[25] Consejos.

7.3K 849 63
                                    

DIANA.

Salí de aquella enorme sala en cuanto la reunión acabó. A pesar de haber pasado horas discutiendo sobre los extraños asesinatos de Corina y Marcella, no parecía haberse llegado a ninguna conclusión. Por una parte, Rick, junto con el extraño apoyo de Lucan, parecían convencidos de querer olvidar el tema. Por otro lado, Jake estaba convencido de querer encontrar las respuestas a todo esto. Y por último, me encontraba yo: ansiaba saber la verdad que se ocultaba en aquel frío bosque, quería saber el secreto que escondía Rick y que estaba segura que estaba relacionado con todo lo demás. Sobre todo, quería la respuesta a todos los porqué que rondaban mi mente. 

Sin embargo, cuando me encontré con la seria mirada de Rick, me di cuenta de que no sabía si sería capaz de aguantar otro golpe. No si venía de él; no si tenía que ver con Ariadna. Me mordí el labio con fuerza y aparté la mirada.

Con un suspiro atragantado, me alejé de todos ellos con una única idea en mente: refugiarme en mi habitación hasta que decidiese qué iba a hacer. Sabía que no podía precipitarme, que mi corazón pendía de un delicado hilo que Rick podía cortar muy fácilmente. Sin embargo, sabía que no sería capaz de ver como él se marchaba con ella. No iba a aguantarlo, y eso era algo que me estaba volviendo loca. 

Necesitaba pensar.

  –Diana –la voz de mi padre resonó por los pasillos, parándome instantes antes de que consiguiera entrar en mi habitación. Me tragué una maldición y cerré los ojos con fuerza, antes de girarme y enfrentar su oscura mirada– ¿Podemos hablar?

Mi sonrisa flaqueó por momentos. ¿Hablar? ¿De qué quería hablar? 

Con un pequeño asentimiento, abrí la puerta de mi habitación y le invité a pasar. Cuando cerré la puerta, sentí el nerviosismo recorriendo mi estómago. Me sentía como cuando era pequeña y hacía alguna travesura, como si fuese a castigarme y a quitarme el postre durante un mes. Me mordí el labio para no sonreír. 

–¿De qué quieres hablar? –le pregunté mientras recogía mis cosas y las ponía sobre la cama, sin olvidarme del ejemplar de cuero que debía devolver a su dueño... cuando encontrase las respuestas que solo Rick podía darme. Demonios, ¿por qué todo lo que hacía estaba relacionado con él?–. Ya tengo todo preparado, cuando quieras podemos...

–No vas a venir conmigo –me interrumpió él, mirándome seriamente. 

Alcé la mirada y le miré muda. ¿Qué era lo que acababa de decir?

–¿Cómo? 

–No vas a venir a casa conmigo, Diana –repitió él, sentándose en la cama con los brazos cruzados. Parpadeé perpleja, sin poder creer que mi controlador padre estuviese ordenándome que no estuviese bajo su atenta mirada–. No vas a huir. Nunca lo has hecho, y no lo vas a hacer ahora.

Sentí como si me golpearan con una piedra. Agitando la cabeza levemente, fruncí el ceño y relamí mis labios, nerviosa. ¿Cómo sabía que estaba intentando huir? ¿Cómo se había podido dar cuenta?

–Por favor, Diana –dijo él con un tono burlón, pero con el reproche manchando su voz–. Eres mi hija. Te he visto crecer; sobre todo, te he visto mentir. Nunca has sido capaz de hacerlo bien, cariño. 

–No sé de qué me estás hablando –dije con voz aguda, apartando la mirada y cruzándome de brazos. Las lágrimas estaban empezando a quemar en mis ojos y estaba apretando los dientes para que mi mandíbula no temblara. Odiaba que me conociera tan bien; sobre todo, odiaba que me dejara sin ideas.

–Diana –mi padre se levantó de la cama y se acercó a mí, acariciándome la mejilla y sonriendo de aquella forma que hacía que sus ojos brillaran y que sus rasgos se suavizaran–. Es normal que tengas miedo, pero...

–¡Yo no tengo miedo! –reproché, apartándome de él y quitándome una lágrima con furia. Él no podía entender todo el dolor y el rencor que llevaba dentro; sin embargo, sabía que tampoco podía contárselo. Él era mi padre después de todo, y mataría a Rick si supiera todo lo que me había hecho. Me mordí el labio con fuerza y negué con la cabeza–. Él ha sido un idiota conmigo, y estoy cansada. ¡Si él no quiere estar conmigo, pues que le den!

Y a pesar de que mis palabras habían sonado decididas y furiosas, sentía un vacío en el pecho y las lágrimas no paraban de salir de mis ojos. Odiaba ser tan débil, sobre todo delante de mi padre. Aparté la mirada.

–Mi niña–contuve un sollozo cuando él me atrajo hasta sus brazos, de nuevo. Esta vez no pude evitarlo, y me hundí en su pecho mientras lloraba–. No sé qué está pasando entre vosotros, y seguramente no quiero saberlo, pero sé que eres más fuerte que esto.

  –No soy fuerte, papá –susurré con voz ronca, cerrando los ojos y dejándome consolar por él–. No puedo con esto. Me hace daño, no quiero seguir intentándolo.

  –No, Diana, no... Tú siempre has sido la más fuerte de todos, y no me refiero físicamente –él se apartó levemente de mí y me obligó a mirarle a los ojos; cuando lo hizo, me apartó las lágrimas con los pulgares y sonrió–. Siempre has sido capaz de conseguir todo lo que te proponías, incluso cuando era imposible. Incluso cuando no era lo que los otros esperaban de ti, siempre has luchado por lo que tú quieres... Y eso es lo que te hace fuerte, Diana –me sorbí las lágrimas mientras él me apartaba el pelo del rostro, despejando mi frente y mis mejillas, mientras su ronca voz me envolvía y me calmaba–. Recuerdo una día cuando eras muy pequeña que regresaste a casa llorando por la furia y con heridas por todo tu rostro, mientras me decías que unos niños de otras Manadas te habían insultado y te habían dicho que jamás conseguirías ser una Sucesora, porque eras demasiado débil para vencerles. Yo intenté animarte durante horas, pero nada pareció servir. Al día siguiente, apareciste en mi despacho con el ceño fruncido y me dijiste... ¿Lo recuerdas?

Mi garganta se apretó mientras intentaba recordar aquel difuso momento. Recordaba aquella pelea con los niños, y la vergüenza que sentí cuando me eché a llorar delante de ellos... Pero no recordaba nada más. Negué con la cabeza. Él sonrió mientras seguía acariciándome las mejillas.

  –Me dijiste que, aunque no fueses capaz de ser más fuerte que ellos, te encargarías de ser todo lo demás –me reí cuando él soltó una carcajada mientras negaba con la cabeza–. Yo no supe a qué te referías, hasta que dos años después tras otra reunión de Manadas, te reencontraste con esos mismos chicos y les superaste. Volviste a casa jadeante y con una radiante sonrisa en tu rostro. ¿Y sabes qué me dijiste? Que no habían podido pegarte, porque ni siquiera habían podido alcanzarte–se echó a reír, de nuevo–. Habías sido más fuerte que ellos, pero de una manera muy distinta. Conseguiste imponerte ante ellos, les demostraste que valías mucho más de lo que pensaban... Y todo, porque no te rendiste. Te empeñaste en ser mejor, y lo conseguiste. ¿Entiendes lo que quiero decir, Diana?

Me mordí el labio mientras asentía con la cabeza. Intentaba contener las lágrimas, pero esta vez de agradecimiento hacia aquel hombre que conseguía darme fuerzas de donde no sabía que tenía.

  –Quieres decir que le demuestre a ese idiota que no va a vencerme, ¿no? –dije con un rastro de risa en mi voz, cuando sus ojos relampaguearon con diversión tras besarme la frente.

–Exacto, hija –él sonrió de manera lobuna y me atrajo hacia un enorme abrazo–. Demuéstrale a ese lobo que como tú, no hay otra. Haz que se arrepienta de lo que sea que te ha hecho... Y si no lo consigues... Demonios, entonces lo haré yo. Para eso soy tu padre, ¿no?


LUCHA DE IGUALES. || LB#3 ||Where stories live. Discover now