Capítulo extra [3]

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Dieciocho años más tarde...

LUCY.

Contuve la respiración mientras me escondía detrás de un enorme árbol, deseando no haber llamado la atención de ningún guardia mientras me escabullía entre las sombras hasta aquí. Con el corazón acelerado y la frialdad de la noche acariciando mi piel, me asomé por un lado del árbol y observé que el enorme jardín del castillo se encontraba en silencio. Estaba sola, nadie se había dado cuenta de que había salido. Una enorme sonrisa se extendió por mis labios y me subí la cremallera de la chaqueta hasta el cuello, empezando a imaginar todos los lugares que podría visitar esta vez en la ciudad.

Según me habían contado los gemelos, las manadas iba a dar una enorme fiesta esta noche en el bosque que había a las afueras de la ciudad, y no pensaba perdérmela por nada del mundo. Ya era adulta, y podía decidir perfectamente lo que quería hacer sin que mi padre tuviera que estar controlándome todo el tiempo. Bufé.

Sin querer pensar en ello, me adentré en el enorme jardín del castillo hasta que llegué al enorme muro que había protegiéndolo de los intrusos. Con una mueca, empecé a idear la forma de saltar aquel enorme obstáculo sin que me detectaran, hasta que su aroma llegó a mí. Era inconfundible.

Tobías.

Tragué saliva y me giré, pero no conseguí verlo. Los nervios empezaron a aflorar en mi pecho. Sin querer saber muy bien por qué, lo busqué desesperadamente con la mirada, sin éxito.

–¿Dónde estás? –susurré, sabiendo perfectamente que me oiría–. Vamos, sé que estás ahí... En algún lugar.

–Llevas casi toda tu vida entrenándote –me sobresalté cuando escuché la profunda voz a mis espaldas, envolviéndome como un cálido y oscuro manto–, y aún no eres capaz de detectar cuando alguien se acerca a ti. ¿Qué clase de entrenadores has tenido?

Me giré con el corazón acelerado, y mientras lo hacía me preparé mentalmente para encararlo. Sin embargo, no sirvió de nada: el oxígeno de mis pulmones se esfumó.

Desde hacía tres años, cada vez que posaba mis ojos en aquel vampiro, sentía como una enorme ola de tempestuosos sentimientos me golpeaba, y jamás había entendido por qué. A pesar de que lo había visto varias veces a lo largo de mi vida, nunca había podido identificar la conexión que siempre había sentido con él, y desde mi conversión, aquella conexión empezó a aumentar hasta alcanzar unos niveles exagerados.

Sin embargo, había algo en él que me molestaba profundamente: no notaba nada en él. Ni un solo sentimiento, ni siquiera una pizca de su interior... Era como si hubiese cerrado en banda todos sus sentimientos, y no comprendía por qué. El mayor de mis dones era la empatía que sentía hacia todos, pero con aquel vampiro era como si no existiera. Me sentía débil. Lo único que podía dejarme ver algo de él eran aquellos profundos ojos rojo oscuro, signo de que me sacaba siglos de edad aunque no aparentara más de veinte años.

En ese instante, me di cuenta de que me había quedado ensimismada. Suspirando por la vergüenza, me recordé a mí misma que debía hablar.

–Sabía que estabas ahí –me defendí con las mejillas coloradas, aclarándome la garganta e intentando hacer como si no me hubiera tirado un minuto entero babeando mientras le miraba–. Solo que solo lo supe cuando te acercaste lo suficiente... ¡Además! ¿Cómo sabes que había salido del castillo? Ni siquiera los guardias me han visto.

El vampiro sonrió levemente y mi estómago se apretó. Sin querer muy bien descifrar el por qué, le repasé con la mirada mientras fruncía el ceño. Él estaba apoyado en el muro, con las manos metidas en su chaqueta de cuero y con un pie cruzado delante del otro, con una pose que derrochaba seguridad y confianza en sí mismo. Su rostro estaba levemente ladeado, observándome fijamente con aquellos oscuros y poderosos ojos mientras varios mechones de su corto y rizado pelo caían sobre su frente.

LUCHA DE IGUALES. || LB#3 ||Where stories live. Discover now