odiara a Rick por no querer hacerle daño. Él había intentado sacrificarse por ella, a pesar de que el dolor que le estaba produciendo lo estaba matando. Sin embargo, Diana había ganado ante el terco de mi hijo... Y le había enseñado a amar y sonreír, aunque hubiese sido un único día. Y solo por eso, aquella valiente joven tendría todo mi respeto hasta la muerte.

  –Rick no va a morir, Diana –dije con la voz ronca, conteniendo las lágrimas. Diana me miró con estupefacción, como si no pudiera creer mis palabras–. Nadie de nosotros puede morir, y mucho menos hoy.

Mientras hablaba, me di cuenta de que ya no estábamos solos. Sin necesidad de alzar la mirada de Diana, supe que ambas Manadas había llegado hasta nosotros. Hasta sus Alfas. Hasta el lugar donde ocurrió todo. En silencio, paseé mi mirada por todos ellos y reconocí a cada uno de los rostros presentes. La luna llena surcó el cielo, iluminando el claro con facilidad, recordándome la sangrienta batalla que ocurrió aquí años atrás. Todavía podía recordar con claridad los gritos y gruñidos, los alaridos de dolor de ambos bandos. Las dos Manadas habían luchado con todo lo que tenían para conseguir el territorio, sin darse cuenta de que a poca distancia los Alfas estaban luchando entre sí por una razón muy distinta: yo. La culpa me carcomió, incluso después de que aquella herida se cerrara. Ya no tenía sentido pensar en ello. Nada importaba.

La Manada de Saoul apareció tras él, la mayoría de ellos transformados en lobos. Mi Compañero gruñó y se tensó, como si no los reconociera. Mi estómago se revolvió cuando él se giró hacia ellos, amenazante.

  –Saoul, no –él me miró fijamente, y pude ver al lobo en su mirada. Mi pecho se apretó durante unos instantes cuando no reconocí nada de mi Compañero en aquellos ojos. Sin embargo, él gruñó y agitó la cabeza, concentrándose en volver. Cuando volvió a mirarme, Saoul estaba de vuelta.

  –Alfa –escuché una voz a mis espaldas, pero no necesité girarme para reconocerla, y mucho menos ahora. La voz tensa del viejo Sanador se hizo sonar por todo el claro, haciendo que todos se fijaran en él. El viejo hombre caminó hasta mi lado, y cuando clavó sus ojos en los míos, sentí un sordo rencor al ver la satisfacción en su rostro. El Sanador disfrutaba año tras año de esto, de la venganza que había logrado su hermana. Apartando la mirada de él, miré de nuevo a Saoul mientras oía lo que tenía que decir–. Queda poco tiempo para medianoche. Para entonces, tenemos que estar preparados.

  –Lo sé –dije entre dientes–. El ritual se llevará a cabo en el mismo lugar en el que la Sanadora dio su vida para cumplir la maldición –Casi me atraganté mientras dije aquellas palabras. Saber que iba a condenar a Rick a un sufrimiento tan doloroso me estaba matando, pero no podía hacer nada. ¿Qué clase de Alfa sería si permitía que toda mi Manada muriese por un sentimiento tan egoísta? Además, si el rito no se cumplía, Rick también moriría. No había forma de salvarse: estábamos condenados a seguir–. Seguiremos los pasos que ella nos dejó.

El Sanador asintió con una pequeña sonrisa y se alejó de mí con la cabeza gacha. Mirando a Saoul de nuevo, esperé en silencio mientras él gruñía cada vez con más fuerza. La transformación le dolía, estaba segura de ello. 

Me obligué a mí misma a no moverme mientras Saoul se dejaba caer al suelo. Con los ojos fuertemente cerrados, su cuerpo empezó a cambiar con lentitud: su pelaje comenzó a desaparecer, su cuerpo empezó a cambiar, sus gruñidos se convirtieron en gritos. Cuando la transformación se completó, Saoul gritó de dolor, alzando la cabeza al cielo, como si le estuvieran torturando. Yo me estremecí con fuerza. A pesar de que cada año ocurría lo mismo, jamás me acostumbraría a tanto dolor. Una nueva lágrima cayó.

Caminé rápidamente hacia él, dejándome caer de rodillas ante mi Compañero de Vida. Tenía la cabeza gacha, con sus largos mechones rubios tapando su rostro. Cuando alzó el rostro, sonreí con dolor cuando él tragó, clavando sus preciosos ojos azul eléctrico en mí. Llevaba un año sin verle. Sin tocarle. Sin oír su voz. 

 –Lo siento tanto, Marie –susurró con la voz rota, como si ya no pudiese articular bien las palabras. Mis ojos se llenaron de lágrimas–. No podré contenerlo más. Este es el último año en el que podré volver a ti.

Y aunque lo sabía, no por eso dolía menos. Negué con la cabeza y envolví su cuello con mis brazos, acercándolo a mí. No me importaba si todos estaban observándonos, no me importaba nada salvo él.  



LUCHA DE IGUALES. || LB#3 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora