[45] Imposible.

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DIANA.

«¿Pero qué demonios está pasando?», pensé asustada.

Observé el rostro helado de Alan, el cuál parecía más pálido que nunca. No sabía cómo había ocurrido, pero pocos minutos después de escuchar el agudo aullido de Ariadna, Alan había caído al suelo como si hubiese sido fulminado por un rayo, y a pesar de que estaba haciendo todo lo posible por despertarlo, no lo conseguía. 

Por unos momentos llegué a pensar que algo había ocurrido, que la maldición no se había continuado y que algo realmente malo había pasado. Mi corazón se apretó con fuerza mientras buscaba el pulso de Alan, y cuando encontré el débil latido de su corazón, suspiré de alivio. 

Si Alan no había muerto, significaba que la maldición continuaba... Sin embargo, no podía entender por qué había perdido el conocimiento. Mirando en dirección hacia el lago, deseé poder salir corriendo hacia allí, pero no podía dejar a Alan solo.

  –Vamos grandullón, despierta –le supliqué, zarandeándolo sin pausa–. No puedo llevarte a rastras, y tampoco puedo dejarte aquí... ¡Tienes que despertar!

La orden sonó desesperada: necesitaba saber qué había pasado, y no podía perder más tiempo aquí. Sin saber muy bien lo que hacía, le abofeteé en el rostro con fuerza; al instante me sentí culpable, pero de pronto, el enorme lobo rubio jadeó con dolor. 

Sonreí ampliamente mientras él abría sus ojos y me miraba estupefacto y confundido. La mueca de dolor en sus labios era evidente, pero no dijo nada mientras se incorporaba en el suelo y se tapaba la cara con las manos. Un profundo sonido de dolor salió de su garganta, como si le estuviesen clavando alfileres en la cabeza. Preocupada, apoyé mi mano en su hombro.

–¿Todos los años pasa esto? –le pregunté estupefacta, sin poder creer que la maldición pudiera ser tan cruel. Alan parecía realmente destrozado, como si acabara de tener la peor noche de su vida.

–No –respondió de pronto, negando con la cabeza–. No sé qué demonios acaba de ocurrir, pero es la primera vez que me siento así... Como si me faltaran fuerzas. 

Mi corazón se aceleró por el miedo y deseé más que nunca el buscar a Rick. Necesitaba saber si estaba bien... Y Alan pareció notarlo.

–Tenemos que volver al lago –susurró él, extendiendo su mano hacia mí–. Pero necesito que me ayudes... No sé si podré mantenerme en pie.

Mi estómago se apretó por el agradecimiento y, sin decir nada, agarré su mano y utilicé toda mi fuerza para ponerlo en pie. Una vez que lo conseguí, pasé su enorme brazo sobre mis hombros y me hice cargo de una gran parte de su peso. 

Sin embargo, no me importaba nada. Lo único en lo que pensaba era en regresar a ese maldito lago y averiguar qué demonios había ocurrido; sobre todo, descubrir si Rick estaba bien.

 * * * * * * * * * 

El camino de regreso al pequeño claro fue largo y difícil, ya que Alan parecía haber perdido completamente las fuerzas: tropezaba, y todo su cuerpo temblaba como si no pudiera soportar su peso. Sin embargo, en cuanto llegamos, no le faltó fuerzas para maldecir.

–¿Pero qué mierda ha pasado? –susurró él, mirando a ambas Manadas.

Todos, sin excepción, estaban tirados en la arena, justamente como Alan había estado media hora atrás. A pesar de que quería comprobar si todos estaban bien, mi mirada únicamente se clavó en él. En Rick. Cuando vi su pálido rostro, mi corazón se apretó. 

–Corre–dijo entonces Alan, quitando con esfuerzo su brazo de mi hombro  y apoyándose en un tronco.

Me mordí el labio mientras mis ojos se llenaban de lágrimas y asentí mientras le veía deslizarse hasta el suelo. Parecía fatigado y dolorido, pero no podía hacer nada más por él.

Corriendo hacia Rick, me dejé caer de rodillas y cogí su rostro entre mis manos. Sin poder contener las lágrimas, dejé un reguero de besos por su cara mientras le suplicaba que despertase.

–No me hagas esto, Rick. Despierta, por favor, despierta... ¡Despierta! –le susurraba con desesperación, apartándole varios mechones de su frente. 

De pronto, como si mi voz lo hubiese atraído fuera de aquel sueño, sus párpados temblaron y lentamente se entreabrieron. Su mirada se quedó fija en mí, a pesar de que estaba segura de que no se creía que estuviera realmente aquí.

  –¿Diana? ¿Eres tú? –susurró él con la voz ronca, frunciendo el ceño.

Asentí frenéticamente y me eché a reír por el nerviosismo, posando un pequeño beso sobre sus labios.

De pronto, su respiración se agitó, como si acabase de recordar algo terrible. Mirando hacia el lago, susurró algo que no pude oír con claridad. Siguiendo su mirada, descubrí que en la orilla estaba tirado un enorme lobo grisáceo: su padre.

–Él está vivo, Rick –intenté tranquilizarle, sin saber muy bien qué le ocurría–. Puedo ver como su pecho se levanta desde aquí. Está bien.

Sin embargo, Rick negó con la cabeza y eso me hizo estremecer. ¿Qué más ocurría?

–Jacques... –el nombre de su hermanastro salió de entre sus labios casi con desespero, como si ansiara poder ir con él. Mi estómago se apretó mientras empezaba a comprender lo que quería decir–. Tengo que sacarlo de ahí...

–¿Jacques? ¿Jacques está en el lago? –le pregunté asustada, anclando la mirada en las oscuras aguas– ¡Dios, si no sale de ahí va a morir!

Me intenté levantar al instante para ir a por él, cuando sentí el agarre de Rick en mi mano. Sus ojos brillaron con fuerza mientras me miraba; a pesar de que no dijo nada, entendí lo que quería decir.

  –Tendré cuidado, Rick. Espérame aquí.

Me levanté entonces y me acerqué a la oscuras aguas mientras Rick intentaba incorporarse, sin éxito. Fuera lo que fuese lo que les había ocurrido, había dejado a todos los miembros de ambas Manadas fuera de juego.

Sin querer pensar en eso, me centré en adentrarme lo más rápido posible en el agua para encontrar a Jacques antes de que fuera demasiado tarde.

Con una gran bocanada de aire, me sumergí bajo el agua y abrí los ojos mientras buscaba a Jacques, sin embargo, nada me había preparado para encontrarlo así: Jacques estaba en el fondo del lago, con los ojos cerrados y un brillante puñal clavado en el centro de su pecho. Mi corazón se aceleró por el miedo al ver que de la profunda herida no salía nada, ni una mínima gota de sangre. No obstante, a pesar de que intenté sacarlo del agua sin tocar el puñal, no pude levantarlo del fondo del lago. La desesperación me inundó. 

Llevaba poco tiempo bajo el agua, pero empezaba a sentir como se me acababa el oxígeno. Aterrada, cogí el puñal que brillaba como una pequeña estrella y, en cuanto lo saqué rápidamente de su corazón, la luz se extinguió y el puñal comenzó a deshacerse entre mis dedos, como si fuera tierra. Al instante, Jacques abrió los ojos y me miró fijamente con terror y confusión: no podía respirar. 

Cogiéndolo del brazo, tiré de él hacia la superficie y en cuanto salió al exterior empezó a toser, en busca de aire. Sin soltarle, lo llevé hasta la orilla donde nos acostamos; sentía mi corazón latir con rapidez mientras recordaba el enorme susto que me había llevado tras verlo abrir los ojos. No sabía qué había ocurrido, ni cómo, pero todavía podía recordar lo que sentí cuando la extraña daga se deshacía entre mis dedos.

  –¿Se puede saber qué ha pasado? –jadeé mientras giraba mi rostro hacia Jacques. 

Él, acostado bocabajo en la tierra, me miró con aquellos ojos grises que tanto me recordaban a Rick y suspiró, cerrando los ojos.

  –Lo conseguí... Se ha roto. 

LUCHA DE IGUALES. || LB#3 ||Where stories live. Discover now