[16] Nunca digas nunca.

7.9K 804 55
                                    

DIANA.

Sus labios se juntaban a los míos a la perfección, como si fuéramos un puzzle de dos piezas que por fin conseguían encajar de alguna forma desenfrenada. Sentía mis labios arder mientras mi corazón golpeaba contra mi pecho con fuerza y despertaba cada célula de mi cuerpo, instándolo a hundir mis manos en el pelo de su nuca y en alzar mi cuerpo para acercarme más a él. Una de sus manos descansaba sobre la parte baja de mi espalda mientras la otra mano se hundía en mi pelo con suavidad y firmeza. Jamás había sentido su contacto tan profundamente como lo sentía ahora, como si cada suspiro, cada roce de nuestros cuerpos, fuera eterno. Perfecto. 

Nos besamos durante largos minutos, saciando la innegable necesidad que teníamos sobre el otro. Todo lo que no nos decíamos con palabras, estaba siendo revelado con aquellos salvajes besos. 

Cuando por fin nos separamos por la falta de aire, la tensión entre nosotros era algo casi palpable. Mis manos descansaban sobre su piel, sobre su pelo, y cada parte de mí me suplicaba que no me alejase de aquel contacto que calmaba cada célula de mi cuerpo, pero que a la misma vez las revolucionaba. Creaba un perfecto caos en mí, y estaba volviéndome adicta a él.

Cerré los ojos mientras oía nuestras respiraciones aceleradas entremezclarse. El olor de su piel me envolvía como una manta, el sabor de sus labios parecía haberse vuelto permanente en los míos, pero tenía miedo de lo que podía ocurrir a partir de ahora. Rick había sucumbido, nos habíamos besado y eso había abierto una puerta que no pretendía dejar que él cerrara; sin embargo, sabía que tarde o temprano iba a intentar hacerlo. Aunque todavía no sabía por qué.

Apreté los dientes con fuerza para no gruñirle cuando sus manos empezaron a alejarse de mi cuerpo. Sentí ganas de llorar cuando desenredó sus dedos de mi pelo y clavé mi mirada en sus ojos, intentando encontrar el por qué se estaba alejando tan rápido de mí. Sus ojos grises seguían teniendo aquel fuego salvaje, pero su rostro estaba tenso mientras daba varios pasos hacia atrás. Cuando separé las manos de su piel, sentí la corriente fría del aire que recorría el bosque. Estábamos de madrugada, pero no había notado el frío que hacía hasta que él se alejó. Me mordí el labio, observándolo.

El silencio nos envolvió mientras le veía pasarse una mano por el pelo, que parecía brillar como el cobre a la luz de las hogueras. Mi garganta se apretó cuando él bajó la cabeza y masculló una maldición. ¿Se arrepentía de lo que acababa de ocurrir? 

  –Diana –dijo él de pronto, con la voz tensa y sin poder mirarme. Otra puñalada a mi corazón. Tenía la mirada fija en el fuego que ardía cerca de nosotros, como si hubiese hecho algo malo... como si quisiera disculparse.

–No –me negué a que siguiera hablando. No le iba a permitir que menospreciara lo que acababa de pasar–. No te atrevas, Rick. No te alejes.

Mi voz se quebró cuando él gruñó ante mis palabras. Lo vi cerrar los ojos con fuerza, con el rostro desencajado. Di un paso hacia él con intención de tocarle, de intentar hacerle ver que podíamos encajar, que estábamos hechos para estar juntos. Sin embargo, Rick negó con la cabeza y apretó la mandíbula.

  –Esto no puede pasar –dijo con la voz tan ronca que ni siquiera estuve segura de lo que había oído–. Deja de tensar las cosas, maldita sea. Yo no quiero esto.

Su mentira se clavó como una daga en mi corazón. Me negaba a creer que fuese cierto, no después de todo lo que acababa de pasar, no después de ver su comportamiento, y sobre todo, no después de notar que sentía la misma necesidad por mí como yo la sentía por él. Me negaba, pero dolía. Y no sabía cuanto tiempo más podría aguantarlo.

