[32] Reencuentro.

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JACQUES.

Inspiré con los ojos cerrados, disfrutando del aire helado de la mañana, y me recosté bajo la sombra del enorme árbol donde la había encontrado por primera vez.  

La imagen de su rostro, de su pelo rubio y su mirada estupefacta apareció en mi mente como un rayo, clara y concisa. Entonces, recordé cómo la conocí y tuve que sonreír mientras la imagen de su rostro serio aparecía en mi mente como un rayo, claro y conciso:

Había salido de la aldea, furioso y avergonzado tras haber obedecido la orden de Rick. A pesar de que sabía que me había equivocado al agarrar de esa forma a Diana, el solo oír de sus labios que Rick era lo que yo no podría ser jamás, había encendido mi ira con rapidez. 

Eché a correr por el bosque, sorteando los obstáculos que la naturaleza había puesto delante de mí, y no paré hasta que sentí arder mis pulmones y mis músculos temblaron por  el esfuerzo físico. Cuando paré para descansar, me recosté sobre un árbol de grandes raíces y suspiré con cansancio, sintiendo como todo sentimiento de ira era reemplazado por la culpabilidad; seguramente habría herido a Diana, sin querer, y en vez de pedir una disculpa había huido como un niño asustado. Un gruñido molesto salió de mi garganta, y cerré los ojos con fuerza mientras apoyaba la cabeza contra el tronco.

Pasé allí varios minutos, hasta que de pronto escuché el sonido de unas pisadas acercándose al claro en el que yo estaba. Frunciendo el ceño, me levanté con rapidez y me escondí tras la sombra de aquel árbol, esperando pacientemente a que quien fuese que producía aquellas pisadas, apareciese.

Sin embargo, jamás habría sido capaz de definir lo que sentí cuando ella apareció delante de mí. Mi garganta se secó, mi corazón se aceleró. Inspiré lentamente, y cuando el olor silvestre de su piel llegó hasta mí, un imponente sentimiento de posesión me golpeó.

Me quedé en silencio, observando como aquella loba del color de la canela se convertía en una esbelta mujer rubia. Me lamí los labios mientras repasaba su delicado rostro, sus ojos azules, su delicada nariz y su pequeña boca. 

A pesar de que sabía que era una estupidez, salí lentamente de mi escondite y caminé en silencio hasta ella, la cual se había arrodillado en la orilla del lago para beber agua.

  –No te acerques –dijo ella entonces, lanzándome una mirada asustada y estupefacta por encima de su delicado hombro. Aquella mirada fue como un rayo; obedecí al instante, por miedo a asustarla más–. ¿Cómo demonios te has acercado, maldita sea?

Contuve una pequeña sonrisa mientras ella se incorporaba lentamente, mirándome a la cara y con el ceño fruncido. 

  –No te preocupes, no voy a hacerte daño –el pensar siquiera en ello me dolió. 

Ella frunció el ceño todavía más y se cruzó de brazos, ladeando levemente la cabeza. 

  –¿Qué te hace pensar que puedes contra mí? –ella bufó y entrecerró los ojos cuando inspiró levemente mi aroma. Ella se estremeció pero negó con la cabeza–. Lárgate, no tengo tiempo para esto. 

 Negué con la cabeza, pensando que era imposible que me pudiese alejar de ella... No cuando la había encontrado de una forma tan repentina. Antes, había creído que estaba enamorado de Diana, pero ahora... No. No había forma para ello. Sonreí levemente.

–No, no voy a irme... No ahora que te he encontrado. Tú también lo notas, ¿verdad?

Ella tragó saliva y me miró con aquel par de ojos azul celeste; pude ver algo de miedo en su mirada, y eso me hizo querer cuidarla. Tragué saliva.

  –No... ¡No sé de qué estás hablando!–espetó ella, dando varios pasos hacia atrás, apartando su mirada de la mía–. ¡Me voy!

Contuve la respiración mientras ella se giraba, con intención de marcharse. Una especie de ansiedad se extendió por mi pecho cuando me di cuenta de que ella iba realmente a desaparecer. Sin pensarlo, me acerqué rápidamente a ella y la cogí de la mano, impidiéndolo. Cuando su piel rozó la mía, contuve un estremecimiento.

  – ¡Espera!–dije, apretando su mano. Cuando sus ojos conectaron con los míos, pude ver la ansiedad y el miedo en ellos. Maldije entre dientes–. Al menos, dime cómo te llamas.

Ella apretó los labios en una fina línea y apartó la mirada.

  –Ariadna –dijo ella en voz baja, soltándose de mi agarre de un tirón–. ¡Ahora déjame en paz!

Mi respiración se entrecortó cuando ella se alejó varios metros más, y se convirtió de nuevo en una loba. Desesperado, grité su nombre cuando ella estaba a punto de desaparecer entre la maleza; ella se paró y me miró desde lejos seriamente.

–Te esperaré aquí. Todos los días. A esta hora –sonreí levemente cuando me llegó el sonido de su gruñido. No iba a rendirme con ella–. Cuando dejes de tener miedo, vuelve. 

Casi pude imaginar su rostro, con el ceño fruncido ante mis últimas palabras. Cuando ella echó de nuevo a correr, mi respiración se entrecortó. Sin embargo, jamás olvidaría el olor silvestre de su piel. 

Desde entonces, había estado acudiendo al lugar donde la encontré por primera vez, sin resultado. Ella no había vuelto, pero no iba a perder la esperanza. Sabía que ella había sentido lo mismo que yo, ella supo que nos pertenecíamos... Que éramos uno. Simplemente, debía perder el miedo a ello.

Suspirando, alcé la mirada hacia las ramas altas del árbol y cerré los ojos. Sin embargo, no pude creer lo que sentí cuando una ráfaga de aire me trajo consigo el aroma silvestre que me había enloquecido desde la primera vez que lo había olido.

Ella había vuelto.

Me levanté con rapidez y miré hacia el lugar donde había aparecido por primera vez. Minutos después, ella apareció vestida con unos vaqueros y una camiseta azul, caminando lentamente y con sus ojos azules clavados en mí. Aquella mirada brillaba con sorpresa y estupefacción.

  –Estás aquí –dijo ella, como si no pudiera creérselo–. ¿Has estado viniendo cada día? 

Sonreí levemente, sintiendo como me picaban las manos por acariciar la suave piel de su rostro. 

–Te dije que lo haría, que estaría aquí día tras día. Esperándote –ella se sonrojó levemente y frunció el ceño, agachando la cabeza mientras murmuraba–. Yo he cumplido mi parte, pero... ¿y tú?

Ella clavó su mirada en mí, confusa y seria.

–¿De qué estás hablando?

–Te dije que vendría cada día, pero que solo vinieses cuando perdieses tu miedo a mí. Y bien, ¿me temes?

Ella apretó los labios en una fina línea. Acaba de golpear su orgullo, y sus ojos brillaban furiosos y ultrajados. 

–Nunca te tuve miedo, lobo. Ni a ti, ni a esto. 

Yo sonreí ampliamente, acercándome cada vez más a ella. A cada paso que daba, sentía como ella se ponía cada vez más en tensión. Esto iba a ser interesante, muy interesante.

Después de semanas de espera, iba a ver por fin lo que mi Compañera de Vida era.

   


LUCHA DE IGUALES. || LB#3 ||Where stories live. Discover now