[26] De vuelta.

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RICK.

Observé en silencio como Ariadna bajaba las escaleras para reunirse conmigo en la entrada de aquel enorme y viejo palacio. Sus ojos azules se clavaron al instante en los míos y se acercó lentamente a mí.

–¿Qué ha pasado en la reunión? ¿Cómo ha acabado todo? –preguntó ella entre susurros, inclinándose hacia mí. La seriedad brillaba en sus ojos, y su tono de voz parecía ansioso de información.

–Aquí no –le respondí secamente, cogiendo la mochila negra que contenía lo poco que había traído conmigo–. En el coche hablaremos, Ariadna.

Me giré con la intención de salir por fin de allí, de alejarme de aquel aroma que parecía estar por todos sitios. Necesitaba alejarme de Diana lo más rápido posible, pues a cada segundo que pasaba sentía como la necesidad de explicárselo todo aumentaba. Y eso no era algo que podía permitir.

De pronto, sentí como la mano de Ariadna me agarraba con fuerza mi antebrazo. Intentando contener el gruñido molesto que tenía enganchado en la garganta, me giré y la miré con una ceja alzada. Su mirada tenía cierto rastro de diversión.

–¿No vamos a esperar a la niña? –preguntó con sorna, soltándome al instante en el que gruñí roncamente–. Veo que por fin se ha dado cuenta de que no tiene nada que hacer contigo.

Apreté con fuerza la mandíbula para no mandarla a callar, hasta que su voz resonó por la enorme recepción del palacio. Tensándome, no pude evitar alzar mi mirada hacia ella. Inconscientemente, sonreí levemente.

–Eso creo que lo tengo que decidir yo, ¿no crees? –la voz de Diana fue como un rayo recorriendo mi columna.

Observé en silencio como Diana bajaba el último tramo de escaleras. Con el pelo húmedo por una rápida ducha y con sus ojos dorados brillando con nueva esperanza y fuerza, sentí como se creaba un agujero en mi estómago; aunque no estaba seguro de si se trataba por la secreta felicidad o por el dolor que sabía que tendría que seguir causándole. Maldije entre dientes y apreté la mandíbula cuando recordé las palabras derrotadas que ella le había dicho a Rebecca el día anterior; la tristeza y el dolor que brotaron de su voz todavía era un recuerdo que me destrozaba por dentro.

¿Por qué demonios seguía con esto?

¿Por qué era tan jodidamente terca?

¿Por qué sentía una felicidad egoísta al saber que ella no iba a rendirse?

–Pues creo que has decidido mal, Sucesora –la voz de Ariadna sonó burlona, lanzándome una rápida mirada de advertencia antes de girarse y encarar a Diana–. No deberías seguir con esto, te estás poniendo en ridículo.

–Te vuelvo a repetir –dijo Diana con una sutil amenaza en su tono de voz, sus ojos entrecerrados y una fría sonrisa en sus labios–, que ésa es mi decisión. Además, no creo que deba darte explicaciones de lo que hago.

Ariadna apretó los labios y me miró por encima del hombro cuando Diana pasó por nuestro lado, saliendo al exterior y dejándonos solos en la recepción.

–¿No vas a ayudarme? ¡No podemos llevarla con nosotros, Rick! –el susurro de Ariadna fue nervioso, irritado– ¿Qué vas  a decirle cuando tengamos que ir a nuestro hogar? ¡Se va a hacer preguntas sobre esto, maldita sea!

  –Ariadna –gruñí entre dientes su nombre, sintiendo como la furia me golpeaba; odiaba cuando me trataba como si fuera un niño pequeño que necesitaba aprender. En ese instante, recordé las miradas inquisitivas que Diana me había lanzado en la reunión, y también recordé cómo había encubierto la conversación que oyó con mi padre, meses atrás. Maldije entre dientes y negué con la cabeza–. Ella ya se está haciendo preguntas, sabe demasiado... Ha visto demasiado. No puedo dejarla aquí, ¿entiendes? Ella no va a aceptar un no por respuesta.

  Ariadna maldijo crudamente y frunció el ceño, repitiéndome que debíamos dejarla aquí. 

Girándome a la vez que la ignoraba, observé como Diana se alejaba cada vez más de nosotros y se apoyaba en el lateral del coche que iba a llevarnos de vuelta a casa. Conteniendo una maldición cuando ella se cruzó de brazos y nos miró seriamente desde la lejanía, supe en ese instante que no habría forma de hacerle cambiar de parecer. Por otro lado, sabía que llevarla con nosotros iba a ser un enorme problema. Y por último, estaba aquella parte de mí que no quería alejarla de mi vista. Quería poder observarla, poder oler su aroma, poder oír su voz. Y para mi jodida desgracia, aquella parte estaba empezando a ser la única que gobernaba mi mente. Gruñí con molestia y volví a clavar mis ojos en Ariadna.

–Vámonos –dije secamente, girándome y dejando a una perpleja Ariadna con las palabras en la boca.

–Pero... Rick, ¿me estás escuchando? ¡Rick!

Ignoré su llamada y bajé las escaleras de piedra sin poder apartar mis ojos de Diana. Llevaba una camiseta grisácea y unos pantalones negros que le envolvían con gracia las piernas. Observándola casi con desesperación, me di cuenta entonces que no llevaba ninguna maleta consigo salvo una pequeña mochila que colgaba sobre un único hombro.

–¿Y tus cosas? –pregunté con la garganta apretada, mirándola fijamente.

Cuando sus ojos conectaron con los míos, contuve un estremecimiento. Eran tan grandes, tan luminosos, tan llenos de energía... Parpadeé lentamente, intentando disimular lo mucho que me desconcentraba... Sobre todo cuando sonreía así, lentamente, como si hubiese hecho una travesura y la acabasen de pillar.

–Ya están en el maletero –señaló con el pulgar hacia la parte trasera del coche y me guiñó un ojo–. No iba a aceptar un no por respuesta.

A pesar del enorme desconcierto que sentía tras su trato normal hacia mí, no pude evitar sonreír. Una pequeña carcajada de escapó de mis labios y negué con la cabeza, maravillado por toda ella. Era única, en todos los sentidos. Y me encantaba.

Ella ladeó la cabeza y me miró de manera extraña. Su sonrisa aumentó y parpadeó varias veces, como si no pudiese creer lo que acababa de ver.

–¿Nos vamos? –de repente, el gruñido molesto de Ariadna me hizo volver a la realidad.

Dejé de sonreír al instante en el que los ojos azules de Ariadna conectaron con los míos. Pude leer el reproche y el constante recordatorio de que mi Unión con Diana no iba a ser nunca posible. Maldije mentalmente por haberlo olvidado con tanta facilidad las jodidas razones por las que no podía estar junto a ella. Gruñí.

–Sí –asentí con la cabeza y me metí en el coche sin poder mirar de nuevo a Diana. No cuando sentía el calor de su mirada sobre mí.

Agradeciendo los pocos segundos de soledad que tuve dentro del coche, me permití cerrar los ojos con fuerza y gruñí entre dientes una maldición, hasta que ambas se montaron en el coche y la tensión aumentó al instante.

Bien, iba a ser un viaje muy entretenido.

LUCHA DE IGUALES. || LB#3 ||Where stories live. Discover now