[11] Hermanos.

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DIANA.

Cabreada no era el término exacto para definir como me sentía en ese momento. Me sentía entre avergonzada y furiosa; sí. La mezcla de esos dos sentimientos podrían acercarse a como me sentía mientras observaba enorme cama de matrimonio que había en la única habitación de la pequeña cabaña. Mi garganta ardió por las ganas de gritar, y tuve que apretar los dientes para no hacerlo.

¡Jake era un cabrón! No había otra forma de definirlo. ¿Cómo se había atrevido a ponerme en una minúscula cabaña, con una única cama? ¡¿Pero es que quería que lo matara?! ¡¿O quería que me muriese?!

  –Ni de broma –espeté entre dientes, mirando a Amalia que parecía tan sorprendida que yo. Sin embargo, en el fondo de su mirada, podía ver el rastro de perversa diversión que tanto me recordaba a Jake. Ahora entendía por qué eran Compañeros de Vida–. Voy a matar a tu novio.

Amalia contuvo una carcajada mientras balbuceaba algo en voz baja. Puse los ojos en blanco, irritada y miré a Rick que parecía una estatua en medio del salón, a varios pasos de nosotras. Él simplemente me miraba fijamente, como si aquello no fuera con él.

  – ¿No tienes nada que decir?–le pregunté avergonzada. Una parte de mí estaba dando saltos de alegría, pues iba a tener que acercarse a mí quisiera o no, pero la otra, la que seguía y seguiría rencorosa con él, lamentaba haber perdido su oportunidad para sanar nuestras en heridas en paz–. Solo hay una cama, Rick. 

  –Habrá una explicación lógica para esto –a medida que sus palabras salían de su boca, supe que ni siquiera él las creía. Su tono de voz era demasiado seco, demasiado irónico. Solo había una explicación para esta situación: Jake Johnson. Mi mejor amigo, que pronto se convertiría en mi mejor amigo muerto–. Es solo una cama.

–¡Ese es el problema! ¡Que solo es una! –le espeté molesta e irritada, sin poder aguantar su raciocinio. ¿Es que no podía ponerse de mi parte por una vez? Amalia se tuvo que tapar la boca ante mis palabras, pero las carcajadas ahogadas hacían temblar sus hombros. La miré con una mueca molesta–. Eres tan mala como tu Compañero, vampiro.

  Sus ojos me miraron con divertido arrepentimiento, pero no podía borrar la sonrisa de sus labios.

–Hablaré con Jake –dijo entonces la vampiro, intentando parecer seria sin conseguirlo.

Yo negué con la cabeza y gruñí algo molesta, quitándome la chaqueta y dejando la bufanda y la bolsa de las galletas sobre el sofá. Sentí como mi estómago se apretaba por la decisión que acababa de tomar: sería yo quien hablara con Jake... De todo. Necesitaba desahogarme y hacer sangrar a algo.

Y Jake era el candidato perfecto, después de Rick. Aunque no estaba muy segura de querer pelear contra el enorme lobo gris, que seguía siendo un enorme misterio para mí. Lo miré de reojo, pero Rick parecía ensimismado mirando algo en mi espalda. Me estremecí levemente y aparté la mirada de él. No quería saberlo.

  –Voy a ir yo –dije relamiéndome los labios, sintiendo como mi loba parecía despertar al notar mi excitación por la pelea que se avecinaba.

Amalia sonrió ampliamente y asintió.

–Jake está...

–Sé donde está ese cigoto –le dije con un guiño que me premió con una carcajada–. Te prometo no hacerle mucho daño. 

Amalia no dijo nada mientras salía corriendo de la pequeña cabaña, intentando despegar de mi cuerpo la mirada de Rick, que notaba a pesar de que no le estaba viendo. 

* * * * * * * * 

No había tardado nada en encontrar a Jake en medio de la calle mientras hablaba con uno de los aldeanos; el lobo anciano, al ver la tensión de una próxima lucha en mi cuerpo, se despidió de su Alfa con una pequeña sonrisa. Me paré a varios metros de Jake, observando su ancha espalda y aquellos cabellos negros que mantenía siempre en un auténtico descontrol. Cuando se giró y me miró con aquellos ojos negros, una amplia sonrisa pícara se extendió por sus labios.

No pude evitar copiar su gesto con irritación. Jake era como mi hermano, en todos los sentidos. Era un pilar sólido en mi vida, pero también era una continua molestia. Y ahora acudía a él por aquellas dos razones: necesitaba su apoyo, su consejo... y su sangre. ¡Iba a matarle!

  –Jake –dije entre dientes sin tener que levantar la voz. Su mirada negra brilló con un tono salvaje: su lobo acababa de despertar–. Voy a hacerte mucho daño por esto. 

