[35] Momentos.

7.4K 825 26
                                    

RICK.

Nuestros labios se separaron tras un último beso; mis manos aún seguían hundidas en su pelo, su adictivo olor me envolvía. Mirando aquella mirada dorada que tanto me enloquecía, maldije de nuevo ante la maldita suerte que tenía. Había pasado la mayor parte de mi adolescencia deseando no encontrar a mi Compañera de Vida para que no sufriera ante lo que me esperaba, pensando que no sería lo suficientemente fuerte como para afrontarlo... Pero sin embargo, jamás habría podido imaginar que mi Compañera sería una Alfa, alguien tan fuerte como yo... Alguien tan único como ella. Diana a pesar de saber la verdad, seguía delante de mí, afrontando el dolor que llegaría tras mi marcha.

Y eso hacía que la amase todavía más.

Y que la odiase por querer sufrir a mi lado.

Ella parpadeó y dos grandes lágrimas corrieron por sus mejillas; con un sordo dolor en el pecho, pasé mis pulgares para limpiarlas, intentando apartar la expresión de tristeza que la embargaba. Tras mi gesto, ella sonrió levemente.

–Siéntate –me dijo entonces, cogiéndome las manos y dando un paso hacia atrás, separándonos. El notar como sus pequeñas manos encajaban con las mías, me estremeció.

Le miré extrañado, pero obedecí. Me senté en el borde de la gran bañera, observando como ella empezaba a rebuscar por el baño en busca de una pequeña toalla y un bol de agua.

–Voy a limpiar toda esa sangre –dijo ella, fijando su dorada mirada en mi herida. Diana se estremeció, como si no pudiese creer lo que había hecho–. Fuiste un bruto, podías haber esperado a que te ayudara.

–Podía hacerlo yo –dije con una pequeña sonrisa, observando como ella fruncía el ceño, acercándose a mí–. Además, no quería despertarte... Necesitabas descansar.

Ella tragó saliva y sus ojos se humedecieron, pero parpadeó varias veces para apartar las lágrimas; cuando clavó su mirada en la mía, la entereza brillaba en su mirada.

–Ya he descansado suficiente –respondió con una pequeña sonrisa.

Tras esas palabras, empezó a limpiar la sangre que manchaba mis manos y mi pecho. Durante largos minutos, me quedé prendado de su rostro serio, concentrado en limpiar cada rastro de sangre que había en mi cuerpo. Sus ojos dorados brillaban con algo de dolor cada vez que rozaba sin querer mi herida; sin embargo, yo no sentía nada, pues parecía hipnotizado por aquella expresión tan bonita.

–Dios, es increíble... –Sí que lo es, pensé mientras veía como soltaba su labio inferior. Yo parpadeé lentamente y sonreí ante sus palabras–. Es imposible que estés cicatrizando ya... ¡Hace media hora que terminaste! Tu recuperación es...

–Es lo único bueno que se puede sacar de esta maldición –dije entre dientes, sintiendo un sabor amargo en la boca. Diana me miró sin comprender–. La anciana se encargó de que ninguna herida nos matara... El suicidio no podía ser la solución para esto, así que solo el tiempo puede matarnos.

–Anciana del demonio –espetó Diana, apretando los labios en una fina línea, con lágrimas de furia acumulándose en sus ojos– ¡Cómo pudo haceros eso! ¡Tú no tienes la culpa de lo que le pasó a su hijo! ¡Fue un maldito error, y ni siquiera tuyo!

–Eso ya no importa –respondí yo, negando con la cabeza y levantándome del borde de la bañera. Mirando fijamente a Diana, hice una mueca cuando vi aquel obstinado ceño en su rostro–. No pienses en ello, solo conseguirás enfurecerte todavía más.

Ella cerró los ojos con fuerza y suspiró, levantándose del suelo y cogiendo mi mano con fuerza. Observando aquella dulce expresión, vi como sus mejillas se enrojecían a la vez que las palabras salían de su boca.

–Tienes razón. No debo pensar en ello, no cuando nos queda tan poco tiempo –ella agachó la cabeza y tragó saliva, pareciendo nerviosa y avergonzada–. Ahora solo tengo que pensar en esto.

Sin embargo, nada me habría preparado lo suficientemente bien para su reacción. Cerrando con fuerza los ojos, apreté la mandíbula al máximo cuando sentí como ella se abalanzaba sobre mí, clavando sus dientes en mi piel.

Tenso, envolví su cuerpo con mis brazos mientras ella hundía sus dientes en mi piel, sin llegar a desgarrarla; cuando se apartó levemente de mí y alzó su mirada hacia la mía, estaba al borde de mi autocontrol. Sus ojos dorados brillaban lobunos, contentos de lo que había hecho y orgullosa de la marca que había dejado en mí.

–A pesar de todo lo que ha pasado, de todo lo que va a pasar, todavía sigues siendo mío. Y eso es algo que pienso dejar muy claro –ella entonces clavó su mirada en la pequeña marca que había dejado bajo mi clavícula y la acarició con la punta de los dedos, mirándola como si fuera perfecta. Mi respiración se entrecortó–. No voy a permitir que otra se te acerque, incluso después de... tu conversión. Eres mío. ¡Mío! Y me importa una mierda lo que esa maldición diga. Aunque estemos separados, aunque no nos unamos, eres mi Compañero de Vida, y no voy a compartirte con nadie.

Y con aquellas palabras susurradas de manera ronca y seria, mi control se disolvió. 

Lanzándome a sus labios, le besé con toda la intensidad del momento. Sentía como mi lobo me gruñía por reclamarla, como todo tipo de control se evaporaba. Me temblaban las manos mientras las paseaba por su piel, mientras disfrutaba del calor que desprendía. Rodeando su espalda con mis brazos, la alcé y solté una leve carcajada cuando ella envolvió mi cadera con sus piernas; sus brazos rodearon mi cuello y sus ojos se clavaron en los míos, brillantes y desafiantes. 

 – Rick –mi nombre salió de sus labios como un susurro, como una súplica para que no la dejase ir. Cerrando los ojos con fuerza, hundí mi rostro en su cuello e inspiré su dulce olor.

Ella soltó un suave gemido y yo gruñí; sin pensarlo, dejé que mi instinto actuara por primera vez, y clavé mis dientes sobre la suave y blanca piel de su hombro, sin llegar a imprimir mi marca pero reclamándola, como ella había hecho conmigo. Un estremecimiento cruzó por todo su cuerpo, haciéndole soltar un nuevo gemido. 

Cuando me separé levemente de ella, clavé mi mirada en su rostro y tragué saliva al ver aquella expresión tan bonita: con el cuello levemente inclinado hacia un lado, con su larga melena negra cayendo por su espalda y rozando mis brazos y con los ojos cerrados y un suspiro retenido a duras penas entre sus labios. 

  –Diana –dije con la voz ronca, haciendo que ella saliese de su ensoñación y clavase su mirada en mí–. No hay maldiciones suficientes que sean capaces de hacer que me olvide ni un solo segundo de ti. Aunque nuestras almas no se unan, nos pertenecemos... Y no hay nadie que sea capaz de ocupar tu lugar en mi corazón, loba.

Tras mis palabras, dos grandes lágrimas cayeron por sus mejillas. Cerrando los ojos con fuerza, hundió sus manos en mi pelo y se pegó más a mí, rozando sus labios con los míos.

  –Únete a mí –susurró ella, con el dolor grabado en su voz. Mi pecho se contrajo cuando oí aquellas palabras, pues sabía qué tipo de unión me pedía... Y era la única que podía ofrecerle sin arrastrarla a una lenta muerte.  

Cuando la llevé a la habitación, el silencio se instaló entre nosotros durante horas. No eran necesarias las palabras, solo necesitábamos tocarnos el uno al otro, memorizando cada trazo de nuestra piel. Cada beso, cada caricia, cada mirada. Era lo único que podíamos tener.

Era nuestro momento.

LUCHA DE IGUALES. || LB#3 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora