Kimberly Grey no ha tenido mucha suerte en su vida. Con tan solo diecisiete años ha pasado por situaciones muy complicadas y que le serán muy difíciles de olvidar. Cuando piensa que es su momento para ser feliz, la vida le recuerda que no todo es un...
La habitación en la que he pasado más tiempo desde que estoy aquí, vuelve a sumirse en un relajado silencio.
Mi encuentro con Olivia ha salido mejor de lo esperado. Al menos, me alegra saber que mi padre ha hecho algo bien en su vida. Ambas no hemos dejado de hablar y llorar como si volviéramos a ser las niñas pequeñas que una vez —tiempo atrás— tuvieron que despedirse mientras nos prometíamos que volveríamos a vernos. Algún día volveríamos a encontrarnos y, entonces, nada ni nadie podría volver a separarnos.
Olivia me explicó que tenía que cambiarse, por lo que lo antes posible volvería a estar conmigo para seguir hablando y recuperando el mayor tiempo posible.
Así que mientras ella subía escaleras arriba intentando contener toda su emoción —igual que yo—, la idea de quedarme nuevamente a solas con mi padre otra vez me provoca que quiera darme cabezazos contra la pared. Así que tras dedicarle un intento de sonrisa, vuelvo a subir todas estas escaleras para volver a encerrarme en mi habitación.
Unos golpes en la puerta provocan que salga de mis pensamientos para volver a la realidad. Desde la cama, observo cómo la puerta se abre y la cabecera rubia de mi hermana aparece tras ella.
—¿Se puede? —pregunta sonriente.
—Es tu casa. —respondo encogiendo los hombros. Ella me mira mal mientras entra y cierra la puerta.
—Ahora también es la tuya, ¿no? —su rostro cambia por completo en cuestión de segundos— Porque piensas quedarte, ¿verdad?
Solo hace falta un asentimiento de mi parte para que ella vuelva a sonreír. Se acerca a mi cama e imita mi postura.
—De verdad me alegra mucho que estés aquí —confiesa para mi sorpresa—. Te he echado demasiado de menos.
—Yo también, Oli.
—Y si esto es un sueño —agrega ella—, no quiero que nadie me despierte.
Sin poder resistirme, la abrazo lo más fuerte que puedo. Inhalo su aroma para que su olor quede impregnado en mi memoria. No miento cuando digo que la he añorado demasiado.
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—¿Dónde quieres que ponga esto? —pregunta mi hermana mientras sigue colocando los demás libros en la estantería.
—En la balda más alta, con los libros cursis.
—Pero si luego no llegas Kim —ríe—. Además, no es un libro cualquiera: es tu diario.
—Créeme —me giro hacia ella, quedando las dos cara a cara—, cuanto antes me olvide de él, mejor. Contiene demasiadas cosas que no quiero recordar.
Ella eleva un ceja sin entender. Con un sencillo gesto le resto importancia al asunto. No hace falta arruinar el día contándole mis desgracias.
Ha pasado bastante tiempo desde que ambas nos vimos por primera vez. Olivia se ha ofrecido a ayudarme a ordenar —si se le puede llamar así— todas mis cosas. Más que nada, y según ella, para «recuperar» un tiempo perdido que —como las dos ya sabemos— jamás se podrá volver a recuperar. No sé cuándo tiempo llevamos aquí metidas dentro de estas cuatro paredes, ¿una hora? ¿dos, quizá?
