[21] Ácidas sorpresas.

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RICK.

Molesto era una palabra que no conseguía definir mi estado actual.

¿Furioso? Sí.

Había anochecido tan rápido que ni siquiera me había dado cuenta de todo el tiempo que había pasado fuera del castillo. Sin embargo, una parte de mí deseaba no regresar nunca. Y el único motivo que había para ello, estaba sentado a mi lado con los brazos cruzados y una sonrisa divertida en los labios. Gruñí entre dientes y la miré fijamente.

  –Deja de matarme con la mirada, Rick. Sabes que tenía que asegurarme de que ibas a volver de inmediato. Solo quedan tres semanas para el Festival de Invierno y sabes lo que eso significa.

Ariadna estaba sentada en el lugar del copiloto mientras me observaba con aquellos ojos azules. Cada vez que la miraba, recordaba el enorme problema que me había causado con Diana... y en el enorme problema en el que me iba a meter con ella, de nuevo. Apreté los dientes.

  –Te dije que volvería a tiempo, Ariadna –dije seriamente, acelerando mientras pasaba a toda velocidad por las calles de la ciudad– ¿Cómo demonios voy a explicar tu presencia aquí? ¿En qué demonios estaba pensando Marie cuando te dejó uno de los coches?

Ella se encogió de hombros.

  –Ella sabía que yo no me alejaría de mi Manada por una buena razón. Y mi Alfa, para mí, lo es –los ojos azules de Ariadna brillaron con seriedad–. Necesito que regreses ya, Rick. Todo se está descontrolando.

  –Necesito solucionar los problemas que hay aquí –mascullé entre dientes, apretando el volante con fuerza–. Y te repito que te dije que volvería cuanto antes. Joder, me estás complicando la vida.

Ariadna puso los ojos en blanco y bufó.

–Perdona que no crea tus palabras, Rick, pero sé lo estúpido que puede volverse un hombre cuando su Compañera de Vida le pide algo –las palabras de Ariadna fueron como dagas en mi estómago. Inesperadas y frías. La maldije mentalmente–. Estoy segura de que tenías pensado complacer a la niña y llevarla a casa con papá por unos días, ¿no es así?

Apreté los dientes con fuerza y la odié todavía más. Ariadna siempre había sido capaz de leerme sin problemas, y eso era algo que actualmente odiaba con fuerza.

  –Habría llegado a tiempo –repetí molesto.

–Sí, ya –Ariadna soltó una corta carcajada–. Ella te está ablandando, Rick, ¿no te das cuenta? Está consiguiendo que te abras a ella, que le dejes entrar. Pero tú eres más listo que eso. ¿Completarás tu Unión con ella? Demonios, esa niña es tan débil que no soportaría la carga.

Me tuve que morder la lengua para no espetarle que ella no conocía de nada a Diana, que ella no era tan débil como pensaba. Sin embargo, no dije nada pues no quería hablar del tema. Ni siquiera podía imaginar el dolor que nos causaría a ambos nuestra Unión.

Si eso ocurría, todo lo que habíamos pasado palidecería en comparación. 

Y no iba a permitirlo jamás.

–No me uniré –afirmé en voz baja, mirando fijamente el castillo que se extendía delante de nosotros–, ni con ella... ni con nadie.

Ariadna no dijo nada mientras entrábamos en el enorme jardín del castillo. Cuando bajamos, me miró fijamente mientras pasaba por delante de ella sin decir nada y empezó a seguirme segundos después.

Mientras entraba en el enorme y antiguo edificio, no supe que decir mientras observaba como Diana bajaba las escaleras del brazo de Rebecca. Ambas sonreían y se reían... Hasta que mi loba clavó sus ojos en mí.

Jamás habría estado preparado para la expresión de su rostro cuando captó el olor silvestre de Ariadna. En cuanto Rebecca y ella pisaron el suelo del recibidor, Diana frunció el ceño sin ser capaz de creerlo. Sus ojos dorados brillaban con dolor y sus labios se habían quedado entreabiertos. 

  –Diana –ni siquiera supe por qué dije su nombre. Sabía que lo mejor habría sido quedarme en silencio, pero una parte de mí deseaba acercarse a ella y explicarle que nada de lo que estaba imaginando era cierto. Sin embargo, sabía que no podía hacerlo.

No dije nada más mientras ella volvía a subir las escaleras con rapidez, desapareciendo de mi vista segundos después. La tensión parecía haberse hecho tangible cuando escuché la seria voz de Rebecca:

– Y bien, ¿se puede saber quién demonios eres? –la Loba Blanca no me miraba a mí, sino a Ariadna.

Sus ojos pardos la estaban atravesando, y a pesar de estar en un estado delicado, Rebecca parecía feroz y muy cabreada.

–Una mensajera, nada más –dijo Ariadna.

Me tensé cuando escuché su tono divertido y el regocijo en su voz. Un gruñido se quedó atascado en mi garganta, a la vez que Rebecca alzaba una fina ceja y clavaba sus ojos en mí, antes de devolverlos a ella.

–Pues espero que hayas entregado ya tu mensaje –la voz de Rebecca era tan suave como afilada–, porque no eres bienvenida aquí.

La Loba Blanca se giró con total dignidad, y una parte de mí quería agradecerle profundamente que protegiera de esa forma a Diana. Sin embargo sabía que Ariadna no podía irse sin mí, y yo no podía irme hasta mañana. Maldije entre dientes cuando Ariadna me miró con una ceja alzada.

–Rebecca–dije con la voz tensa. Ella se paró y se giró de nuevo, clavando su mirada en la mía–. Ella no puede irse sin mí, y la reunión se celebrará mañana por la noche.

 Los labios de Rebecca se fruncieron por el disgusto y nos miró consecutivamente, crucificándonos a ambos.

–En ese caso, mañana por la noche quiero que esté fuera de aquí –espetó la Loba sin ningún pudor, asesinando a Ariadna con la mirada–. Ni un día más. No permitiré que le hagas más daño de lo que le estás haciendo, Rick.  

Apreté los dientes mientras veía como volvía a marcharse... hasta que se paró de nuevo y volvió a mirarme, esta vez con una sonrisa falsa en los labios.

  –Por cierto, ¿estás durmiendo en el ala oeste, verdad? –los ojos de Rebecca brillaron maliciosos, con la ira apenas contenida en ellos. Cuando asentí levemente, ella sonrió todavía más–. En ese caso, ella dormirá en el ala este –Rebecca enfrentó a Ariadna con seriedad, borrando cualquier rastro de falsa simpatía de su rostro–. Estoy segura de que te encantará.

Tragué saliva mientras veía como la Loba Blanca desaparecía dentro del salón. Si no la hubiese conocido antes de estar embarazada, habría asegurado que las hormonas eran la única explicación para un comportamiento tan agresivo. 

Cuando nos quedamos a solas, Ariadna soltó una carcajada. La miré seriamente mientras ella se limpiaba una lágrima.

–Diablos, esa loba casi me destripa –volvió a reírse mientras negaba con la cabeza–. En fin. Me mantendré dentro de la habitación hasta mañana.

Cuando ella empezó a subir las escaleras, se paró de pronto y me miró por encima de su hombro.

  –Por cierto, espero que no seas tan idiota como para acercarte a la niña ahora que ella está herida. Aprovecha que piensa que la estás engañando conmigo y aléjala de ti. Sabes que es lo mejor.

Y a pesar de que yo mismo me repetía aquellas palabras, cada vez me costaba más cumplirlas. 

Sobre todo, mi fuerza se tambaleó cuando minutos después pasé por delante de su habitación y escuché los débiles y amortiguados sollozos. Apreté los dientes, sabiendo entonces que ella debía odiarme. Un dolor lacerante se extendió por mi pecho.

Cerrando con fuerza los ojos, me maldije a mí mismo mientras entraba en mi habitación antes de hacer alguna estupidez.

Como entrar en la suya y explicárselo todo.

 

LUCHA DE IGUALES. || LB#3 ||Where stories live. Discover now