–Eres un mentiroso –le espeté sin poder evitar hacer un puchero. Las lágrimas de furia y dolor se habían acumulado en mis ojos, pero no me iba a permitir dejarlas huir. No por esto–. Sé que ocurre algo contigo, Rick. Sé que hay algo que me aleja de ti... ¡Pero no voy a permitir que nos mientas a los dos, maldito seas! 

Rick gruñó y clavó sus ojos en los míos. Su mirada era tan diferente a como estaba acostumbrada, tenía tanto sentimiento recluido en su interior, que se me cortó la respiración. Podía ver como la frustración y el dolor se mezclaban en aquellos orbes plateados, y yo ansiaba compartir aquellos sentimientos para poder aliviarlos. Sin embargo, una parte de él se interponía entre su alma y yo.

  –Te he dicho que no voy a permitir que esto ocurra, Diana –me gruñó con fuerza, enfadado–. Mi madre se equivocó al darte esperanzas conmigo –me quedé muda cuando nombró a Marie. ¿Él sabía que la Alfa me había brindado su ayuda?–, lo que acaba de ocurrir ha sido un error que no volverá a pasar.

Una puñalada en el corazón me habría dolido menos, pero intenté no demostrárselo. Apreté con fuerza las manos para evitar que se notase el temblor que las recorría, pero no pude evitar contener un grito de frustración.

  – ¡Eres un hipócrita! –le grité con todas mis fuerzas, con las lágrimas cayendo sin control– ¡Después de estar a punto de matar a un chico que casi se acuesta conmigo, después de descontrolarte y después de besarme como lo has hecho, cómo tienes la cara de decirme que ha sido un error! ¡Eres un completo imbécil! 

  –Diana –la voz de Rick resonó por todo el claro, y odié aquel tono tan dominante que solo había oído en él–. No juegues conmigo. Déjame en paz, yo ya he tomado una decisión.

Apreté los labios en una fina línea y me acerqué a él en dos zancadas. Observé atentamente como se tensaba mientras le encaraba, sabiendo que aquello ponía en guardia a su lobo. Parecía odiar cuando le retaba, pero en ese instante me importaba bien poco lo que pensara o quisiera. ¡Me estaba destrozando con sus palabras!

  –Me da igual que hayas tomado tu decisión, Rick –le dije entre dientes en voz baja, mirándole a los ojos mientras sentía como las lágrimas seguían corriendo. No podía dejar de llorar, y no estaba segura de si era por el dolor o la furia–. Ya te he dicho que yo también lo he hecho, y no voy a rendirme hasta abrirte los ojos y hacerte tragar tus palabras –me pasé el antebrazo por los ojos, apartándome las lágrimas con una vacía carcajada, recordando sus palabras–. Y ya veremos si esto no vuelve a ocurrir, Rick. Te besaré cuando quiera, y tú no podrás evitarlo aunque lo niegues después. Conmigo, nunca digas nunca, hipócrita. 

Sus ojos brillaron con desafío y furia, retándome a que lo intentara. Observé como su garganta se movía con dificultad al tragar. Sonreí sin ganas y di dos pasos hacia atrás, cerrando los ojos mientras una nueva ola de lágrimas me golpeaba. Me giré antes de que pudiese verlas y empecé a caminar lejos de él, de su penetrante mirada y de sus hirientes palabras, mientras la tierra congelaba mis pies desnudos. Bastante mal había pasado aquella noche, no quería recibir ningún golpe más.

Cuando estuve a punto de internarme en el bosque y alejarme del claro, escuché el desgarro de unas ropas . Mirando por encima de mi hombro, lo último que vi fue el reflejo plateado de un lobo desapareciendo en la dirección contraria a la mía. 

Cuando un sollozo irrefrenable se escapó de entre mis labios, escuché un aullido desgarrador. Temblé con fuerza y empecé a correr lejos de allí.

LUCHA DE IGUALES. || LB#3 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora