[29] Aquella cabaña...

7.3K 823 25
                                    

DIANA.

Llevábamos media hora caminando en silencio y agarrados de la mano. Rick no me había soltado, y yo, a pesar de que el simple roce de su piel me ponía nerviosa, no iba a hacerlo tampoco. Me mordí el labio y miré su perfil serio y distraído, como si estuviese pensando en mil cosas a la vez.

  –¿Queda mucho? –pregunté suavemente. Cada vez nos estábamos adentrando más en el bosque, la espesura estaba aumentando al igual que mis nervios. Jamás había entrado tan profundamente pues cada instinto que tenía me gritaba que corriese en dirección contraria, que me alejase lo más rápido de allí... Ahora entendía por qué.

  –No, estamos muy cerca.

Su respuesta seca creó un nudo en mi estómago. Estábamos cerca, cerca de las respuestas y de aquel misterio... Cerré los ojos con fuerza y me alenté a mí misma a continuar. No podía vivir sin saberlo, necesitaba conocer lo que ocurría con Rick y aquella extraña Manada. Debía ser más fuerte que el miedo que sentía, tenía que serlo.

Sin embargo, cuando varios gruñidos salvajes rompieron el silencio del bosque, me quedé paralizada por el terror. Apreté con fuerza la mano de Rick y busqué su mirada con desesperación cuando cuatro grandes lobos aparecieron ante nosotros. 

–Tranquila –dijo Rick como si no pasara nada, mirando fijamente al lobo que estaba más adelantado que los demás–. No van a hacerte nada.

Un gruñido seco salió de la garganta del que estaba el primero. De un color cobrizo, el enorme lobo tenía sus ojos marrones clavados en mí. La desconfianza brillaban en ellos, y sobre todo una cruda amenaza. Tragué saliva y me lamí los labios, nerviosa, pero sin poder apartar los ojos de los suyos. Cuando pensé que la tensión no podía ser mayor y que no tardaría poco en abalanzarse sobre mí, el lobo bajó la cabeza cuando Rick gruñó en advertencia.

  –Vamos –dijo Rick molesto, tirando de mi mano y obligándome a caminar detrás de él.

Me mordí el labio con fuerza cuando pasamos entre los cuatro lobos. El lobo cobrizo no apartó la mirada de mí mientras nos alejábamos. Echando una mirada sobre mi hombro, pude ver como volvía a desaparecer entre la vegetación... pero nos seguía. Cerré los ojos con fuerza.

–¿Qué ha sido eso? –le susurré a Rick, apretándole la mano con fuerza–. ¿Quiénes son esos?

 –Son parte de la Manada de mi padre–respondió sin más, encogiéndose de hombros–. Vigilan los alrededores para que nadie se acerque a la aldea.

  –Espera, espera... Rick esto es muy confuso... ¿Por qué...?

A pesar de que el ansia por respuestas me estaba consumiendo, me tuve que quedar callada cuando delante de nosotros apareció lo que era una pequeña aldea. Con la boca abierta, observé las casas de madera que se camuflaban con el follaje demasiado bien; sobre todo, miré anonadada a todos los lobos y humanos que caminaban por la pequeña aldea. Mi garganta se secó cuando vi a un grupo de pequeños lobos corriendo a varios metros de nosotros, jugando y saltando unos sobre otros. 

Parpadeando lentamente, miré a Rick con el ceño fruncido y abrí la boca, pero una ronca voz me interrumpió.

  –Vaya, vaya... ¿Pero qué tenemos aquí? ¿Un caramelito para mí?

Mi cuerpo se estremeció al completo cuando escuché aquella extraña voz; tan ronca, parecía como si llevase largo tiempo sin articular palabra. Miré al hombre que tenía delante de mí, con únicamente un pantalón viejo cubriéndole y con grandes cicatrices por sus brazos y pecho; sus ojos azules estaban clavados en mí, y aquella sonrisa ladeada dejaba ver una blanca hilera de dientes. Rick pareció tensarse a mi lado, y me quedé confusa cuando tiró de la unión de nuestras manos para que me acercara más a él.  