Jake se empezó a reír con fuerza; una luz dorada brilló en el fondo de sus ojos. Sonrió de manera lobuna y ladeó la cabeza, retándome a que lo intentara.

  –Primero tendrás que cogerme, enana.

Me mordí el labio con fuerza para no echarme a reír y a maldecir a la vez. Odiaba aquel apodo con fuerza, pues había estado arrastrándolo hasta que había tenido edad y fuerza suficiente para golpear a cualquiera que se atreviese a llamarme así.

Sin esperar un segundo más, me lancé a por él, corriendo lo más rápido posible. Jake, que había estado en guardia, me esquivó y salió disparado hacia la primera línea de árboles que rodeaban la aldea, carcajeándose por el camino.

Sentí como la adrenalina empezaba a circular libremente por mi cuerpo. Una sonrisa se extendió por mis labios mientras le perseguía entre la maleza como si persiguiera a mi presa, comiéndome poco a poco la distancia que nos separaba: era la loba más rápida de las Manadas. O al menos, lo había sido hasta que observé la inhumana agilidad que Rick poseía. Pensar en ello me enfureció, pero recordar lo que pasó minutos después tras mi marcha, encendió mi ira. 

Con un grito furioso, salté sobre Jake y lo derribé sin ningún cuidado. Estuvimos largos minutos rodando por la tierra húmeda y las piedras mientras nos golpeábamos sin ningún tipo de regla que nos censurara cualquier movimiento. Este era el por qué amaba pelear contra Jake; no había nada que no se pudiera hacer, todo estaba permitido: mordiscos, patadas, arañazos, tirones de pelo. Incluso una vez le tiré una piedra que le abrió una brecha en la cabeza. Estuve riéndome durante semanas.

Me maldije entonces por desconcentrarme, pues Jake me pegó una patada en el estómago lo suficientemente fuerte como para lanzarme por el aire varios metros atrás. El dolor fue como un rayo, extendiéndose por mi abdomen hasta cubrir todo mi pecho. Tosí varias veces. En el suelo, me apoyé en mis codos y miré con una mueca a Jake, que seguía también en el suelo, copiando mi posición. Ambos jadeábamos y nos mirábamos fijamente, con intensidad. 

Su rostro tenía varios golpes: el labio le sangraba y su mejilla estaba empezando a amoratarse; tenía varios arañazos en los brazos, y le había desgarrado la piel de hombro cuando había estado a punto de inmovilizarme contra el suelo.

Mientras me palpaba la nuca, observé la sangre de la pequeña herida que me había hecho tras golpearme con una roca que había en el suelo; también notaba como empezaba a palpitar el lugar donde Jake me había dado la patada y también preveía un gran moratón en el pómulo izquierdo. Sonreí levemente.

  –¿Qué es lo que pasa, Diana? –me preguntó Jake de pronto, mirándome con una sonrisa después de escupir la sangre de su boca–. Hoy me has pegado más fuerte que nunca.

Me sentí fatal al instante por liberar parte de mi dolor y mi furia con él. Jake no se merecía que lo tratase como un saco de boxeo, pero no había podido evitarlo. Cerrando los ojos y levantándome del suelo con esfuerzo, me acerqué y me dejé caer de rodillas delante de él. Las lágrimas se empezaron a acumular en mi rostro; un incontrolable puchero se marcó en mis labios. Jake tragó saliva y encogió sus piernas, apoyando sus brazos en sus rodillas y apartándome una lágrima con delicadeza.

  Jake la miró sin poder creer lo que veía. Yo tampoco lo creía, realmente. Miré la pequeña gota de agua con tormento, recordando el por qué había sido liberada: Rick. Una nueva ola de lágrimas comenzó. ¿Estaba llorando delante de Jake? Sí. Y no me importaba. Necesitaba apoyarme en alguien sólido, en una persona que siempre hubiera estado ahí. Y ese era Jake: mi amigo, mi hermano, mi apoyo.

Él no dijo nada mientras llevaba una de sus manos a mi nuca y me atraía hacia su hombro, utilizando su otro brazo para rodear mi cintura. Yo enrollé su cuerpo con mis brazos y apreté la tela de su camiseta con impotencia, dejando que las lágrimas salieran sin descanso ni control. Jamás había llorado como lloré en ese instante, y jamás estuve más agradecida con Jake por estar ahí en el momento justo.

  –Vamos enana –dijo con la voz afectada, mientras yo seguía llorando–. Dime lo que ha pasado con él.

 Y lo hice. Durante dos largas horas, le conté todo lo que no le había contado a nadie: mis sentimientos, mis miedos, mi amor por Rick. Y mi completa furia por su constante negación.

LUCHA DE IGUALES. || LB#3 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora