Déjame Odiarte [08]

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Tardo mi tiempo en dejar mi habitación. ¿El motivo? De verdad no me apetece nada hablar en estos momentos, ahora simplemente mi mejor plan es dormir.

Pero supongo que los problemas deben enfrentarse cara a cara y, además, enfrentarlos cuanto antes, porque sino pueden llegar a acumularse.

Así que después de seguir alucinando unos minutos más de todo lo que se encuentra dentro de estas cuatro paredes y de enviarle un mensaje a Matt diciéndole que ya he llegado al centro del problema y que luego lo llamaré, decido salir de aquí a un paso lento.
Antes no me había dado cuenta, pero en el otro lado del pasillo y un poco a la derecha, se encuentra otra puerta igual a la mía. Con la diferencia de que una gran «O» adorna la blanca madera.

Sin poder evitarlo, sonrío con un poco de nostalgia.

Mientras voy bajando las escaleras, me voy preparando mentalmente para la conversación que voy a tener con mi progenitor.
Al llegar a la planta baja y entrar en el salón, mis ojos se abren con gran sorpresa al observar todos los grandes muebles que me rodean.

Intenta actual normal. Vamos. No te quedes aquí parada como una tonta.

—Kimberly —gruño sin poder evitarlo. Otra vez me ha llamado así—. Vamos, ven.

Sigo mi camino hacia uno de los grandes sofás con forma de ele que hay en el lugar. Me siento lentamente a una distancia considerada mientras mis ojos siguen en contacto con los suyos. Tiene que saber que no me incomoda.

—Bueno... —aparta la vista de mi— Sinceramente, no sé por dónde comenzar.

—No tienes por qué hacer esto —manifiesto rápidamente—. Ambos sabemos cómo están las cosas: no hace falta actuar como si fuéramos tontos.

—Eres igual a tu hermana, pero a la vez tan diferente... —comenta con una mueca algo extraña mientras me escruta con la mirada.

—Seguramente eso es lo que pasa cuando dos hermanas viven separadas tanto tiempo —suelto sin ni siquiera poder retenerlo—. Seremos idénticas físicamente, pero seguramente nuestra forma de ser sea totalmente diferente.

Y esas, son las palabras más suaves que puedo proporcionarle.

—Tú te pareces a tu madre, Kimberly. —y esas palabras no provocan mi nostalgia, si no mi ira. 

—No hurgues en la herida, padre. —mi dura advertencia parece no importarle en absoluto. De verdad, me estoy controlando demasiadas palabras.

—No pretendo herirte —se defiende él al instante—. Es la verdad, y no hay nada de malo en hablar de tu madre.

—Bueno, teniendo en cuenta que tú no has dudado en alejarte de ella, puede que no seas el indicado en nombrarla.

Su rostro, esta vez, se torna algo serio.

—Voy a pasar tus palabras por alto poniendo como escusa que ahora mismo estás cabreada —y sus palabras tranquilas pero duras no hacen que mi ira se calme. Aun así, soy yo la que está en su casa y bajo su techo por lo que debo tranquilizarme si no quiero acaban de patitas en el calle en mi primer día aquí—. Pero ahora que tú sacas el tema, quiero que sepan que yo no abandoné nunca a Madison —su nombre saliendo tan duramente de sus labios provoca que mi corazón de un vuelco—, siempre la quise.

Controla tus siguientes palabras.

—En algo estamos de acuerdo: yo también la quise —aunque yo aún la sigo queriendo—.

Déjame Odiarte ©Where stories live. Discover now