El lobo que teníamos delante era grande, quizá varios centímetros más alto que Rick, pero no más imponente. Rick ladeó la cabeza y gruñó secamente cuando el hombre se intentó acercar más a mí; al instante, se paralizó.

  –¿Desde cuándo tienes una hembra? –el tono divertido del lobo me molestó–. ¿Ya te has cansado de Ariadna?

Esta vez, fui yo la que gruñí con molestia. No quería ni pensar en la bella loba ni en las cosas que había hecho con Rick. Me enfurecía y me dolía.

El lobo se echó a reír y se pasó una mano por el pelo castaño claro, dirigiéndole una mirada a Rick.

  –¿Qué es lo que quieres, Alan? –dijo Rick muy serio, pasando uno de sus brazos sobre mis hombros. En silencio, miré sorprendida a Rick mientras él clavaba sus ojos en el lobo que teníamos en frente; casi parecía enfadado.

–Tu padre –respondió sin más, con toda diversión borrada de su rostro–. A cada día que pasa, empeora. Necesitamos que hagas algo, nosotros ya no podemos contenerle más. 

Rick masculló una maldición y agachó la cabeza mientras murmuraba. Cuando sus ojos se clavaron en mí, casi pude ver el dolor reflejados en ellos por un instante; al segundo después, todo había desaparecido y había sido reemplazado por una fría seriedad.

  –Voy a buscarle –sentenció Rick, mirando de nuevo a Alan–. Ven conmigo y reúne a varios lobos más.

Alan asintió levemente y se alejó con rapidez, en dirección al bosque. Rick le siguió con la mirada hasta que desapareció; en cuanto lo hizo, clavó su mirada en mí.

–Diana... –mi nombre salió entre sus labios con suavidad, como si supiera que lo que iba a decir no me iba a gustar. Cerrando los ojos con fuerza, negué con la cabeza.

–Esperaré aquí. Daré una vuelta por la aldea e intentaré poner algo de orden en mi cabeza, pues me estás volviendo loca con tanto misterio –hice una mueca al darme cuenta de lo ciertas que eran mis palabras. Suspiré.

Rick sonrió levemente y susurró lo que parecía ser un ''gracias''. Lamentablemente, no pude pensar en si era cierto lo que había oído, pues sus labios se habían posado con rapidez sobre los míos. Sorprendida, sentí como me sonrojaba mientras aceptaba su beso, delante de todos los lobos que pasaban por delante de nosotros. 

Durante largos segundos, me olvidé de todo lo que me preocupaba, de mis miedos, mis dudas, todo. De lo único que era consciente era de la calidez de sus labios, de la presencia de sus brazos alrededor de mi cuerpo, abrazándonos. Cuando nos separamos, miré sorprendida a aquellos ojos que me enloquecían. 

–¿A qué ha venido eso? –pregunté algo desconcertada mientras él me soltaba y daba varios pasos hacia atrás, mirándome fijamente.

–A que quería –respondió sin más, sonriendo levemente. Una sonrisa tonta surgió en mis labios–. No te metas en problemas mientras no estoy. Mi cabaña es la más alejada de todas... Supongo que la recordarás, ¿no? 

Mi boca se entreabrió por la sorpresa, y a pesar de que quería maldecirle no tuve tiempo de hacerlo. Al instante después, se había convertido en un enorme lobo plateado y se alejaba de aquel lugar tras lanzarme una última mirada divertida. 

Mordiéndome el labio, quise gritar de exasperación. ¡Había pasado meses en aquella cabaña, tan cerca de mis respuestas, y él no me había dicho nada! Gruñí y me crucé de brazos, pero sin poder evitar sonreír.  

LUCHA DE IGUALES. || LB#3 ||Where stories live. Discover now