[34] Nuestro día.

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DIANA.

Desperté con el mayor dolor de cabeza que jamás había experimentado; sin embargo, nada podía compararse al dolor que sentía en lo más profundo de mi pecho, frío y duro... Como la verdad que por fin había conseguido, pero que ahora creaba un sabor agrio en la parte baja de mi garganta. Como un ácido que se paseaba por mi boca, alegrándose de mi mudo sufrimiento.

Después de sus últimas y devastadoras palabras, Rick me había abrazado con fuerza, temblando, pero sin decir nada más... Pues no habían palabras de consuelo suficientes para acallar todo el dolor que sentía al descubrir que todas y cada una de las advertencias que había recibido de él, habían sido ciertas. Que jamás nos uniríamos, que jamás estaría completa. 

En ese momento, odié profundamente a aquella anciana que había maldecido a aquella Manada. ¿No le bastaba con alejar a los causantes de la muerte de su hijo? ¿Era necesario que Rick sufriera, que yo misma sufriera, por los errores de otros? 

Me mordí el labio con fuerza ante la injusticia y clavé las uñas en el colchón con fuerza, desgarrando la tela para intentar expulsar algo de la ira que sentía. Sin embargo, nada parecía suficiente. Quería gritar y maldecir a mi suerte. Quería golpear a Rick por no habérmelo contado antes, por no haber confiado en mí. ¡Yo le amaba, y él me amaba! ¡Él me lo había confesado! ¡Pero no había sido capaz de contármelo hasta ahora, cuando mañana a media noche sería el momento en el que ocuparía el lugar de su padre! ¿Cómo había sido tan egoísta? ¿Cómo había podido desperdiciar el poco tiempo que habíamos tenido juntos? 

Sin embargo, sabía la respuesta: yo. Él no había querido verme sufrir, como estaba sufriendo ahora. Realmente, aunque me costase un mundo admitirlo, el dolor que sentía con su rechazo no se podía comparar con lo que sentía ahora, cuando sabía que él quería estar conmigo... Pero no podía.

Las lágrimas me ahogaron de nuevo, sintiéndome impotente y dolida. Sentía la confusión desgarrándome, a mi loba arañándome para que saliese a buscar cualquier tipo de distracción... Sin embargo, no podía alejarme de aquella cabaña. No ahora, no cuando llegó hasta mí el leve olor de la sangre de Rick. Él me necesitaba... a pesar de que verle ahora destrozaría mi corazón.

Mirando hacia la puerta entornada de la habitación, me levanté de la cama y caminé lentamente hasta el pasillo, tambaleándome mientras me limpiaba las lágrimas. El olor de su sangre se hacía cada vez más potente a cada paso que daba, acercándome al baño. Cuando abrí la puerta, no pude creer lo que veía.

Rick estaba delante de espejo, con una mueca de dolor y un leve rastro de sudor por su rostro. Las vendas que anteriormente habían estado tapando aquella aparatosa herida, ahora estaban tiradas por el suelo y por el lavabo, empapadas en sangre. Mis manos temblaron cuando vi a Rick sisear mientras terminaba de coser aquella terrible herida que tenía sobre su hombro izquierdo; cuando terminó, dio un leve tirón al resistente hilo y gruñó. Sentí como me tambaleaba al ver toda la sangre que manchaba su pecho, sus manos y el suelo.

–Por fin has despertado... –dijo entonces él, con un gruñido por lo bajo, apoyándose con su brazo derecho en el lavabo. Su mirada estaba clavada en su propio reflejo, en la herida que acababa de coser como si nada. La sangre manchaba su pecho tras lo que había hecho, pero a él no parecía importarle–. Recoge tus cosas, tienes que irte. Vuelve a tu hogar.

Aquello fue como una patada en el estómago. A pesar de que cada una de mis células estaban gritándome para que me asegurara de que aquella herida estaba bien curada, no tuve fuerzas para moverme. No tuve fuerzas para acercarme a él, no cuando todo el baño tenía su aroma. Maldije entre dientes y empecé a respirar por la boca, o enloquecería.

–No tengo lugar a donde regresar, Rick –dije entre dientes, parpadeando para apartar las lágrimas–. Te lo dije. Solo quiero estar contigo.

Él gruñó entre dientes y apartó su rostro del espejo, como si no quisiera ver su propia reacción ante mis palabras. Sin embargo, yo si lo había hecho: sus ojos plateados habían brillado con aceptación, su lobo me aceptaba... Pero su parte humana no. Y a pesar de que entendía por qué, el dolor que sentía era tan fuerte que engullía cualquier rastro de razón. 

Solo pensaba en nuestra Unión. En ambos. En lo que sentíamos.

Y nada más.  

  –No alargues más esto, Diana. Mañana por la noche ocuparé el lugar de mi padre, y no habrá vuelta atrás. No volveremos a vernos... No hay nada más –Él apretó con fuerza sus manos, convirtiéndolos en puños–. Ya tienes lo que querías, sabes el porqué. Ahora vete.

 Negué con la cabeza, con un nudo en la garganta.

 –No puedo irme, no puedo alejarme de ti –susurré, con grandes lágrimas en los ojos, acercándome más a él. Rick me miró como si estuviese loca y gruñó, dando varios pasos hacia atrás para que no le tocase. Sus ojos brillaban con dolor y resignación, pero los míos no. ¡Todavía no!–. Me quedaré contigo, hasta... ese momento –ni siquiera podía pronunciarlo–. No pienso desperdiciar ni un segundo más. ¿Un maldito día es lo que tenemos? ¡Pues lo aprovecharé! 

 Rick cerró los ojos con fuerza y se tensó, sin moverse. Entonces, me acerqué a él y posé mis dedos en la cálida piel de su pecho, bajo la herida... sobre su corazón. La sangre manchaba su piel, pero no me importaba. Alcé la mirada hacia sus ojos, esperando una respuesta... Un sí.

–Nos destrozará –dijo él con la voz ronca–. Tenerte un solo día me matará, Diana. 

  –Yo lo prefiero así –susurré, mirando la sangre que manchaba mis dedos; mis ojos se humedecieron–. Prefiero saber como habría sido estar un día junto a ti, que pasarme el resto de mi vida preguntándomelo. 

Él cerró los ojos de nuevo y gruñó; sin embargo, asintió levemente. Con un movimiento rápido de sus manos, hundió su mano en mi pelo y me pegó más a él, uniendo nuestras frentes, suspirando levemente. 

–Nuestro día –susurró él entonces, con una sonrisa amarga en los labios.

 Yo me mordí el labio con fuerza para no echarme a llorar cuando sus ojos se clavaron en los míos.

Tras sus palabras, me alcé de puntillas y pegué mis labios a los suyos, intentando encontrar la forma de enmascarar el dolor que sentía en el corazón, de encontrar la forma de que sus labios curaran cada una de las heridas que tenía mi alma. Porque sabía que, cuando llegase el momento, no volvería a verle. 

Y mientras le besaba, sentía como el sabor salado de mis lágrimas se mezclaban en nuestros labios, incapaz de controlarlas.

Porque él había tenido razón en sus palabras: Hoy iba a ser nuestro día. Y el último.


LUCHA DE IGUALES. || LB#3 ||Where stories live. Discover now