[13] Tenso.

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DIANA.

Paseé por el camino de tierra mientras intentaba mantener el equilibrio. La oscuridad me envolvía como un manto helado, y a pesar de la temperatura cálida que había hecho esta misma tarde, ahora, en medio de la noche, había caído en picado. Temblé.

Parpadeé intentando mantener los ojos abiertos, pero me era imposible. Jamás me había sentido tan mareada y exhausta como en ese momento; entonces, en un momento de lucidez, maldije todas aquellas copas que había estado tomando por despecho, por venganza, por deseo de olvidarme de aquel impresentable que había decidido ocultarse en nuestra cabaña: Rick. Gemí cuando el dolor de cabeza se volvió agudo.

Quedaba poco para llegar, pero estaba empezando a pensar que había sido mala idea el rechazar a aquel lobo que me había ofrecido su ayuda... pero que horas antes, me había dado la primera copa. Bufé. 

A lo lejos, la silueta de la cabaña empezó a hacerse visible. Nos habíamos alojado en la más alejada, pero había que admitir que era muy acogedora... Salvo por el lobo feroz que me esperaba dentro. No pude evitar una carcajada. 

Llegué a los pequeños escalones, que parecían montañas en aquel momento. Me agarré con fuerza a la barandilla de madera cuando me tambaleé hacia atrás; otra carcajada se escapó de entre mis labios, pero rápidamente me tapé la boca. No quería despertar a mi torturador, no estaba lista para enfrentarme a sus palabras crueles. ¡Hoy no!

 Llegué a la puerta de entrada y saqué la pequeña llave, mirándola como si fuera mi mayor desafío. Y realmente lo era. Estaba tan mareada que no conseguía encajar la llave en la cerradura; casi lo había conseguido cuando la puerta se abrió de golpe y me habría caído hacia delante por la sorpresa si un cálido cuerpo no hubiese estado por en medio.

–Vaya mierda –mascullé, alzando la cabeza y encontrándome con sus llameantes ojos plateados–, he despertado al lobo... ¿te has comido a la abuelita?

Rick frunció el ceño y ladeó levemente la cabeza. Contuve una carcajada cuando él inspiró por la nariz y su rostro se convirtió en una mueca al oler el alcohol en mí. Bueno, no tenía nada que reprocharme. Si él hubiese estado en la cena, me habría comportado... o al menos, lo habría intentado. Pero con su ausencia, había cobrado mi venganza con creces. La marca amoratada de mi cuello lo demostraba.

  – Hueles a alcohol –dijo él con reproche en la voz. 

Yo le miré con una amplia sonrisa que sabía que me iba a traer problemas, pero ni siquiera me importaba. No era capaz de procesar nada más, salvo que a él le faltaba una camiseta. Y con urgencia... para mi salud mental. Aparté la mirada con rapidez.

–Y tú hueles a otra –espeté encogiéndome de hombros. Incluso borracha, incluso sin procesar mis palabras, me hirieron, fueron como un corte que abrió de nuevo la herida–. Es lo que tiene tirarse a una zorra.

Rick se tensó ante mis bruscas palabras y abrió la boca para defenderla, pero no se lo permití. No quería oír como protegía a esa perra delante de mí, no mientras ni siquiera podía caminar recto. 

  –Diana –su voz sonaba tensa mientras me seguía por la pequeña cabaña, con dirección a la habitación. Todo estaba oscuro, pero no lo suficiente como para que no pudiera ver por dónde iba. Aunque eso no impedía que trastabillara de vez en cuando; a la tercera, cuando estuve a punto de caer, él me sujetó del antebrazo. Una corriente se extendió por mi cuerpo desde el mismo lugar en el que él me tocaba; gemí en voz baja–. Con cuidado, joder.

Su voz sonaba tan furiosa que no pude evitar mirarle con curiosidad. Estábamos en el umbral de la única habitación que había, y entonces recordé que tendría que compartirla con él. Me sonrojé, pero no bajé la mirada. Ahora era mi oportunidad, ahora que no me importaba nada... que no procesaba igual la información.

–Eres un lobo feroz muy... muy malhablado–una pequeña risa surgió de mi garganta cuando él puso los ojos en blanco, obligándome a entrar en la oscura habitación–. ¿Vas a comerme?

–Diana –su voz era como el hielo, pero era demasiado divertido ver su expresión irritada. Jamás había visto tanta emoción en él, e iba a aprovechar al máximo... aunque mañana no fuese a recordar nada de lo que ocurriese esta noche.

–Ah... Es verdad –dijo con una sonrisa falsa, sentándome de golpe sobre el colchón y agachándome para quitarme las botas–. Que tú solo comes carne de mala calidad.

Un gruñido rompió el aire y yo me eché a reír. Sus ojos grises brillaban salvajes, como si estuviera al borde de un infinito abismo. Pero no me importaba, no después de la enorme herida que todavía sangraba en mi corazón.

–Estás dolida porque te rechacé, pero no voy a volver a hablar contigo de esto –gruñó él desde su enorme altura. Sentada en la cama, parecía mucho más alto, pero no me intimidaba–. Entiende que tú y yo nunca...

No le dejé terminar la frase, pues le lancé la bota al pecho. La esquivó, lamentablemente, pero al menos no acabó aquellas dañinas palabras. Estúpido, era un estúpido.

  –¡No estoy dolida, imbécil, estoy mucho más que eso! ¡Me has insultado! –me quité la otra bota y se la tiré, sin éxito de nuevo. Me levanté de la cama tambaleante y me acerqué a él con la cabeza alzada, retándole. Rick no se movió y me miró fijamente y en silencio hasta que dije mis últimas palabras–: Pero me he vengado bien, lobito.

O al menos, lo había intentado. Aunque no hacía falta contarle que había salido corriendo porque me habían entrado arcadas por el simple y llano hecho de que el lobo que había estado intentando tocarme, no era él. La única marca que había dejado sobre mi piel, me hacía estremecer por la angustia... Y todo aquello me hacía pensar en lo que habría llegado a sentir si hubiésemos llegado hasta el final.

¿Cómo había podido Rick acostarse con otra sin sentir lo que yo había sentido esta noche? ¿Era realmente cierto que no sentía nada por mí? ¿Era cierto que no le importaba?

Todas aquellas preguntas creaban dudas en mi mente, pero en cuanto vi sus ojos brillar furiosos y la mueca salvaje de su rostro, no pude evitar imaginar una esperanza. La esperanza de que sentía algo por mí, aunque fuera una simple y llana posesión. Algo.

–¿Qué has hecho? –sus palabras fueron calmadas, pronunciadas con lentitud. Sin embargo me estremecí y me alejé un poco de él instintivamente,  sabiendo que debajo de aquella tranquilidad se escondía una tempestad. 

Mi loba se tensó, expectante.

–Tú comiste –dije con la voz pastosa y la mirada lo más vacía posible, intentando olvidar lo que había intentado que ocurriese una hora atrás–. Y yo dejé que me comieran.

 Y tras aquellas palabras, todo se desató. 

LUCHA DE IGUALES. || LB#3 ||Where stories live. Discover now